Las Heterotópias

Por  Daniel Defert
<Fragmento del librito de Daniel Defert (presentador), Foucault: el cuerpo utópico, las heterotopías.  París: Lignes, 2009.  pp. 21-36>


Hay pues países sin lugar alguno e historias sin cronología.  Ciudades, planetas, continentes, universos cuya traza es imposible de ubicar en un mapa o de identificar en cielo alguno, simplemente porque no pertenecen a ningún espacio.  No cabe duda de que esas ciudades, esos continentes, esos planetas fueron concebidos en la cabeza de los hombres, o a decir verdad en el intersticio de sus palabras, en la espesura de sus relatos, o bien en el lugar sin lugar de sus sueños, en el vacío de su corazón; me refiero, en suma, a la dulzura de las utopías.  No obstante, creo que hay —y esto vale para toda sociedad— utopías que tienen un lugar preciso y real, un lugar que podemos situar en un mapa, utopías que tienen un lugar determinado, un tiempo que podemos fijar y medir de acuerdo al calendario de todos los días.  Es muy probable que todo grupo humano, cualquiera que éste sea, delimite en el espacio que ocupa, en el que vive realmente, en el que trabaja, lugares utópicos, y en el tiempo en el que se afana, momentos ucrónicos.

He aquí lo que quiero decir: no vivimos en un espacio neutro y blanco; no vivimos, no morimos, no amamos dentro del rectángulo de una hoja de papel.  Vivimos, morimos, amamos en un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas de sombra, diferencias de nivel, escalones, huecos, relieves, regiones duras y otras desmenuzables, penetrables, porosas; están las regiones de paso: las calles, los trenes, el metro; están las regiones abiertas de la parada provisoria: los cafés, los cines, las playas, los hoteles; y además están las regiones cerradas del reposo y del recogimiento.  Ahora bien, entre todos esos lugares que se distinguen los unos de los otros, los hay que son absolutamente diferentes; lugares que se oponen a todos los demás y que de alguna manera están destinados a borrarlos, neutralizarlos o purificarlos.  Son, en cierto modo, contra-espacios.  Los niños conocen perfectamente dichos contra-espacios, esas utopías localizadas: por supuesto, una de ellas es el fondo del jardín; por supuesto, otra de ellas es el granero o, mejor aun, la tienda de indio levantada en medio de él; o bien, un jueves por la tarde*, la cama de los padres.  Pues bien, es sobre esa gran cama que uno descubre el océano, puesto que allí uno nada entre las cobijas; y además, esa gran cama es también el cielo, dado que es posible saltar sobre sus resortes; es el bosque, pues allí uno se esconde; es la noche, dado que uno se convierte en fantasma entre las sábanas; es, en fin, el placer, puesto que cuando nuestros padres regresen seremos castigados.

A decir verdad, esos contra-espacios no sólo son una invención de los niños; y esto es porque, a mi juicio, los niños nunca inventan nada: son los hombres, por el contrario, quienes susurran a aquéllos sus secretos maravillosos, y enseguida esos mismos hombres, esos adultos se sorprenden cuando los niños se los gritan al oído.  La sociedad adulta organizó ella misma, y mucho antes que los niños, sus propios contra-espacios, sus utopías situadas, sus lugares reales fuera de todo lugar.  Por ejemplo, están los jardines, los cementerios; están los asilos, los burdeles; están las prisiones, los pueblos del Club Mediterranée y muchos otros.

Pues bien, yo sueño con una ciencia —y sí, digo una ciencia— cuyo objeto serían esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio en el que vivimos.  Esa ciencia no estudiaría las utopías —puesto que hay que reservar ese nombre a aquello que verdaderamente carece de todo lugar— sino las hetero-topías, los espacios absolutamente otros.  Y, necesariamente, la ciencia en cuestión se llamaría, se llamará, ya se llama, la “heterotopología.”

