Mis en ligne le 07/12/2018 | Mis à jour le 07/12/2018
Peter Sloterdijk en 2016 (cc) Wikimedia Commons / Fronteiras do Pensamento
¿Cómo explicar los accesos de violencia que atraviesa Francia? La cólera ya no se contiene en un mundo de ganadores y de perdedores, como lo explica Alexandre Lacroix en el estudio del “Soir 3”, citando para ello a Peter Sloterdijk.
«Que el perdedor que pierde demasiado a menudo, cuestione el juego de manera violenta, es una opción que el caso crítico de la política hace que aparezca luego del fin de la Historia», anota Peter Sloterdijk en 2007. En el ensayo Cólera & Tiempo, el filósofo alemán se inclina sobre el estado de Occidente. Muestra cómo la promesa de la democracia parlamentaria ha sido contener las pasiones –la cólera, el odio, el resentimiento...–, por medio de la deliberación racional dándole a cada quien la posibilidad de expresar su voz.
Según Alexandre Lacroix, director de redacción de Philosophie magazine invitado del Soir 3 de France 3 el jueves 6 de diciembre, Peter Sloterdijk muestra también cómo ese «gran cuadro de una pacificación de las pasiones políticas por la deliberación racional está camino de fisurarse».
Como lo testimonian hoy los «chalecos amarillos», la cólera ya no se contiene. ¿Por qué? Fue luego de 1989, después del fin de la historia y la caída del muro de Berlín, que el espíritu liberal se propagó por todas partes en el mundo, y el juego económico se volvió una vasta competencia donde ya sólo se trata de perdedores y de ganadores. Ahora bien ¿cuál es la reacción espontánea de los perdedores frente a esta humillación? Es la cólera que se expresa por el terrorismo y la violencia. De ahora en adelante esta ya no se dirige contra las solas élites sino también contra las propias reglas del “juego”.
Como escribe Peter Sloterdijk, «el Viejo Mundo conocía los esclavos y los siervos, que fueron los vectores de la consciencia desdichada de su tiempo. Los tiempos modernos inventaron al perdedor. Ese personaje, que se encuentra a mitad de camino entre los explotados de ayer y los superfluos de hoy y de mañana, es la figura incomprendida en los juegos de poder de las democracias. No todos los perdedores se dejan tranquilizar por la indicación de que su estatus corresponde a su colocación en una competencia. Muchos replicarán que ellos nunca han tenido la más mínima ocasión de participar en el juego y de posicionarse luego. Su rencor no se dirige solo contra los vencedores sino también… contra las reglas del juego».
Revue de presse
Los filósofos tras los chalecos amarillos
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A favor de la movilización de los “chalecos amarillos”, filósofos de todas las corrientes toman la pluma para la defensa de la “decencia ordinaria”. Repaso de sus argumentos.
Tags: Violencia, George Orwell, Michel Onfray, Alain Finkielkraut, Christophe Guilluy, Jean-Claude Michea, Chantal Mouffe, Frédéric Gros
Decencia ordinaria
En la calle como en el campo intelectual, el movimiento de los «chalecos amarillos» reúne individuos de todas las orillas, tanto de derecha como de izquierda, en torno a una defensa de la «Francia de abajo». Filósofos como Michel Onfray & Jean-Claude Michéa se encuentran en la defensa de este movimiento de protesta a nombre de la «decencia ordinaria»♣♣, aquella noción debida a George Orwell. Para el ensayista anarquista, son precisamente estos valores «populares», esta moral común atenta a las injusticias, los que son humillados por «las formas tiránicas del poder moderno».
Elogiando la «izquierda libertaria» contra la «izquierda liberal», Michel Onfray evoca el modelo «de las sublevaciones campesinas a través de los siglos» y «del socialismo libertario del siglo XIX»; se coloca al lado del «pueblo invisible». «Esta sublevación, como la de los gorros rojos, me gusta, escribe él en una carta abierta publicada en su sitio web. Pues ella muestra que existen en Francia, lejos de la clase política que sólo se representa a sí misma, gentes que comprendieron que había una alternativa a esta democracia representativa que parte el mundo en dos, no tanto la derecha y la izquierda, los soberanistas y los progresistas, los liberales y los antiliberales, no, sino entre los que, de derecha o de izquierda, ejercen el poder, y aquellos sobre los cuales él se ejerce, poco importa que sean de derecha o de izquierda».
