nº 126.  Febrero de 2019
“Chalecos amarillos”, ¿y ahora qué?
Mis en ligne le 12/12/2018 | Mis à jour le 14/12/2018
Le hemos solicitado a diez filósofos que se presten, en caliente, a un ejercicio de anticipación.  Según ellos ¿cuál sería la salida más probable, o la más deseable, para el movimiento de los “chalecos amarillos” ?  No faltan pistas para el porvenir.
Février 2019

Pierre Zaoui: “El pueblo ha regresado, lo que puede conducir a lo peor... como a lo mejor”
Mis en ligne le 12/12/2018 | Mis à jour le 12/12/2018 
Pierre Zaoui © Witi De Tera/Opale/Leemage

Si el filósofo especialista en Spinoza se regocija con este movimiento social espontáneo, inventor de formas inéditas de dignidad y de solidaridad, al mismo tiempo se inquieta por su potencial fascista que podría llevar a un partido populista y nacionalista al poder…  A menos que los “chalecos amarillos” lleguen a trastrocar completamente la mesa para crear, finalmente, algo nuevo en política.
n°126
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Sin duda que se precisa estar ciego y sordo desde hace años, si no se ha visto la degradación continua de las condiciones de vida de las pequeñas clases medias, no haber ni siquiera imaginado por un instante lo que puede ser la suerte actual de una mujer o de un hombre que gana razonablemente su vida, es divorciado(a), con hijos, que fuma y utiliza el diesel… para encontrarse sorprendido por este movimiento de los «chalecos amarillos», como por su amplitud no tanto en el número exacto de manifestantes y de «bloqueadores» como en la simpatía popular que suscita el movimeinto, a pesar –pero quizás también en razón– de las violencias que lo acompañan.  No hay ninguna necesidad de haber leído a Maquiavelo para comprender que un Príncipe que se apoya exclusivamente sobre los grandes y nunca sobre el pueblo corre los más grandes peligros. Tampoco se necesita haber leído a Jacques Rancière para medir hasta qué punto el pretendidos «realismo» de nuestros dirigentes no es sino una utopía que ignora casi todo de la dura realidad, y hasta qué punto su pretendido «pragmatismo» no es frecuentemente sino el velo de un dogmatismo puramente ideológico. Ni siquiera se tiene necesidad de haber leído a Marx para saber que la lucha de clases ni se decreta, ni se suprime, y que puede tomar las formas más sorprendentes como las más inventivas; y este movimiento de los «chalecos amarillos» es particularmente inventivo, por su deseo de darle vuelta a las formas actuales de invisibilización y de aflicción de las gentes ordinarias en potencia de afirmación (una toma de los colores más bien que una toma de la palabra, como se lo decía en mayo de 1968), por su horizontalidad, su transversalidad y su no afiliación, radicales, por su capacidad para investir nuevos lugares de lucha (los barrios chics del oeste parisino, los ronds-points peri-urbanos, las redes informales…), por su espontaneismo que dura.

¿Un gesto desesperado?
Es por esto que toda filosofía progresista, o incluso simplemente humanista, no puede dejar de aplaudir primero a un tal movimiento, y admirar todas esas personas que se presume ordinarias que se inventan nuevas formas de dignidad y de solidaridad.  Sin embargo este es solamente (para retomar una distinción bien querida en la tradición aristotélica) el discurso exotérico de tales filosofías, es decir público y que se dirige a todos.  El discurso esoterico, reservado a los pares o a los miembros de la escuela, tiene otro tenor, menos entusiasta, mucho más desesperado.  Pues cuando se ha leído un poco Maquiavelo y Spinoza, se sabe bien que la mayor parte del tiempo el pueblo no echa por tierra un régimen político sino para instaurar en su lugar uno nuevo aún peor, pues aparece sin pátina del tiempo ni las moderaciones de la tradición.  Cuando uno ha leído un poco Rancière, se sabe claramente que las políticas emancipatorias de reconfiguración de lo sensible, las capaces de volver a darle un poco de luz y de belleza a las vidas invisibles, a la manera de Flaubert o de Conrad (y segura que hay de Flaubert y de Conrad entre esos «chalecos amarillos»: mil Emma Bovary y mil Félicité, mil Kurtz et mil Nostromo surgen hoy ante nuestros ojos admirativos), son perfectamente compatibles con las posiciones mas reaccionarias.  Cuando se ha leído un poco a Marx, se sabe más aún que la lucha de clases puede conducir a las sociedades tanto seguramente a su transformación revolucionaria como a su ruina, y que las formas más apolíticas de la lucha de clases son las más favorables al advenimiento de nuevas tiranías. <¿qué tal Venezuela? Paláu>
