Slavoj Žižek.
Tomando en serio el caso de una joven británica que se unió a sí misma la primavera pasada para manifestar el amor que se tenía, el filósofo esloveno Slavoj Žižek se interroga, no sin humor, sobre el nuevo ideal de transparencia que gobierna las costumbres.
¿Puede uno imaginarse ser otro? Un psicoanalista replicaría: uno no puede ni siquiera imaginarse ser uno mismo. O más precisamente, uno se imagina ser uno mismo pero uno no lo es verdaderamente.
En la primavera del 2015, una tal Grace Gelder, joven fotógrafa adepta a la meditación causó revuelo en la prensa británica. Inspirada en la letra de una canción de Björk –«married to myself» («casada consigo misma», extraída de Isobel que figura en su segundo álbum, Post)–, decidió en efecto dar el paso: organizó una ceremonia de matrimonio, pronunció sus promesas de fidelidad para sí misma, se puso la argolla en el dedo y se dio el beso en el espejo… Más allá de esta información absurda, el concepto de self-dating y de self-marrying parece tener el viento en popa. Sitios de Internet dan consejos para prepararse a una cita consigo mismo: esparza palabras dulces por el apartamento, haga arreglos, encienda las velas, póngase su vestido más bello, anuncie a sus amigos que va a pasar una velada cara a cara consigo mismo… El self-dating está encargado de promover un mejor conocimiento de sí, conducirnos a descubrir quienes somos y lo que queremos; comprometiéndonos con nuestro ser más íntimo, llegaremos a aceptarnos mejor y a estar en armonía con nosotros mismos, para aprovechar plenamente la vida. ¿Puede ser cumplida una tal promesa?
Antes que sonreír burlonamente frente a la manifestación atroz de esta patología contemporánea que es el narcisismo, veamos lo que revela: la noción de self-dating y de self-marrying implica que no se es uno consigo mismo. No puedo desposarme sino con la condición de no ser directamente yo mismo; mi unidad exige ser confirmada por el Otro con una O mayúscula, realizada en una ceremonia simbólica, “oficializada”. Y es esto claramente lo que plantea el problema: ¿cómo esta inscripción en el orden simbólico a los ojos del cual estoy «casado conmigo mismo» remite a mi experiencia de mí mismo? ¿Y si este regreso sobre mí mismo me condujera a descubrir cosas poco apetitosas? ¿Celos, fantasmas sádicos, perversiones sexuales? ¿Y si mi pretendida “riqueza interior” se revelase no ser mas que un flan? En una palabra, ¿si me apercibiese que soy mi prójimo, en el sentido bíblico del término (un desconocido impenetrable, completamente ajeno a mi yo oficial) y que busco el contacto con otro precisamente para escapar de mí mismo? Se dice que para amar al prójimo hay que comenzar por amarse uno mismo. ¿No es más bien para escapar de mí mismo que amo a mi prójimo? ¿No sería pues yo amable sino con la condición de amar al otro? Casarse consigo mismo supone un buen entendimiento interior, pero ¿qué va a pasar si no logro reconciliarme conmigo mismo? ¿Y si sólo me doy cuenta de esto después de mi auto-matrimonio? ¿Requeriré emprender un proceso de divorcio? ¿Este divorcio será reconocido por la Iglesia católica? Tratándose de amar a su prójimo como a sí mismo, Lacan constataba amargamente en 1958 «la imposibilidad de responder a esta suerte de interpelación en primera persona»: «Jamás nadie ha supuesto que a ese “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, le pueda responder un: “amo a mi prójimo como a mi mismo”, porque evidentemente estalla a los ojos de todos la debilidad de esa formulación» (Les Formations de l’inconscient. Séminaire V).
Un contrato de consentimiento
Es aquí donde tropieza el célebre mandamiento: “¡Sé tu mismo!” Sí, ¿pero cuál? Si el yo que desposo es mi alter ego, el mejor de mí mismo, mi yo ideal, la identificación consigo y la aceptación de sí oscilan imperceptiblemente hacia la alienación radical, y yo estaré constantemente atormentado por el temor de no ser fiel a mi yo verdadero. Este asunto se encuentra en el primer gadget políticamente correcto, comercializado bajo la forma de un «kit de consentimiento». Por la módica suma de 1,99 dólar, la Affirmative Consent Project puso a la venta una bolsita (en nobuk o en tela, según se quiera) que contiene un preservativo, un bolígrafo, pastillas de menta y un contrato que establece el libre consentimiento para una relación sexual. Antes de consumar un acto sexual, los participantes tienen así la posibilidad de fotografiarse con el contrato en la mano o de fechar y de firmar el mencionado documento.