Pues bien, hay que dar los primeros rudimentos de esta ciencia cuyo alumbramiento está aconteciendo.  Primer principio: probablemente no haya una sola sociedad que no se constituya su o sus heterotopías.  Ésta es una constante en todo grupo humano.  Pero, a decir verdad, esas heterotopías pueden adquirir, y de hecho siempre adquieren formas extraordinariamente variadas.  Y tal vez no haya una sola heterotopía en toda la superficie del globo o en toda la historia del mundo, una sola forma de heterotopía que haya permanecido constante.  Quizás podríamos clasificar las sociedades según las heterotopías que prefieren, según las heterotopías que constituyen.  Por ejemplo: las sociedades llamadas primitivas tienen lugares privilegiados o sagrados, o prohibidos —al igual que nosotros, de hecho—; pero esos lugares privilegiados o sagrados por lo general están reservados a individuos, si ustedes quieren, en “crisis biológica”.  Hay recintos especiales para los adolescentes en el momento de la pubertad; los hay reservados a las mujeres en su periodo menstrual; hay otros para las mujeres que están en parto.  

En nuestra sociedad las heterotopías para los individuos en crisis biológica han prácticamente desaparecido.  Noten que todavía en el siglo diecinueve había colegios para los muchachos, los cuales, al igual que el servicio militar, sin duda cumplían el mismo papel, pues era menester que las primeras manifestaciones de la virilidad se produjeran en otra parte.  Y después de todo, en lo que concierne a las jóvenes, yo me pregunto si el viaje nupcial no era al mismo tiempo una suerte de heterotopía y de heterocronía, ya que no era posible que la desfloración de la joven se produjera en la misma casa en la que nació; dicha desfloración había de realizarse, de alguna manera, en ninguna parte.

Pero esas heterotopías biológicas, esas heterotopías si ustedes quieren de crisis, desaparecen paulatinamente para ser remplazadas por las heterotopías de desviación.  Es decir que los lugares que la sociedad acondiciona en sus márgenes, en las áreas vacías que la rodean, esos lugares están más bien reservados a los individuos cuyo comportamiento representa una desviación en relación a la media o a la norma exigida.  De ahí la existencia de las clínicas psiquiátricas; de ahí también, claro está, la existencia de las cárceles; a lo cual habría que añadir sin duda los asilos para ancianos, puesto que, después de todo, en una sociedad tan afanada como la nuestra, la ociosidad se asemeja a una desviación que, en este caso, resulta por lo demás una desviación biológica por estar asociada a la vejez la cual es, por cierto, una desviación constante, al menos para todos aquellos que no tienen la discreción de morir de un infarto tres semanas después de su jubilación.

Segundo principio de la ciencia heterotopológica: pues bien, durante el curso de su historia, toda sociedad puede reabsorber y hacer desaparecer una heterotopía que había constituido anteriormente, o bien organizar alguna otra que aún no existía.  Por ejemplo: desde hace unos veinte años la mayoría de los países de Europa han intentado hacer que desaparezcan las casas de citas; con un éxito mitigado pues, como sabemos, el teléfono ha remplazado la vieja casa a la que iban nuestros ancestros por una red arácnida y mucho más sutil.  Por lo contrario, el cementerio, que en nuestra experiencia actual corresponde al ejemplo más evidente de una heterotopía, es absolutamente el otro lugar.  Pues bien, el cementerio no ha tenido siempre ese papel en la civilización occidental.  Hasta el siglo XVIII, el cementerio estaba en el corazón de los poblados, dispuesto allí, en el centro de la ciudad, justo a un lado de la iglesia, y a decir verdad no se le atribuía ningún valor realmente solemne.  Salvo en el caso de algunos individuos, el destino común de los cadáveres era simplemente ser arrojados a la fosa sin ningún respeto por los restos individuales.  Ahora bien, de una manera muy curiosa, en el momento mismo en el que nuestra civilización se volvió atea, o al menos más atea, es decir a finales del siglo XVIII, nos pusimos a individualizar los esqueletos: desde entonces cada quien tuvo derecho a su cajita y a su pequeña descomposición personal.  Y por otro lado, pusimos todos esos esqueletos, todas esas cajitas, todos esos féretros, todas esas tumbas y esas piedras fuera de la ciudad, en el límite de las urbes, como si se tratara al mismo tiempo de un centro y un lugar de infección y, de alguna manera, de contagio de la muerte.  Pero no hay que olvidar que todo esto no sucedió sino en el siglo XIX, e incluso durante el curso del Segundo Imperio (es bajo Napoleón III, en efecto, que los grandes cementerios parisinos fueron organizados en los límites de las ciudades).  También habría que citar —y aquí observaríamos en cierto modo una sobredeterminación de la heterotopía— los cementerios para tuberculosos: pienso en ese maravilloso cementerio de Menton en el que fueron inhumados los grandes tuberculosos que vinieron, a finales del siglo XIX, para descansar y morir en la Costa Azul.  

