Por Jorge Mejía Martínez
 

El aire es vida, también mata. Citado por RT Noticias del 15 de marzo último, el epidemiólogo Elkin Martínez “reveló que en los últimos 30 años han fallecido unas 65.000 personas por afecciones respiratorias vinculadas a la contaminación del aire. En 2016, la cifra de víctimas mortales asociadas a esta problemática ascendió a 3.000, es decir, un promedio de ocho muertes por día; una cada tres horas”. La violencia homicida no se acerca a estos niveles de mortandad en la ciudad. Con razón dicen que es una epidemia. Llevamos dos alarmas rojas y varias naranjas decretadas por las autoridades locales en los meses recientes. La medida, ya levantada, de obligar a los propietarios de vehículos particulares a guardarlos tres días a la semana durante 12 horas, da cuenta de la magnitud de la calamidad. Ha habido comprensión, aunque existe la convicción de que falta el plan integral contra el enrarecimiento del aire, más allá de inmovilizar a los responsables del 6% de la contaminación, según los datos oficiales.

Hemos sido un territorio contaminado desde décadas atrás. Hace 20 años, o más, la   preocupación de los habitantes de la comuna 15 o de Guayabal era la proliferación de las enfermedades y dolencias en las vías respiratorias. Los líderes del sector asumieron la bandera de luchar contra la proliferación de empresas de chimeneas, cuyo hollín terminaba en las gargantas y pulmones, según los reportes de Metrosalud de la época, además de ensuciar las cortinas de las casas y las ropas de los pobladores. Los demás habitantes de la ciudad asumimos como existencia de una simple neblina rutinaria, lo que era el resultado de la ausencia de responsabilidad social empresarial en el campo del medioambiente por parte de las industrias, un parque automotor vuelto obsoleto y del precario control por parte de las autoridades.

Las recientes determinaciones oficiales, aunque molestas para la población, constituyen la mejor muestra de los avances públicos en este campo. Tenemos un sistema técnico de monitoreo, ejemplar en el país, cuyos resultados diariamente son comunicados a las personas por parte de los medios. De allí que la sorpresa juega poco. Además porque el problema es muy visible, basta mirar para arriba y veremos el cielo como “encapotao”. La conciencia de lo ambiental o sostenible como una variable transversal para evaluar el desarrollo de Medellín, tomó una irreversible tendencia en el territorio. De allí la sensibilidad social y cultural respecto a temas como el rio, los animales, los árboles, el aire, la movilidad sostenible.

Los responsables desde la institucionalidad del componente ambiental de las políticas, tienen en esa sensibilidad de la comunidad un baluarte para posibilitar su labor. De allí la conveniencia de estimular el control social sobre las distintas fuentes contaminadoras existentes. Las redes virtuales se atiborraron por estos días de cadenas con fotos, videos y reclamos de los ciudadanos sobre los responsables de la afectación del aire. Sorprende la poca capacidad de respuesta de los funcionarios para aclarar o tomar en serio esas denuncias, en aras de estimular la colaboración ciudadana para atacar un flagelo que es etéreo, está ahí pero poco se siente, y sobre el cual los avances no son inmediatos, difíciles, marginales. Así como las autoridades destinan recursos para incentivar la denuncia del delito mediante el pago de recompensas, podría pensarse en algo similar para ampliar el número de ojos vigilantes desde la sociedad civil.

Lo dijimos antes, estamos a la espera de conocer la propuesta integral de mediano y largo plazo contra la amenaza de la vida de los pobladores, proveniente del aire contaminado. Entendimos las medidas recientes como puntuales, necesarias e insuficientes. La gente no va a sostener su comprensión de las decisiones oficiales en movilidad, si no observa acciones prontas frente a las chimeneas existentes, móviles y estacionarias; la revisión de la política de compensar con tibias multas a los contaminadores; ausencia de ciclorutas suficientes para dar cabida a las bicicletas como opción; la falta de senderos peatonales para caminar con cierta tranquilidad; renovar el parque automotor e insistir ante Ecopetrol por un combustible más limpio; control más riguroso de los certificados de emisión de gases; diferenciar según las particularidades de las comunas y barrios las medidas a aplicar; transformar en pulmones verdes por lo menos tres espacios del centro de la ciudad donde impera la aridez del cemento: las llamadas pirámides de la oriental (¡que adefesio!), el parque de San Antonio y la plaza de las luces en la alpujarra.


Tomado de periódico:  El Mundo.com
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