Amanecer Rojo

Covid-19 y “Amanecer Rojo”
Por Thierry Meyssan

El doctor Richard Hatchett fue consejero del presidente estadounidense George Bush hijo,
bajo ‎cuya administración él mismo concibió la idea del confinamiento obligatorio de la población ‎civil.
Richard Hatchett dirige hoy la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI),
 un ‎grupo de coordinación mundial para la inversión en vacunas creado por el Foro de Davos ‎
alrededor de la fundación de Bill Gates. Hatchett fue
el primero en hablar del Covid-19 como ‎de una “guerra”.‎
La epidemia de Covid-19 ha matado hasta ahora más de 200 000 personas en todo ‎el mundo y sumido en el pánico a miles de millones. Ese pánico priva a quienes ‎lo sienten de todo sentido crítico, lo cual les lleva a aceptar decisiones políticas ‎estúpidas. Un grupo de personalidades, que se denomina a sí mismo ‎“Amanecer Rojo”‎ (Red Dawn) y cuya correspondencia ha sido dada a conocer en Kaiser Healt ‎News y en el sitio web del New York Times, ha logrado imponer una ideología ‎apocalíptica según la cual China ha declarado la guerra a Occidente, cuya única ‎posibilidad de protegerse consistiría en confinar a todos los civiles. 

En un artículo anterior [1], ya demostré cómo las aterradoras ‎previsiones sobre la cantidad de decesos que provocaría el Covid-19 fueron elaboradas sobre ‎bases erróneas y por un charlatán, el profesor Neil Ferguson, cuyas predicciones siempre han ‎acabado estrellándose contra las cifras reales durante las dos últimas décadas. ‎

También mostré en otro artículo [2] que el ‎objetivo de las medidas de confinamiento adoptadas en China no era de naturaleza médica sino ‎que más bien político. Queda por explicar de dónde sale la idea del ‎confinamiento obligatorio y generalizado de toda la población, cuya implantación se inició ‎en Occidente. ‎

Aunque pasé semanas enteras consultando libros sobre epidemiologia, no encontré en ninguno ‎algo similar a esa medida. En toda la Historia nunca se ha combatido una epidemia encerrando ‎en sus casas a toda la población sana. Fue entonces cuando Kaiser Health News vino a levantar una ‎esquina del velo con la publicación de cierta correspondencia: se trata de una medida concebida y ‎planificada en 2005-2007 por la administración de George Bush hijo.‎


Acuartelamiento de militares y civiles

En 2005, el Departamento de Estado estadounidense estudiaba cómo prepararse para enfrentar ‎eventuales acciones de bioterrorismo contra las tropas de Estados Unidos desplegadas en otros ‎países. Partiendo del principio neoconservador según el cual los terroristas siempre son ‎extranjeros, y por ende nunca podrían penetrar en las instalaciones militares estadounidenses, el ‎servicio de Salud se preocupaba por prevenir los ataques a los que los soldados de ‎Estados Unidos podrían verse expuestos al salir de sus bases. Desde ese punto de vista, aislar a ‎los enfermos en los hospitales y mantener a los soldados sanos dentro de los cuarteles era una ‎opción lógica. De hecho, las bases militares estadounidenses son como pequeñas ciudades, están ‎concebidas para enfrentar un asedio y es teóricamente posible vivir dentro de ellas durante meses. ‎

Sin embargo, el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, tenía intenciones de ‎transformar la sociedad, llegando a hacer desaparecer la diferencia que separa a los civiles de los ‎militares, lo cual permitiría incorporar más fácilmente los civiles a la guerra total contra ‎el terror. Así lo explicaba, en septiembre de 2001, el propio Donald Rumsfeld en las páginas del ‎‎Washington Post [3].‎

Por consiguiente, el doctor Carter Mecher, del servicio de salud a cargo de los veteranos ‎de guerra (Department of Veterans Affairs) y el doctor Richard Hatchett, miembro del Consejo de ‎Seguridad Nacional de George W. Bush, recibieron entonces la tarea de extender al ámbito de ‎los civiles lo que en el mundo militar se denomina “acuartelamiento”. Pero no fue hasta 2006, ‎justo antes de que Rumsfeld dejara el Pentágono, que los doctores Carter Mecher y Richard ‎Hatchett lograron imponer esa norma al CDC (la agencia estadounidense a cargo de la ‎prevención y el control de enfermedades). ‎

La adopción de esa norma desató en Estados Unidos un vendaval de protestas, encabezado por ‎el profesor Donald Henderson, quien había dirigido tanto la escuela de salud pública de la ‎Universidad Johns Hopkins como el sistema estadounidense de respuesta a las epidemias. Para ‎el profesor Donald Henderson –y para todos los médicos que se expresaron en aquel ‎momento– el confinamiento generalizado de la población no tiene ningún sentido desde el punto ‎de vista médico y además viola las libertades fundamentales. Se trata ni más ni menos que de la ‎deriva totalitaria de la administración de Bush hijo, que impuso la adopción de la llamada ‎‎«Ley Patriota» (USA PATRIOT Act) a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. ‎

En 2017, todos los documentos oficiales estadounidenses sobre la adopción como norma del ‎confinamiento generalizado de la población fueron destruidos por la administración Trump. ‎Richard Hatchett se convirtió en director de la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations ‎‎(CEPI), que coordina las investigaciones mundiales en materia de vacunas. ‎
Uno de los correos electrónicos de Amanecer Rojo. En este mensaje,
‎el doctor Lawler se refiere al plan de encierro forzoso de la
población civil elaborado bajo ‎el presidente George Bush hijo
por los doctores Carter Mecher y Richard Hatchett.

Uno de los correos electrónicos de Amanecer Rojo. En este mensaje, ‎el doctor Lawler se refiere al plan de encierro forzoso de la población civil elaborado bajo ‎el presidente George Bush hijo por los doctores Carter Mecher y Richard Hatchett.

«Amanecer Rojo»

Todos hemos podido seguir las evidentes contradicciones de la Casa Blanca en sus contactos con ‎la prensa sobre el Covid-19. El doctor Anthony Fauci, efímera referencia científica de la ‎Casa Blanca, aconsejó la adopción de las medidas autoritarias para contener la epidemia mientras ‎que el aparentemente inconsciente Donald Trump se oponía a las medidas de confinamiento ‎en nombre de la Libertad de todos. ‎

Para demostrar la incompetencia del presidente Trump, los aliados del doctor Anthony Fauci ‎‎“filtraron” a la prensa una parte de su propia correspondencia [4]. En ella puede verse que ‎los aliados del doctor Fauci formaron un grupo de discusión y de acción llamado Red Dawn ‎‎(Amanecer Rojo) [5]. ‎


El nombre “Amanecer Rojo” (Red Dawn) hace referencia a una ‎operación organizada en 1984 por el entonces secretario de Defensa Caspar Weinberger, quien ‎envió a Europa y Latinoamérica una delegación que reclamaba la ayuda de todos los países ante ‎una invasión inminente contra Estados Unidos. ‎

Jean-Michel Baylet, en aquella época secretario de Estado ante el ministro de Exteriores ‎de Francia, me contó aquel grotesco intento estadounidense de manipulación. Un nutrido grupo ‎de generales estadounidenses llegó a París para explicar –con toda la seriedad del mundo y ‎presentando un montón de diapositivas– que dos pequeños países latinoamericanos, Cuba ‎y Nicaragua, amenazaban a Estados Unidos. En la sala, los diplomáticos franceses pasaron del ‎estupor inicial, al ver que los estadounidenses los creían verdaderamente imbéciles, a los ‎esfuerzos por no estallar de risa ante tales afirmaciones. En respaldo a aquella campaña, ‎el Pentágono hizo rodar en Hollywood una película de propaganda con Patrick Swayze y Charlie ‎Sheen. En 2003, el Pentágono recuperó la denominación “Red Dawn” para designar la operación ‎de captura del presidente iraquí Saddam Hussein.‎

Hoy en día, al identificarse como Red Dawn (Amanecer Rojo), las 37 personalidades que ‎componen el grupo en cuestión ponen de manifiesto su anticomunismo visceral. La URSS ya ‎no existe pero el Partido Comunista sigue dirigiendo China, país designado como origen del ‎Covid-19. Amanecer Rojo dice tener que recuperar el poder para dirigir la guerra. ‎

Entre los miembros de ese grupo también están los inevitables doctores Anthony Fauci (director ‎del National Institute of Allergy and Infectious Diseases) y Robert Redfield (director de los Centers ‎for Disease Control and Prevention, o CDC) y también los doctores Carter Mecher (consejero en el ‎Department of Veterans Affairs) y Richard Hatchett (ahora director del CEPI), los mismos que, ‎bajo la administración de George W. Bush, impusieron extensión a la población civil de la regla ‎militar del acuartelamiento. ‎

Las ideas del doctor Richard Hatchett han sido adoptadas de forma íntegra en Francia por ‎el presidente Emmanuel Macron, o sea “esto es una guerra y tenemos que confinar a todos ‎los civiles en sus domicilios para protegernos”. También las han adoptado algunos gobernadores ‎estadounidenses, pero no el presidente Donald Trump. ‎

El resto es lo que ya conocemos. El pánico se ha apoderado de la opinión pública en la mayoría de ‎los países. Los dirigentes políticos, temiendo ser acusados de negligencia, imitan a los que ‎iniciaron la aplicación del confinamiento generalizado. La regla estadounidense de origen militar, adoptada ‎en Francia, se ha propagado como el virus que supuestamente debería combatir, deteniendo ‎prácticamente la economía mundial. Ahora están empezando a verse problemas de ‎aprovisionamiento alimentario en casi todas partes y, si no se hace algo pronto, comenzarán a ‎aparecer hambrunas, incluso en ciertos sectores sociales de los países ricos. ‎

Notas

[1] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por ‎Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.
[2] «Covid-19: propaganda y manipulación», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 21 de marzo de 2020.
[3] “A New Kind of War”, Donald Rumsfeld, The Washington Post, 7 de ‎septiembre de 2001.
[4] Documento: ‘Red Dawn’ Emails (80 p., 24,8 Mo).
[5] “‘Red Dawn Breaking Bad’: Officials Warned About Safety Gear Shortfall Early ‎On, Emails Show”, Rachana Pradhan y Christina Jewett, Kaiser Health ‎News, 28 de marzo de 2020; “The ‘Red Dawn’ Emails: ‎‎8 Key Exchanges on the Faltering Response to the Coronavirus”, ‎Eric Lipton, The New York Times, 11 de abril de 2020; “The Social Distancing Origin Story: ‎It Starts in the Middle Ages”, Eric Lipton y Jennifer Steinhauser, The New York Times, 23 de abril ‎de 2020.

