Historiador
Colombiakrítica
El furor de estar en el tren de la modernidad embriaga a las culturas locales, lo de afuera y más sonado, lo más masivo o popular es el vagón en el que todos deben treparse so pena de quedarse rezagado, de no estar a tono con lo que impera en el mundo. Pero el éxito de una tal empresa vanguardista entre comillas, tiene que ver con lo popular, con lo masivo, de todo eso que gusta a la gente y que los hace sentir plenos pese a los problemas con los que cada uno puede estar cargando. Pero todo esto masivo no es más que un fenómeno de manipulación de la opinión pública.
Es posible que toda esta manipulación se diluya en lo festivo que da una sensación de bienestar y felicidad. Nadie pone en duda que la fiesta es una mezcla de todo en donde las reglas y rigideces de una sociedad normada entran en suspensión, allí el rico y el pobre se juntan, se mezclan, se ríen, gozan sin importar su clase social, la miseria se esfuma y la alegría festiva es de todos, popular, democrática, me refiero a la fiesta en la cual todo se mezcla y las diferencias sociales, económicas y espirituales entran en una especie de suspensión para abrir paso a la alegría, una especie de juego democrático en donde todos son iguales mientras está ese derroche festivo en donde el pobre y el rico, el feo y el bonito entran en hermandad.
Esto es cierto lo que sucede en la fiesta, pero no quita ese gran halo mediático que adormila y manipula a la opinión pública para anular la criticidad, rebelión a su situación de miseria. Esto puede decirse con una famosa expresión de pan y circo que define la metodología para mantener a las gentes conformes y adormiladas sin protestar por su condición de degradación y miseria.
Y tan cierto es que ¿cómo es posible que ante tanta miseria y tanta gente en la inopia, no entren en estampida arrasando con todo lo que encuentren a su paso? no entren en estallido social sacando dentro de sí esa bestia salvaje y depredadora que todo viviente tiene como recurso para disputarse una presa, para no dejarse morir de hambre. De nuevo, insistimos, el pan y el circo, y desde luego la violencia y el miedo, entran a contener esa fiera salvaje que amenaza con la depredación.
Esto festivo descrito tan sólo es un sedante que adormila lo que puede haber de rebelde en cada espíritu. El ruido y el licor embotan hasta perderse uno mismo, el yo se diluye en una masa acrítica, todos están embriagados y felices con el pan y el circo. Y acá no hay que dejar de señalar que lo peor de lo global se impone ante lo local. Un formato de fiestas llamadas del retorno, de rumba y licor, alboradas o griterías que simulan alegrías a los cuatro vientos, son llevados a lo largo y ancho de la geografía colombiana, música de un mismo sonsonete que escurren entre nota y nota amargura y machismo.
Otra anotación que viene a lugar, refleja y favorece todo esto que anestesia a los espíritus dignos y rebeldes, es la prelación por lo mercantil y el desprecio por lo estético y bello que puede reflejar la historia de un pueblo. Es bien sabido que lo mero mercantil en desmedro de lo estético que enriquece el espíritu, ha sido el valor supremo de esta sociedad antioqueña, el negocio está por encima de todo al punto de ahorrar toda la vida para morir rico, es la ética del miserable.
Lo propio sucede con la clase dirigente y adinerada, pasan por alto la configuración estética y espiritual del territorio, la arquitectura es extravagancia, sólo es encanto de mercado para cautivar ingenuos, y lo poco heredado de la colonia y del período republicano fue demolido o simplemente adaptado para la explotación comercial, opacando lo que otrora era símbolo majestuoso y referente del paisaje. Caminar, para corroborar, por las calles de Medellín, en cada esquina, en cada acera, verás cachivaches y baratijas chinas, nada de qué maravillarse ni con ojos, paladar, oídos...
Es posible que todo pueda reducirse a una estrategia de manipulación del Poder de turno, dar pan y circo para mantener felices a los súbditos, a los votantes.
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