Para estar exento de toda sospecha de constreñimiento, una relación sexual debe ser objeto de una declaración previa que estipule que ha tenido que ver con una decisión libre y reflexionada de parte de los dos compañeros. En términos lacanianos, debe ser registrada por el Otro con O mayúscula, inscrita en el orden simbólico. El «kit de consentimiento» lo único que hace es ratificar la nueva mentalidad estadounidense. California acaba de promulgar en efecto una ley que exige a las universidades subvencionadas por el Estado que obliguen a sus estudiantes a obtener un consentimiento afirmativo, es decir «un acuerdo explícito, consciente y deliberado», antes de toda relación sexual, so pena de ser perseguido por agresión sexual.
¿Quién está llamado a expresar este «acuerdo explícito, consciente y deliberado»? convoquemos la triada freudiana del yo, del superyo, y del ello (o más simplemente, mi consciencia, mi sentido moral y mis deseos inconfesables). ¿Qué ocurrirá en caso de conflicto entre estas tres instancias? Supongamos que bajo la presión del superyo, el yo resiste, pero el ello sucumbe al deseo reprimido. O admitamos que, por el contrario, yo respondo favorablemente, que yo cedo a mi deseo pero que mi superyo descarga entonces un sentimiento de culpabilidad agobiador. Llevemos el razonamiento hasta el absurdo: ¿debe el contrato ser firmado por el yo, por el superyo y por el ello de cada parte, es decir que sólo será válido si todos se ponen de acuerdo? El participante masculino ¿no corre el riesgo de hacer valer su derecho contractual de desistir y de anular el acuerdo durante la consumación del acto? Imaginemos que luego de haber obtenido el consentimiento de su compañera, una vez que están desnudos en el lecho, un detalle ínfimo, como un eructo infortunado, viene a romper el encanto e incita al hombre a retirarse. ¿No será esta una humillación grandísima para la mujer?
La ideología subyacente a esta promoción del «respeto sexual» exige que se la examine de más cerca. Según la fórmula consagrada «sí ¡es sí!» (este «sí» debe ser explícito, y no simplemente una ausencia de «no»). Un «no no» no equivale automáticamente a un «sí»; si una mujer no resiste activamente a su seductor se expone a diversas formas de presión. Pero es aquí donde surge el problema; ¿qué ocurre si una mujer lo quiere apasionadamente pero no se atreve a decirlo abiertamente? ¿Qué sucede si, para uno u otro de los participantes, un semblante de obligación le pone pimienta al juego erótico? ¿Y a qué género de prácticas sexuales se le da su consentimiento? ¿Se requerirá que el contrato sea más detallado, de suerte que el consentimiento sea específico? Sí si la penetración es vaginal pero no anal, sí a una felación pero sin tragarse el semen, sí a unas nalgaditas pero no a los golpes, etc. Entonces se seguirá un fastidioso proceso de negociación que arriesgará con aniquilar el deseo, incluso aunque él pueda también estar erotizado. Pero tenemos otro escenario posible: aquel consentimiento obtenido bajo presión. En una de las escenas más perturbadoras de la película de David Lynch Sailor & Lula (1990), Willem Dafoe atormenta a Laura Dern en una pieza de motel. Le hace padecer manoseos, invade su intimidad y repite en un tono amenazador: «Dí: “¡poséeme!”». El trata de sacarle una palabra que significara su consentimiento a una relación sexual. Como salida a esta confrontación insostenible, Laura Dern termina por ceder y pedirle con un suspiro: «¡Métemelo!» Dafoe la deja entonces, dibuja una sonrisa y contesta descuidadamente: «No gracias, debo irme, pero otra vez quizás…» La impresión de malestar que desprende esta escena tiene que ver con que el rechazo inesperado de Dafoe marca su último triunfo. En un sentido, este rechazo es más humillante de lo que habría sido la violación. Dafoe ha logrado lo que deseaba verdaderamente: no el acto en sí mismo, sino el consentimiento de Dern, su humillación simbólica.
Estos problemas están lejos de ser anecdóticos; ellos apuntan al corazón mismo de la interacción erótica de la que uno no puede descartarse adoptando para ello una posición de metalenguaje neutro, y declarar estar dispuesto a ello (o no); este acto hace parte integral de la interacción. Ya sea que deserotice la situación, ya sea que esté erotizada. Hay en la estructura misma de la interacción erótica algo que se resiste a una declaración formal de consentimiento o de intención. En la película de Mark Herman Las Virtuosas (1997), el héroe regresa acompañando a su casa a una bella joven que le propone subir a beber un café. Él le responde que no toma café. Ella replica sonriendo: «No hay problema. No tengo café…» La carga erótica de esta réplica tiene que ver con la manera cómo, por una doble negación, ella formula una invitación sexual sorprendentemente directa sin nunca mencionar el sexo; al invitar a este hombre a su casa para beber un café, luego al confesar que no tiene café, no anula su invitación sino que deja entender que su invitación sólo era un pretexto. ¿Cómo debe proceder este hombre para obedecer al «respeto sexual»? Deberá él decir: «Esperá un minuto, que me queden claras las cosas: tu me invitás a tomar un café en tu casa, pero no tenés café… Deduzco que querés follar, ¿es eso?» Aquello del «sí cuando es un sí» echará a perder no solamente el encuentro sino que será percibido (con toda razón) como agresivo y humillantes para la mujer.