Para Jean-Claude Michéa, también él lector de George Orwell y defensor de la decencia común, «el movimiento de los “chalecos amarillos” (buen ejemplo de paso, de esa inventividad popular que yo anunciaba en Les Mystères de la gauche) es, de cierta manera, el exacto contrario de “Noche De Pie”». Según él, el movimiento de ocupación de las plazas fue una revuelta «de urbanitas hipermóviles y sobrediplomados», como lo escribe en su carta abierta aparecida en el sitio Les Amis de Bartleby. «Aquí por el contrario son claramente los de abajo (tal y como los analizaba Christophe Guilluy – por lo demás curiosamente ausente hasta ahora de todos los talk-shows televisados, en provecho, entre otros cómicos, del reformista sub-keynesiano Besancenot), que se rebelan, con suficiente consciencia revolucionaria ya como para negarse a tener que escoger entre explotadores de izquierda y explotadores de derecha».
La Francia periférica
Christophe Guilly es en efecto la otra referencia recurrente solicitada en sostén de los «chalecos amarillos». Para el autor de La France périphérique (Flammarion, 2014) y del Crépuscule de la France d’en haut (Flammarion, 2016), existe una fractura hexagonal, que la representación política ignora, entre las metrópolis y los territorios «periféricos», los de las ciudades intermedias y de los territorios rurales en los que vive el 60% de la población. En una entrevista concedida en el 2016 a Philosophie magazine, el geógrafo anunciaba la situación futura: «Si la democracia es darle el poder a los que no lo tienen, explicaba él, la verdadera revolución sería ir hacia esos territorios que no crean riqueza. O vamos hacia ellos, o serán ellos los que se apoderen de todas las palancas posibles: populismo, extrema derecha, radicalización islámica. ¡Se ha visto la violencia del movimiento de las Boinas rojas! Hay que escuchar la cólera que se manifiesta desde los territorios. En caso contrario, a las ciudadelas medievales le responderán las sublevaciones populares».
La defensa de esos territorios abandonados de la República llega hasta la Académie française, donde tiene asiento Alain Finkielkraut. El Inmortal toma la pluma en Le Figaro para felicitarse, al mismo tiempo que rechaza las violencias y las destrucciones, de que las clases populares se encuentren a «la vanguardia de la historia. Ellas habían abandonado el campo del progreso por el del repliegue proteccionista y particularista. Y ahora tenemos que el antiguo mundo se resiste. Sale de la invisibilidad. Se recuerda, poniéndose chalecos amarillos fluorescentes, del buen recuerdo de la start-up nation. Este repentino surgimiento, esta revuelta de los “somewhere” [las “gentes de alguna parte”] contra los “anywhere” [las “gentes de todas partes”] en efecto me ha encantado».
La defensa del populismo
La filósofa Chantal Mouffe, inspiradora de los movimientos Syriza, Podemos, La France insoumise & Nuit Debout, le da un nombre al establecimiento de esta frontera entre el pueblo «de abajo» y las élites, la Francia de las metrópolis y la Francia periférica: el populismo. «Esta construcción de una nueva frontera, afirma ella en Libération, es el resultado de la emergencia de toda una serie de resistencias a treinta años de hegemonía neoliberal que instauraron una post-democracia… caracterizada por la crisis de la representación política y la crisis del sistema económico neoliberal. Primero que todo, los ciudadanos tiene el sentimiento de no tener una verdadera escogencia entre las diferentes ofertas políticas; no distinguen ya el centro derecha del centro izquierda. Y se preguntan por qué ir a votar. Es un movimiento de fondo común a toda la Europa occidental. Es lo que yo llamo “la ilusión del consenso”: los individuos tiene la impresión de haber sido olvidados, quieren que se les escuche». Y la filósofa, autora de Pour un populisme de gauche (Albin Michel, 2018), nos recuerda la importancia de las emociones políticas y de convocar a la constitución de ese «populismo de izquierda» como una «estrategia de construcción discursiva de una nueva frontera política» entre el pueblo y la oligarquía. Testigos de ello los «chalecos amarillos», con las heterogéneas exigencia de ese pueblo. Pero su «unidad está garantizada por la identificación con una concepción democrática radical de la ciudadanía».