Otra heterotopía.

Por lo general, la heterotopía tiene como regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente serían, o deberían ser incompatibles.  El teatro, que es una heterotopía, hace que se sucedan sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares incompatibles.  El cine es una gran sala rectangular al fondo de la cual se proyecta sobre una pantalla, que es un espacio bidimensional, un espacio que nuevamente es un espacio de tres dimensiones.  Vean ustedes aquí la imbricación de espacios que se realiza y se teje en un lugar como una sala de cine.  Pero quizás el más antiguo ejemplo de heterotopía sea el jardín: el jardín, creación milenaria que ciertamente tenía una significación mágica en Oriente.  El tradicional jardín persa es un rectángulo dividido en cuatro partes, las cuales representan las regiones del mundo, los cuatro elementos de los cuales éste se compone; y en el centro, en el punto en el que se unen esos cuatro rectángulos, había un espacio sagrado, una fuente, un templo; y alrededor de ese centro, toda la vegetación ejemplar y perfecta del mundo debía hallarse reunida.  Ahora bien, si pensamos que los tapetes orientales están en el origen de las reproducciones de jardines (en sentido estricto, de los jardines de invierno), comprendemos el valor legendario de los tapetes voladores, de esos tapetes que recorrían el mundo.  El jardín es un tapete en el que el mundo entero es convocado para cumplir su perfección simbólica, y el tapete es un jardín que se mueve a través del espacio.  De hecho, ¿era un parque, o más bien un tapete, el jardín que describe el narrador de Las mil y una noches?  Vemos que todas las bellezas del mundo se conjuntan en ese espejo.  El jardín, desde la más remota Antigüedad es un lugar de utopía.  Quizás tenemos la impresión de que las novelas se sitúan fácilmente en jardines; y es que, de hecho, las novelas nacieron sin duda de la institución misma de los jardines: la actividad novelesca es una actividad de jardinería.

Resulta que las heterotopías con frecuencia están ligadas a cortes singulares del tiempo.  Se emparientan, si ustedes quieren, con las heterocronías.  Por supuesto, el cementerio es el lugar de un tiempo que ya no corre más.  De manera general, en una sociedad como la nuestra se puede decir que hay heterotopías que son las heterotopías del tiempo que se acumula al infinito.  Los museos y las bibliotecas, por ejemplo: en los siglos XVII y XVIII, los museos y las bibliotecas eran instituciones singulares dado que eran las expresión del gusto de cada quién; por el contrario, la idea de acumularlo todo, la idea de detener el tiempo de alguna manera, o más bien de dejarlo depositar al infinito en un espacio privilegiado, de constituir el archivo general de una cultura, la voluntad de encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas y todos los gustos, la idea de constituir un espacio de todos los tiempos, como si ese espacio pudiera estar él mismo definitivamente fuera de todo tiempo, es una idea del todo moderna.  Los museos y las bibliotecas son heterotopías propias de nuestra cultura.