Tomado del Portal: Red Voltaire

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Tecnopersonas

Javier Echeverría & Lola S. Almendros

Tecnopersonas

Cómo las tecnologías nos transforman

Primera edición: abril de 2020

© Ediciones Trea, S. L.
Polígono de Somonte / María González la Pondala, 98, nave D 33393 Somonte-Cenero. Gijón (Asturias)

Apéndice

Virus y tecnovirus

La distinción entre genes y tecnogenes puede ampliarse a otras entidades biológicas, incluyendo los virus, los cuales presentan peculiaridades biológicas reseñables dadas sus características reproductivas. Algunos de ellos pueden convertirse en tecnopersonas, y muy poderosas, cambiando radicalmente el mundo —en sentido ontológico y axiológico—. covid-19 aporta un buen ejemplo de estas grandes innovaciones, muy poco frecuentes, pero extremadamente disruptivas. Siendo originariamente una entidad biológica, el coronavirus covid-19, que no es uno, sino muchas variantes de sí mismo, ha sido implementado por diversos sistemas técnicos, tecnológicos y tecnocientíficos que han operado sobre él, desarrollándolo y convirtiéndolo en tecnovirus. Y es que el covid-19 pasó velozmente de ser un asunto de los chinos a uno biopolítico, y sobre todo tecnopolítico, marcado por una considerable incertidumbre técnica. Denominaremos a este fenómeno tecno-covid-19 para dejar claro su origen biológico, pero para marcar también sus implementaciones tecno-, que no son pocas.

Desde que en diciembre de 2019 el coronavirus fue noticia en los medios de comunicación, covid-19 devino rápidamente una entidad informacional, un infovirus. Su propagación fue insistente y masiva a través de los medios de comunicación tradicionales: radio, televisión, prensa, etcétera. En cuanto a las redes sociales, su difusión fue tan viral como controvertida. Produjo tantos chistes como dramas, conspiraciones incluidas. Como suele suceder en dichas redes, donde prima la exposición de expresión, independientemente de que se digan verdades o falsedades, todo fluye... y de cualquier manera. Algunas variantes de dicho virus informacional han sido mentalmente muy tóxicas, puesto que han generado creencias y comportamientos altamente irracionales en amplios sectores sociales. Por eso se habla de infodemia, es decir, de una auténtica epidemia informacional, que también habrá que contrarrestar. De hecho, es posible que el covid-19 muera dejando tras de sí un buen ejemplo sociopolítico de lo que puede ser la (tecno)política en los próximos años.

Ridiculizar las versiones oficiales es un oficio rentable, que aporta muchos seguidores y a veces, también, publicidad bien pagada. En esta ocasión, los infovirus basados en la propagación de falsas noticias y engañosos remedios fueron combatidos enérgicamente por poderosos sistemas de información científica y sanitaria que los gobiernos y la propia Organización Mundial de la Salud han puesto en marcha. El objetivo que querían lograr estas organizaciones era la obediencia social, e incluso la disciplina social, como el presidente del Gobierno dijo en España desde el primer momento. En todo lo referente al covid-19, mientras científicos, médicos y demás personal sanitario y asistencial trabajan a todo gas, se ha implementado un sometimiento social masivo, que se ha concretado en un confinamiento generalizado de la población. En situaciones de crisis grave, que la gente obedezca ciegamente es un objetivo per se, puesto que se trata de ordenar qué hacer y qué no hacer; de ser imperativos y sin necesidad de justificación.

En suma, el poder del Estado ha resurgido, y autoritario. Se adoptaron medidas jurídicas de excepción, penalizando cualquier forma de desobediencia y, sobre todo, presionando a las mentes para que aceptasen los datos y las explicaciones sobre la evolución y los peligros del covid-19, que bien pudo haber sido declarado oficialmente enemigo público número 1. Dichas informaciones, si bien llegan a cuentagotas dada la incertidumbre a la que están expuestos los expertos, bajan las defensas racionales atacando a las emocionales. Estas informaciones oficiales y aparentemente científicas no han resultado fiables al cien por cien. Se han ocultado muchos datos y se han impostado las actuaciones. Se ha usado un lenguaje militar, apelándose con insistencia (y sin demasiada fundamentación) a la unidad popular contra el enemigo común y, sobre todo, se han seguido al pie de la letra protocolos de comunicación (y retórica) previamente establecidos para la gestión de epidemias. En esta fase, covid-19, además de ser un virus biológico y un infovirus mediático-viral, empezó a convertirse en un tecnovirus, debido a que la implementación tecnológica y epidemiológica de su evolución se convirtió en una cuestión no solo principal, sino también tecnopolítica.

Una posible crisis de gestión sanitaria se convirtió de repente en una crisis de salud pública. Para afrontar el problema había que generar obediencia, pero también esperanza. Para ello, sin cuestionar el amparo solucionista tecnocientífico, se fueron señalando una serie de hitos tecnosanitarios a lograr: por ejemplo, evitar el colapso del sistema de asistencia sanitaria (en particular las unidades de atención intensiva) y luego ir llegando al punto de inflexión de las curvas de contagio y fallecimientos, las cuales pasaron a convertirse en la auténtica representación tecnocientífica del virus y su expansión. Así, en términos más populares, se puso como objetivo inicial —mantra durante semanas— de llegar al pico de la curva, identificado imaginariamente con el cénit de la infección, una vez que esta había sido reducida (o más bien traducida) a datos sanitarios oficiales. Esta nueva fase del tratamiento del fenómeno covid-19 ha sido, a nuestro entender, muy significativa. A impulsarla se han dedicado los principales poderes tecnoadministrativos de los Estados, con la inestimable colaboración de las industrias mediáticas (sobre todo comunicativas), los poderes financieros (entre las que no dejan de crecer las BigTech), las fuerzas de seguridad, los partidos políticos e incluso los movimientos sindicales, sin perjuicio de que todos ellos hayan seguido compitiendo entre sí por obtener su cuota respectiva de visibilidad tecno-política.

Tecno-covid-19 ejemplifica bien al tecnopoder sanitario- sanador en su ejercicio actual, el cual va mucho más de las cuestiones de salud ciudadana, porque implica otras tecnologías, no solo las biosanitarias. El covid-19 no es simplemente biológico, tampoco biopolítico: es un tecnovirus que invade y contagia las mentes a través de las emociones, generando un estado unitario de creencias que se sostiene en un pánico directamente proporcional a la incuestionable fe en el sistema tecnopolítico. Apelar a la unidad siempre es un buen recurso cuando el (des)equilibrio de poder está en juego: por ello muchas informaciones han estado contaminadas por otro tipo de objetivos a lograr, relativos al control y al dominio de las poblaciones.

Desde el primer momento que el covid-19 se tomó en serio —y comenzó a gestarse el tecno-covid-19— el control social fue el objetivo diana, así como impedir una ola de pánico social incontrolable (y por ello desfavorable) de la que hubo algunos pequeños síntomas; por ejemplo, el temor al desabastecimiento. Por ello, en España, nos quedamos sin mascarillas —y sin papel higiénico, que también dice bastante—. Para asumir dicho abastecimiento se asumieron enormes costes a cargo de los presupuestos públicos con el fin de lograr un objetivo estratégico: generar una alarma social controlada, a la que por nuestra parte denominamos tecno-covid-19 por ser parte de la infodemia antes mencionada. A partir de ello, la gestión de las informaciones sobre la evolución de covid-19 pasó a estar basada en estrategias de política económica y laboral, sin olvidar el papel desempeñado a fuerza de decreto por las fuerzas militares y policiales, que vinieron a añadirse a los heroicos profesionales de la Sanidad, que, a fin de cuentas, son quienes han soportado los mayores costos de dicha política de alarma sanitaria, muertos incluidos.

El estado de alarma sanitaria siempre ha mostrado en España la connotación subyacente de parecerse a un estado de guerra. El jefe del Alto Estado Mayor no se privó de decir, haciendo gala de una retórica militarista, que «todos somos soldados que luchamos contra el virus». La alarma general se convertía así en movilización general:

 #EsteVirusLoParamosUnidos (propaganda, descaradamente, incluida) en la sección de Twitter del gobierno español. Esta situación ha sido ideal para quienes entienden la política como una acción de mando, uniformización y dominación de la ciudadanía. Tendencias dictatoriales también surgen en las democracias, con el riesgo de generar epidemias políticas que parecen estar cogiéndole el gusto al autoritarismo propio del país origen de la pandemia.