Sexo y pretextos
Imaginemos diferentes variantes, comenzando por el intercambio más explícito: «Tengo ganas de que vengas a mi casa a follar» «Está bien, yo también tengo ganas de follar, ¡vayamos!» Luego, la explicitación del pretexto: «Tengo ganas de que vengas a casa para que me folles, pero no me atrevo a pedírtelo abiertamente. Conviene pues que te proponga un café» «No tomo café, pero también tengo ganas de follar, ¡vayamos!». La respuesta del que no ha comprendido nada: «¿Quieres entrar a beber un café?» «Lo siento, no bebo café» «No se trata de beber un café, imbécil, sino de follar. El café ¡es solamente un pretexto!» «¡Ah! De acuerdo, entonces ¡hagámoslo!» El paso del gallo al asno: «¿Subes a tomar un café?» «¡Oh sí! ¡Tengo muchas ganas de follar!» (o: «Lo siento, estoy demasiado fatigado para follar esta noche») Inversamente: «¿Quieres follar?» «Lo siento, no tengo ganas de café» (incluso acá, este rechazo cortés se entiende como un gesto de agresión y de humillación extrema) Podríamos también imaginar una variante del modo «café sin… »: «Estoy fatigado esta noche, me encantaría subir a tomar un café, pero sin sexo» «En este momento, tengo la regla, pero como no quiero ofrecerte un café sin sexo, tengo un buen DVD para que veamos. Qué te digo, ¿un DVD sin café?» Y la variante auto-reflexiva: «¿Subes?» «No estoy seguro de querer follar o mirar una película… si se pudiera solamente beber un café…».
¿Por qué no funciona la invitación directa? Porque en el fondo el problema no es que un café sea siempre un simple café, ni que una relación sexual nunca sea una simple relación sexual, que no hay relación sexual y es porque el acto sexual requiere un suplemento fantasmático. No es solamente el pudor el que impide formular la invitación directa: «Ven, ¡follemos!» La mención del café o cualquier otro pretexto ofrece el marco fantasmático al acto sexual. En otros términos, lo que está reprimido de manera primordial en la escena de las Virtuosas no es la relación sexual (que por esta razón debe ser reemplazada en el texto explícito por un café) sino lo que falta en el sexo mismo, la imposibilidad o el fracaso inherente a la relación sexual. El reemplazo de la relación sexual por el café constituye una represión secundaria que viene a enmascarar la represión primordial. Lo que le falta a la relación sexual, es simplemente su causa. Ahora bien el único medio de invocar esta causa consiste precisamente en derogar la regla del “cuando es sí es sí”.
Políticamente correcto y ofensa del arte
En materia de sexualidad, la regla del «si es si» testimonia sobre la subjetividad narcisística que prevalece en la actualidad. El individuo es percibido como un ser vulnerable, que pide ser protegido por todo un conjunto de reglas, ser prevenido de las eventuales intrusiones susceptibles de perturbarlo. Cuando salió a los teatros en 1982, ET el extraterrestre fue prohibido en Suecia, en Noruega y en Dinamarca porque una representación poco aduladora de los adultos arriesgaba con comprometer las relaciones padres-hijos (un detalle ingenioso confirma esta acusación: durante los primeros minutos de la película los adultos sólo aparecen por debajo de la cintura).