La emoción en política
El filósofo Frédéric Gros, autor de Désobéir♦♦ (Albin Michel, 2016), insiste también él en la dimensión esencialmente emocional de esta movilización. «Son momentos de exorcizar los miedos, explica en Libération. Se inventan allí nuevas solidaridades, se experimentan goces políticos cuyo gusto habíamos perdido, y se descubre que uno puede desobedecer junto con los otros. Es una promesa frágil que se puede tornar en su contrario. Pero uno no está para darle lecciones al que, con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que se puede hacer otra política».
Como Chantal Mouffe, el filósofo, profesor de pensamiento político en Ciencias-Po, constata la desaparición de las reivindicaciones de ese pueblo encolerizado, que puede producir un «malestar», y ese malestar una fuerza. Pues esta heterogeneidad «vuelve imposible la estigmatización de un grupo y la comodidad de un discurso maniqueo. Las “élites” intelectuales o políticas han quedado pasmadas. No solamente ellas no comprenden nada, sino que sobre todo ellas se encuentran contestadas en su capacidad de representación, en la certidumbre confortable de su legitimidad. Su única puerta de salida, en lugar de interrogarse sobre su responsabilidad, consiste por el momento en diabolizar ese movimiento, denunciando su cripto-fascismo. Esto les permite tomar la postura de defensores de la democracia en peligro, de murallas contra la barbarie y de volverse a presentar una vez más como héroes».
Por CÉDRIC ENJALBERT
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 12 de 2018
Anexo: la carta abierta de M. Onfray.
A los que se creen de izquierda porque consideran que la izquierda sería hoy el combate a favor de los ricos de los barrios elegantes de las urbes, con el fin de que puedan comprar niños llevados por vientres de mujeres pobres (es decir, la izquierda de "Mitterrand 1983"; que también sería la de "Macron 2018", pasando por la de un Hollande quinquenal; sería finalmente la que se nutre de perpetuas joffrinadas desde hace un cuarto de siglo), a los que estiman que ellos son de izquierda porque le encuentran virtudes a la guillotina de 1793 y al Terror de Robespierre, a los goulags de 1917 y a su inventor Lenin, a los osarios de Pol Pot y a las prisiones de Castro o de Mao; a los que consideran que Trotski es mejor que Stalin, aunque Trotski sea el inventor del Ejército rojo y de la represión de los marineros amotinados de Kronstadt, que fueron asesinados porque reclamaban los soviets por los que habían hecho la revolución, mientras que a duras penas habían obtenido la dictadura del partido único; a estos pues… yo les presento mi izquierda libertaria, popular y populista; es la de las sublevaciones campesinas a través de los siglos, es la del socialismo libertario del siglo XIX, es la de un pueblo invisible que encarna la famosa "decencia común" analizada por George Orwell, un pensador anarquista recuperador por todo el mundo en estos momentos. Estas izquierdas oficiales e institucionales finalmente una más allá de sus divergencias pues, y esto es palpable: todas condenan la iniciativa de los chalecos amarillos. La izquierda liberal, que se parece a la derecha liberal hasta el punto de que se puede tomar a la una por la otra, estima en efecto que estamos aquí ante una ¡manifestación "populiste"! Esta sería la quintaesencia de esa Francia "que rueda en diesel y que fuma tabaco negro"♥♠, según la ocurrencia de acá en adelante famosa de Benjamin Griveaux, hijo de un notario y de una abogada, diplomado en Sciences-Po y del HEC, candidato que no logró entrar a la ENA, y ahora portavoz macroniano del gobierno, luego de haber sido compañero de ruta de Strauss-Kahn y miembro del gabinete de Marisol Touraine en el gobierno de Hollande. Un hombre nuevo… ¡como todos se pueden dar cuenta!…
Así mismo, entre los sindicalistas, que pretenden comprender el descontento pero que no se suman a la manifestación del 17 de noviembre. FO, la CFDT y la CGT no irán. ¿Por qué razón? Con el fin de no asociarse a un acontecimiento sostenido por Marine Le Pen y Nicolas Dupont-Aignan. El mismo repique de campanas de Jean-Luc Mélenchon, por tanto entre los pretendidos Insumisos que tanto aman el pueblo por supuesto, dado que él se calla cuando el líder máximo habla en su nombre, incluso si le quita la palabra cuando él decide dar su opinión completamente solo …
Ahora bien, con esta desbandada de las filas políticas y sindicales, se comprende claramente que, compañeros como marranos, los institucionales de la política y del sindicalismo no lo dirán, pero ellos temen por la democracia representativa en la que ellos prosperan como gusanos en un queso, porque la democracia directa, la de los chalecos amarillos hoy, la de las gorras rojas ayer, le impide a los profesionales de la política hablar alto y fuerte por el pueblo, mientras que al mismo tiempo ellos actúan taimadamente contra él, como por ejemplo no estando a su lado el 17 de noviembre.