Ahora bien, de todos estos puntos de vista, y habida cuenta de las relaciones de fuerzas actuales, es decir la casi-desaparición factual y teórica de la izquierda; de la megalomanía exhibida («mi persona es sagrada, soy la República»), como en espejo del presidente, de Jean-Luc Mélenchon, el único que en el campo progresista podría legítimamente reivindicarse de este movimiento; y del viento de extrema derecha que asola todos los países desarrollados o en vías de desarrollo (de los Estados Unidos a Brasil, de la Gran Bretaña a Hungría, de Turquía a Italia), es muy probable (nada seguro, pues nunca hay nada cierto en política) que el movimiento de los «chalecos amarillos» sólo pueda conducir al advenimiento al poder en 2022 del siniestro Frente nacional de Marine Le Pen, y esto si el poder no lograr podrir el movimiento y dejar que los rencores fermenten aún algunos años, o más pronto aún, si el poder no termina finalmente por ser desbordado y llevado a las cuerdas de las elecciones anticipadas.  Por esto el vals esquizofrénico de la mayor parte de los filósofos humanistas de hoy: se aplaude en público, se alienta incluso a todos aquellos y aquellas que se unen al movimiento de los «chalecos amarillos» para tratar de ahogar sus potencialidades fascistoides bajo nuevas formas de solidaridad democrática… pero en el fondo de su corazón lloran y no se cree en nada, pues desde Voltaire & Schopenhauer la lucidez ha estado del lado del pesimismo.
Lo que pasa es que una tal esquizofrenia no es para nada satisfactoria a términos para el espíritu; muy pronto no es sino una postura o una cobardía o una sombra gozona.  El historiador y poeta palestinao Elias Sanbar subraya en algún lugar que el pesimismo quizás está del lado de la inteligencia, pero que también es perezosísimo; siempre es más fácil constatar lo peor que tratar, valga lo que valga, imaginar vías de salida.  Entonces, ¿qué otra vía de salida le queda a la Francia del mañana?
Nos podríamos imaginar esto: que el movimiento de los «chalecos amarillos», yendo hasta el fondo de su constatación radical –«ya nadie nos representa», «no tenemos más líderes»–, conduzca no a una crisis del régimen recuperable por el partido del peor y el terrible nacionalismo, sino a su echada a perder general.  Así este movimiento se mantendrían bien, durante meses, pasaría Navidad, se reforzaría en pleno invierno, y terminaría por parir una Asamblea constituyente que recusaría a todos los partidos existentes, e instituiría una VIª República.  No más del PS y del LR, ciertamente, incluso si esto de hecho ya está actuado, sino sobre todo nada de LREM –puesto que es uno de los objetivos confesados sel movimiento–, y más aún: no más RN ni FI, no más Le Pen o Mélenchon, nada más de lo de antes, todo nuevo.  Sinceramente, ¡qué alegría más grande sí así fuera!
Ciertamente, en una tal asamblea constituyente nueva, se reencontrarían las fuerzas y las divisiones del antiguo mundo; seguro que sí, no se habría terminado así ni con el capitalismo, ni con los efectos deletéreos para toda democracia de la limitante externa y de la ley de los mercados, ni con los envites de los flujos migratorios y del calentamiento global, ni con la cuestión de Europa y del reparto deseable o no de las soberanías; ciertamente los chalecos amarillos no nos habrían hecho mejores como por arte de magia.  Pero las cartas al menos se habrían vuelto a repartir en torno al eje mayor del movimiento: lograr rearticular la cuestión de las desigualdades o de la justicia social, y la de la lucha contra el calentamiento climático. Pues este es claramente un signo indudable; que el movimiento se haya disparado a partir del impuesto al diesel es claramente el signo que la cuestión climática no es para nada ajena al «pueblo» sino solamente insoportable en tanto que ella se desarticula de la cuestión social (recordemos que la huella de carbono de un rico que tiene un vehículo eléctrico o hébrido, pero que monta en avión regularmente, es 150 veces superior a la de un «pobre» que rueda con un diesel que poluciona).

¿Mal viento o República más justa?