Paralelamente a esas estrategias basadas en gobernanzas tecnocientíficas, las cuales han sido gestionadas por expertos en el oficio, las diversas administraciones fueron tomando medidas jurídico-políticas cada vez más radicales para confinar a los ciudadanos en sus casas, con el objetivo declarado de menguar el contagio, ya que impedirlo era imposible, pero con la finalidad última de unir y disciplinar a la ciudadanía. En conjunto, cabe decir que a covid-19 se le han aplicado protocolos de acción tecnocientífica y (tecno)politológica muy estrictos. Se ha partido de modelos epidemiológicos contrastados en pandemias anteriores, pero se ha ido mucho más allá, dada la envergadura de la epidemia vírica, así como de la infodemia comunicacional. El tecnopoder sanitario y biomédico ha mostrado toda una parafernalia de objetos presuntamente salvadores: mascarillas, guantes, normas de distanciamiento, aislamientos estrictos, cuarentenas, equipamientos de protección, paracetamoles, respiradores, ucis, hospitales improvisados financiados por grandes entidades económicas, etcétera. Todo ello sin perjuicio de que haya habido insuficiencias significativas a la hora de proporcionar esas ayudas, así como tensiones internas entre agentes claves, siempre celosos de sus respectivas autoridades, competencias y ámbitos de gobierno. En suma: la entidad biológica inicial, covid-19, se convirtió a las pocas semanas de llegar a Europa en un complejo problema tecno-social-sanitario- informacional al que conviene denominar tecno-covid-19, precisamente para dejar claro que lo que fue una mutación biológica se ha convertido en un conjunto de innovaciones tecnosociales disruptivas, cada una de ellas conflictiva por sí misma. Baste pensar en los diez mil muertos y en las más de trescientas mil personas que se han ido en España al paro durante el mes de marzo, y por un número no prefijado de semanas. Son los Estados quienes han convertido al virus en un sistema de tecnovirus sociopolíticos, más allá de la infotoxicidad de muchas informaciones falsas. Tecno-covid-19 no se reduce, por tanto, al conjunto complejísimo de informaciones y datos sanitarios que han sido masivamente difundidos en relación con el coronavirus, sino que también incluye diversos sistemas de disciplinamiento social que, siguiendo el paradigma chino, han sido puestos en funcionamiento para impedir la expansión del virus, la cual, sin embargo, se ha seguido produciendo en términos económicos, y a ritmo acelerado.

covid-19 se ha propagado masivamente por el planeta, contaminando y enfermando organismos; pero mucho más se ha expandido tecno-covid-19 a través de las mencionadas implementaciones tecnológicas y tecnocientíficas cuyos agentes han sido los gobiernos. En conjunto, hemos asistido a un retorno del poder estatal, pero de un poder tecnocientíficamente fundamentado, sin perjuicio de que las agencias policiales y militaristas se hayan mostrado una y otra vez, amenazantes.

Para terminar estas breves reflexiones sobre el coronavirus y sus tecnoderivados, diremos que, por pasos sucesivos, covid-19 se está convirtiendo en una tecnopersona, a la que se le pueden aplicar muchas de las reflexiones presentadas en este libro. Se trata de una tecnopersona que se ha instalado viral y profundamente en el imaginario social de nuestro tiempo, del cual no será desalojada, por mucho que la pandemia sea controlada e incluso desaparezca. Tecno-covid-19 conforma ya la memoria —y el ejercicio del poder— de nuestra época. Sin embargo, no es frecuente que un virus se convierta en tecnopersona. Veamos brevemente cómo ha ocurrido esta mutación bio- y tecnopolítica.

Centrándonos en la versión española de tecno-covid-19, conviene recordar que el Reino de España declaró a mediados de marzo de 2020 el estado de alarma, que va más allá del estado de excepción sin llegar a la declaración del estado de guerra. Los mercados bursátiles reaccionaron como suelen hacerlo ante cualquier crisis: en solo dos semanas se dejaron un 40 % de su presunto valor, dejando clara la ansiedad y falta de solidez de las valoraciones bursátiles. Interesante fenómeno, por cierto. Un nuevo virus ha puesto en evidencia la ficción profunda que sustenta a dichos mercados, cuyos datos y ratings suelen ser proclamados por sus voceros como la obje- tividad por antonomasia, a la que todos hemos de atenernos.

El Gobierno de la Nación asumió su rol de mandamás con pasión y declaró una especie de parón económico en el que el Reino de España ha quedado al borde de la ruina, aunque sin acabar de derrumbarse, quizá porque muchos agoreros ya lo habían hecho desaparecer maliciosamente por otras razones electoralistas, más de una vez. Por sorpresa, de repente ha emergido un Estado que ordena y manda y cuyos parlamen- tarios (tan perdidos como interesados) declararon un Estado de Alarma, medidas radicales casi por unanimidad, con pocas abstenciones. Lo que era un Estado en crisis deviene, de golpe, un Estado Unido (por el enemigo común: covid-19). Solo por eso habría que condecorar al coronavirus. Pero lo importante es que, cuando sucede algo así, es porque covid-19 se está convirtiendo en un tipo singular de tecnopersona, que no es de carne y hueso, sino pura representación tecnológica y mediática —esto es, electoralista y politizante—, la cual cumple su función unificadora disciplinar.

Mas volvamos a la economía. Los (des)equilibrios previamente existentes en los mercados se han roto, aunque el Banco Central Europeo, siempre vigilante, parece dispuesto a mirar a otro lado y otorgar una moratoria económica, durante la cual se ejecutarán protocolos de crisis que nadie cuestionará, en base a un objetivo común compartido por todos o casi todos: salir de la crisis. Ya se han producido grandes pérdidas y en breve vendrán ruinas de empresas presuntamente sólidas, cuyas actividades se han parado e incluso volatilizado. El tecnovirus, en su dimensión económica, va a convertirse en la innovación disruptiva dominante en los próximos meses.

Los portavoces gubernamentales, empresariales y sindicales no se han privado de decir que estamos en guerra contra el coronavirus. De esta manera, han dado un paso decisivo hacia la tecnopersonificación social de dicha entidad, (construida y) declarada por fin como el enemigo común y por ello máximamente existente. Rápidamente se ha diseñado una visualización para el virus, hoy en día ampliamente interiorizada por la población. Por cierto, su imagen tecnosocial es notable, bien buscada para una tecnopersona viral e (in)deseable. Está claramente inspirada en iconologías de extraterrestres, ya utilizadas desde hace tiempo en relación con bacterias y virus por la publicidad de la industria farmacológica. De esta manera, el nuevo monstruo ha pasado a formar parte de la iconografía mediática de nuestro tiempo. Así, covid-19, además de ser un tecnonombre consolidado, ha pasado a tener una tecnoimagen propia. Lo que el virus sea realmente en las pantallas de los microscopios médicos poco importa. Tecno-covid-19 ya tiene una imagen social propia, ciertamente no humana, pero no por ello menos personalizada (y politizada). Solo le falta hablar, y tarde o temprano romperá a hacerlo. Algunos humoristas españoles, siempre intuitivos, dieron de inmediato ese paso y le prestaron su imagen y su voz en televisión al tecnomonstruo, presentándolo en familia.

Obviamente, conviviremos largo tiempo con la innovación tecnocientífica tecno-covid-19 (surgirán mejores nombres). El tecnocoronavirus ha venido para quedarse y habremos de aprender a convivir con él y su compleja cohorte.

Terminaremos este breve comentario por donde empezamos, aludiendo a la condición tecnogenética de los tecnovirus, que es perfectamente compatible con su dimensión tecnopersonal. Varios laboratorios dicen haber secuenciado genéticamente por completo a covid-19. Satisfacen así otro de los imaginarios tecnocientíficos de nuestro tiempo: si conocemos el genoma, conocemos la identidad profunda. Este aserto es profundamente falso, pero su condición fake poco importa para un tecnosistema de producción tecnocientífica que busca ante todo financiación para investigar e innovar, sin medir riesgos ni costes humanos. Y es que, no olvidemos, el hermano del covid-19, el sars, lleva cobrándose vidas desde 2003 —aunque no europeas o estadounidenses—. covid-19 no es un virus, sino una compleja secuencia de mutaciones y adaptaciones al entorno, cada una de las cuales se manifiesta de una manera u otra en función de las circunstancias y del estado de los organismos a los que infecta. Parafraseando a Ortega y Gasset, el virus es el virus y sus circunstancias. Dicho de otra manera: bajo el tecnonombre covid-19 hay cientos y miles de cadenas genómicas, no una sola. Pero las creencias son las creencias, sobre todo cuando son imperativas, y para que el coronavirus se convierta en una tecnopersona investigable es preciso atribuirle una identidad única, en este caso genómica. Varios de los tecnovirus hasta ahora mencionados, aun siendo ficciones sociales y económicas, contaminan las mentes. Esa es la clave. Los tecnovirus generan diversos tipos de males, más allá de los males físicos y orgánicos que, conforme a su naturaleza plural, el propio virus genera. Por eso conviene distinguir en términos generales entre naturalezas y tecnonaturalezas, no solo entre personas y tecnopersonas, ni entre virus y tecnovirus.

Llegamos así al momento final, hoy por hoy, del proceso de construcción de la identidad tecnopersonal del tecnovirus: consistiría en inventar y patentar una vacuna que pudiera ser preventiva para el futuro, dado que el coronavirus se va a quedar previsiblemente entre nosotros, haciéndose estacionario (y posiblemente autóctono de no pocos agentes e intereses). Los principales laboratorios de investigación biofarmacológica están impulsando a marchas forzadas (y a costa de los recortes en financiación pública en ciencia base en el caso español) líneas de investigación que lleven a posibles vacunas, habiéndose desencadenado una feroz competencia entre muchas grandes empresas del sector, destacando las chinas y estadounidenses.

La historia de la tecnociencia de finales del siglo xx ya estuvo marcada por esas tremendas competiciones tecno-científicas, de las que el Proyecto Genoma fue el ejemplo canónico en los últimos años del pasado siglo. El logro de la vacuna será un gran éxito para el laboratorio o consorcio triunfador, pero siempre que sea patentable a escala global, lo cual compensaría las inversiones realizadas en I+D y, sobre todo, garantizaría pingües beneficios (económicos y políticos) a quienes hubiesen invertido fuertemente en la empresa ganadora de la competición por dominar a covid-19. Con- viene mantener la atención volcada en el papel de la Organización Mundial de la Salud al respecto. También valdría patentar algún otro remedio o paliativo farmacológico que menguase los efectos destructivos del virus en los organismos humanos, fuese vacuna o no. Cuando ese paso se dé, y pensamos que antes de fin de 2020 año estará dado, se habrá consolidado la tecnopersona vírica de la que hablamos. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que, a partir de ese mo- mento, el fragmento de coronavirus que forma parte todavía de una naturaleza indómita habrá sido domeñado y no solo tendrá propietario: también explotadores (y explotados). Las tecnociencias a las que estamos aludiendo son tecnociencias de control y dominación tecnopolítica. Su primer objetivo es impedir los efectos del virus —sobre todo por sus consecuencias socioeconómicas—, pero el segundo, y más importante, consiste en controlar y determinar los comportamientos humanos. Una vacuna patentada equivaldría al dominio de una parcela más de la naturaleza, por una parte, pero, sobre todo, acarrearía cuantiosos beneficios en los mercados mundiales de fármacos.