Hay, sin embargo, heterotopías que están ligadas al tiempo, no  según la modalidad de la eternidad, sino según el modo de la fiesta; heterotopías no eternizadoras, sino crónicas.  El teatro, por supuesto, y luego las ferias, esos maravillosos emplazamientos vacíos en los bordes de las ciudades que se pueblan una o dos veces al año con casuchas, puestos de objetos heteróclitos, luchadores, mujeres-serpiente y echadoras de buenaventura.  La aparición de los campamentos de vacaciones es aun más reciente en la historia de nuestra civilización: pienso sobre todo en esos maravillosos pueblos polinesios que ofrecen, en la costa mediterránea, tres pequeñas semanas de desnudez primitiva a los habitantes de nuestras ciudades.  Las palapas de Jerba se emparientan en cierto sentido con las bibliotecas y los museos, puesto que son heterotopías de eternidad: y es que allí se invita a los hombres a reanudar lazos con la más vieja tradición de la humanidad; y al mismo tiempo esas palapas son la negación de toda biblioteca y de todo museo, puesto que en vez de servir para acumular el tiempo, sirven al contrario para borrarlo y volver a la desnudez, a la inocencia del primer pecado.  También, entre esas heterotopías de la fiesta, esas heterotopías crónicas, existe, o más bien existía, la fiesta que ocurría todas las noches en la casa de citas de otrora, esa fiesta que empezaba a las seis de la tarde como en La fille Élisa.
Y finalmente, hay otras heterotopías que están ligadas no a la fiesta sino al pasaje, a la transformación, a las labores de la regeneración.  Eran, durante el siglo XIX, los colegios y los cuarteles los que debían hacer de los niños adultos, de los pueblerinos ciudadanos, lo mismo que despabilar a los ingenuos.  Hoy en día tenemos sobre todo las prisiones.

Por último, quisiera establecer el siguiente hecho en tanto quinto principio de la heterotopología: las heterotopías tienen siempre un sistema de apertura y cierre que las aísla del espacio que las rodea.  En general, uno no entra en una heterotopía como Pedro por su casa: o bien uno entra allí porque se ve obligado a hacerlo (las prisiones, evidentemente), o bien uno lo hace cuando se ve sometido a ritos, a una purificación.  Hay incluso heterotopías dedicadas exclusivamente a dicha purificación: purificación mitad religiosa, mitad higiénica, como en el caso de los Hammams de los musulmanes; y también hay purificaciones que parecen exclusivamente higiénicas, como los saunas de los escandinavos, pero que conllevan una serie de valores religiosos o naturalistas.

Hay otras heterotopías, por el contrario, que no están cerradas en relación al mundo exterior, pero que son pura y simple apertura; todo el mundo puede entrar en ellas, pero, a decir verdad, una vez que se está adentro, uno se da cuenta de que es una ilusión y de que se entró a ninguna parte: la heterotopía es un lugar abierto, pero con la propiedad de mantenerlo a uno afuera.  Por ejemplo, en Suramérica, en las casas del siglo XVIII, se disponía siempre al lado de la puerta de entrada, pero antes de la misma, una pequeña habitación <zaguán> que daba directamente al mundo exterior y que estaba destinada a los visitantes de paso.  Es decir que cualquiera podía entrar en esa habitación a cualquier hora del día y de la noche, descansar en ella, hacer allí lo que le pareciera; podía partir al día siguiente sin ser visto ni reconocido por nadie; pero, en la medida en la que esa habitación no daba de ninguna manera a la casa misma, el individuo que en ella se hospedaba no podía penetrar jamás en el interior del aposento familiar; esa habitación era una especie de heterotopía completamente exterior.  Podríamos comparar con esa habitación a los moteles estadounidenses, a los que uno entra con su auto y su amante, y en los que la sexualidad ilegal se encuentra al mismo tiempo albergada y oculta, mantenida aparte, sin que por lo tanto se la deje al aire libre.

