Por Mauricio Castaño H
Historiador Universidad Nacional de Colombia
Colombiakrítica.







Recuerdo hace unas décadas una tonta discusión entre motociclistas y el Estado Colombiano sobre el uso de chaleco que según éste prevenía sus muertes por accidentes. Ripostaban aquellos que el chaleco no era el que mataba sino los asesinos al volante, bien fuera por pérdida de reflejos o simplemente por estar borrachitos, los asesinos al volante. Todo terminó en dar la razón al sentido común: llevar o no puesto la insignia del chaleco reflectivo, en nada incidía en tanto muerto tirado en las vías, el asesino estaba en otro lado, allá mismo al volante. Así se dijo adiós chaleco, adiós medidas tontas.

Otro tanto sucedió en siglos pasados cuando Pasteur evidenció los microbios de estar por todas partes. Los muy asépticos y las medidas gubernamentales, entonces muy francesas, en ver el demonio microbial por todos lados y en el aire que se respira, todo fue pánico y exageraciones en el cuidado (Daniel Raivargh historió el hecho). Hasta cuando se evidencia que todo lo microbial es constitutivo de la vida, los mejores quesos salen de la fermentación, de la descomposición microbianas, el queso y los gusanos, allí, las mejores delicias para el paladar. Entonces todo vuelve a la tranquila normalidad, también se dijo adiós a las innecesarias medidas que alertaban en temor.

Y ahora, se repite lo innecesario, quieren llamar prevención a la medida obligatoria del uso del tapabocas pero éste tan sólo es placebo, puro efecto psicológico. Es de lógica la Imposibilidad de contener la metralla en regadera de millares de micropartículas esparcidas por cada boca humana con tan solo hablar, reír, llorar o algún necesario bostezo. Ni tan siquiera un mudo puede librarse de esto tan natural como es abrir y cerrar la boca, bien sea para lo necesario del comer o del comunicar con el lenguaje articulado o por señas, tan necesario todo esto. Imposible lo uno como lo otro, lo microbial esparcido por acá o por allá, lo del vivir que consta del necesario comer y comunicar.

Para contener lo microbacterial, sus olas de aerosoles, sería preciso usar máscaras diseñadas para una guerra bacteriológica muy similares, muy sofisticadas a las usadas por el personal de la NASA o aquellas que usan para evadir los gases lacrimógenos en las reyertas represivas. Esto para decir de los imposibles y absurdos de estas prevenciones que promueven los Estados con la complicidad de los epidemiólogos. Razón les asiste a todos aquellos que sienten en todo esto un  simple y llano absurdo de contrarrestar lo viral con pañitos de agua tibia y por el contrario es hasta contra producente al tragrar el propio monóxido, son ellos los manifestantes contra el tapabocas y los políticos estatales. Nuestra composición es microbiana, un huésped más en nuestra mesa, bien recibido, adaptado, lo ganamos como amigo en esa inmunidad de rebaño o natural, mientras se da espera a su antídoto, la vacuna.

El miedo paraliza y anula el uso de razón, y se adviene lo delirante, lo histérico y paranoico. Sin juicio propio la persona es un borrego que se dejará arriar sin reparos por quienes conducen el rebaño. Los políticos ignoran las soluciones de ciencia pero hacen creer que dirigen para salvar las vidas. El tapabocas no tiene probación científica que diga de su efectividad para contrarrestar el Covid con sus nubes de aerosoles microbióticas, más sin embargo lo pasan como tal, el recurso demagógico es perfecto en la ignorancia generalizada. Con humor se dice que es más aceptable salir desnudo a la calle pero con tapabocas, lo contrario ni se ocurra, a ese nivel se ha llegado. Esperemos hasta cuándo dura el placebo.

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