Retrospectivamente, esta censura aparece como un signo antes de tiempo de la obsesión de lo políticamente correcto que se supone asegura a los individuos contra toda experiencia susceptible de chocarles. Más allá de las experiencias realmente vividas, incluso la ficción está sometida a la censura. Es lo que ha mostrado recientemente una petición del comité consultivo de la universidad de Columbia (Nueva York) para los asuntos multiculturales, que sugiere ponerle a ciertas obras clásica trigger warnings, avisos de advertencia contra un contenido susceptible de desatar un estrés postraumático. Esta petición se hizo a partir de una queja interpuesta por una estudiante que decía haber sido “traumatizada” por las descripciones de violación en las Metamorfosis de Ovidio, obra que estaba en el programa de estudio. Como el profesor no se tomó en serio el asunto, el mencionado comité consultivo propuso al personal docente «sesiones de formación de sensibilidad» para dirigirse a los sobrevivientes de ataques, a las personas de color o a las personas venidas de medios desfavorecidos. El biólogo estadounidense, y ateo militante, Jerry Coyne tiene razón cuando observa que «si se multiplican los trigger warnings (no solamente a propósito de agresiones sexuales, sino también de violencia, de sectarismo, de racismo), vamos a terminar por calificar de potencialmente ofensivas todas las grandes obras literarias. La Biblia, La Divina Comedia, Huckleberry Finn (sembrada de reflexiones racistas), toda la literatura anterior a la toma de conciencia que las minorías, las mujeres y los homosexuales tienen también ellos derechos. En cuando a la violencia y al odio, ellos están por todas partes, hacen parte de la literatura tanto como de la verdadera vida. ¡Pues que las almas sensibles se abstengan! ¿Crimen y castigo? Violencia contra una persona de edad. ¿El Gran Gatsby? Violencia contra las mujeres. ¿el Infierno? Violencia, sodomía, tortura. ¿Gentes de Dublin? Pedofilia. A fin de cuentas, cualquiera puede sentirse ofendido o traumatizado por cualquier cosa: los liberales por la política conservadora, los pacifistas por la violencia, las mujeres por el sexismo, las minorías por la intolerancia, los judíos por el antisemitismo, los musulmanes por una referencia a Israel, los creacionistas por la evolución, los creyentes por el ateísmo, etc.»
La lista podría prolongarse indefinidamente. ¿No se ha llegado hasta proponer la borradura digitalmente de los cigarrillos de las grandes películas hollywoodienses? Las personas de flacos recursos no son las únicas en poderse sentir chocadas; ¿qué decir de los ricos que se encierran en su capullo para evitar un encuentro “traumatizante” con las clases inferiores? El aislamiento y el encapullamiento ¿acaso no son estrategias de ricos? El caso de la religión es particularmente interesante. En Europa Occidental, los representantes de la comunidad musulmana piden que la ley prohíba la blasfemia y el no-respeto de las religiones. Eso está bien, pero ¿esta prohibición no debería aplicarse también a los textos religiosos? ¿No sería deseable reescribir la Biblia y el Corán en un estilo políticamente correcto? Y habría igualmente que prohibir el no-respeto del ateismo. Y finalmente, muchos de nosotros nos ofuscaríamos con una tal proliferación de trigger warnings y veríamos acá un régimen opresivo de control total. Lo que merece ser contestado aquí, es la premisa misma del comité consultivo de la universidad de Columbia: «Los estudiantes deben poder sentirse seguros en las salas de clase». No, ellos no tienen porque sentirse seguros, deben aprender a hacerle frente a todas las humillaciones, a todas las injusticias y combatirlas. La concepción de la vida que promete el comité consultivo de Columbia esta fundamentalmente sesgada. Para citar una vez más a Jerry Coyne: «Es hora de que los estudiantes aprendan que la vida es traumatizadora. Permanecer encerrado en una torre de marfil durante cuatro años, es no haber comprendido nada» Necesitamos por el contrario aprender a salir de nuestro capullo, a aceptar la inseguridad de la existencia y a intervenir en ella. Precisamos tomar conciencia de que el mundo en el que vivimos no es un lugar seguro; él nos expone a toda suerte de peligros, ya se trate de catástrofes ecológicas, de amenazas de guerra o de violencia social.
Por Slavoj Žižek
Nacido en 1949 en Liubliana en Eslovenia. Filósofo estrafalario, apasionado del psicoanálisis y del cine, inspira en la actualidad a una gran parte de la juventud contestataria del mundo entero. Sus últimas obras aparecidas en español y en francés son < El prójimo. Tres indagaciones sobre teología política, Amorrortu editores, 2010 >, < Lenin reactivado. Hacia una política de la verdad, AKAL, 2010 >, < Primero como tragedia, luego como farsa, 2011 >, Pour défendre les causes perdues (Flammarion, 2012) < En defensa de causas perdidas, Akal, 2011>, < Robespierre. Virtud y terror, AKAL, 2011 >, Violence (Au diable vauvert, 2012) < Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Paidós, 2009 >, < Cómo leer a Lacan, Paidós, Buenos Aires, 2008 > Lacan & ses partenaires silencieux (éd. NOUS, 2012) < Filosofía y actualidad. El debate, Amorrortu editores, 2012 >, < Bienvenidos a tiempos interesantes!, Txalaparta, 2012 > y Sauvons-nous de nos sauveurs (avec Srećko Horvat, éd. Post-, 2013).
Tomado de Magazin Philosophie nº 96, enero de 2016
Traducido del inglés al francés por Myriam Dennehy; del francés al español por Luis Alfonso Paláu, Medellín, enero 25 de 2016.