Finalmente, existen las heterotopías que parecen abiertas, pero en las que sólo entran verdaderamente los que ya han sido iniciados.  Uno cree acceder a lo más simple, a lo que está más fácilmente a disposición, siendo que en realidad se está en el corazón del misterio.  Es al menos de ese modo que Aragon entraba en las casas de citas: “Todavía el día de hoy, no traspongo esos umbrales de excitabilidad particular sin una cierta emoción de colegial; allí persigo el gran deseo abstracto que a veces se desprende de algunas figuras que nunca amé.  Un fervor se despliega.  Ni por un instante pienso en el aspecto social de esos lugares; la expresión casa de tolerancia no puede ser pronunciada con seriedad.”

Es en este punto en donde indudablemente nos acercamos a lo más esencial de las heterotopías.  Éstas son una impugnación de todos los demás espacios, que pueden ejercer de dos maneras: ya sea como esas casas de citas de las que hablaba Aragon, creando una ilusión que denuncia al resto de la realidad como si fuera ilusión, o bien, por el contrario, creando realmente otro espacio real tan perfecto, meticuloso y arreglado cuanto el nuestro está desordenado, mal dispuesto y confuso.  De este modo funcionaron durante algún tiempo, en el siglo XVIII sobre todo —al menos según lo proyectaban los hombres—, las colonias.  Por supuesto, como sabemos, las colonias tenían una gran utilidad económica; pero había valores simbólicos que les estaban asociados y que, sin duda esos valores, se debían al prestigio propio de las heterotopías.  Así es como en los siglos XVII y XVIII las sociedades puritanas inglesas intentaron construir en América sociedades absolutamente perfectas.  Así es como, a finales del siglo XIX y aún a principios del XX, Lyautey y sus sucesores en las colonias militares francesas soñaron con sociedades jerarquizadas y militares.  Indudablemente la más extraordinaria de esas tentativas fue la de los jesuitas en el Paraguay.  En efecto, en Paraguay los jesuitas habían fundado una colonia maravillosa en la que toda la vida estaba reglamentada, en la que imperaba el régimen del comunismo más perfecto, dado que las tierras pertenecían a todo el mundo, los rebaños pertenecían a todo el mundo, y a cada familia sólo se le atribuía un pequeño jardín.  Las casas estaban organizadas en filas regulares a lo largo de dos calles que hacían ángulo recto; en la plaza central del pueblo estaban la iglesia al fondo, y de un lado el colegio y del otro la prisión.  Los jesuitas reglamentaban meticulosamente de la noche a la mañana y desde la mañana hasta la noche la vida entera de los colonos.  El Ángelus sonaba a las cinco de la mañana para el despertar, después marcaba el inicio del trabajo, luego la campana llamaba al mediodía a la gente, hombres y mujeres que habían trabajado en el campo, a las seis de la tarde se reunían para cenar, y a la medianoche la campana sonaba nuevamente para aquello que llamaban el despertar conyugal, puesto que a los jesuitas les importaba mucho que los colonos se reprodujeran, debido a lo cual todas las noches tocaban alegremente la campana para que la población pudiera proliferar.  Y lo hizo, por lo demás, porque de ciento treinta mil que había al principio de la colonización jesuita, los indios pasaron a ser cuatrocientos mil a mediados del siglo XVIII.  Éste era un ejemplo de una sociedad completamente cerrada sobre sí misma, y que no estaba ligada al resto del mundo más que por el comercio y las ganancias considerables que obtenía la Compañía de Jesús.

Con la colonia, tenemos una heterotopía que tiene la suficiente ingenuidad como para querer realizar una ilusión.  Con la casa de citas, por el contrario, tenemos una heterotopía lo bastante sutil o hábil como para querer disipar la realidad con la pura fuerza de las ilusiones.  Y si pensamos que el barco, el gran barco del siglo XIX es un pedazo de espacio flotante, un lugar sin lugar, que vive por sí mismo, cerrado sobre sí, libre en cierto sentido, pero abandonado fatalmente al infinito del mar, y que de puerto en puerto, de barrio de chicas en barrio de chicas, de navegación en navegación va hasta las colonias buscando lo más precioso que éstas resguardan de esos jardines orientales de los que hablábamos hace un rato, comprendemos por qué el barco ha sido para nuestra civilización, al menos desde el siglo XVI, al mismo tiempo el más grande instrumento económico y nuestra más grande reserva de imaginación.  El navío es la heterotopía por excelencia.  Las civilizaciones sin barcos son como los niños cuyos padres no tienen una gran cama sobre la cual jugar; sus sueños se agotan, el espionaje reemplaza a la aventura, y la fealdad de la policía reemplaza a la belleza llena de sol de los corsarios.

