Michael Walzer

Tomado de Philosophie Magazin  nº 96, enero de 2016

En momentos en que Francia se compromete en una “guerra contra el terrorismo”, el filósofo Michael Walzer, consciencia crítica de la izquierda estadounidense, regresa sobre la cuestión de la guerra justa, y le pide a Europa, pero también a los EE. UU. que le tengan más confianza a la tolerancia y al multiculturalismo.
Michael Walzer en 6 fechas

  • 1935 Nace en New York, en el Bronx
  • 1956 Redactor de la revista Dissent
  • 1977 Guerras justas e injustas. Argumentación moral con           ejemplos históricos
  • 1980 Profesor en el Instituto de estudios avanzados de Princeton
  • 1983 Esferas de justicia.  Una defensa del pluralismo y de la igualdad
  • 2016 A la sombra de Dios
Una amplia sonrisa atraviesa el rostro de este teórico de la guerra.  No se precipita para nada en su discurso.  Michael Walzer se toma su tiempo.  Pesa cada argumento.  Aclarando con fines casuísticos la justicia o la injusticia de la guerra, buscando definir las reglas de la vida en común, o a reforzar contra el radicalismo religioso, este hijo de joyero nacido en el Bronx en 1935 ha conservado de su educación el gusto por la política y por el desacuerdo.  Una pasión de niño nacido precisamente justo antes de la Segunda Guerra mundial, educado en un medio judío laico tan profundamente socialista que durante mucho tiempo pensaba que el judaísmo era el otro nombre del socialismo.  El brillante estudiante sigue los cursos de sus mentores, el crítico literario Irvin Howe y del sociólogo Lewis A. Coser.  Con ellos se embarcó en la defensa de una sociedad liberal social-demócrata.  Y por invitación de ellos entró al equipo de Dissent.  La revista fundada en los años 1950, se opuso tanto al maccarthysmo como al estalinismo.  

Michael Walzer milita por la defensa de los derechos civiles, contra la segregación y la guerra del Vietnam, cuya injusticia demuestra.  Estructura entonces su lenguaje político buscando una mejor elaboración teórica.  Ha lanzado su carrera.  Se vuelve profesor, escogiendo las ciencias políticas porque ellas amplían el campo de la reflexión mucho más allá de las simples preocupaciones universitarias.  El intelectual desconfía de las argucias sin fundamento.  Documenta cada uno de sus ensayos con ejemplos históricos; nada de pensamiento flotante.
 
Docente en Harvard, entra luego al Instituto de estudios avanzados de Princeton, en el que es de ahora en adelante uno de los profesores eméritos, luego de cincuenta años de enseñanza y de tomas de posición a favor del pluralismo cultural.  El autor de Guerras justas e injustas (1977) <Barcelona: Paidós, 2001> y de Esferas de justicia (1983) < México: Fondo de Cultura Económica, 1987>, dos ensayos importantísimos de la filosofía contemporánea, ha visto cómo le cuelgan el calificativo de “comunitarista”.  


Michael Walzer no se reconoce allí por completo, prefiriendo el matiz a la etiqueta.  Si no es un defensor del comunitarismo, en el sentido que se le da en Europa, es verdad que el pensador pone el acento en la importancia de las comunidades –nacionales, religiosas o ideológicas– en la constitución de nuestras identidades y para toda elaboración política.  En suma, defiende una cierta idea de la tolerancia, bien en peligro a causa de la actualidad perturbada del mundo.

¿Cómo reaccionó Ud. a los atentados que afectaron a Francia en el 2015?

Michael Walzer: Como todo el mundo, me chocó mucho.  Nos hemos habituado a llorar los muertos extranjeros, víctimas de atentados.  Cada vez, una profunda tristeza.  Pero, por una razón que no me explico, los franceses no nos son extranjeros.

¿Qué le ha llamado la atención de esos ataques?