Tomando en serio el caso de una joven británica que se unió a sí misma la primavera pasada para manifestar el amor que se tenía, el filósofo esloveno Slavoj Žižek se interroga, no sin humor, sobre el nuevo ideal de transparencia que gobierna las costumbres.
¿Puede uno imaginarse ser otro? Un psicoanalista replicaría: uno no puede ni siquiera imaginarse ser uno mismo. O más precisamente, uno se imagina ser uno mismo pero uno no lo es verdaderamente.
En la primavera del 2015, una tal Grace Gelder, joven fotógrafa adepta a la meditación causó revuelo en la prensa británica. Inspirada en la letra de una canción de Björk –«married to myself» («casada consigo misma», extraída de Isobel que figura en su segundo álbum, Post)–, decidió en efecto dar el paso: organizó una ceremonia de matrimonio, pronunció sus promesas de fidelidad para sí misma, se puso la argolla en el dedo y se dio el beso en el espejo… Más allá de esta información absurda, el concepto de self-dating y de self-marrying parece tener el viento en popa. Sitios de Internet dan consejos para prepararse a una cita consigo mismo: esparza palabras dulces por el apartamento, haga arreglos, encienda las velas, póngase su vestido más bello, anuncie a sus amigos que va a pasar una velada cara a cara consigo mismo… El self-dating está encargado de promover un mejor conocimiento de sí, conducirnos a descubrir quienes somos y lo que queremos; comprometiéndonos con nuestro ser más íntimo, llegaremos a aceptarnos mejor y a estar en armonía con nosotros mismos, para aprovechar plenamente la vida. ¿Puede ser cumplida una tal promesa?
Antes que sonreír burlonamente frente a la manifestación atroz de esta patología contemporánea que es el narcisismo, veamos lo que revela: la noción de self-dating y de self-marrying implica que no se es uno consigo mismo. No puedo desposarme sino con la condición de no ser directamente yo mismo; mi unidad exige ser confirmada por el Otro con una O mayúscula, realizada en una ceremonia simbólica, “oficializada”. Y es esto claramente lo que plantea el problema: ¿cómo esta inscripción en el orden simbólico a los ojos del cual estoy «casado conmigo mismo» remite a mi experiencia de mí mismo? ¿Y si este regreso sobre mí mismo me condujera a descubrir cosas poco apetitosas? ¿Celos, fantasmas sádicos, perversiones sexuales? ¿Y si mi pretendida “riqueza interior” se revelase no ser mas que un flan? En una palabra, ¿si me apercibiese que soy mi prójimo, en el sentido bíblico del término (un desconocido impenetrable, completamente ajeno a mi yo oficial) y que busco el contacto con otro precisamente para escapar de mí mismo? Se dice que para amar al prójimo hay que comenzar por amarse uno mismo. ¿No es más bien para escapar de mí mismo que amo a mi prójimo? ¿No sería pues yo amable sino con la condición de amar al otro? Casarse consigo mismo supone un buen entendimiento interior, pero ¿qué va a pasar si no logro reconciliarme conmigo mismo? ¿Y si sólo me doy cuenta de esto después de mi auto-matrimonio? ¿Requeriré emprender un proceso de divorcio? ¿Este divorcio será reconocido por la Iglesia católica? Tratándose de amar a su prójimo como a sí mismo, Lacan constataba amargamente en 1958 «la imposibilidad de responder a esta suerte de interpelación en primera persona»: «Jamás nadie ha supuesto que a ese “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, le pueda responder un: “amo a mi prójimo como a mi mismo”, porque evidentemente estalla a los ojos de todos la debilidad de esa formulación» (Les Formations de l’inconscient. Séminaire V).
Un contrato de consentimiento
Es aquí donde tropieza el célebre mandamiento: “¡Sé tu mismo!” Sí, ¿pero cuál? Si el yo que desposo es mi alter ego, el mejor de mí mismo, mi yo ideal, la identificación consigo y la aceptación de sí oscilan imperceptiblemente hacia la alienación radical, y yo estaré constantemente atormentado por el temor de no ser fiel a mi yo verdadero. Este asunto se encuentra en el primer gadget políticamente correcto, comercializado bajo la forma de un «kit de consentimiento». Por la módica suma de 1,99 dólar, la Affirmative Consent Project puso a la venta una bolsita (en nobuk o en tela, según se quiera) que contiene un preservativo, un bolígrafo, pastillas de menta y un contrato que establece el libre consentimiento para una relación sexual. Antes de consumar un acto sexual, los participantes tienen así la posibilidad de fotografiarse con el contrato en la mano o de fechar y de firmar el mencionado documento.