Evidentemente que una tal imaginería para mañana tiene poca oportunidad de que ocurra.  Es más probable que Francia conozca el mal viento que conoce la mayor parte de los países capitalistas: las atroces bodas del capital y del odio, en provecho una vez más del solo capital y de sus sirvientes.  Pero uno no gana nunca nada apostándole a su propia muerte, incluso si ella es probable. Por el contrario, como todo profetismo, ese proyecto de una VIª República no tiene sentido sino a partir del presente.  Hay que confiar en los «chalecos amarillos», ir con ellos, implicarse en su movimiento, seguir el movimiento real que ellos dibujan.  Los filósofos de fines del siglo XX, a la manera de Deleuze, soñaban un poco complacientemente con un pueblo que falta. Hoy, el pueblo ha regresado y aquí está; es política, metafísica, estéticamente contradictorio, sueña con tiranos y los vilipendia, quiere poder de compra y se burla de él, bello y feo a la vez.  En suma, es exactamente como la filosofía; comprometido con todos los poderes y sus caudillos, imperfecto, veraz y mentiroso, colabo y resistente, abigarrado, múltiple, incierto en sus deseos tanto como en sus odios. Desde Sócrates, entre pueblo y filosofía ninguna tiene lecciones que darle al otro. Pero siempre se ha ganado con unirlos más que en oponerlos, pues pueblo y filosofía han compartido siempre el mismo sueño: la llegada de una República más justa.
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 9 de 2019
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Bernard Stiegler: “Repensar una política industrial en la era del Anthropoceno y de la automatización”
Mis en ligne le 17/12/2018 | Mis à jour le 17/12/2018 
Para este pensador de la técnica, el movimiento “chalecos amarillos” saca a luz la urgente necesidad de una nueva política que valorice el trabajo más bien que el empleo.  Entre estas proposiciones está la de generalizar al conjunto de los asalariados el régimen intermitente de los trabajadores del espectáculo.

Filósofo, dirige el Institut de recherche et d’innovation (IRI) del Centro Georges-Pompidou y preside la asociación Ars industrialis.  Las ediciones Fayard acaban de reeditar el conjunto de su reflexión sobre la técnica, en un volumen de cerca de mil páginas.  La Técnica y el Tiempo, que retoma a la vez su tesis La Falta de Epimetheo <Bilbao: Hiru, 2003>, y se abre a lo contemporáneo con Le Nouveau Conflit des facultés et des fonctions dans l’Anthropocène.  Por otra parte, un nuevo ensayo apareció recientemente en la ed. Les Liens qui Libèrent, en torno a los conceptos de entropía y de neguentropía: Qu’appelle-t-on panser? 1. L’immense régression.


n°126
Febrero de 2019
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« Me sorprendió la rápida evolución del movimiento de los “chalecos amarillos”, por la manera cómo se presentaba y como fue percibido.  Al comienzo, las ocupaciones de ronds-points permitían pensar en el fenómeno de los Tea Partys de los EE. UU., que preparó la elección de Donald Trump, y en aquella asombrosa declaración de Sarah Palin: ‘‘Me encanta respirar ¡el olor de los gases de escape!’’  Sin embargo, y a pesar de la presencia de la “ultra-derecha” que es por supuesto muy peligrosa, el empuje de ese movimiento evolucionó positivamente, y de manera muy inesperada.  Comparados con la escena “de las protestas” bien conocida en Francia desde hace decenios, los “chalecos amarillos” son evidentemente un acontecimiento completamente singular y muy interesante, más allá de sus extremas ambigüedades.  Entre las reivindicaciones enunciadas por esos manifestantes sin líder, la proposición de crear una asamblea deliberativa para la transición ecológica es particularmente ilustrativa de lo que ese movimiento tiene de fundamentalmente nuevo.  Y esto quedó confirmado por un signo alentador –que ciertamente hay que interpretar sin hacerse muchas ilusiones–: el 8 de diciembre en Burdeos, su manifestación se hizo en asocio con la Marcha por el clima.
