Por Michel Serres
Regreso a la religión
Así nos regresamos a la religión. Una oración común reúne, en una misma alabanza y una súplica semejante, a ortodoxos, protestantes y católicos, el Padre Nuestro. Una frase de esa oración se enuncia en latín así: “Dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris”. Debita, nuestras “deudas”; debitores, nuestros “deudores”. “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores”. La lengua griega, en la que esta oración se enuncia por primera vez, evoca las mismas deudas y deudores, el mismo reembolso, una misma remisión: “καὶ ἄφες ἡµῖν τὰ ὀφειλήµατα ἡµῶν, ὡς καὶ ἡµεῖς ἀφίεµεν τοῖς ὀφειλέταις ἡµῶν•”
La traducción romance moderna de esta súplica, enunciada así en dos lenguas antiguas, varía con respecto a ellas de manera significativa: “Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros les perdonamos a los que nos ofenden”. Esta variación implica una confesión importante: se requeriría que esas ofensas, dicho de otra forma esos pecados –¿a quién hemos ofendido sino es a Nuestro Padre?–, se entienden a su vez como deudas que hay que saldar, puesto que los términos “deudas” y “ofensas” les han parecido equivalentes a los traductores. Pero nuevamente ¿pedirle a quién que borre nuestras deudas? Y la respuesta es la misma: a Nuestro Padre, invocado desde el comienzo por esta oración, a Dios mismo que, entonces, jugaría el rol de prestador, puesto que le pedimos insistentemente que olvide nuestras deudas. El término “perdón” –más allá del don– evoca la misma remisión, el mismo rescate. Y de nuevo, esta deuda es tan enorme, y de alguna manera tan poco reembolsable que sólo puede perdonarla el propio hijo de ese Padre, Cristo, Mesías encarnado, que muere para rescatar los pecados del mundo. Rescatar los pecados: significa claramente que los pecados no son otra cosas que deudas que uno tiene el deber de pagar. Ese rescate se llama, en teología latina, “redención”, otro término financiero, el redentor que designa al que rescata la deuda. Tan infinita como la del deber moral, nosotros se la debíamos a Dios antes de que Su hijo la rescate. Nuestro Padre juega pues acá el peor de los papeles, la del prestamista contra prenda, prendero, que exige –como a veces en la antigüedad y en la Edad Media, y practicando para ello tasas usureras– la vida entera de sus deudores, sea por medio de la esclavitud, sea por el sacrificio…, rol universalmente detestado, mejor aún: prohibido a menudo por la Iglesia misma, el del usurero despiadado y abusivo. Esto contradice la denominación del Buen Dios de infinita misericordia. Y la continuación: si Cristo, por su sacrificio, había verdaderamente saldado esta deuda, nosotros no tendríamos ya nada que reembolsar; la columna contable que enlista lo debido se blanquearía, se vaciaría, por la tarde del viernes santo. Dicho de otra forma, ya no tendríamos ningun debe, al menos en el sentido contable, el que figura al frente del haber o el activo, en la columna del debe o del pasivo. La Pasión pagó el pasivo. Tenemos acá en resumen una fuente común para la moral y la religión que se refiere, en el mejor de los casos a la contabilidad, y en el peor a las prácticas más infames de la usura. Como nosotros sólo existimos como deudores o como esclavos, de repente liberados de una deuda de la que ignorábamos haber pedido alguna vez que nos prestaran una suma infinita, el haber penetra nuestro ser y lo expulsa. Nueva tautología: ya sólo habitamos nuestras deudas, sólo existimos para pagarlas. La enormidad de esta deuda impagable, detentada por un Señor soberano ¿controla a los creyentes, como el tamaño parecido de la deuda gringa, imposible de reembolsar (pero que sirve para financiar el presupuesto militar del país) controla por medio de su moneda, sus bombas y sus préstamos, a todos los países del mundo, menos endeudados? Mundialización de la deuda; los “pecados” del mundo nunca han estado tan lejos de su redención. ¿Inversión, conversión?