Traducción de Rodrigo García
<hasta acá tomado de la Internet, Paláu>

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Cataluña el Falso Relato Independentista

“Cataluña fue construyendo un relato independentista basado en datos falsos”

SEMANA habló con la filósofa y académica española Adela Cortina sobre la crisis que se ha desatado en su país luego de que el parlamento de Cataluña declarara la independencia de esa comunidad autonómica. Sus reflexiones se ubican en la otra cara de la moneda.
Entrevista a Adela Cortina sobre la independencia de Cataluña
“Cataluña fue construyendo un relato independentista basado en datos falsos”


Adela Cortina (Valencia, 1947) ha dedicado la mayor parte de su vida académica a investigar y a reflexionar sobre la ética, un tema que no resulta menor en tiempos que han sido reseñados como los de la posverdad. Pero la posverdad, dice, es tan vieja como la humanidad misma.

Para esta profesora de la Universidad de Valencia, los independentistas en Cataluña son una minoría que han construido un relato victimista que no se compadece con la historia de España ni con la realidad actual. Pero, ¿cuáles son sus argumentos? La tesis de Cortina –esa que tiene sus contradictores- se centra en la idea de que Cataluña nunca fue más oprimida que otras regiones, ni en la época del reino de Aragón ni en la dictadura de Franco.   

Cortina estuvo en Colombia gracias a la Corporación Excelencia en la Justicia y por invitación del proyecto La paz se toma la palabra, del Banco de la República. SEMANA aprovechó su visita para hablar con ella de uno de los momentos más complejos de la vida política española, desde que se instauró la democracia en 1978. Esto fue lo que dijo.

SEMANA: Usted decía, en una reciente columna en El País, que España carece de un relato nacional propio, distinto a lo que sucede con el independentismo catalán. ¿A qué se refiere?

Adela Cortina: A mí me parece lamentable que en tiempos de globalización en vez de buscar unirnos y reforzar nuestros lazos para combatir la pobreza, el cambio climático, el hambre, estemos pensando en disgregarnos. Estamos hablando de un país, una patria que ha conseguido que distintas regiones durante algún tiempo se hayan ido uniendo. Desde 1978 se consiguió el estado de las autonomías (como la de Cataluña) en el que hay un respeto a la diversidad y a la vez una unidad.

Yo creo que las autonomías fue una buena articulación y quienes pasábamos del franquismo al mundo democrático pensamos que ya estaba el tema resuelto, pese a que aun había temas por resolver. Y ahí comenzó un poco el error. Como estos cuarenta años han sido los mejores de toda la historia de España, pues no se nos ocurrió que teníamos que hacer un relato sobre España, porque no sabíamos que iba a aparecer el relato independentista. Creíamos que con haber conseguido un país democrático, con un progreso económico, integrado a la Unión Europea, teníamos el problema solucionado.

SEMANA: ¿Cuál es entonces el relato independentista?

A.C.: Los independentistas sí que hicieron su relato, uno que decía que eran una nación víctima, reprimida, lo cual sencillamente es falso. Cualquier tipo de constatación histórica demuestra que no es así. Pero cuando ese relato se cuenta desde la escuela, desde la familia, se va metiendo en el cerebro y los niños ya van generando la idea de que hay una nación catalana sometida por una corona española que la roba. Y todo eso es falso.

SEMANA: Pero sí que se podría hablar de una opresión a Cataluña al menos en la época del franquismo…

A.C.: Vamos a ver. El franquismo era una sociedad autoritaria en la que toda España –todas las regiones- estaban sometidas a un régimen. Cataluña lo que pasa es que tenía una lengua propia, pero en Valencia también hay una lengua, y en el país Vasco. Y el franquismo sí que intentaba eliminar las diferencias lingüísticas y culturales. Pero dicho eso, hay que decir que cuando se celebró el referéndum de la Constitución de 1978 los catalanes votaron mayoritariamente –mas del 90%- a favor de la Constitución democrática.