Una vez patentada la vacuna anti-covid-19, buena parte del virus —la principal de hecho, por su poder— pasaría a ser propiedad de la empresa patentadora, la cual sería la que más conocimiento/poder habría mostrado tener sobre el coronavirus. covid-19 llegará así a tener una cierta personalidad jurídica y mercantil, a través de los propietarios de las patentes relacionadas con él, que normalmente serán más de una. Dominar tecnocientíficamente covid-19 tiene una segunda cara, que es la clave del negocio: apropiarse y patentar el conocimiento relevante sobre el virus y sus diversas variantes. Cuando sea dado de alta en alguna Oficina de Patentes de ámbito mundial, el virus habrá pasado a ser plenamente tecnopersona vírica. ¡Ojalá esas patentes fuesen con licencias Creative Commons, o similares! Pero es poco probable que eso ocurra. El negocio futuro implica millones y, sobre todo, una gran batalla por el poder tecnopolítico a escala global.

Pues bien, precisamente por esta vía, propiamente tecnocientífica, es por la que tecno-covid-19 podrá consolidarse como auténtica tecnopersona en el tercer entorno: junto a nosotros y a las demás tecnopersonas. Para ello no es indispensable la vacuna, sino ante todo las patentes. Por el hecho de ser una tecnopersona vírica, no deja de tener validez la regla fundamental de la capitalización tecnopersonificadora de la tecnociencia. A partir de ese momento, tecno-covid-19 será otra tecnopersona más. Estará entre nosotros. ¡Ojalá que nuestro sistema inmunológico mental y emocional se haya fortalecido para esa convivencia futura con la infodemia, más allá de la pandemia!

Javier Echeverría y Lola S. Almendros

3 de abril de 2020

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La Nube no es Gratis

Somos muchos los seguidores latinoamericanos del provocativo filósofo Javier Echeverría. Y no nos sorprende para nada que apenas iniciado el año 2020 haya lanzado otra vez sus buenas bombas tecnoconceptuales: “Si la nube fuera un país, sería el tercer consumidor de energía del mundo después de EE UU y China, y sigue creciendo”.

No conforme con eso afirmó también que “La nube no existe, es una gran mentira; existen las granjas de datos, granjas que están bajo tierra y son altamente contaminantes”. También sugirió algo muy sensato: “Debería existir un certificado de eficiencia ecológica para los móviles, las operadoras de red, los proveedores de servicios”.

Con autorización del autor, replicamos aquí la entrevista de Eva Fernández para el Diario de Navarra (27/02/2020) con Javier Echeverría Ezponda, Catedrático de Filosofía y Lógica de la Universidad del País Vasco, matemático y ensayista. Fotografía: Javier Sesma.

Javier Echeverría Ezponda (Pamplona, 1948) es, ante todo, un pensador. Por eso, la conferencia que impartirá hoy, a las 19h en Civican, “La energía digitalizada. El coste energético de las nubes digitales”, pretende ser “una llamada de atención a las personas y a la sociedad en su conjunto sobre el enorme coste energético que supone ‘la nube”, ese lugar ‘idílico’ donde se almacenan programas y datos de millones de usuarios de internet en lugar de en el disco duro de su propio ordenador.

Catedrático de Filosofía y Lógica de la Universidad del País Vasco (UPV/EHV), el también matemático pamplonés es en la actualidad, y dentro de las varias facetas de su abultado currículum, vicepresidente de la Academia de las Ciencias, las Artes y las Letras del País Vasco (Jakiunde).

Prolífico autor de ensayos, su obra Telépolis le catapultó a la fama en 1994 y, un año después, ganó el Premio Anagrama de Ensayo con Cosmopolitas domésticos. Mas tarde, en 2000, obtendría el Premio Nacional de Ensayo con Los señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno, donde amplió las bases de su pensamiento.

¿Por qué es importante hablar del coste energético de la nube?

Porque es un tema completamente ignorado entre los usuarios de internet. La energía es vital para todo, pero también para los mundos digitales y la gente desconoce que el coste energético de la nube es enorme y que, además, está en una fase de gran crecimiento.

¿Podría dar algunos datos?

En España y en Europa no hay datos oficiales sobre el mismo. Solo en Estados Unidos, Greenpeace empezó hace diez años a elaborar informes sobre este asunto y en su último estudio de 2017 dice, por ejemplo, que la nube supone el 8% del consumo energético mundial, cuando hace 5 años solo era el 4%. Además, el 80% del consumo en internet lo generan los usuarios; y estos no son conscientes de que cuando envían un vídeo por Whatsapp, ven una película en Netflix o retransmiten un concierto de rock en una red social están provocando un gasto energético enorme para el planeta.

O sea que si a los usuarios de internet les preocupa el medioambiente, tendrán que empezar a cuestionarse algunos usos que hacen de la red…

Efectivamente. La nube parece algo etéreo y gratis, pero no es gratis en absoluto. Supone un enorme gasto económico y energético para el planeta. Y cuando llegue el 5G, este gasto va a dispararse exponencialmente.

Pero, supuestamente, entre las ventajas de la nube figura el hecho de que al ofrecer servicios centralizados es en sí más eficiente, permite gran ahorro en ‘software’ y ‘hardware’ y en mantenimiento técnico, y optimiza los recursos gracias a la escalabilidad…

Eso es un gran engaño. Las granjas de datos de Noruega, un país con energía eléctrica muy barata gracias a sus reservas petrolíferas, suponen un gran coste para el planeta. Las grandes nubes, para que funcionen, necesitan la producción de tres centrales  nucleares o tres plantas carboníferas, todas ellas muy contaminantes.

Entonces, el problema no son las granjas de datos, sino la fuente de energía que las alimenta.

Claro. Si la energía que utilizan proviniese al 100% de fuentes verdes el problema no existiría, pero para que eso suceda es necesaria una concienciación social.

¿Qué están haciendo las grandes tecnológicas para evitarlo?

La publicación de los datos de Greenpeace en Estados Unidos ha hecho que algunas de ellas estén cambiando sus políticas energéticas, como por ejemplo EBay o Samsung. La ONG publica un ranking en el que Apple figura como una de las empresas más sensibles con el medioambiente, le siguen Google y Facebook; y a la cola están Amazon, Oracle y varias empresas chinas. Estas últimas ni siquiera aportan sus datos.

¿Y que puede hacer el usuario de Internet al respecto?

No soy un líder ecologista y tampoco me gusta dar consejos. Ante todo considero que la gente es libre y que debe buscar el conocimiento. Frente a la inconsciencia, hago una llamada a la responsabilidad, para que la gente no tenga una idea equivocada de la nube.

¿Qué es para usted la nube?

La nube no existe, es una gran mentira, una ficción, un engaño. La nube consiste en centros de datos que están bajo tierra, cerca del Pirineo (en el caso navarro…). A las granjas de datos no habría que llamarlas así: son materiales y bien materiales y tienen un desgaste energético enorme.

¿Cuántas nubes hay en Navarra?

Digitales, como mínimo, nueve. Pero aquí, igual que en el País Vasco o España, sería preciso que se aportaran datos y que hubiera mayor transparencia en este terreno. Es una cuestión clave: no es tanto reducir el consumo, sino maximizar el uso de energías renovables. Estamos hablando de la política de transición energética, de enormes consecuencias para la sociedad.

¿Cómo podría presionarse para maximizar el uso de energías renovables?

Creo que sería muy interesante que se exigiera un ‘certificado de eficiencia ecológica’, donde se pudiera comprobar el uso de energías renovables en la producción de los dispositivos móviles, en las operadoras de internet, en los proveedores de servicios…

¿Existe alguna iniciativa en este sentido?

A nivel europeo, existe el Proyecto Cloud for Europe, que supone un llamamiento a la industria TIC para avanzar junto con el sector público europeo en el desarrollo de servicios de cloud computing.

Y mientras, ¿que hace el usuario?

Mientras las certificaciones no lleguen, la persona debe ser consciente del coste energético de la nube y la tecnopersona también.

¿Puede explicar que es una tecnopersona?

Es el conjunto de datos que una persona tiene en la nube y puede haber varias de una misma persona física, en función del número de nubes donde aloje sus datos. La tecnopersona tiene que ver con la persona, pero no es ella. En su mayor parte son robots. Es un conjunto de datos personales que son manejados por otros. Los tecnoseñores… Esos que forman parte del modelo filosófico en el que trabaja desde hace años… Así es, los monarcas absolutos de la red, los señores feudales, de los que nosotros somos sus siervos.

¿No cree usted en la democratización de Internet?

En la red hay millones de usuarios, pero no hay democracia. Democratizar no es hacer las redes accesibles a todo el mundo, eso es un error de concepto garrafal. La democracia solo existe si hay división de poderes y lo demás es una trágala. Facebook y Mark Zuckerberg concentran el poder ejecutivo, el parlamentario y el judicial. Deciden qué hacer con su empresa, establecen normas de uso y expulsan a quien no las cumple.

Y nosotros, mientras, seguimos en la nube…

Eso es, deslumbrados por la tecnología, en la inopia. Porque las tecnopersonas no tienen conciencia de sí mismas y esa es la gran cuestión filosófica.

FUENTE:  “La nube no es gratis en absoluto; supone un enorme gasto energético para el planeta”, entrevista con Javier Echeverría Ezponda de Eva Fernández en Diario de Navarra Jueves, 27 de febrero de 2020, pág. 66.

