Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com


La casa no es una suma de ladrillos ni de travesaños. La casa es abrigo, es segunda piel, es nuestro micro universo que nos devela en lo que somos, en nuestros gustos, en nuestra psiquis. La ciudad es nuestro yo exteriorizado, familia extendida que nos identifica en la cultura que nos atrapa, a donde fueres, haz lo que vieres. Cuando se camina por las principales calles de Medellín, queda al descubierto el configurado mundo social. Por el centro confluye la vida del rebusque, atrás quedó el orgulloso vividero de mostrar espaciosos apartamentos de los que las familias adineradas hicieron gala.

Entonces, ¿qué sucedió? Retomando la descripción de León de Greiff:  Nada... Cosas de todo día. Sucesos banales. Gente necia, local y chata y roma. Gran tráfico en el marco de la plaza. Chismes, catolicismo. Y una total inopia en los cerebros... Cual si todo se fincara en la riqueza, en menjurjes bursátiles y en un mayor volumen de la panza. Estamos de acuerdo, al cuerpo entero lo ha sabido coronar la desnuda ambición por el Tener, pasar todo la vida atesorando, viviendo en la tacañería, descuidando las estéticas de la vida, de la ciudad. Sino cómo explicar que lo impersonal del espacio, el descuido de lo bello, le sobreviene su abandono, ventanas rotas, lugares que no provocan por su solo utilitarismo raso de lo mercantil.

Recuérdese el absurdo tiempo aquel en el que la clase dirigente acabó con el Centro de la ciudad, momento en el cual convirtió la avenida Oriental en principal arteria vial, todo el transporte liviano y pesado fue embutido allí, los veloces vehículos desplazaron al peatón y su lento caminar, las calles se volvieron amenaza para las vidas. Además de aquel agitado hollín, sobre vinieron la apertura de locales aquí y allá, carpas improvisadas que se extienden desde sus techumbres, derivando todo lo que atrae al comercio, un local aquí, otro allí, estos a la vez desencadenan en cascada una variedad de ofertas formales e informales ocupando calles y andenes, para caminar, el peatón tiene que saltar de un lado a otro, esquivando obstáculos y ladrones. Discotecas y cantinas ponen otro tanto a lo caótico y ruidoso. Los funcionarios de la planeación llaman a esto zona mixta, la palabreja suaviza esto de lo mercantil y de mal gusto.

Otras dos avenidas, la famosa 33 y sus alrededores, antes bellas casas, de una o máximo dos plantas, con amplios andenes y tranquilas calles, el sólo flujo vehicular principal era el de sus residentes. Pero la dicha duró hasta que vino la llamada zona mixta, poco a poco abrieron un local de repuestos, otro de vanidad, más luego y más acá una pequeña taberna, luego una discoteca, a sus alrededores prostíbulos, y por supuesto todo lo demás que atrae el comercio: venta de drogas ilícitas, las calles, aceras fueron ocupadas por el comercio y automotores, el caminar imposible y vivir muy peligroso.

La otra gran avenida es la llamada El Poblado, le da su nombre la también así llamada comuna, hasta hace muy poco residencia de los ricos de la provinciana Medellín, antes, recuérdese, lo fue Prado centro, luego Boston, y después, se fueron de la ciudad para Llano Grande, en el municipio de Rionegro, muy cerca del aeropuerto internacional, muy propio para estos globalizados empresarios. Está avenida ha sido famosa no sólo porque fue residencia de los ricos (en el imaginario aún se sigue creyendo) ahora lo es de la clase media, allí se lucen los mejores edificios de la banca y de las empresas con sus sedes administrativas, se encuentran lujosos hoteles y buena parte de la oferta gastronómica, los constructores llaman a esta avenida la Milla de Oro, significan con ello lo exclusivo del sector para atraer inversionistas.

Pero en medio y alrededor de todos estos edificios, hoy se encuentra la misma lógica descrita. Para  vergüenza de la entonces estilizada clase rica, por sus aceras desfilaban los sucios y malolientes pobres en busca de sobras de pan, indígenas sentados en las esquinas estirando sus manos para alcanzar algunas monedas de algún transeúnte que quiere cosechar méritos celestes. Allí también se encuentran chazas, alternativas de los pobres desempleados, ofrecen cigarrillos, dulces, frutas, empanadas... en las peores condiciones higiénicas, con la mano que pelan las frutas, con esa misma reciben las monedas, de vez en cuando lavan las manos en una caneca con el mismo caldo biótico conservado durante todo el día. Los transeúntes ya se acostumbraron a los lixiviados y orinas de taxistas, ya hacen parte su degustación.

Y otros iconos tanto el Parque llamado El poblado como el Lleras, tienen sus dificultades. En aquel es plaza de vicio, allí se hacen drogadictos y expendedores, en éste los altos decibeles deleitan a extranjeros y hacen entrar en calor a las mujeres del comercio sexual. Lo llamado de zona mixta vuelve con sus estragos. Cómo no mencionar lo denunciado por los habitantes residentes, el injusto y excesivo cobro de valorización realizado este año por su alcalde, denuncian en ello la conocida metodología de expulsión para favorecer a los constructores.

Esta lógica arrasa a lo largo y ancho con los espacios públicos, desatenta del buen vivir. Del hábitat humano se pasó a zona de comercio. Motos y carros parquean en calles y andenes, y de transeúntes, invidentes, ninguna consideración, eso de ciudad incluyente es pendejada de humanistas, la regla vigente es sálvese quien pueda, que venza el más fuerte, buenos aprendices del errático darwinismo social.

La cultura mercantil toma forma ilegal. Con el episodio del paramilitarismo se acuñó el término Estado Mafioso, expresión luego develada con la toma de peligrosos asesinos en todas las ramas del poder, pasar revista a la prensa para evidenciarse, lo más reciente corre por cuenta de un magistrado corrupto y despojador de tierras a los campesinos.

En la pantalla chica se reproduce y exhibe el crimen y la muerte, enseñan a gozar con la desgracia para ganar rating. Niñas de dos años violadas por sus padres o familiar cercano; hijos y nietos que extorsionan a sus padres y abuelos so pena de muerte; madres hábiles en entrenar a su prole para robos en almacenes; mujeres bellas que usan sus atributos como carnadas para atracar a los viriles y adinerados ejecutivos. Madres que venden a su hija y fingen secuestro para cobrar recompensa. Es mi país con su loco apellido de la inequidad.

Abel fue agricultor, plantaba la vida. Caín fue ganadero, el sacrificio era lo suyo. Diestro en armas, luego mató a su hermano. Los paisas tuvieron por herramientas el hacha y el machete, con aquella hicieron tala, con este el despeje de la maleza y de vez en vez zanjar diferencias por linderos que no cuadraban. Como en el tiempo bíblico, el ganadero familiarizado con la muerte animal pasó al asesinato. Nuestra cultura es mafiosa, la pobreza aviva el fuego violento en un espacio, en una ciudad no apta para la convivencia. Lo mercantil es primacía.

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