El hecho de matar al azar, un rasgo característico del terrorismo y de su perversidad.  A diferencia del asesinato político que escoge sus víctimas, el terrorismo masacra inocentes y amenaza los proyectos individuales propagando la inseguridad en los espacios públicos.  Tras esos asesinatos indiscriminados, se apunta a un objetivo más general, a un modo de vida y a una unidad nacional.  A guisa de excusa, coartadas ideológicas o un estado de necesidad se indican a veces para justificar el terrorismo.  Pero es necesario insistir en esto: los que eligen el terror lo hacen libremente.

¿En qué excusa piensa Ud.?

En Acerca de la guerra y del terrorismo, yo indiqué cuatro: la invocación del último recurso, que remite al desespero supuesto de los terroristas; la coartada de la liberación nacional, predicada por movimientos que dicen encarnar la resistencia de los oprimidos; el argumento de la eficacia según el cual el fin justifica los medios; y finalmente, la defensa del terrorismo como la persecución de la política, que siempre sería terroristas.  Ninguna se sostiene.  En realidad, el terrorismo no es sino uno de los medios de la opresión.  Déjeme recordarle aquella expresión de Trotski, que yo parafraseo: los terroristas quieren liberar al pueblo sin su participación.  Incluso si ganan su combate, ellos instaurarán un régimen tan opresivo como el que combatían, porque no han movilizado ningún sostén popular.

¿Cómo luchar contra el terrorismo?

La única manera de romper el círculo vicioso del terrorismo consiste en rechazar jugar el juego de la opresión desconfiando para ello de las consecuencias del antiterrorismo, que produce una nueva forma de opresión.  Se lo ve en Francia donde un estado de excepción ha sido adoptado, creando un atentado a las libertades públicas y el refuerzo del Estado policial.  Nosotros universitarios nos deberíamos amarrar a la definición de una ética de la policía.  Movimientos sociales como The Black Lives Matter [«las Vidas negras cuentan»] en los EE. UU., o los abusos de las fuerzas del orden en los barrios populares en Francia que han puesto el tema sobre la mesa, políticamente pero no filosóficamente.  Son raros los escritos a este respecto, mientras que la teoría de la guerra justa se ha vuelto una pequeña industria universitaria.  A este respecto he escrito un ensayo polémico, publicado como post-facio a la última edición de Guerras justas e injustas: What is Just War About? [«¿Cuál es el objeto de la guerra justa?»].  Mostré cómo la teoría de la guerra justa ya no tiene por objeto de estudio la guerra, sino la teoría de la guerra justa ella misma.  Este desarreglo afecta la filosofía política, que ya sólo se interesa en ella misma.  Ahora bien, lo que presenta un verdadero desafío para las ciencias políticas y para la filosofía es lo real, la historia, los hechos.

¿Qué sería un ética de la policía?

Es esencial preguntarse cuáles son los acciones justas e injustas de la policía, y cuál es su responsabilidad cuando actúa injustamente.  La pretendida guerra contra el terrorismo debe ser conducida siguiendo los límites previstos por la Constitución, en la medida en que la policía defiende la seguridad pero también la libertad de sus conciudadanos.  Debemos preservar esos límites constitucionales, incluso si reclamamos la protección de la policía.  En situación de guerra civil, las libertades públicas pueden ser suspendidas.  Irak o Siria son zonas de guerra, pero ni los EE. UU. ni Francia están en guerra.  Sin embargo, la lucha contra el terrorismo confunde la distinción entre policía y ejército; al ejército se le confían misiones policiales, y a la policía medios militares.  Ahora bien, las reglas que obligan a la policía son muy diferentes de las del ejército.  La regla de proporcionalidad, por ejemplo, no se aplica nunca a la policía.  Ella no puede perseguir un criminal que huye y disparar contra la multitud pretextando que el terrorista es tan peligroso que matar tres civiles no es algo desproporcionado, habida cuenta de la importancia de su arresto.  El ejército hace constantemente ese tipo de cálculos.

¿Es posible conducir una guerra contra el terrorismo?

