Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica 


La sospecha es el arma que tiene el polizón para develar un posible criminal, un posible terrorista, prevenir una supuesta amenaza inminente. Ello se agudizó al grado de la paranoia con el ataque a las Torres Gemelas. Un once de septiembre de 2001 el mundo entero tembló por cuenta de esos aviones bomba en New York en los Estados Unidos. En el mundo entero fue vulnerada la seguridad de Estado y del ciudadano común. El mundo cambió, ya nadie se sentía seguro en ninguna parte. Las compañías de seguridad y las armas se afianzaron aún más, hicieron y hacen su agosto. Desconfiar de todo y de todos, mi vecino, el que está a mi lado, puede ser mi peor enemigo. La desconfianza se puso a flor de piel. La sospecha, la desconfianza fue y sigue siendo el pan cotidiano de nuestras vidas. 


Aterricemos en la vida cotidiana. Me dispongo a entrar al monumental edificio público. Un guardia con mirada de policía bravo está interpuesto en mi entrada. Me mira inquisitivo, nunca deja de mirarme. Habla recio y con frialdad. Ordena sacar de mis bolsillos todo lo que tenga de metal, llaves, teléfono. También la billetera. Todo se acomoda en una coca plástica puesta sobre una banda dispuesta para el escaneo, buscan detectar cualquier arma camuflada. Luego me mira como a un mosco. Me alcanza con una especie de bolillo que hace las veces de artefacto que también escanea las partes de mi cuerpo. No encuentra nada. Pasé la prueba. Por el momento no soy una amenaza. Pero esto no quita ni disminuye el trato osco y desconfiado de sospechoso. Esto es una práctica que está todo el tiempo en nuestra sociedad. 


Sigo la marcha. Estoy a mitad de camino, de sendero. Estoy frente a otra guardia vestida con el mismo uniforme de vigilante, nos separa un grueso vidrio. Recibo otra mirada inquisitiva. No hay buenos modales de buenos días. Me ordena dos cosas: présteme la cédula (documento de identidad) y mire a la cámara para la foto. Listo. Tenga ésta escarapela y siga. Paso a una sala de atención. Estoy perdido, desorientado. Me acerco a una taquilla donde una funcionaria en relax, está chateando por el celular y a la vez riendo con otro funcionario que se le acerca y le pregunta si es hincha del mejor equipo del año entrante: del Medellín (Deportivo  Independiente Medellín). La funcionaria ríe a boca llena, deja entrever pedazos de empanada masticada atrapados en dientes descuidados. Habla con boca llena y me pregunta «en qué puedo colaborarle». Pagar este impuesto, le digo. Me señala con el dedo una máquina dispensadora de fichos para que tome uno y espere el turno. Eso hago. 


Media hora después la pantalla indica mi número de taquilla. Me dirijo allí. Se repite la misma descortesía de una funcionaria detrás de taquilla. Doy mi requerimiento exhibiendo una factura de impuestos electrónica. Sin dejarme terminar mi solicitud me dice que así no sirve, que la factura tiene que ser física, impresa. Me manda para otro edificio. Otra vez se repite el protocolo de seguridad. Una hora demora el turno. Una mañana gastada en un trámite que si estuviera habilitado en internet no demoraría cinco minutos.


Más allá de estas miserias de los polizones y de los funcionarios paquidérmicos, todo ello detestable está en lo que mantiene viva a toda esa Máquina Burocrática de Poder en Medellín. El miedo y la violencia infringido al ciudadano inofensivo, son justificados bajo la garantía de brindar seguridad... ¿A quién? La verdad sea dicha: el Miedo y la violencia son los recursos que tiene el Poder para aplastar al ciudadano haciéndolos sentir como un posible criminal camuflado. Y el Poder se siente desde las pequeñas mezquindades del polizón o guardia hasta el incopetetente funcionario. 


Este recurso, este ejercicio del miedo y la violencia son usados por el Poder para someter  y perpetuarse. El demagogo vende miedo y violencia bajo pretexto de salvaguardar la vida y honra de los ciudadanos. Pero hace lo contrario, los somete bajo el ejercicio de violencia legitimado por todos. Ese Poder es mezquino en la cima y en el zócalo. El poderoso es sostenido por el ciudadano de a pié que lo vota y acepta sus sobornos. Pero el Poder también lo hace ese miserable funcionario, polizón o burócrata, están allí para recordártelo.


En suma, el miedo y la violencia son la industria más rentable del Poderoso. Se expande, se exhibe en los espacios más frecuentados por los ciudadanos. En cada rincón, en cada recodo, en cada taquilla frecuentada, te lo topas. Allí estará la burocracia desde el nivel bajo hasta el alto para recordarte, para hacerte sentir que estás bajo el Dominio y que tienes que obedecer, no importa si los trámites son engorrosos o innecesarios. 

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