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Tecnopersonas

Javier Echeverría y Lola S. Almendros

Introducción

Hacer una cartografía de nuestro tiempo no es una tarea sencilla. Las sociedades informatizadas e hiperconectadas han sobrevenido veloces, impidiendo creer, confiar y configurar imágenes del mundo que, además de explicar el presente, ofrezcan rutas de futuro. Entre el caos, la incertidumbre y la incomprensión se buscan lugares donde orientarse. Algunos miran a lo político, otros a lo económico, otros a lo social… Algunos juntan estas esferas, otros las hilan causalmente. Hay quienes las creen superadas o entretejidas tan fuertemente que no pueden separarse. Relatos hay para todos los gustos, pero lo único que parece claro es que, en la época de la información, somos espectadores extrañados. Es complicado saber qué sucede y qué se nos aventura. Las secuelas del ocaso de la modernidad nos empujan a entrar en juegos tramposos.
Nuestro tiempo de la innovación, del progreso extenuado, es un tiempo sin devenir; un eterno presente que carece de coordenadas. El cambio climático se acelera; los desarrollos en nanotecnología y biomedicina están plagados de riesgos e incertidumbres; convivimos con dispositivos que nos suben y bajan de las nubes sin considerar los costes energéticos de su virtualidad; nuestras acciones, elecciones y relaciones están atravesadas por redes de comunicación donde hacer y consumir se fusionan; los viejos problemas sociopolíticos se remasterizan y aparecen problemas nuevos pendientes de concretar. En todos los ámbitos de la vida pública y privada proliferan mantras donde catástrofe y optimismo camuflan el fantasma de una incertidumbre que parece provocar vértigo a un pensamiento crítico en letargo. Este momento se caracteriza por la ausencia de referentes.
¿Cómo conceptualizar un mundo entretejido en bits? ¿Cómo actuar en el espacio y el tiempo tecnológicos? ¿Hay algún deber en los tecnoentornos? ¿Cuáles son las relaciones de poder que configuran la vida onlife? ¿Qué mecanismos de subjetivación moldean hoy las identidades? ¿Dónde se sitúa la esfera pública en el ecosistema informacional? ¿Es el tiempo de Twitter el cénit de la libertad? Estas son algunas de las preguntas que nos tienen alerta y dirigen nuestro peculiar quehacer filosófico. Y es que, como no entendemos las reglas del juego, no nos queda más remedio que jugar.

Este ensayo experimental nace del tecnorruido que mueve los pulgares silenciosos, y presenta una indagación conceptual que aspira a escapar de la tiranía muda (des)de las nubes. No perseguimos descubrir nuevas realidades, tampoco razones más correctas o mejores valores. Nuestra idea del lenguaje no se ciñe a la designación: nuestra intención se aleja de pleitesías moralistas o solucionistas. Rehuimos de la filosofía criticona y enferma de nostalgia. Construimos hipótesis y las testamos tratando de comprender dónde estamos, por qué hemos llegado a un momento tan indeterminado y por dónde su devenir parece dirigirnos.
Nuestros análisis acerca de lo tecnológico persiguen aportar luz sobre la lógica velada del gobierno (des)de las nubes. Tratamos de escudriñar la extraña lógica que sustenta la circulación de tuits, el éxito de influencers y youtubers, el carácter político y politizante del data marketing… Desempeñamos así la filosofía como ingeniería conceptual. Creemos en el efecto creativo de la incomodidad y el inconformismo, y por ello proponemos un juego de y con conceptos; de nuevos usos y prácticas. Queremos subvertir significados y, sobre todo, provocar discusión. Por ello, las páginas que siguen están llenas de interrogantes, rinden homenaje a la duda y se enfilan al abismo de la crítica. Analizamos significados para romperlos, unas veces por fastidiar, otras por diversión, otras por encontrar sentido al caos de hechos y palabras, de promesas e ideas, de luchas y vencidos, pero, sobre todo, de silencios y silenciados. Usamos las palabras para incordiar conciencias, desvelar creencias, sesgos y reseñar problemas.

Paralela a la World Wide Web, de la mano de Donna Haraway, nació una fuerte metáfora política: el cíborg. Esta idea híbrida de sujeto habría de dar fin a los encasillamientos, imposiciones y dicotomías que fundamentan las desigualdades mediante la apropiación empoderadora de los avances tecnológicos. Su venida, como la mayor parte de las expectativas y promesas (pos)modernas, se ha pospuesto. ¿El fracaso del cíborg es reversible, o (solo) descriptible? Esta pregunta nos inquieta y por ello experimentamos, metódicos pero rebeldes. Sea cual sea la dinámica que rige las relaciones de poder y sean cuales sean estas relaciones, configuran una cultura, una sociedad y unos individuos en los que puede que encontremos tal explicación. El fin de nuestros experimentos es comprender estos nuevos entes que describen el fracaso sociopolítico del cíborg: las tecnopersonas. Nuestros experimentos conceptuales abusan de lo tecno porque lo tecno abusa de nosotros. Invitamos a jugar con nosotros.

No hay reglas para el juego. La lectura de este libro puede tener lugar en las cuatro dimensiones del espacio, de un lado a otro, de arriba abajo, antes o después. También es amable con los pliegues informacionales, con diferentes interfaces, con múltiples dispositivos donde se alojan los textos manteniendo vivos los conceptos en su evolución.


Aquellos que opten por entrar en el juego siguiendo órdenes tradicionales encontrarán dos capítulos introductorios que componen la primera parte de esta obra. Estas líneas suponen un recorrido gramatical y semiótico por la historia de las personas, desde los teatros griegos a los avatares contemporáneos. El análisis de lo tecno supone el esbozo de una filosofía de las tecnociencias que ahonda en las diferencias entre técnica, tecnología y tecnociencia como distintos modos de construir, comprender y trascender la realidad.
Los que prefieran una lectura serendípica encontrarán luego dos aproximaciones a las tecnopersonas. La primera comienza con una tipología que atiende a los modos de relación y poder que las configuran, a los entornos que habitan, a su carácter informacional, pero también a sus diferentes grados de tecnopersonificación; a sus identidades, pluralidades, heteronomías y heteroconciencias. A su vez, todo ello será cuestionado bajo la presentación de la hipótesis del tecnogenio maligno, donde la duda como método se aplica a las tecnoexistencias y tecnomundos. Tras entrar en los dominios feudales de los señores del aire se aporta una redefinición de los derechos humanos para y en un mundo informatizado. La última parada en esta aproximación es una cuestión de tecnovida y tecnomuerte, de saberes y poderes, de cuerpos y tecnociencias, de humanos y posthumanos; en suma, de tecnopersonas y posteridad.

La segunda aproximación es una ruta de profundización en las tipologías y características de las tecnopersonas que va desde la tecnoidentidad donde signo y sujeto se funden a las tecnomasas; de los humanoides a los robotoides; de las capacidades y agencialidad a la tecnoeconomía. Pero las posibles lecturas no acaban aquí.

Quienes prefieran jugar de un modo más disparatado pueden dirigirse a los experimentos conceptuales que ocupan la tercera parte del ensayo. Esta vía comienza con des-dich@s, con lenguajes y tecnolenguajes, y continúa con la metamorfosis informacional de los elementos comunicativos. La tercera posta es existencial y quiebra el espacio-tiempo. La cuarta es fangosa, pues es la senda de la imagen tecnocientífica del mundo, de la informatización de lo sociocultural y lo epistémico. El juego conceptual pone en jaque las hiperinformaciones, atenta con ironía contra las posverdades, y desvela el carácter opaco del mantra de la transparencia.

El último de los experimentos está dedicado a lo (tecno)políticamente correcto. Esta parada conceptual busca las características distintivas de la tecnopolítica, diferenciándola de la biopolítica. Comienza con un mapa de entidades, espacios y valores de una vida sociopolítica informatizada y politizada, donde no hay fronteras entre política y marketing, donde el poder no es estatal sino tecnoeconómico y donde las tecnopersonas suplantan a la ciudadanía.

Este ensayo está escrito a cuatro manos, con el eco de muchas voces y con el Atlántico por medio. Es un ejemplo de tecnoescritura en sí mismo, que debe cada coma a múltiples interlocutores y discusiones; a colegas afectuosos pero críticos; a largos viajes que se han pasado rápido a golpe de tecla; a infinitas notas en la cuenta de algún bar o en los tiques del supermercado; a muchos ratos de risas y muchas horas de pantalla; a la serendipia en las bibliotecas y a las ocurrencias en La Concha o en Chueca. Los títulos y subtítulos se los debemos al Instituto de Filosofía del csic, en especial a Concha y Eulalia. La inspiración, cuando irrumpe, proviene del Cantábrico y del Mar del Plata. La paciencia es de Belén, que teje miradas. La ilusión la aporta Irene, más joven que nadie. Los acentos son cosa de Andoni, que guía y entusiasma una de las cuatro manos; y de Lola, la (in)formadora de la sensatez.

Tanto quienes lean este libro en formato impreso como en versión digital, podrán establecer un diálogo entre tecnolectores y tecnolectoras, incluidos quienes hemos escrito esta obra, a través del foro creado a tal fin en https://tinyurl.com/tecnopersonas. El libro tiene tres partes, pero quien prefiera evitar los prolegómenos filosóficos de los dos primeros capítulos, puede empezar por la segunda o la tercera parte. Allí se encontrará con sus propias tecnopersonas.


3 de noviembre de 2019

Tomado de la web: 
https://trea.es/books/tecnopersonas-como-las-tecnologias-nos-transforman

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El Trapo Rojo

Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritica

Foto: Alcaldía de Soacha. Rtvc
Tanto ruido termina silenciando lo sustancial. Nos inundaron, nos inundan los cinco sentidos propagando el miedo a la muerte, se la agita tanto que nos matan en vida, nos inundan de thanatos y entonces se olvida el vivir, nos paralizan... la vida se detiene, solo existe el terror por el morir, pareciera un coleptaso de los ginetes del Apocalipsis. No abraces, no toques, no beses, no camines, cuidado en el comer y en el oler, pon barreras al micro enemigo que se agazapa por todo y en todos, hasta en tus seres queridos, usa siempre un tapabocas. Presta oreja constante a los protocolos. Mira bien y guarda un metro de distancia el uno del otro. Una y otra vez, de manera repetida lava tus manos, asepsia impecable, guerra total contra los microorganismos pese a que somos caldo bacterial desde nuestros orígenes y en el aquí y en el ahora.

