Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica

Todo el tiempo, en todo momento, en todo lugar, caminando, en el transporte público, en la sala, en la mesa del comedor, en los centros comerciales los jóvenes están con su smartphone en sus manos, su mirada fija en la pantalla, tecleando, ríen, gruñen. ¿Qué hacen? Consumen. Todo el tiempo están consumiendo. Lo preferido son los muy famosos cantantes, raperos, cuenta chistes, los que han alcanzado el éxito viral en las redes sociales, aquellos que suman por lo menos cinco millones de visitas al mes y miles de seguidores que gereran cinco millones de pesos colombianos, son los llamados influencer. Todo esto es un modelo que todos quieren seguir, los gigantes de las redes aceitan el engranaje, Facebook, Google, Twitter son los grandes ganadores, sus empresas se valorizan en miles de millones de dólares.


Este consumo, esta imposición de contenidos, este formateo determina el Ser, hecho a la medida de los grandes intereses del Poder. Es toda una modelación. Estas empresas ponen a rodar contenidos, tendencias, réplicas aquí y allá con sólo teclear, cada clik tiene un valor en las redes, nada es gratuito. Más allá del atractivo monetario, está el molde, el formato, el formateo determinante del contenido. Vale el ejemplo de influir en las elecciones de un país, los grandes empresarios de las redes sociales, bien pagos por políticos, hacen inclinar las balanzas para el mejor postor, así lo electoral es mera pantomima: las fake news, las bodegas de redes sociales crean los fantasmas de ser los más seguidos, los mejores, las tendencias a seguir.


El consumo es en gran medida lo que se les vende a los jóvenes y a la población en general, no importa su capacidad adquisitiva o si es necesario este o aquel producto, el comercio se encarga de imponerlo, incluso muchos de los artefactos adquiridos no se explotan en toda la capacidad, sólo cuenta con una Potencia y con una esperanza de que algún día se usará en su plenitud, es una ilusión irrealizable. Recuerdo la anécdota de Richard Sennet en un almacén que le ofrecieron un smartphone con capacidad de almacenar algo así de diez mil canciones, en su raciocinio se decía que si mucho escuchaba cien canciones, y cuando menos una docena de su preferencia. Igual pasa con los automóviles, venden con capacidad de desarrollar velocidades de más de 200 km por hora sin importar que en las carreteras sólo se puede o permite rodar a 120 km/H. Sólo se consume potencia.


¿Quiénes son los beneficiarios finales de esta alienación? Una cosa sí es segura, los jóvenes están consumiendo en sus smarfhone cualquier cosa menos pensamiento crítico, más bien se sumergen en una cultura ligth que los adormece, los anestesia para vivir sin protestar en un mundo cada vez más adverso. Se anula cualquier juicio crítico en un mundo tan inequitativo que cada vez produce desempleo y miseria, y en la escuela nada se hace, más bien son caja de resonancia de esta idiotez colectiva. ¿A quién conviene hacer de los jóvenes simples consumidores sin que se cuestionen por la sociedad en la que se encuentran? Mírese no más los mass media todo el tiempo suministran imágenes, programas banales de mundos ideales, de vidas perfectas logradas, inculcan ellos, por el mero logro personal, voluntades inquebrantables que cada día deciden ser felices para apalancar metas triunfales, es algo así como decir que el motor del progreso es interior en cada persona, el bien o el mal está dentro de cada quién.


Ante el Gran Poder determinante para modelar la vida para el consumo, ante los formateos en los medios masivos, en las redes sociales, solo queda anteponer los pequeños cambios en las comunidades, en los barrios, en la cuadra con sus propuestas culturales, con la reinvención de la vida. En lo micro está la clave, si se quiere resistir al formateo que produce borregos, gente, jóvenes dóciles. Decía Jean-Paul Marat: «para encadenar a los pueblos, hay que empezar por adormecerlos

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