Este pueblo sin cabeza y sin apellido, sin rostro y sin representante, sin gran líder y sin debate televisado, sin media subvencionados por el Estado, y sin editorialistas en la prensa parisina, sin casa de edición y sin emisora estatal de radio, sin subvenciones europeas y sin asociaciones lucrativas sostenidas por el mismo Estado, sin partido con sus falsas facturas y sus tomas ilegales de interés; este pueblo pues es el gran miedo de los bienpensantes que, de derecha y de izquierda, socialistas y liberales, comunistas y ecologistas, centristas y robespieristas, con asiento en la Asamblea nacional y en el Senado, disponen de ministros, de primeros ministros y de jefes de Estado que se ven con llavecitas desde hace más de treinta años ¡y cuya impericia no hay necesidad de demostrar! Melenchon tiene razón: habría que sacar a esta clase política… pero a la suya también, y a él de primero…
Estos ideólogos que viven del sistema haciendo su crítica bien pulidita y gentil, cortés y teatral, hipócrita y cómplice… en los distintos estudios de tv., tienen más que ver con la guiñolada y con la pantalonada. Este circo es visible luego de que se acaba el directo. Aquellos que se tratan con todo tipo de apelativos ante las cámaras, que se acuchillan y a veces rudamente… luego se tutean, se abrazan, hacen sus negociados, ríen juntos una vez terminado el espectáculo. Y tan pronto esto ocurre, este pueblo sin rostro continúa sufriendo y trabajando penosamente para amarrar los dos cabos; es él el que está en la primera línea de esta guerra llevada contra las gentes simples por las “élites”, como se dice, que las sacrifican por un plato de lentejas…
(…)
Los chalecos amarillos, como las gorras rojas, se ahorran ese pequeño personal de la política politiquera. ¿Cómo los podrían querer? Ellos pasan por encima de la cabeza de esa gente que glotonea en los banquetes de las gentes importantes del sistema, y que viven en los barrios exclusivos, comen a sus ansias, beben buenos vinos, compran productos bio y degustan quinua, que recurren a los gastos de representación para pagar sus restaurantes que rara vez son bodeguitas; que nunca pagan sus taxis porque los paga la empresa, que frecuentan la misma ¡pequeña sociedad de los decididores! No habría nada que reprocharles a esta forma de vida, si una vez llegado el día esa gente estuviera real, verdadera, concretamente del lado de las gentes que sufren de la política liberal de la derecha y de la izquierda. Esta Francia de abajo hace que se conozca su sufrimiento modesta, simplemente, sin grandes palabras y sin largos discursos, sin ideologías y sin blablás, justo diciendo cosas simples y luciendo ese chaleco fluorescente que señala un peligro.
Ellos saben claramente que está muy bien eso de la transición ecológica invocada para justificar esos aumentos, pero ¿cómo se hace para vivir sin vehículo cuando se habita en una ciudad que no está equipada de transporte común? El panadero de Cantal ¿debería hacer sus entregas en metro? La enfermera bretona, sus visitas en la campiña del Tregor ¿en tranvía? El plomero hacer sus desplazamientos por aquel bosquecillo, adornado con sus herramientas, ¿en tren de cercanías? Y el visitador médico de Corrêze ¿debería hacer sus miles de kilómetros mensuales ¿en patineta eléctrica? ¿Sino la bici para los de urgencias en un pueblo de los Pirineos? La mujer que va a parir en las Ardennes ¿deberá presentarse en la materna en patines o en un skate? Francia no se reduce a un puñado de megalópolis: Paris, Lyon, Marseille, Toulouse, Bordeaux. Pues, luego, por fuera, más allá, además de esas ciudades tentaculares tenemos en Francia un poco más de 35.000 comunas. Millones de personas viven por fuera de las megalópolis; ¿se les puede exigir la patineta de la transición energética como horizonte insuperable?