Lo repito, no estamos en guerra, ni en los EE. UU. ni en Francia.  Por el contrario, en la medida en que Daech controla un amplio territorio, colecta impuestos y provee servicios, se puede avanzar que los bombardeos sobre los territorios que la organización controla son claramente un acto de guerra.  ¿Los combatientes de Daech deben ser reconocidos como beligerantes y, si son capturados, como prisioneros de guerra, a los que se les aplica el derecho?  Pienso que sí.  Estratégicamente esta guerra toma un giro difícil, puesto que nuestros aliados potenciales en el terreno, contra Daech, no se entienden los unos con los otros y defienden intereses divergentes, por no decir contradictorios.  Los turcos preferirían pelear contra los kurdos, los saudíes han sostenido a Daech, el ejército irakí preferiría no pelear; en cuanto al ejército sirio, tiene por enemigos a los rebeldes sirios, y los dos tiene por enemigo a Daech.  Mientras que la coalición occidental no tenga aliados con qué contar, no podrán ganar esta guerra.

¿En caso de que se admitiera que existe claramente una guerra con Daech, puede ser justa?

Tres criterios definen una guerra justa o injusta.  El primero reposa sobre el jus ad bellum, la justicia relativa a la decisión de combatir, el derecho a la guerra.  Desde este punto de vista, una guerra se justifica por la defensa contra un acto de agresión.  Conviene en segundo lugar, analizar la manera cómo la guerra está siendo conducida, el jus in bello, o la justicia en la conducción de la guerra.  Una de las principales preguntas es: ¿se esfuerzan los combatientes por proteger a los civiles?  Tercero, es necesario interrogarse sobre el jus post bellum, imaginando para ello cómo organizar el establecimientos y el mantenimiento de la justicia luego de la guerra.  Si falta un objetivo bien identificado, ninguna guerra puede ser justa.  Ahora bien, ¿qué se está buscando con la guerra en Siria?  ¿Cuál es su salida?  Ningún líder político está en condiciones de decirlo.  Por el contrario, la pretendida “guerra contra el terrorismo”, que no es una real guerra, no tiene fin, como no la tiene toda guerra contra el crimen.  Se puede esperar reducir la amenaza de los ataques terroristas, así como se puede detener una oleada criminal, pero no existe victoria final contra el terror o el crimen.

¿Cuál sería el objetivo de una guerra justa en Irak y en Siria?

Sería el establecimiento de una forma de autonomía para los kurdos y para los sunitas, cuando se vaya a reconstruir los dos países.  Sin esto, los aliados nunca tendrán el apoyo de la población civil y de las fuerzas combatientes sobre el terreno.  La segunda condición para que esta guerra sea llevada justamente sería que ella fuera la obra de una verdadera coalición de participantes totalmente implicados y no solamente asunto de bombardeos franceses o estadounidenses.  Tercera, la guerra en tierra debe ser hecha por los locales.  Sin ella, una guerra aérea no conducirá a ningún lado.  Ahora bien, una guerra que se emprenda sin una perspectiva de éxito no puede ser justa.

¿Cuál sería el mejor medio para ayudar a los refugiados sirios que afluyen a Europa?

Dos vías se abren para ayudar los refugiados: ponerle diques a la ola de los que llegan, resolviendo los problemas ligados a la pobreza en los países de los que han huido, o acoger a los migrantes, algunos para que permanezcan, otros por un tiempo.  Evidentemente, esta elección no es una.  Desde un punto de vista moral y político, hay que avanzar sobre estos dos frentes.  Primero, es necesario estar en condiciones de acoger los refugiados.  Jordania, Líbano y Turquía soportan prácticamente todo el peso de la migración; millones de refugiados están alojados en campos, lejos de las fronteras de Europa.  Debemos aportarles más sostén.  Alemania ha acogido una buena parte de esos refugiados.  Y Angela Merkel ha evocado la idea de compartir ese fardo asignándole a cada miembros de la Unión europea una cuota.  Los países ricos y relativamente ricos deberían todos participar con su justa parte de refugiados.