Si sales puedes toparte con la muerte, un tal virus te puede atrapar y llevarte al otro lado. Es, en suma, lo que nos advierte la propaganda de Estado. Tanta difusión en todos los medios hablados y escritos repetida hasta la hartera, tanto que sólo escuchamos un ruido de fondo que se parece más a un chantaje Estatal que te recuerda que debes ser dócil, obediente, si no lo acatas te puedes morir. Todo esto que manipula los frágiles sentimientos humanos termina por romperse, por quebrarse porque la prohibición no tiene mucho asidero en lo real como lo ha señalado el epidemiólogo David Quammen y el periodista Thierry Meyssan. La OMS procedió mal. Nuestra sorpresa es mayor cuando aquellas voces idóneas y sensatas nos informan sobre la ideología científica o seudociencia que se está haciendo bajo modelos estadísticos y matemáticos deduciendo falsas predicciones de mortandad, que la muerte nos inundará de no confinarse. Dicho modelo fue aplicado con pandemias que fueron magnificadas como las pestes avícola, bovina, etc. Dicho error costó sacrificios inútiles y pérdidas económicas enormes que llevaron a la quiebra a miles de personas. Lo mismo se avisora con el Covid19, las cifras o curvas calculadas en muertos no han resultado tan empinadas. 

Encierro insoportable y aburrido


Retomemos el hilo. Me gustan esos rebeldes que tienen mucho que ganar y nada que perder en esta histeria colectiva: los indigentes van y vienen vadeando el hambre, alcanzando alguna miga en la basura, ellos no tienen un lugar de cuatro paredes dónde confinarse, su casa es la calle. Ahora en rebeldía se suman quienes sienten los excesos del Estado por restringir la libertad personal y de locomoción, los adultos mayores protestan, los informales salen a las calles para el rebusque y así pescar algo de comer, y otro tanto sucede en la vida barrial, imposible detenerla, sus gentes se resisten  al encierro en casuchas que en Confinamiento suelen ser peores que los calabozos, sin aire y sin por dónde mirar algún paisaje, hace la vida aburrida e insoportable. Y otros tantos salen a ondear un trapo rojo en señal de estar pasando hambre.
Protesta en Texas. Fuente Reforma

Volvamos al abstracto símbolo degradado de los aplausos por lo demás hipócrita, los mismos a quienes se aplauden son pateados, rechazados cuando se los tiene cerca, aduciendo peligrosa fuente de contagio. Al principio el gesto solidario del aplaudir al personal de salud, consistió en salir a los balcones a las ocho de la noche, luego añadieron música con mensajes esperanzadores de volvernos abrazar, estar juntos departiendo un café, así el Confinamiento era de no temerle, eso simbólico era como una especie de placebo que justificaba la obediencia ciega e incuestionada por las medidas extremas de privar de libertad al individuo, de encerrarlo en sus propias casas, de confinarlo. Pero como bien se lo dice una regla es regla cuando arregla o que están hechas son para romperarlas, para quebrarlas, pues la obediencia estúpida o ciega no va con las personas, todas ellas dotadas de cerebro, con su aparato de confrontación, incluso la vida misma enseña sus propios direccionamientos, tan sólo mirar esas voces que se resisten, se alzan para reclamar por su libre circulación en su cuadra, en la calle, en su barrio, en la ciudad, en el país y fuera de él.

Pareciera ser que ser juiciosos no va con la vida, sobre todo cuando dicen encierro, paran la productividad pero no dan para comer. Confinar es apretujar y bien se lo compara con una olla a presión. La gente está aprisionada y debe darse algún escape para que no estalle. Desatinados, desadaptados, desquiciados, llaman a los desobedientes que no siguen al pie de la letra los dictámenes de gobierno, pero en cierto sentido son válvulas de escape.

Finalmente y para no temer al morir, a la hermana muerte, quiero recordar a los Estoicos y a Michel Serres, unos y otro nos recuerdan de la sabiduría del vivir sin desligarla de la muerte, porque vivir es ya estar muriendo de apoco, la vida es muerte que viene, la muerte es vida vivida. Y para qué preocuparnos por la muerte total si cuando vivimos es porque no estamos muertos, y cuando se muere es en la ausencia de vida, es el decir de los Estoicos: cuando estamos no está (la muerte) y cuando está, no estamos (la vida). Bellamente Serres anuda una y otra cuando la imagina: "Abandonaré la vida como me he levando mil veces de la mesa.  Habré percibido un ruido en la puerta, interrumpirá el festín, lo reconoceré. No sé si suene una campana, o si resonará una voz; no sé si un ventarrón hará la señal. Sólo sé que comprenderé. / Será preciso que me dé vuelta un momento. Antes de seguir aquel llamado, buscar con mis ojos al anfitrión, y él sonreirá, ser cortés, no abandonar los lugares sin haber dado las gracias a quien me ha invitado." Michel Serres. El Parásito.

Mientras tanto seguiremos viendo a la muchedumbre en las calles ondeando el trapo rojo en señal de desobedientes pero sobre todo clamando por tener pan en la mesa.

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Seudociencia en Covid19

Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo
por Thierry Meyssan

En otras épocas, los gobernantes europeos seguían los consejos de sus ‎astrólogos. Hoy hacen lo que les indican los especialistas en estadística del Imperial ‎College. ‎Estos últimos siempre les han servido todos los argumentos imaginables para ‎justificar el liberalismo en materia de salud pública. Y ahora predicen millones de ‎defunciones, aunque esas predicciones carecen de rigor científico. El autor revela como ‎estos charlatanes se han apoderado del control de las políticas que aplican la Unión ‎Europea, el Reino Unido y varios estados en Estados Unidos. ‎‎



El profesor Neil Ferguson, gran sacerdote del liberalismo aplicado a la administración de los ‎hospitales e inventor del confinamiento generalizado contra el Covid-19. 


Al principio de la guerra fría estuvo de moda en Occidente burlarse de la ceguera de los ‎soviéticos que creían las necedades que predicaba el profesor Trofim Lysenko. En aquella época, ‎Josef Stalin había prohibido la enseñanza de la genética y utilizaba a Lysenko para justificar la preeminencia del marxismo sobre la ciencia.. Sin embargo, Stalin no buscaba objetivos de orden “práctico”. ‎

Hoy en día, Occidente se ve afectado por la misma enfermedad mental. El profesor británico Neil ‎Ferguson asegura que las estadísticas permiten predecir el comportamiento de los seres vivos. Eso ‎es estúpido pero muchos altos dirigentes políticos se lo creen. Desgraciadamente, ‎contrariamente a los soviéticos, esos dirigentes políticos occidentales sacan de esa afirmación ‎consecuencias políticas que arruinan sus países. ‎

La creación del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades

Hace unos 20 años que los dirigentes políticos occidentales vienen tratando de utilizar los ‎conocimientos estadísticos sobre las epidemias para determinar cuáles son la opciones correctas ‎en caso de peligro. A raíz de la epidemia de SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) ‎registrada en 2003, la Unión Europea se dotó en 2005 de un Centro Europeo para la Prevención ‎y Control de Enfermedades (ECDC, sigla en inglés). Durante el segundo semestre de 2008, ‎ese centro organizó un coloquio para estudiar si era oportuno cerrar las escuelas ante una ‎epidemia de gripe y determinar en qué momento habría que decretar tal cierre y cuándo levantarlo. ‎En aquella época no se hablaba de decretar un confinamiento generalizado de toda la ‎población. ‎

La principal contribución la hicieron el profesor británico Neil Ferguson y el investigador francés ‎Simon Cauchemez, ambos del Imperial College de Londres, quienes comparaban los datos ‎estadísticos de los cierres de escuelas en Hong Kong en 2003 y 2008, del cierre de escuelas ‎provocado en Israel por la huelga de educadores del 2000, del impacto de las vacaciones ‎escolares por zonas en Francia desde 1984 hasta 2006, del cierre de las escuelas infectadas por ‎la gripe en Francia en 1957 y las estadísticas de la gripe española en ciertas ciudades de ‎Estados Unidos y en Australia en 1918. También ponían de relieve las desigualdades e injusticias ‎vinculadas a los cierres de escuelas en el Reino Unido y Estados Unidos. ‎

A partir de aquel momento, el problema fue planteado al revés. Los expertos habían observado ‎que los cierres de las escuelas no tenían ningún efecto notable en la cantidad final de decesos ‎sino sólo en la rapidez de la propagación de la enfermedad. Su único objetivo era resolver la ‎gestión del número de camas de hospitales. Las estadísticas dejaron de estar al servicio de ‎los europeos para ponerse al servicio de una ideología: la gestión liberal del Estado. ‎

Bernard Kouchner, el ministro de Exteriores de Francia que organizó aquel coloquio, había sido ‎varias veces ministro de Salud (de 1992 a 1993, de 1997 a 1999 y de 2001 a 2002) y desde el ‎ministerio de Salud había iniciado la reorganización del sistema hospitalario francés… pero ‎no siguiendo criterios médicos sino según una lógica de rentabilidad. En alrededor de 15 años, ‎Francia economizó cantidades sustanciales de fondos eliminando un 15% de las camas ‎disponibles en los hospitales. Sin embargo, ese “ahorro” de fondos fue ínfimo cuando ‎se compara con el enorme costo actual del confinamiento. ‎
El profesor Trofim Lysenko decía que, mediante la aplicación de la ‎dialéctica marxista a las ciencias naturales, había demostrado que la ciencia genética “pequeño ‎burguesa” estaba equivocada. Según Lysenko, de la misma manera que el socialismo generaba ‎un hombre nuevo, también era posible modificar la genética de las plantas mediante la ‎organización de los campos de cultivo. Las idioteces de Lysenko fueron elevadas a la categoría ‎de verdad oficial en tiempos del stalinismo. La sumisión de la ciencia a la ideología siempre ‎tiene consecuencias nefastas.