Lo digo porque este dato es muy importante. Ellos estaban en el mismo juego de toda España. Lo que te quiero decir es que Cataluña no estaba mas oprimido que el resto de España, sino todo lo contrario. En el franquismo hubo una cantidad de industrias que fueron a Cataluña, y de verdad que los catalanes han trabajado muy bien. Pero así fue creciendo Cataluña, además con la llegada de migrantes desde Andalucía, Extremadura, entre otros. Estamos hablando de una región privilegiada desde ese punto de vista. No desde la lengua y la cultura, pero sí desde la industria que fue allá.

SEMANA: Pero en Cataluña hubo un movimiento importante en contra del franquismo…

A.C.: Jamás Cataluña ha estado contra el franquismo. Jamás. En Cataluña había gente que era franquista y gente que era anti franquista, como en toda España.

SEMANA: Pero la lengua –el catalán- estuvo prohibida durante el franquismo...

A.C.: Prohibida no, pero se usaba en la familia. En la escuela a los niños se les enseñaba el español; el catalán era una lengua relegada, pero eso es lo único. En el estado de las autonomías se han potenciado las lenguas propias totalmente. En la época franquista, represión, nada.

SEMANA: ¿Cómo se construye un relato entonces? ¿Es a través de la literatura, o a través de todas las artes, de la educación?


A.C.: Creo que muchas gentes lo hemos olvidado. Nuestro cerebro no es un procesador lógico sino un procesador de historias, y por eso todos los países y todas las religiones educan a los niños con relatos y con cuentos, todos los mitos del origen del mundo son relatos, y el relato te van formando la mente de manera que tú interpretas los hechos a través de relatos.

Claro, los independentistas, que son un grupo muy pequeño en Cataluña, se dieron cuenta de que el relato es fundamental, y el relato en su caso es un relato victimista. El victimismo es sumamente efectivo. Y es un relato que dice que somos una nación –y hay que saber lo que es una nación- que siempre ha sido oprimida, desde la época de Carlos II y Felipe V. Pues no. No fue una guerra de secesión lo que hubo sino de sucesión.

SEMANA: ¿Qué no es cierto de ese relato inpendentista?

A.C.: Van contando un relato que aparece desde la noche de los tiempos, en el que parece que los catalanes desde el principio fueron una nación, una especie de reino. Y no es verdad, sencillamente fueron un condado dentro de la corona de Aragón. Van contando la historia como que efectivamente hubo una confederación catalana aragonesa. ¡Pero eso no ha existido jamás! Y la corona de Aragón estaba compuesta por el reino de Aragón, el reino de Valencia, el reino de Mallorca y el condado de Cataluña…

SEMANA: ¿Usted dice que Cataluña no estaba dominada por el reino de Aragón?

A.C.: En absoluto. Todas las comunidades tiene un relato: cuando uno va a una etnia, a un país, encuentras un relato, todas las patrias tienen una historia y en el himno se refuerza esa historia. Cataluña fue construyendo un relato independentista basado en datos falsos. Y esto es importante ahora que hablan de una época de posverdad y la posverdad es sencillamente mentiras.

SEMANA: En ese sentido la posverdad es viejísima…


A.C.: La mentira es vieja como la humanidad. Porque mentir es lo contrario de lo que se piensa con el objetivo de engañar. Así de sencillo. Se va contando ese relato y el niño lo oye en la casa, lo oye en la escuela y lo va incorporando. Y se va sembrando la idea de que los españoles son algo contrario, distinto que siempre ha estado en contra. Y se va generando un ánimo antiespañol.