¿Incluso los EE. UU.?

Sí.  Debemos acoger los refugiados de aquellas partes del mundo que hemos contribuido a arruinar.  Los EE. UU. como Francia son países de inmigración; todo norteamericano y muchos franceses tienen un padre o un abuelo emigrado.  Hay que defender esa identidad multicultural.  En los EE. UU., los candidatos a las primarias, especialmente de derecha, rivalizan más bien por encontrar argumentos contra la acogida de los refugiados, lo que también hace el Frente Nacional en Francia.  Yo prefiero recordar aquella frase de Blum, que afirmaba en 1938, cuando también se presentó otra gran crisis migratoria: “Vuestra casa quizás está ya llena.  Es posible.  Pero cuando ellos tocan a vuestra puerta, la abrís, y no les preguntáis para ello ni sus partidas de estado civil, ni sus antecedentes judiciales”

¿Y en lo concerniente a la segunda vía?


Se trata de encausar las razones de la inmigración, conduciendo una guerra justa tal y como he podido describirla.  En lo que concierne a la cuestión de la justicia, luego de que la guerra de la coalición se desató, imagino una solución sin duda utópica.  Los países que como Libia, Siria o Irak, no serán ni independientes ni autónomos antes de mucho tiempo, podrían ser puesto bajo tutela de una organización internacional que vigilara mantener el derecho y proveer los servicios de base, bajo la supervisión de las Naciones Unidas.  Este tipo de acuerdo permitiría establecer las condiciones de la estabilidad, con el fin de que los ciudadanos de esos países arrasados puedan regresar a ellos y comenzar a reconstruirse.

¿Es un peligro para Europa la crisis migratoria?

Los refugiados en Europa obligan a repensar la cuestión de las fronteras, que se restablecen por todas partes y que hacen pesar una amenaza sobre la visión de Europa en tanto que territorio abierto, de libre circulación, que defiende valores liberales.  Ahora, ¿son esos inmigrantes un peligro para Europa?  No, si se retoma un verdadero esfuerzo de integración.  Y debería ser más fácil de pensarlo en sociedades de inmigrantes como los EE. UU. y Francia.  Soy uno de esos intelectuales estadounidenses que piensan que la historia del mundo reposa sobre las revoluciones inglesa, francesa y rusa, a las que he dedicado mis primero ensayos: la Revolución de los santos (1965) <Buenos Aires: Katz, 2008>, donde muestro cómo los puritanos han permitido paradójicamente la revolución inglesa en el siglo XVII; y Regicida y Revolución.  El Proceso de Luis XVI (1974).  Pero recientemente me he vuelto a sumergir en el estudio de la historia norteamericana.  Durante los años 1840, una fuerte inmigración irlandesa católica ha roto en las costas del país.  Se decía entonces que esos refugiados eran criminales o papistas, fieles a Roma, y muchísimos estadounidenses creían que ellos echarían abajo a la República…  Luego le llegó el turno a los italianos, todos presuntos anarquistas, y a los judíos, todos comunistas.  El argumento de la amenaza extranjera no es de ayer.  Ahora bien, si la integración es exitosa (como lo ha sido en los EE. UU.), ese “peligro” se vuelve el fermento de una sociedad mejor y más rica.

¿Por qué sostiene Ud. que los intelectuales de izquierda no logran pensar el islam?