El charlatanismo del profesor Neil Ferguson
El profesor Neil Ferguson está clasificado como “la” referencia europea en materia de ‎modelización de las epidemias. Sin embargo:‎

 En 2001, fue Neil Ferguson quien convenció al entonces primer ministro británico Tony Blair para ‎que ordenara sacrificar 6 millones de bovinos para detener la epidemia de fiebre aftosa, decisión ‎que costó 10 000 millones de libras esterlinas y que hoy se considera una aberración.

 En 2002, Neil Ferguson calculó que la enfermedad de las vacas locas mataría en el Reino Unido ‎alrededor de 50 000 de personas y 150 000 más cuando la enfermedad se transmitiera a ‎las ovejas. En realidad se registraron 177 decesos.

 En 2005, Neil Ferguson predijo que la gripe aviar provocaría 65 000 decesos en el Reino Unido. ‎Hubo 457. ‎
A pesar de todo lo anterior, Neil Ferguson se convirtió en consejero del Banco Mundial y de ‎numerosos gobiernos. ‎

Fue Neil Ferguson quien, el pasado 12 de marzo, hizo llegar al presidente francés Emmanuel ‎Macron una nota confidencial en la que le auguraba medio millón de muertes en Francia. Muy ‎impresionado, el presidente Macron decidió, esa misma tarde, ordenar el confinamiento ‎generalizado de la población francesa. Fue también el profesor Neil Ferguson quien anunció ‎públicamente, el 16 de marzo, que el Reino Unido registraría 550 000 de muertes –anuncio que ‎obligó el gobierno británico a revisar su política– y 1,2 millones de decesos para Estados Unidos.‎
El investigador francés Simon Cauchemez, quien hasta 2009 fue el brazo derecho de Neil Ferguson, ‎hoy dirige la unidad de modelización del Instituto Pasteur. Por supuesto, Cauchemez es miembro ‎del Comité Científico instaurado por la presidencia de Francia, donde propuso el confinamiento ‎generalizado de la población. El Comité fue creado por el profesor Jerome Salomon, director ‎general de la Salud, y también hijo espiritual y ex consejero técnico del ya mencionado Bernard Kouchner.‎

La influencia del equipo de Neil Ferguson se basa en una estafa intelectual, según la cual la ‎llamada «biología matemática» (sic) justificaría la aplicación del modelo económico liberal a la ‎gestión de los servicios de salud. ‎

El problema es que las estadísticas permiten evaluar los efectos de tal o más cuál medida, pero sólo ‎‎a posteriori. Sin embargo, las estadísticas no permiten predecir el comportamiento de un ‎organismo viviente, en este caso el comportamiento de un virus. Hay que empezar por entender ‎que el “objetivo” de un virus no es matar sino sólo propagarse. El virus sólo mata ‎involuntariamente, cuando el organismo vivo en el que logra instalarse no dispone de los anticuerpos ‎adecuados. O sea, el virus no se propone matar a su portador, ni hacer desaparecer ‎completamente una especie… simplemente porque desaparecería con ella. ‎
En todo caso, extrapolar medidas utilizadas ante epidemias de gripe aplicándolas a la actual ‎epidemia de Covid-19 es algo totalmente absurdo: la gripe afecta un gran número de niños, lo cual ‎no sucede con el Covid-19, que –hablando en términos demográficos– mata principalmente ‎personas de la llamada “tercera edad”, diabéticas y con problemas de hipertensión. La carga viral de ‎los niños contaminados con el Covid-19 es muy ligera, tanto que ni siquiera se sabe aún ‎si pueden llegar a ser contagiosos. ‎
El 22 de marzo, el profesor Neil Ferguson reconoció haber hecho sus cálculos sobre la epidemia de ‎Covid-19 basándose en una base de datos sobre epidemias de gripe de hace 13 años. ‎

O sea, a este gurú de la ciencia occidental ya no le basta con elaborar justificaciones para las ‎políticas liberales aplicadas a la salud pública. Ahora se dedica también a aconsejar el encierro de ‎poblaciones enteras. Para enmascarar la verdad de esa deriva, los partidarios del profesor ‎Ferguson desvían la atención del público aconsejando el uso generalizado de mascarillas ‎quirúrgicas, que en realidad –como ya explicamos aquí– también carece de verdadera utilidad ‎ante la epidemia [1]‎

Los resultados obtenidos en Marsella por el profesor Didier Raoult son elocuentes. ‎Sin embargo, este virólogo francés es objeto de una campaña orquestada contra él por los ‎seguidores del profesor Neil Ferguson, exactamente como los especialistas soviéticos en ‎genética que fueron perseguidos por los partidarios de Trofim Lysenko.


La polémica alrededor del profesor Didier Raoult
Estas explicaciones arrojan una nueva luz sobre la polémica entre los partidarios del profesor Neil ‎Ferguson y los discípulos del virólogo francés Didier Raoult [2]. Contrariamente a lo que se te afirma en la prensa, no se trata de un problema de ‎metodología. En realidad, es una cuestión de finalidad. ‎
Neil Ferguson es un charlatán que hoy se ve atrapado en su propia charlatanería mientras que ‎Didier Raoult es un médico clínico. Los adeptos de Ferguson necesitan muertos para creer en su ‎religión. Los discípulos del virólogo Didier Raoult se dedican al cuidado de los enfermos. ‎
No estamos ante un debate científico sino ante una guerra de errores repetidos a pesar de las ‎realidades de la ciencia. Es sorprendente oír a miembros del Comité Científico de la presidencia de ‎Francia reprocharle al profesor Raoult no haber realizado estudios comparativos con uso de ‎placebos [3]. En plena crisis, ‎están exigiendo que un médico responsable designe un grupo de enfermos que no recibirán el ‎tratamiento que podría curarlos, lo cual equivale a sacrificarlos deliberadamente. ‎

Notas

[1] «Pánico y absurdo político ante ‎la pandemia» , por ‎Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de abril de 2020.
[2] «Covid-19: propaganda y manipulación», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 21 de marzo ‎de 2020.
[3] Un placebo es una sustancia inocua (farmacéuticamente inerte) que se administra a ‎un grupo de personas durante un ensayo clínico, mientras que se administra a otros pacientes la ‎sustancia cuya eficacia se quiere poner a prueba. Nota de la Red Voltaire

Fuente: Portal Red Voltaire

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De la pandemia a la industrialización

Cristina de la Torre
Columnista

Entre el miedo a la pandemia, la amenaza del hambre y la quiebra de pequeñas empresas, pujan los viejos poderes por malograr la promisoria oportunidad del cambio. Cambio del modelo que en cuarenta años enriqueció a importadores y banqueros acaballados en la precariedad laboral de millones de trabajadores que hoy son pasto predilecto de la crisis. Mares de empresarios cerraron fábricas para dedicarse a la especulación financiera. Jimmy Mayer, promotor de industrias, aboga por revitalizar el sector, fuente segura de desarrollo y bienestar (Semana 4-12). La producción en Colombia de respiradores para pacientes de coronavirus, que hoy despega, es muestra a la mano de innovación tecnológica y capacidad de reconversión industrial en coordinación con el poder público. Creados en universidades y producidos por la empresa privada a precio veinte veces menor que el internacional, abastecerán la demanda nacional y se exportarán. Aplauso a la alianza Estado-academia-empresa privada.

Mas la idea de reindustrializar no tendrá eco en este Gobierno. Así lo indica su manejo financiero de la crisis, más complaciente con  gremios apoltronados en sus privilegios que generosa con los atribulados. Para ayudar a estos últimos en la coyuntura, destina el equivalente al 0.5% del PIB, mientras Perú gasta en ello el 12%. Recibe impasible la recomendación del FMI de no tomar préstamos del Banco de la República, interesado como estará aquel en preservar la regla fiscal que le asegura el pago de la deuda. Impensable ahora el gesto del entonces presidente Carlos Lleras cuando en 1966 expulsó a la misión del FMI por querer imponerle una devaluación repentina y brutal. Sin crédito del Banrepública no podrá Duque acoger la propuesta de Acopi –aplicada en casi todo el mundo- de subsidiar salarios a los 8 millones de trabajadores más vulnerables, en vez de ofrecer préstamos de la banca privada a microempresas que no podrán pagarlos después.

Acaso pescando en el rio de la crisis para perpetuar una medida temporal, el presidente de Fenalco propone, angelical, reducir salarios al 40%. Por su parte, los $6 billones girados al sector Salud aterrizaron en alforjas de las EPS, no en los hospitales. Y sí, claro, el Gobierno hace lo que puede. Que no es mucho, porque el Gobierno es el Consejo Gremial. Y el Presidente, entusiasta servidor del modelo gamonal-extorsionista que éste representa.

Hace años cuestiona Mayer la dependencia de nuestra economía de materias primas como el petróleo. Los países que dependen de ellas, dice, nunca ascienden al desarrollo: llevamos 50 años arrastrando un modelo equivocado, de no-crecimiento, de desindustrialización. En 1957, el ingreso per cápita de Corea era el mismo de Colombia. Hoy lo triplica. Sólo la firma Samsung vende en un año el equivalente al 60% del PIB colombiano. Convoca el empresario a todos los gremios, sindicatos comprendidos, a marchar en pos de un modelo que dispare el crecimiento de la economía, que cree empleos abundantes y bien remunerados. Y no lo vamos a lograr sembrando aguacates, dirá.