Para estar exento de toda sospecha de constreñimiento, una relación sexual debe ser objeto de una declaración previa que estipule que ha tenido que ver con una decisión libre y reflexionada de parte de los dos compañeros. En términos lacanianos, debe ser registrada por el Otro con O mayúscula, inscrita en el orden simbólico. El «kit de consentimiento» lo único que hace es ratificar la nueva mentalidad estadounidense. California acaba de promulgar en efecto una ley que exige a las universidades subvencionadas por el Estado que obliguen a sus estudiantes a obtener un consentimiento afirmativo, es decir «un acuerdo explícito, consciente y deliberado», antes de toda relación sexual, so pena de ser perseguido por agresión sexual.
¿Quién está llamado a expresar este «acuerdo explícito, consciente y deliberado»? convoquemos la triada freudiana del yo, del superyo, y del ello (o más simplemente, mi consciencia, mi sentido moral y mis deseos inconfesables). ¿Qué ocurrirá en caso de conflicto entre estas tres instancias? Supongamos que bajo la presión del superyo, el yo resiste, pero el ello sucumbe al deseo reprimido. O admitamos que, por el contrario, yo respondo favorablemente, que yo cedo a mi deseo pero que mi superyo descarga entonces un sentimiento de culpabilidad agobiador. Llevemos el razonamiento hasta el absurdo: ¿debe el contrato ser firmado por el yo, por el superyo y por el ello de cada parte, es decir que sólo será válido si todos se ponen de acuerdo? El participante masculino ¿no corre el riesgo de hacer valer su derecho contractual de desistir y de anular el acuerdo durante la consumación del acto? Imaginemos que luego de haber obtenido el consentimiento de su compañera, una vez que están desnudos en el lecho, un detalle ínfimo, como un eructo infortunado, viene a romper el encanto e incita al hombre a retirarse. ¿No será esta una humillación grandísima para la mujer?
La ideología subyacente a esta promoción del «respeto sexual» exige que se la examine de más cerca. Según la fórmula consagrada «sí ¡es sí!» (este «sí» debe ser explícito, y no simplemente una ausencia de «no»). Un «no no» no equivale automáticamente a un «sí»; si una mujer no resiste activamente a su seductor se expone a diversas formas de presión. Pero es aquí donde surge el problema; ¿qué ocurre si una mujer lo quiere apasionadamente pero no se atreve a decirlo abiertamente? ¿Qué sucede si, para uno u otro de los participantes, un semblante de obligación le pone pimienta al juego erótico? ¿Y a qué género de prácticas sexuales se le da su consentimiento? ¿Se requerirá que el contrato sea más detallado, de suerte que el consentimiento sea específico? Sí si la penetración es vaginal pero no anal, sí a una felación pero sin tragarse el semen, sí a unas nalgaditas pero no a los golpes, etc. Entonces se seguirá un fastidioso proceso de negociación que arriesgará con aniquilar el deseo, incluso aunque él pueda también estar erotizado. Pero tenemos otro escenario posible: aquel consentimiento obtenido bajo presión. En una de las escenas más perturbadoras de la película de David Lynch Sailor & Lula (1990), Willem Dafoe atormenta a Laura Dern en una pieza de motel. Le hace padecer manoseos, invade su intimidad y repite en un tono amenazador: «Dí: “¡poséeme!”». El trata de sacarle una palabra que significara su consentimiento a una relación sexual. Como salida a esta confrontación insostenible, Laura Dern termina por ceder y pedirle con un suspiro: «¡Métemelo!» Dafoe la deja entonces, dibuja una sonrisa y contesta descuidadamente: «No gracias, debo irme, pero otra vez quizás…» La impresión de malestar que desprende esta escena tiene que ver con que el rechazo inesperado de Dafoe marca su último triunfo. En un sentido, este rechazo es más humillante de lo que habría sido la violación. Dafoe ha logrado lo que deseaba verdaderamente: no el acto en sí mismo, sino el consentimiento de Dern, su humillación simbólica.
Estos problemas están lejos de ser anecdóticos; ellos apuntan al corazón mismo de la interacción erótica de la que uno no puede descartarse adoptando para ello una posición de metalenguaje neutro, y declarar estar dispuesto a ello (o no); este acto hace parte integral de la interacción. Ya sea que deserotice la situación, ya sea que esté erotizada. Hay en la estructura misma de la interacción erótica algo que se resiste a una declaración formal de consentimiento o de intención. En la película de Mark Herman Las Virtuosas (1997), el héroe regresa acompañando a su casa a una bella joven que le propone subir a beber un café. Él le responde que no toma café. Ella replica sonriendo: «No hay problema. No tengo café…» La carga erótica de esta réplica tiene que ver con la manera cómo, por una doble negación, ella formula una invitación sexual sorprendentemente directa sin nunca mencionar el sexo; al invitar a este hombre a su casa para beber un café, luego al confesar que no tiene café, no anula su invitación sino que deja entender que su invitación sólo era un pretexto. ¿Cómo debe proceder este hombre para obedecer al «respeto sexual»? Deberá él decir: «Esperá un minuto, que me queden claras las cosas: tu me invitás a tomar un café en tu casa, pero no tenés café… Deduzco que querés follar, ¿es eso?» Aquello del «sí cuando es un sí» echará a perder no solamente el encuentro sino que será percibido (con toda razón) como agresivo y humillantes para la mujer.