Para la izquierda nada ha cambiado; la religión es un fenómeno de superestructura, si queremos retomar el vocabulario marxista.  Sólo cuentan verdaderamente las fuerzas económicas.  Muchos creen todavía en el desencantamiento del mundo y en el triunfo de la ciencia como consecuencia necesaria del progreso, continuando con el ideal de las Luces.  ¿Qué se constata?  La religión ha adoptado formas radicales en todas partes del mundo, entre los hindúes, los budistas, los judíos, los musulmanes.  Pero numerosos son los intelectuales de izquierda que, interesados en evitar toda acusación de islamofobia no osan hacerle ninguna crítica al Islam radical.  Prefieren insistir en el hecho de que la causa del fanatismo religioso no es tanto la religión como la opresión del imperialismo occidental y la pobreza que crea.  No es totalmente falso.  Daech no habría nacido en Irak sin la invasión norteamericana en 2003.  Sin embargo el Califato no es producto de los EE. UU. sino el fruto de un regreso de lo religioso, hostil a los valores occidentales.  Debemos emprender una guerra ideológica, comenzando por aprender a llamar claramente a nuestros enemigos y distinguiendo para ello el Islam del fanatismo islamista.  Segundo, debemos admitir que la marcha del progreso que tiende al establecimiento de una sociedad laica, al desarrollo de la ciencia y de la razón, no es ineluctable.  En Occidente, las iglesias se vacían pero, en el resto del mundo, la resistencia a la secularización es grandísima.  Tercero, debemos efectuar una campaña intelectual contra los argumentos oscurantistas, a favor de la democracia, de la libertad y del pluralismo.  ¡Atención! mas no por ello voy a suscribir lo del ¡choque de civilizaciones!  No pienso la lucha contra el islamismo en términos civilizacionales, sino ideológicos.

¿Cómo ganar esta guerra ideológica?

Se trata de comprender mejor el sentimiento religioso y de identificar como algunas comunidades se baten por defender su propia versión de la liberación, en un contexto religioso.  Por ejemplo, la organización Women Living under Muslim Law, reagrupa mujeres mayoritariamente religiosas que buscan, en los textos del Islam, los que son susceptibles de ser interpretados a favor de la igualdad de género.  Ellas se afanan por los derechos civiles desde el interior de la comunidad religiosa.  Me ejercito en ese diálogo crítico con la religión en A la sombra de Dios.  Políticas en la Biblia Hebrea (2012), que he escrito como laico, lector de la Biblia, que frecuenta la comunidad judía.  Insisto en el hecho de que una lectura que busca en las escrituras un mensaje divino que indique una marcha a seguir, no ayudará para nada.  La Biblia no es un libro de teoría política.  No defiende una versión única de la buena vida política o un régimen preferido.  Tenemos que plantea muchas cuestiones políticamente interesantes para quien busque comprender cómo se concibe una sociedad política, como es defendida la autoridad, cuándo es justo levantarse en guerra…  La Biblia tiene eso de apasionante que, aunque fue compuesta a lo largo de cientos de años, su “edición final” conserva todos los desacuerdos de sus autores.  Ese texto no da ninguna recomendación, que no sea a favor de la coexistencia de las diferencias y de la tolerancia.

¿Es la coexistencia pacífica una definición de la tolerancia?

Me gustaría que la tolerancia fuera algo más que una ¡coexistencia llevada a su límite!  La tolerancia debe ser un ideal entusiasmador, que permita concebir un enriquecimiento en la pluralidad.  Hay que repetirlo; un Estado que incluye diferentes poblaciones, diferentes religiones, diferentes orígenes étnicos, es un lugar excitante donde vivir.  No he dejado de defender esta idea, como multiculturalista moderado.

Contra la idea liberal de que sería posible determinar principios de justicia universales, Ud. le opone el concepto de “esferas de justicia”.  ¿De qué se trata?

Esta noción nació de un diálogo con el filósofo John Rawls, conocido por su Teoría de la justicia.  Cuando nos frecuentábamos, yo estaba en desacuerdo con su proposición de definir los principios de justicia de una sociedad bajo un “velo de ignorancia”, abstracción hecha de nuestras diferencias culturales.  Yo defiendo por el contrario la posibilidad de vivir en un país donde se codeen muchos bienes, comprendidos de maneras diferentes y distribuidos según principios diferentes.  No existe un solo principio de distribución para todos los bienes sociales.  En este régimen de “igualdad compleja”, existen diferentes esferas de justicia: económica, política, incluso religiosa y familiar.  Corresponden cada una a una concepción de un tipo de bien, distribuido siguiendo los criterios de la esfera dada.  Le corresponde a la política garantizar la independencia de esas esferas, al mismo tiempo que fija los límites de la convertibilidad de los bienes sociales.  Por ejemplo, el poder político no puede ser utilizado en la esfera económica, donde la distribución de bienes es el fruto del mercado.  Y en la esfera de la salud, el dinero no debería tener ningún rol a jugar; la necesidad es el mejor criterio de distribución de los cuidados.  Tampoco el dinero debería estar autorizado a interferir con la esfera política, y así sucesivamente.  Esta teoría le conviene al marco general de una sociedad liberal, social-demócrata y multicultural, tal y como yo la defiendo.