Regreso a la religión
Así nos regresamos a la religión. Una oración común reúne, en una misma alabanza y una súplica semejante, a ortodoxos, protestantes y católicos, el Padre Nuestro. Una frase de esa oración se enuncia en latín así: “Dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris”. Debita, nuestras “deudas”; debitores, nuestros “deudores”. “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores”. La lengua griega, en la que esta oración se enuncia por primera vez, evoca las mismas deudas y deudores, el mismo reembolso, una misma remisión: “καὶ ἄφες ἡµῖν τὰ ὀφειλήµατα ἡµῶν, ὡς καὶ ἡµεῖς ἀφίεµεν τοῖς ὀφειλέταις ἡµῶν•”
La traducción romance moderna de esta súplica, enunciada así en dos lenguas antiguas, varía con respecto a ellas de manera significativa: “Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros les perdonamos a los que nos ofenden”. Esta variación implica una confesión importante: se requeriría que esas ofensas, dicho de otra forma esos pecados –¿a quién hemos ofendido sino es a Nuestro Padre?–, se entienden a su vez como deudas que hay que saldar, puesto que los términos “deudas” y “ofensas” les han parecido equivalentes a los traductores. Pero nuevamente ¿pedirle a quién que borre nuestras deudas? Y la respuesta es la misma: a Nuestro Padre, invocado desde el comienzo por esta oración, a Dios mismo que, entonces, jugaría el rol de prestador, puesto que le pedimos insistentemente que olvide nuestras deudas. El término “perdón” –más allá del don– evoca la misma remisión, el mismo rescate. Y de nuevo, esta deuda es tan enorme, y de alguna manera tan poco reembolsable que sólo puede perdonarla el propio hijo de ese Padre, Cristo, Mesías encarnado, que muere para rescatar los pecados del mundo. Rescatar los pecados: significa claramente que los pecados no son otra cosas que deudas que uno tiene el deber de pagar. Ese rescate se llama, en teología latina, “redención”, otro término financiero, el redentor que designa al que rescata la deuda. Tan infinita como la del deber moral, nosotros se la debíamos a Dios antes de que Su hijo la rescate. Nuestro Padre juega pues acá el peor de los papeles, la del prestamista contra prenda, prendero, que exige –como a veces en la antigüedad y en la Edad Media, y practicando para ello tasas usureras– la vida entera de sus deudores, sea por medio de la esclavitud, sea por el sacrificio…, rol universalmente detestado, mejor aún: prohibido a menudo por la Iglesia misma, el del usurero despiadado y abusivo. Esto contradice la denominación del Buen Dios de infinita misericordia. Y la continuación: si Cristo, por su sacrificio, había verdaderamente saldado esta deuda, nosotros no tendríamos ya nada que reembolsar; la columna contable que enlista lo debido se blanquearía, se vaciaría, por la tarde del viernes santo. Dicho de otra forma, ya no tendríamos ningun debe, al menos en el sentido contable, el que figura al frente del haber o el activo, en la columna del debe o del pasivo. La Pasión pagó el pasivo. Tenemos acá en resumen una fuente común para la moral y la religión que se refiere, en el mejor de los casos a la contabilidad, y en el peor a las prácticas más infames de la usura. Como nosotros sólo existimos como deudores o como esclavos, de repente liberados de una deuda de la que ignorábamos haber pedido alguna vez que nos prestaran una suma infinita, el haber penetra nuestro ser y lo expulsa. Nueva tautología: ya sólo habitamos nuestras deudas, sólo existimos para pagarlas. La enormidad de esta deuda impagable, detentada por un Señor soberano ¿controla a los creyentes, como el tamaño parecido de la deuda gringa, imposible de reembolsar (pero que sirve para financiar el presupuesto militar del país) controla por medio de su moneda, sus bombas y sus préstamos, a todos los países del mundo, menos endeudados? Mundialización de la deuda; los “pecados” del mundo nunca han estado tan lejos de su redención. ¿Inversión, conversión?
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