No hay necesidad de haber hecho grandes estudios para comprender, e incluso si uno fracasó y no entró al ENA como Griveaux, que el aumento del precio de la gasolina es el aumento de los impuestos indirectos pagados por los más humildes, mientras que Emmanuel Macron distribuye dinero en cantidades astronómicas entre los antiguos aportantes del impuesto sobre las grandes fortunas. Este aumento del precio de la gasolina, es el impuesto que uno puede estar seguro pagará la gente desprovista de medios para organizar, como se dice, la optimización fiscal de sus ingresos, la que no puede abrir una cuenta en Suiza, que no pueden crear sociedades en cantidad con el fin de esconder la trazabilidad de sus fortunas, o que, por supuesto, no pueden tener recursos en los paraísos fiscales, como Johnny Hallyday o Charles Aznavour, residente fiscal suizo al que el presidente de la República le rindió recientemente homenaje en el patio de honor de los Invalides, ¡haciendo que se colocara una bandera azul-blanco-rojo sobre su ataúd! Luego el discurso en la iglesia de la Madeleine por el cantante cuyo álbum póstumo lleva por título "Mon pays c’est l’amour", pero que, en materia de países prefería concretamente vivir en Suiza o en los EE. UU.; después el discurso de homenaje presidencial por ese otro cantante que había creado una sociedad en Luxemburgo con el fin de evitar al fisco francés o armenio, lo que hubiera estado más de acuerdo ideológicamente con el discurso público; se comprende que la Francia de arriba pueda organizar un género de insolvencia fiscal en materia de impuestos, vía Gstaad o el Luxemburgo, con la bendición post-mortem del jefe de Estado. Con Emmanuel Macron, el pequeño contribuyente que vive en el límite del umbral de pobreza no escapará al impuesto, puesto que se le cobrará directamente en la estación de servicio donde estará obligado a tanquear su vehículo porque es su instrumento de trabajo.… Macron le cobra el impuesto pues claramente al trabajo de los rurales, pero no al capital de los cantantes domiciliados en Suiza (ver el artículo de Romaric Godin en "Mediapart" del 29 de marzo de 2018: "Les voies luxembourgeoises de la fortune des Aznavour").
El cambio climático tiene buena espalda, y luego presenta la formidable ventaja de ser políticamente correcto en la casi totalidad de los hogares levantados en ese catecismo desde hace años. Por el momento, se revela como el mejor aliado del liberalismo salvaje, así como de la defensa de los ricos a los que Macron y los suyos enriquecen, y de la tasa impositiva a los pobres que Macron y los suyos empobrecen… Si se quiere verdaderamente actuar sobre la transición ecológica, que no se olvide a los polucionadores industriales franceses que extrañamente han sido eximidos por Macron y los suyos. Nicolas Hulot ¡no me contradecirá!
¿Cómo combatir esta "lepra" de la Francia periférica? de la France périphérique? Enlodando el movimiento para evitar que deje escuchar lo que tiene por decir. Y siempre en virtud del adagio, decididamente cada vez de más actualidad, según el cual "el sabio muestra la luna, el imbécil mira el dedo ", la prensa institucional dispone de una técnica comprobada: descalificar al demandante con el fin de quitarle piso a la petición. ¿De qué manera? Es suficiente con hacer de ellos bueyes del terruño, cretinos de los campos, incultos de los sotos, de los que se han quedado en la ruralidad, subdiplomados de las malezas. Es el argumento que triunfa desde que los bobos parisinos de derecha y de izquierda ¡cogieron el hábito de enorgullecerse del Estado liberal maastrichtie! Es pues la Francia de los bebedores y de los fumadores, de los cazadores y de los automovilistas la que lleva el chaleco amarillo. Dése bien cuenta que esas personas no beben spritz en las terrazas de Saint-Germain-des-Prés, no fuman “cuartos” en los apartamentos chics del Marais, no son veganos de los lofts con vista a la torre Eiffel, no ruedan en patineta eléctrica estacionada cerca de la alcaldía de Paris, son pues claramente ploucs, campesinos, pécoras, en una palabra: bárbaros…
A este movimiento sin cabeza para decapitar, ¡era bueno encontrarle una! Se dice que un video plebiscitado por casi seis millones de internautas, propulsó a una mujer al proscenio. El periódico "Vingt Minutes" hizo de ella la "portavoz oficiosa (sic) del movimiento de los chalecos amarillos" (9 de noviembre de 2018).
Pero ¿qué es una portavoz oficiosa? El equivalente a un vino sin alcohol, un bigote sin pelos, un banquero generoso de un BHL serio, de un Macron gaulliste ¡o de cualquier otra imposibilidad lógica! Pues, si uno es portavoz lo es oficialmente, y nombrado por gente que dan un mandato a la vista y al conocimiento de todo el mundo; si uno lo es oficiosamente, es porque algunos tienen interés en escoger a esta señora más que a otros que sin embargo son numerosos en hacer posible el movimiento de real insumisión en la red.