Sexo y pretextos
Imaginemos diferentes variantes, comenzando por el intercambio más explícito: «Tengo ganas de que vengas a mi casa a follar» «Está bien, yo también tengo ganas de follar, ¡vayamos!» Luego, la explicitación del pretexto: «Tengo ganas de que vengas a casa para que me folles, pero no me atrevo a pedírtelo abiertamente. Conviene pues que te proponga un café» «No tomo café, pero también tengo ganas de follar, ¡vayamos!». La respuesta del que no ha comprendido nada: «¿Quieres entrar a beber un café?» «Lo siento, no bebo café» «No se trata de beber un café, imbécil, sino de follar. El café ¡es solamente un pretexto!» «¡Ah! De acuerdo, entonces ¡hagámoslo!» El paso del gallo al asno: «¿Subes a tomar un café?» «¡Oh sí! ¡Tengo muchas ganas de follar!» (o: «Lo siento, estoy demasiado fatigado para follar esta noche») Inversamente: «¿Quieres follar?» «Lo siento, no tengo ganas de café» (incluso acá, este rechazo cortés se entiende como un gesto de agresión y de humillación extrema) Podríamos también imaginar una variante del modo «café sin… »: «Estoy fatigado esta noche, me encantaría subir a tomar un café, pero sin sexo» «En este momento, tengo la regla, pero como no quiero ofrecerte un café sin sexo, tengo un buen DVD para que veamos. Qué te digo, ¿un DVD sin café?» Y la variante auto-reflexiva: «¿Subes?» «No estoy seguro de querer follar o mirar una película… si se pudiera solamente beber un café…».
¿Por qué no funciona la invitación directa? Porque en el fondo el problema no es que un café sea siempre un simple café, ni que una relación sexual nunca sea una simple relación sexual, que no hay relación sexual y es porque el acto sexual requiere un suplemento fantasmático. No es solamente el pudor el que impide formular la invitación directa: «Ven, ¡follemos!» La mención del café o cualquier otro pretexto ofrece el marco fantasmático al acto sexual. En otros términos, lo que está reprimido de manera primordial en la escena de las Virtuosas no es la relación sexual (que por esta razón debe ser reemplazada en el texto explícito por un café) sino lo que falta en el sexo mismo, la imposibilidad o el fracaso inherente a la relación sexual. El reemplazo de la relación sexual por el café constituye una represión secundaria que viene a enmascarar la represión primordial. Lo que le falta a la relación sexual, es simplemente su causa. Ahora bien el único medio de invocar esta causa consiste precisamente en derogar la regla del “cuando es sí es sí”.
Políticamente correcto y ofensa del arte
En materia de sexualidad, la regla del «si es si» testimonia sobre la subjetividad narcisística que prevalece en la actualidad. El individuo es percibido como un ser vulnerable, que pide ser protegido por todo un conjunto de reglas, ser prevenido de las eventuales intrusiones susceptibles de perturbarlo. Cuando salió a los teatros en 1982, ET el extraterrestre fue prohibido en Suecia, en Noruega y en Dinamarca porque una representación poco aduladora de los adultos arriesgaba con comprometer las relaciones padres-hijos (un detalle ingenioso confirma esta acusación: durante los primeros minutos de la película los adultos sólo aparecen por debajo de la cintura).