Cuando uno escucha a los “chalecos amarillos”, se oyen voces de gente un poco perdida que vive a menudo en condiciones insoportables y que tienen el mérito de expresar y concientizar los límites y las inmensas contradicciones de la sociedad contemporánea.  Frente a lo cual el gobierno de Emmanuel Macron parece ser incapaz de considerar la envergadura de los problemas planteados. Mucho me temo que las medidas anunciados por el presidente el 11 de diciembre no resuelvan nada e instalen el movimiento en la larga duración, precisamente en tanto que expresa –al menos simbólicamente– la toma de consciencia colectiva de la crisis contemporánea.  El horizonte político en toda Europa no es para nada regocijante: las extremas derechas van probablemente a sacar beneficio electoral de estas cóleras, dado que no se va a responder a las cuestiones que legítimamente plantea el movimiento de los “chalecos amarillos”, que pone en evidencia la falta de sentido histórico del presidente Macron y de sus ministros, y que subraya además la vanidad de los que pretenden encarnar la izquierda, todos ellos incapaces de proponer el menor enunciado a la altura de lo que se juega como una primera gran crisis social característica del Anthropoceno. 
Para mí que soy un “hombre de izquierda”, la cuestión importante es saber lo que sería una gran política industrial de izquierda que recoja los desafíos del Antropoceno y de la automatización, es decir: también de cara a la “Inteligencia artificial”.  Afrontar esta cuestión supone sobreponerse al impensado de la crítica marxiana, a saber, a la entropía.  Todos los sistemas complejos, tanto a nivel biológico como a nivel social, están destinados a una périda de diferencial –de energía, de biodiversidad, de interpretación de la información– que conduce al caos entrópico.  El concepto de neguentropiía, que fue propuesto a partir de los trabajos de Erwin Schrödinger, designa la capacidad del viviente para diferir la pérdida de energía, diferenciándose para ello orgánicamente, creando islotes y nichos que instalan localmente “diferance” (como decía Derrida), por medio de la que se inscribe el porvenir como bifurcación en el devenir entrópico donde todo indifiere.
El punto fundamental es aquí que, mientras que la entropía se observa a nivel macroscópico, la neguentropía sólo se instaura localmente por conversiones de energía bajo todas sus formas, incluída la energía libidinal; y Freud es con Bergson el primero en comprender el cambio radical de punto de vista requerido por la entropía.  El “repliegue nacionalista” es una expresión sintomática de la explosión entrópica provocada por la mundialización como Antropoceno. A lo que hay que responder con una nueva política económica e industrial que valorice sistemáticamente la neguentropía.
Es en este sentido que con Patrick Braouezec –presidente del Establecimiento público territorial Plaine Commune–, el Institut de recherche et d’innovation & Ars Industrialis llevan a cabo un experimento en Seine-Saint-Denis, un territorio de 430.000 habitantes, donde experimentamos la puesta en funcionamiento de una economía contributiva territorial fundada en una nueva macroeconomía a escala nacional.  Se trata ante todo de valorizar el trabajo antes que el empleo, y de generalizar el sistema de los intermitentes del espectáculo: la idea es poder garantizarle a la gente el 70% de su último salario en los períodos en que no trabajen, con la condición de que reencuentren al final de diez meses un empleo intermitente –en el caso de los intermitentes del espectáculo, por 507 horas, luego de las cuales han “recargado su derecho” al ingreso contributivo.  Creamos en este momento talleres en los dominios del cuidado de la infancia, de una alimentación urbana de calidad, de la construcción y de los oficios urbanos, de la mecánica de recalificación de los vehículos términos en vehículos limpios, etc.  Este experimento los sostienen la Fundación de Francia, Orange, Dassault Systèmes, la Caisse des dépôts et consignations, la Société générale, la fondation Afnic et Emmanuel Faber, director general de Danone, todos ellos actores a la búsqueda de una nueva concepción de la economía industrial enteramente movilizada en la lucha con el Antropoceno y por la restauración de una solvencia económica de largo aliento, fundamentada en la inversión y no en la especulación.  Es emprendiendo iniciativas audaces de este género como se podrá responder verdaderamente a los “chalecos amarillos”. »
Declaraciones recogidas por ALEXANDRE LACROIX
Director de redacción
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 10 de 2019
ARTÍCULO
Frédéric Gros: “Una violencia que beneficia a todos, excepto a las víctimas”
Mis en ligne le 20/12/2018 | Mis à jour le 20/12/2018 
Denunciada por todos, la violence que ha acompañado las manifestaciones de «chalecos amarillos» sin embargo ha tenido una función estratégica y política de la que ha sacado partido el movimiento, tanto como el gobierno y los media… ¿Irresponsable?