Pues resulta que esta dama, que los mass-media oficiales vienen a buscar es "parapsicóloga", "hypno-therapeuta", y que ella releva igualmente informaciones fantasistas y complotistas de aquellos que creen que las estelas de vapor dejadas en el cielo por los aviones son intervenciones conscientes de los gobiernos que nos intoxican esparciendo misteriosos productos…
Desde entonces, toda oposición a este impuesto sobre los más modestos, via el aumento de la gasolina… hay que ¡ponerla en el registro de las ficciones complotistas! Si esa idiota es plebiscitada por gentes, esas gentes son idiotas y su combate es idiota: QELQTD. No se les hubiera ocurrido a los periodistas del sistema considerar que, si esta dama hubiera sido psicoanalista (que es el nombre que se le da a la parapsicología cuando uno abandona las ciudades y se desplaza más allá del periférico de París…), sus afirmaciones hubieran merecido ser invalidadas. Por el contrario, habrían sido aún más validadas…
Esta mujer es una persona en medio de los millones de otras y, puesto que ella no es portavoz de la totalidad de los que van a reunirse el 17 de noviembre (excepto para los periodistas que buscaban una cabeza para cortar o una causa para ensuciar), a ella hay que oírla sobre la sola cuestión del aumento del precio de la gasolina, no sobre sus gustos por la parapsicología, ya sea freudiana o no, ni sobre su color preferido, o su teoría de los vapores celestiales.
Me gusta esta sublevación popular, como la de las boinas rojas. Pues ella muestra que existe en Francia, lejos de la clase política que sólo se representa a ella misma, gente que comprendió que había una alternativa a esta democracia representativa que parte al mundo en dos, no la derecha y la izquierda, los soberanistas y los progresistas, los liberales y los que no lo son, no… sino entre, los que, de derecha o de izquierda, ejercen el poder, y aquellos sobre los que se ejerce, poco importa que sean de derecha o de izquierda.
Que aquellos sobre los cuales se ejerce digan "no" a los que lo ejercen, estos si que son trabajos reconfortantes que se inspiran en La Boétie, que escribía en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria: "Estad dispuestos a no servir más y seréis libres". Es el imperativo categórico de una izquierda libertaria y popular, populista incluso si se lo quiere, pues no temo con esta palabra estar diciendo que he escogido el campo del pueblo contra el campo de los que lo estrangulan, pues no hay sino dos lados de la barricada.
Que esta fuerza que se levanta ponga atención al poder que va a tener en mente el romperla, quebrarla, descalificarla, mancillarla, aniquilarla, circunscribirla. Va a sacar figuras para comprarlas mejor. Ese poder tiene interés en los desbordamientos; siempre hay "Benallas" prestos a meter la mano en los deslizamientos útiles para los que tienen necesidad del espectáculo mediático de la violencia social, para instrumentalizarla. Se van a encender contra-fuegos con medidas de acompañamiento distribuyendo cheques de caridad. Se va a agitar el abanico del pujadismo, del populismo, de la extrema derecha, del petanismo. El futuro dirá lo que habría sido posible hacer con esa gasolina…
Michel Onfray
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 12 de 2018.
Anexo: la entrevista con F. Gross
«Se querría una cólera, pero bien decente, bien educada»
Par Sonya Faure — 6 décembre 2018 à 20:16
Paris, 1º de diciembre. Photo Alain Jocard. AFP
Para el filósofo Frédéric Gros, las élites están atónitas por el carácter heteróclito e inédito de la movilización de los chalecos amarillos. Según él, hay que admitir la existencia de un cierto registro de violencia.
En su último libro, Désobéir (Albin Michel, 2017), él buscaba las razones de nuestra pasividad frente a un mundo siempre más desigual. En la actualidad, una parte de la población se insurge y Frédéric Gros, filósofo y profesor de Sciences-Po, analiza la expresión inédita de la cólera de los chalecos amarillos.
Asalariados o jubilados, los chalecos amarillos a veces dan pruebas de violencia en sus afirmaciones o en sus gestos. ¿Cómo lo explica?