¿Existe una esfera educativa?

Sí.  Ni la fe religiosa, ni el género, ni el medio familiar deberían estar autorizados a controlar o a plantearle límites a la enseñanza.  La distribución de los bienes educativos debe ser un servicio público asegurado para todos los futuros ciudadanos.  La democracia tiene necesidad de un sistema educativo robusto.  Soy completamente favorable a la instauración en todas las escuelas públicas o religiosas de cursos de política estadounidense, de historia de la democracia, de comprensión de la ciudadanía.  Formemos los futuros electores.  Así mismo, se podrían dictar cursos de religión que inciten a los estudiantes a la lectura de los diferentes textos sagrados; incluso los podría exigir el Estado.

El asunto de la educación ¿está en juego en las próximas presidenciales norteamericanas?

No ciertamente.  Los asuntos están girando más bien sobre la inmigración.  El partido republicano podría muy bien auto-destruirse, porque sus candidatos rivalizan para saber cuál se echará más a la derecha con el fin de ganarse las primarias.  Nunca vi a un grupo político tan inepto para dirigir un país pluralista, multiétnico y multi-religioso.  En el polo opuesto, Bernie Sanders es el primer candidato que se presenta con la etiqueta de socialista demócrata.  Si bien es cierto que ha permitido mostrar que existe en los EE. UU. mucho más interés por una política socialista de lo que se podía pensar, también es cierto que no será investido candidato demócrata.  Dicho esto, yo espero que logrará transformar a sus partidarios en una fuerza política eficaz durante las elecciones, y a motivas a los otros a que se comprometan en política.

¿A los otros?

A los que no votan y que, precisamente, ¡más necesidad tienen de ser defendidos!  La tasa de abstención sigue siendo muy elevada.

¿Por qué defiende Ud. el regreso a la noción de clase?

En estos últimos años en los EE. UU., los políticos a favor de la defensa de las diferencias han llegado a avances en materia de derechos de las mujeres, de los gays, de los negros, y de los derechos civiles, incluso si todavía hay mucho por hacer.  Desde este punto de vista, los EE. UU. se han vuelto más igualitarios.  Sin embargo, si se mira la población en su conjunto, las desigualdades y las jerarquías sociales se han intensificado.  La suma de los progresos particulares, loables y obtenidos a veces luego de fuertes luchas de los grupos de defensa de las minorías, paradójica y globalmente ya reforzado la desigualdad; una vez satisfechas sus reivindicaciones, esos grupos tienden a retirarse de la lucha contra la deriva inequitativa de nuestra sociedad.  En resumen, cada uno defiende sus particularismos y legitima el orden establecido.  Es hora de volver a la noción de clase, reuniendo no a los electores  en torno a la defensa de tal o cual interés particular, sino más ampliamente en torno al reconocimiento de la amenaza económica que pesa sobre tanto estadounidenses.  Los políticos han de ser suficientemente animosos como para atarearse con la defensa de una visión liberal no individualista; se trata de encarar las amenazas del repliegue identitario, estableciendo para ello acomodamientos políticos que hagan posible un pluralismo democrático más equitativo.

Afirmaciones recogidas y traducidas del inglés al francés por Cédric Enjalbert

Traducido por Luis Alfonso Paláu C., Medellín, 22 de enero de 2016.
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