El modelo está inventado y toreado en mil plazas desde hace casi un siglo: es el capitalismo social presidido por el Estado mediante planificación concertada con el sector privado. Defiende lo mismo la libre iniciativa del capital que los derechos sociales y económicos de toda la población. Resulta de transacción entre dos sistemas que crearon más desventura que felicidad: el comunismo  y el capitalismo salvaje. Para Alicia Bárcena, directora de la Cepal, es el Estado el que podrá rescatarnos de la crisis evidenciada por la pandemia del coronavirus. No podemos volver a transitar los caminos que nos arrojaron en ella, expresa: “estamos ante un cambio de época, de paradigma. Tenemos que cambiar nuestro modelo de desarrollo”.

Cristinadelatorre.com.co


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La Crisis de Coronavirus

Entrevista periódico El País
David Quammen, en una fotografía realizada en el parque nacional de Yellowstone (EE UU). RONAN DONOVAN
David Quammen: “Somos más abundantes que cualquier otro gran animal. En algún momento habrá una corrección”
Entrevista con el divulgador científico, autor de ‘Contagio’, libro de referencia para entender el coronavirus



Son las cinco de la tarde en Bozeman, pequeña ciudad de Montana (Estados Unidos), donde los espacios son vastos y el distanciamiento social no necesita imponerse a la fuerza, porque forma parte del paisaje desde tiempo inmemorial.

David Quammen, de 72 años, cultiva su jardín cuando suena el teléfono. “Paseamos al perro por el barrio, saludo a los vecinos desde la otra acera y en tres semanas no he estado más cerca de seis pies [dos metros] de otra persona, aparte de mi esposa”, dice a EL PAÍS este veterano reportero y divulgador científico que hace años recorrió los cuatro rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos, es decir, que saltan de los animales a los humanos.

El resultado fue Spillover. Animal infections and the next human pandemic (Contagio, en la traducción española que la editorial Debate publica el 23 de abril en ebook y el 14 de mayo en papel). El libro fascina y espanta. Por lo que cuenta: el mundo de las infecciones de origen animal. Y por lo que predice: una pandemia humana muy parecida a la del virus que causa la covid-19. Ahora es una de las obras de referencia para entender el ente microscópico que ha paralizado al mundo.

Pregunta. ¿Le sorprende lo que está ocurriendo?

Respuesta. En absoluto. Todo —el virus procedente de un murciélago que después pasa a los humanos, la conexión con un mercado en China, el hecho de que se trate de un coronavirus— era predecible. Es lo que los expertos a los que entrevisté para mi libro me decían.

P. ¿Nada le sorprende?

R. Sí, la falta de preparación de los Gobiernos y los sistemas sanitarios públicos para afrontar un virus como este. Me sorprende y me decepciona. La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse.

P. ¿Por qué?

R. Los avisos decían: podría pasar el año próximo, en tres años, o en ocho. Los políticos se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no ocurra bajo mi mandato. Este es el motivo por el que no se gastó dinero en más camas de hospital, en unidades de cuidados intensivos, en respiradores, en máscaras, en guantes.

P. Sin esta falta de preparación, ¿no estaríamos todos confinados?

R. En efecto. La ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el virus existe. Pero no había voluntad política y, por tanto, el dinero, y la coordinación entre Gobiernos locales y nacionales, y entre Gobiernos en el mundo. Tampoco hay voluntad para combatir el cambio climático. La diferencia entre esto y el cambio climático es que esto está matando más rápido.

P. ¿Por qué el murciélago se vincula al origen de tantos virus, desde el SARS hasta el ébola, y también el SARS-CoV-2?

R. Los murciélagos parecen sobrerrepresentados como anfitriones naturales de estos virus peligrosos. Por varios motivos. Primero, están sobrerrepresentados en la diversidad de los mamíferos. Una de cada cuatro especies de mamíferos es una especie de murciélago.

P. ¿Esto significa que hay muchos murciélagos?

R. No es simplemente que haya muchos en cuanto al número, sino que hay una gran diversidad de murciélagos. Y es posible que cada diferente especie de murciélago tenga sus propias especies de virus. Esta diversidad de especies ofrece un margen amplio para la diversidad de virus.

P. ¿Qué otros motivos explican que los murciélagos sean el origen de tantos virus?

R. Los murciélagos viven mucho. Uno del tamaño de un ratón puede vivir 18 o 20 años. Un ratón vive uno o dos años. Los murciélagos anidan juntos en colonias multitudinarias. He visto 60.000 en una cueva, todos apretujados. La longevidad y la masificación son circunstancias óptimas para que los virus pasen sin cesar de un individuo a otro. Y otra cosa: hay pruebas ahora, aunque no es seguro, que indican que los murciélagos tienen sistemas de inmunidad que han evolucionado para ser más hospitalarios ante cuerpos ajenos.

P. Y cada vez están más cerca de zonas urbanas, ¿no?

R. Así es. En particular los grandes murciélagos de los trópicos y subtrópicos. Estamos destruyendo sus hábitats y ellos buscan comida en áreas humanas donde haya huertos y árboles frutales en los parques. Todo esto les acerca a los humanos, lo que, a través de sus heces y su orina, aumenta las posibilidades de que los virus se extiendan directamente o a través de los animales domésticos.

P. ¿Debemos temer a los murciélagos?

R. No, no. Son animales bellos, magníficos, necesarios para la integridad de los ecosistemas. La solución no es quitarnos a los murciélagos de encima sino dejarlos en paz.

P. ¿Cómo?

R. Esta pandemia es una oportunidad terrible para educar, para entender nuestra relación con el mundo natural.

P. ¿Somos responsables los humanos de lo que está ocurriendo?

R. Sin duda. Todos los humanos, todas nuestras decisiones: lo que comemos, la ropa que vestimos, los productos electrónicos que poseemos, los hijos que queramos tener, cuánto viajamos, cuánta energía quemamos. Todas estas decisiones suponen una presión al mundo natural. Y estas demandas al mundo natural tienden a acercar a nosotros a los virus que viven en animales salvajes.

P. ¿Es la revancha de la naturaleza?

R. No lo diría así, porque soy un materialista darwiniano. No personalizo la naturaleza. No creo en una naturaleza con N mayúscula capaz de revancha ni de emociones. Los humanos somos más abundantes que cualquier otro gran animal en la historia de la Tierra. Y esto representa una forma de desequilibrio ecológico que no puede continuar para siempre. En algún momento habrá una corrección natural. Les ocurre a muchas especies: cuando son demasiado abundantes para los ecosistemas, les ocurre algo. Se quedan sin comida, o nuevos depredadores evolucionan para devorarles, o pandemias virales las derrumban. Pandemias virales interrumpen, por ejemplo, explosiones de población de insectos que parasitan árboles. Ahí hay una analogía con los humanos.

P. ¿Somos como estos insectos?

R. No. Somos mucho más inteligentes que los insectos de la selva. Debemos ser capaces de ver lo que se nos viene encima y transformar el choque en un reajuste de nuestra manera de vivir en este planeta.

P. “Ofrecemos más oportunidades que nunca a los virus”, escribe usted.

R. Porque somos más y porque estamos más conectados entre nosotros. Cuando entramos en la selva y capturamos a un animal salvaje —un roedor, un murciélago, un pangolín, un chimpancé—, y este animal tiene un virus, y este virus salta hacia nosotros, y descubre que en nuestro interior puede replicarse, y que puede transmitirse de un humano a otro… Cuando ha ocurrido todo esto, a este virus le ha tocado el Gordo. Se ha metido por una puerta que le ofrece una enorme oportunidad. Porque somos 7.700 millones de anfitriones potenciales para ellos y porque estamos hiperconectados: la peste bubónica mató quizá a un tercio de la población europea, pero en el siglo XIV no podía pasar a Norteamérica ni a Australia. El virus que causa la covid-19 es uno de los virus de más éxito del planeta, junto a la cepa pandémica del VIH. Y nosotros le hemos invitado a tener tanto éxito.

P. ¿Qué ha aprendido en los últimos tres meses sobre los virus?

R. Algo que me sorprende es que, hasta ahora, este virus no está evolucionando demasiado rápido. Algunos científicos, como Trevor Bedford en Seattle, han tomado muestras de varias personas en diversos momentos y en distintas partes del mundo, y han dibujado un árbol genealógico del virus. Han descubierto que los genomas del virus no varían mucho en el espacio y el tiempo. El virus no cambia porque no necesita hacerlo. Está teniendo tanto éxito —yendo de un humano a otro, en todos los países del planeta— que, desde el punto de vista de la evolución, no está sometido a ninguna presión para cambiar: ya le va bien siendo como es.

P. ¿Durante cuánto tiempo puede tener tanto éxito?

R. Hasta que tengamos una vacuna. En este momento, es posible que intente evolucionar. No es que lo intente en realidad, porque no tiene intención, solo es un virus. Pero por selección natural es posible que, accidentalmente, encuentre maneras de esquivar la vacuna. Y entonces empezará la carrera para encontrar vacunas mejores y nuevas. Pero es lo que ya hacemos con la gripe: necesitamos una vacuna nueva cada año porque cambia constantemente.

P. Mientras tanto, ¿el distanciamiento social y el confinamiento tienen un efecto en el virus?

R. Sí. Al confinarnos, le retiramos una oportunidad de extenderse de manera tan amplia e intensa como ha hecho hasta ahora. Una manera de pensar en pandemias es la siguiente. En toda población de víctimas potenciales, hay personas susceptibles al virus. Hay personas infectadas por el virus. Hay personas muertas. Y hay personas que se han recuperado. Y, una vez que se han recuperado, es más difícil que sean reinfectadas. De modo que se llega a un punto en el que el número de muertos es alto, el número de recuperados es alto y el número de infectados puede ser todavía alto, pero el número de personas susceptibles puede ser relativamente bajo y estar disperso. En ese momento, el virus que se encuentra en los infectados no tiene oportunidades de contactar con los susceptibles.

P. ¿Y entonces?

R. En este punto, la pandemia tiende a terminar.

Tomado de: https://elpais.com/ciencia/2020-04-18/somos-mas-abundantes-que-cualquier-otro-gran-animal-en-algun-momento-habra-una-correccion.html

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