Ya hay una parte de violencias que emanan de una minoría de quebradores o de grupúsculos que vienen para “batirse o pelearse”. Es indiscutible, pero es necesario comprender hasta qué punto, al mismo tiempo, ella suscita un escalofrío emocional y una tranquilidad intelectual. Se permanece en un terreno conocido. El verdadero problema es que es minoritaria. Es la espuma oscura de una ola de cólera transversal, inmensa y popular. No dejamos de escuchar por parte de los «responsables» políticos el mismo discurso: «La cólera es legítima, la entendemos; pero nada puede justificar la violencia». Se querría una cólera, pero decente, bien educada, que envíe su memorial de agravios, agradeciendo por lo bajo que el mundo político tenga a bien tomarse el tiempo de consultarlo. Se querría una cólera desprendida de su expresión. Pero no, hay que admitir la existencia de un cierto registro de violencias que no se debe ya a una elección ni a un cálculo, al que es incluso imposible aplicarle el criterio de legítima vs. ilegítima, porque es la pura y simple expresión de una exasperación. Esta revuelta es la del “basta, es demasiado ya”, la de “estamos hasta la coronilla”. Cada gobierno tiene la violencia que se merece.
Lo que parece violento ¿no es también el que ese movimiento no sigue las formas de protesta habituales?
El carácter heteróclito, disparatado de la movilización produce un malestar; se torna imposible la estigmatización de un grupo y la comodidad de un discurso maniqueo. Ha producido un espanto en las «élites» intelectuales o políticas. No solamente ellas no comprenden nada de esto sino que, sobre todo, se encuentran contestadas en su capacidad de representación, en la certidumbre confortable de su legitimidad. Su única puerta de salida, en lugar de preguntarse por su responsabilidad, consiste por el momento en diabolizar ese movimiento, denunciar su cripto-fascismo. Esto les permite tomar la postura de defensor de la democracia en peligro, de muralla contra la barbarie y heroizarse una vez más.
Esta forma de desobediencia, este violento cuestionamiento de los cuerpos intermediarios y de la democracia representativa ¿constituyen un peligro?
Los riesgos son grandes y ese espontaneismo representa un real peligro social y político. Pero por lo menos no vamos a responsabilizar de la crisis de la representación democrática a los perdedores de políticas orientadas todas en el mismo sentido hace treinta años. Pagamos la destrucción sistemática de lo común durante estos «Calamitosos Treinta años»: violencia de los planes sociales, ausencia de porvenir para las nuevas generaciones, loca prosecución de una «modernización» que se ha traducido en desaparición de las clases medias. La única cosa de la que se puede estar seguros infortunadamente es que las víctimas de los desbordamientos o de los golpes de bastón serán los más frágiles.
Ud. ha trabajado sobre la noción de seguridad, ¿qué piensa de la respuesta del Estado luego de las manifestaciones y las degradaciones?
Esta vez por parte de las fuerzas del orden se escucha el mismo discurso: «Esta violencia es totalmente inédita, nunca habíamos visto esto, una tal tempestuosidad, una tal brutalidad». Sería necesario que esta preponderancia dada a la «novedad» no sirva de pantalla a un aumento de la represión.
En su reciente libro, Desobedecer, Ud. analizaba las raíces de nuestra «pasividad». ¿Qué sucedió para que los chalecos amarillos salieran del «confort» du conformismo?
Nuestra obediencia política se nutre en lo esencial de la convicción de la inutilidad de la revuelta: «¿para qué eso?» Y luego aparece el momento, imprevisible, incalculable, del impuesto “que llena la taza”, la medida inaceptable. Esos momentos de sobresalto son profundísimamente históricos como para poder ser previsibles. Son momentos de derribar temores. Se inventan allí nuevas solidaridades, se experimentan goces políticos cuyo gusto habíamos perdido, y se descubre que uno puede desobedecer junto con los otros. Es una promesa frágil que se puede tornar en su contrario. Pero uno no está para darle lecciones al que, con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que se puede hacer otra política.
¿Estamos en un gran momento de desobediencia colectiva?
Sí, una desobediencia que tiene como señal segura su propia exasperación. Hemos hecho todo lo posible durante treinta años para despolitizar las masas, para comprar los cuerpos intermediarios, para desanimar la reflexión crítica, y ahora nos sorprendemos de tener un movimiento sin dirección política clara y que rehúsa todo leadership. Esta desobediencia es el mejor testigo de nuestra época. Nos corresponde prioritariamente interrogar a los actores.
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 12 de 2018.
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