SEMANA: Pero la intención de independizarse no es nueva. La primera vez que se intentó declarar a Cataluña como república fue en el año 1923


A.C.: Ha habido intentos parciales, pero las ha habido en toda España, como en toda Francia. En Francia ha habido cantidad de intentos, pero es que en Francia lo tienen clarísimo. Y en Italia, en Alemania. En todos los países hay regiones mejor situadas, económicamente más fuertes, que en algún momento intentan separarse; Cataluña ha intentado separarse en un par de ocasiones pero sin ningún éxito. Es importante situarse en el tiempo de la república española, la república era absolutamente a favor de España. Justamente la independencia fue impedida en el tiempo de la república porque había una idea de que España era un país. Que es lo que es.

SEMANA: ¿Qué es lo que quiere la mayoría de catalanes según su lectura?

A.C.: Hay un grupito pequeño de gente que es independentista, porque la mayoría de los catalanes no quiere la independencia como se ha demostrado. Y además una muy buena parte de los catalanes se sienten a la vez españoles y catalanes, con lo cual el problema es cómo vas a generar un estado distinto desde un grupo social en el que hay un 50% que quiere una cosa y el 50% otra. Y la independencia casi nadie.

SEMANA: Usted también decía que apostar por la independencia de Cataluña no es decir necesariamente no a Rajoy y a un Madrid inventado…


A.C.: A mí me parece que el matiz mas importante es que el relato de España no es el relato franquista. Me parece muy útil tomar un poema precioso de Miguel Hernández, que era un republicano que murió en la cárcel franquista.  Y su relato es el de todos los pueblos de España que formaban el conjunto de esa nación. A mí me parece que esa es la realidad de España. Y lo que ocurre entonces es que los independentistas y en Madrid han caído en la trampa de pensar que la batalla está solo entre dos entidades o dos seres que en realidad no existen. Por una parte Cataluña. Allá la inmensa mayoría de la población no quiere la independencia. Gran parte de la población se siente tan catalana como española.

No se puede decir que Cataluña quiere la independencia, eso es un error admitirlo si quiera. Pero por otra parte está Madrid. ¿Qué es Madrid? ¿Madrid es el estado? ¿Madrid es el Partido Popular?  ¿Madrid es Rajoy? Y al final es Rajoy contra Puigdemont y Junqueras. Dos entidades que no existen porque la realidad es la de los distintos pueblos de España que están unidos con un vínculo común, y muy vinculados con Iberoamérica. Y en el contexto de la Unión Europea. Ese problema hay que enfocarlo desde esa particularidad y no caer en la trampa de que oponerse a Rajoy es ser independentista.  No, en absoluto. Ser independentistas es algo completamente distinto.

SEMANA: ¿Qué tiene que hacer España en este momento?


A.C.: En este momento se esta haciendo lo único que se puede hacer que es constituir la legalidad, todas las actuaciones de Puigdemont, de Junqueras y el Parlamento catalán en los últimos tiempos son ilegales: la ley del referéndum, todo esto es absolutamente ilegal. Había que reconstruir la ley y eso es lo que ha tenido que hacer el gobierno.

SEMANA: Pero, ¿qué hacer con las personas que consideran que Cataluña debe ser independiente? Habría que escucharlas, ¿no?

A.C.: Vamos a ver, en Cataluña ha aparecido un grupito de un valle catalán –el valle de Arán- que han dicho que ellos tienen derecho a decidir. Y que han pedido que quieren ser independientes de Cataluña. En Cartagena (Murcia) también se organizaron intentando crear un cantón aparte. Hay muchos grupos que pueden querer la independencia, y otros que tienen otros deseos. Pero este es un estado de derecho. Uno donde se intenta articular lo mejor posible los intereses de todos. Y en el que no se satisface plenamente a ninguno, todos se tienen que conformar con un poco menos, pero esa es la única manera de organizar la convivencia. Hay cantidad de gente que no quiere pagar la declaración de la renta, por ejemplo. ¿Hay que satisfacer ese deseo también? Justamente un estado nacional es lo mejor que se ha inventado hasta ahora. 


Tomado de la Revista Semana Colombia, 02/11/2017

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