n°126
Febrero de 2019
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Se han planteado muchos interrogantes –con razón pues había por qué perder sus categorías mejor implantadas– sobre la naturaleza política, el origen social, las modalidades estratégicas de los «chalecos amarillos».  A mi me gustaría desplazar el ángulo crítico aquí e interrogarme sobre el estatus de la violencia en lo que les ha parecido a todos como un movimiento inédito.  Que las manifestaciones de cólera social se acompañen de violencias no es una novedad histórica. Los sábados de cólera han estado marcados por violencias urbanas intensas, que se debieron a grupúsculos extremistas que vinieron a medis de la colère ont été marqués par des violences urbaines intenses, qui furent le fait de groupuscules extrémistes venus «para romperlo», de infiltrados oportunistas, de «chalecos amarillos» arrastrados miméticamente por la atmósfera de guerrilla; y finalmente los policias también, buscando presentar esta última violencia como forzosamente defensiva y protectora.
Esta violencia ha tenido el principal carácter de no ser asumida por nadie y denunciada por todos; con la única diferencia que del lado de los «chalecos amarillos», lo más frecuentemente se la denunciaba pero sin condenarla.  Esta violencia, sobre la que los observadores una vez más se ponían de acuerdo para decir que ella fue ampliamente una intervención de elementos exógenos al movimiento, se debe constatar que al mismo tiempo ella le beneficiaba a todos… exceptuando por supuesto a sus pobres víctimas directas.  Al gobierno por una parte, puesto que ella le permite presentar todo nuevo anuncio de manifestación como irresponsable puesto que, de derecho democrático fundamental, se ha vuelto una amenaza objetiva de guerra, a pesar incluso de las intenciones pacíficas de los organizadores. A los propios «chalecos amarillos», puesto que esta violencia subrogada a los extremistas y encapuchados declaraba inocentes a los manifestantes, al mismo tiempo que les permitía beneficiarse de sus efectos políticos –¿quién puede seriamente creer que una serie de manifestaciones pacíficas habrían provocado la anulación de los impuestos incriminados, y los anuncios sucesivos del presidente?  A las fuerzas policiales pues les ofrecían una palanca para una represión por fuera de norma. Y finalmente a las cadenas de TV de información en vivo y en directo, que organizaron cada sábado «ediciones especiales» adictivas, para espiar el desastre y la catástrofe. Esta violencia que nadie asume pero de la que todos buscan los beneficios, define un paisaje político que arriesga con acompañarnos muchos tiempo
Filósofo, ha tenido un gran éxito público y crítico con su libro Marcher. Une philosophie (Carnets Nord, 2009).  Especialista en Michel Foucault, ha estudiado la demanda de seguridad en las democracias contemporáneas en Le Principe Sécurité (Gallimard, 2012), así como los movimientos de resistencia en Desobedecer (Albin Michel, 2017; tr. Paláu en proceso, para el mes de agosto 2019).  Su seminario anual en Sciences-Po Paris está consagrado al tema «Violence et responsabilité», que encuentra un eco en la actualidad.
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 10 de 2019
ARTÍCULO
Francis Wolff: “¿Un movimiento antipolítico o la reinvención de un ‘nosotros’?”
Mis en ligne le 17/12/2018 | Mis à jour le 19/12/2018 
¿Los chalecos amarillos?  Un movimiento «anti», para Francis Wolff, sin consciencia de clase ni voluntad de estructuración, y que arriesga con un hundirnos en un clima de «guerra civil fría», a merced de la menor pasión digital.  A menos que los lazos que se han tejido en los ronds-points den a luz una redefinición de la palabra «collectivo».


n°126
Febrero 2019
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La Francia peri-urbana, la de las pequeñas y medianas ciudades, cliente de los centros comerciales, la que trabaja duro y gana poco, la que no es suficientemente pobre como para estar en el Sisben y que no es suficientemente rica como para salir con dignidad, la que nunca ha desfilado con los funcionario pero que tampoco ha ideo a la Manif para todos <la del 1º de mayo>, decidió un día expresar su cólera contra el impuesto al diesel bloqueando para ello las encrucijadas y ocupando los ronds-points.  La derecha aplaude; revuelta fiscal, dice ella.  La izquierda añadió: justicia social, afirmó ella.  La extrema derecha vio acá el despertar de las «gentes de bien» que han sido abandonadas por la mundialización.  La extrema izquierda diagnosticó que ya viene la insurrección. Y todos se mezclaron al movimiento soplando sobre sus brasas.  Todos tenían para ello buenas razones puesto que las «reivindicaciones» eran móviles y contradictorias: más Estado, menos Estado; más diálogo, nada de diálogo, etc.  Todos se engañaban sin embargo, porque la naturaleza profunda de ese «movimiento», conectada con la época, se les escapaba. Es antipolítico; está animado por el imperio de los «derechos subjetivos» sin límite ni medida.  Est anticolectivista; es una revuelta clasista sin conciencia de clase y por fuera del marco de la producción. Es antijerárquico; depende de las redes sociales y de su falsa horizontalidad «igualitarista» (discurso de odio, teorías complotistas, infox, etc.)