Retrospectivamente, esta censura aparece como un signo antes de tiempo de la obsesión de lo políticamente correcto que se supone asegura a los individuos contra toda experiencia susceptible de chocarles. Más allá de las experiencias realmente vividas, incluso la ficción está sometida a la censura. Es lo que ha mostrado recientemente una petición del comité consultivo de la universidad de Columbia (Nueva York) para los asuntos multiculturales, que sugiere ponerle a ciertas obras clásica trigger warnings, avisos de advertencia contra un contenido susceptible de desatar un estrés postraumático. Esta petición se hizo a partir de una queja interpuesta por una estudiante que decía haber sido “traumatizada” por las descripciones de violación en las Metamorfosis de Ovidio, obra que estaba en el programa de estudio. Como el profesor no se tomó en serio el asunto, el mencionado comité consultivo propuso al personal docente «sesiones de formación de sensibilidad» para dirigirse a los sobrevivientes de ataques, a las personas de color o a las personas venidas de medios desfavorecidos. El biólogo estadounidense, y ateo militante, Jerry Coyne tiene razón cuando observa que «si se multiplican los trigger warnings (no solamente a propósito de agresiones sexuales, sino también de violencia, de sectarismo, de racismo), vamos a terminar por calificar de potencialmente ofensivas todas las grandes obras literarias. La Biblia, La Divina Comedia, Huckleberry Finn (sembrada de reflexiones racistas), toda la literatura anterior a la toma de conciencia que las minorías, las mujeres y los homosexuales tienen también ellos derechos. En cuando a la violencia y al odio, ellos están por todas partes, hacen parte de la literatura tanto como de la verdadera vida. ¡Pues que las almas sensibles se abstengan! ¿Crimen y castigo? Violencia contra una persona de edad. ¿El Gran Gatsby? Violencia contra las mujeres. ¿el Infierno? Violencia, sodomía, tortura. ¿Gentes de Dublin? Pedofilia. A fin de cuentas, cualquiera puede sentirse ofendido o traumatizado por cualquier cosa: los liberales por la política conservadora, los pacifistas por la violencia, las mujeres por el sexismo, las minorías por la intolerancia, los judíos por el antisemitismo, los musulmanes por una referencia a Israel, los creacionistas por la evolución, los creyentes por el ateísmo, etc.»
La lista podría prolongarse indefinidamente. ¿No se ha llegado hasta proponer la borradura digitalmente de los cigarrillos de las grandes películas hollywoodienses? Las personas de flacos recursos no son las únicas en poderse sentir chocadas; ¿qué decir de los ricos que se encierran en su capullo para evitar un encuentro “traumatizante” con las clases inferiores? El aislamiento y el encapullamiento ¿acaso no son estrategias de ricos? El caso de la religión es particularmente interesante. En Europa Occidental, los representantes de la comunidad musulmana piden que la ley prohíba la blasfemia y el no-respeto de las religiones. Eso está bien, pero ¿esta prohibición no debería aplicarse también a los textos religiosos? ¿No sería deseable reescribir la Biblia y el Corán en un estilo políticamente correcto? Y habría igualmente que prohibir el no-respeto del ateismo. Y finalmente, muchos de nosotros nos ofuscaríamos con una tal proliferación de trigger warnings y veríamos acá un régimen opresivo de control total. Lo que merece ser contestado aquí, es la premisa misma del comité consultivo de la universidad de Columbia: «Los estudiantes deben poder sentirse seguros en las salas de clase». No, ellos no tienen porque sentirse seguros, deben aprender a hacerle frente a todas las humillaciones, a todas las injusticias y combatirlas. La concepción de la vida que promete el comité consultivo de Columbia esta fundamentalmente sesgada. Para citar una vez más a Jerry Coyne: «Es hora de que los estudiantes aprendan que la vida es traumatizadora. Permanecer encerrado en una torre de marfil durante cuatro años, es no haber comprendido nada» Necesitamos por el contrario aprender a salir de nuestro capullo, a aceptar la inseguridad de la existencia y a intervenir en ella. Precisamos tomar conciencia de que el mundo en el que vivimos no es un lugar seguro; él nos expone a toda suerte de peligros, ya se trate de catástrofes ecológicas, de amenazas de guerra o de violencia social.
Por Slavoj Žižek
Nacido en 1949 en Liubliana en Eslovenia. Filósofo estrafalario, apasionado del psicoanálisis y del cine, inspira en la actualidad a una gran parte de la juventud contestataria del mundo entero. Sus últimas obras aparecidas en español y en francés son < El prójimo. Tres indagaciones sobre teología política, Amorrortu editores, 2010 >, < Lenin reactivado. Hacia una política de la verdad, AKAL, 2010 >, < Primero como tragedia, luego como farsa, 2011 >, Pour défendre les causes perdues (Flammarion, 2012) < En defensa de causas perdidas, Akal, 2011>, < Robespierre. Virtud y terror, AKAL, 2011 >, Violence (Au diable vauvert, 2012) < Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Paidós, 2009 >, < Cómo leer a Lacan, Paidós, Buenos Aires, 2008 > Lacan & ses partenaires silencieux (éd. NOUS, 2012) < Filosofía y actualidad. El debate, Amorrortu editores, 2012 >, < Bienvenidos a tiempos interesantes!, Txalaparta, 2012 > y Sauvons-nous de nos sauveurs (avec Srećko Horvat, éd. Post-, 2013).
Tomado de Magazin Philosophie nº 96, enero de 2016
Traducido del inglés al francés por Myriam Dennehy; del francés al español por Luis Alfonso Paláu, Medellín, enero 25 de 2016.
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