¿Qué hay que temer?  ¿Qué se estructure? Dada su naturaleza antipolítica, sólo lo podría hacer en torno a una figura televisiva carismática, como en Italia; pero habría que haber sido Cyril Hanouna al comienzo del movimiento.  La idea de un movimiento «Cinco Estrellas» a la françesa se desmoronó. ¿Qué va a terminar por agotarse? Bien podría ser entonces la primera de una serie de revueltas individualistas, por fuera de todo marco institucional, social o político, fomentadas por la sola potencia de las redes sociales.  Estaríamos entonces entrando en un período de guerra civil fría, caracterizada por una exacerbación de las pasiones antidemocráticas a nombre de una exigencia de «siempre más democracia» (en el entendido “que es a mí ¡al que hay que escuchar!”), un «sálvese quien pueda y cada uno por sí mismo inmediatamente», un trumpisma «a la françesa» alimentado por la tiesura de las clases dominantes, la ineluctable desaparición de los servicios públicos (puesto que la social democracia está fumigada), la aceleración del desmantelamiento de la Unión europea, una agravación de las crisis ecológicas, en suma el acabamiento del movimiento anti-Ilustración: el sueño de Steve Bannon♠♠ o de Éric Zemmour.
¿Qué podremos esperar de todo esto?  Una verdadera salida por lo alto supondría una salida del marco nacional para reclamar una justicia fiscal y una lucha contra las políticas neoliberales a escala europea.  Pero su naturaleza franco-francesa se lo impide.
Entonces, la única esperanza es que su forma termine por contradecir su naturaleza.  En efecto, habría que tomarles las palabras a los que, en cada etapa, cuales quiera sean las «victorias» obtenudas, repiten: «Iremos hasta el final».  ¿Cuál objetivo? Ellos no están buscando ninguna nueva concesión del «poder»… uno siente claramente que no se satisfarán nunca. La meta que se han propuesto, ¿no será precisamente no tener ninguna?  No será poder continuar viviendo lo que están viviendo juntos, en cada encrucijada, en cada rond-point, por primera vez y para su gran sorpresa?  Lo que descubren en el fondo, lo que están reinventando, son esos sentimientos que les ha preservado su modo de vida: la solidaridad, la fraternidad, la calidez del colectivo.  Vayamos más lejos. ¿No podríamos esperar que hicieran de esta reinvención de un «nosotros» inesperado la fuente de una «auto-institución de la société», en contra incluso de la naturaleza de su lucha?  Descubrirían por ejemplo que podrían compartir el carro (con ¡doble ganancia!), hacer sus compras colectivamente para obtener descuentos, ayudarse entre vecinos, defender aquí un dispensario amenazado, hacer que se abra una escuela primaria gracias a una institutriz jubilada que bien podría ser voluntaria, etc.  El imaginario no tiene límites desde que uno acepta ser colectivo. Y la democracia comienza por la base, y no en las ilusiones de referendos de repetición.


Profesor emérito de la Escuela normal superior de Paris, este especialista en filosofía antigua defiende un carácter propio del hombre, en tanto que ser de lenguaje capaz de «decirle el mundo» al otro de manera objetiva.  Autor de Nuestra humanidad.  De Aristóteles a las neurociencias (Fayard, 2010; tr. castellana de L. A. Paláu, Medellín, enero – noviembre de 2016 / enero de 2017), es también un apasionado de la música y buscó descubrir la esencia de ese arte en ¿Por qué la música? (Fayard, 2015; tr. castellana de L. A. Paláu, Medellín, junio – diciembre de 2015 y octubre 31 de 2017).  En su último ensayo, Trois Utopies contemporaines (Fayard, 2017), propone volver a lanzar la perspectiva utópica en torno a la redefinición de un «nosotros», a la vez humanista y cosmopolita.
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 10 de 2019

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