Historiador
Colombiakrítica
Mirarse en el espejo no sin interferencias, no sólo se reproduce nuestra imagen, sino que en el mismo momento en que centramos la mirada en nuestro yo reflejado, constatamos una disonancia, un desajuste que incomoda, nos pone inconformes o por lo menos dudosos de nosotros mismos, constatamos que algo no se ajusta, no encuadra en nuestro ser. No basta cuantas veces retornemos la mirada a nuestro yo duplicado, la duda y la inconformidad saltan sobre un reparo a nuestra propia imagen proyectada y reflejada en el espejo.
En ocasiones preguntamos a quien tenemos cerca, si esta parte de nuestro rostro se ve bien o no, desconfiamos de la imagen proyectada, guardamos reparos. Es el sí mismo reflejado, doblado, falseado, es el simulacro que hacemos de nosotros mismos, y que tenemos al instante ante nuestros ojos. El espejo devela el interés del yo por reconocerse. Es una especie de fotogramas que dan cuenta de un momento dado del ser.
La imagen es el doble, reproduce un real en la sombra o en el espejo no sin disminución, acentuando detalles que a simple vista pasan desapercibidos. La imagen salta obstáculos en ese irreal en el que nos sumergimos, es todo un espectáculo, toda una teatralidad a la que asistimos. Pero uno no se divide impunemente. Habitamos el cuerpo y nos inscribimos en él. Estamos ante nuestra interioridad pulsional.
Una imagen vale más que mil palabras, acostumbra a decirse en la sabiduría popular, y nada mejor para expresar nuestro yo interior que sale, que se exterioriza en el afuera para expresarse, para develarse, para realizarse en la materialidad existencial. Todo es movimiento, sentenció Heráclito. La vida por una experiencia. La ciudad es ajetreo, movimiento y concentración. Por el contrario, la campiña, el campo «que verdea, y sin contenido, descansa, pero bastante rápido ella crea la aburrición; el reposo asegurado desmoviliza». Seguimos a Francois Dagonet un sabio francés actual y desconocido en su libro Filosofía de la Imagen.
Vivir, existir, el pasar, la vida transcurre con las experiencias que construimos, cada quien ve el mundo según los lentes que lleve puestos. Así, nosotros, bípedos sin plumas, capturamos lo real mediante el reflejo que nos llega, es decir, elaboramos la realidad mediante imágenes de un real, un virtual, la misma habitará nuestro cuerpo de pies a cabeza para dar una triada de imagen, imaginación, imaginarios. La imaginación retiene una idea de la cosa, de un real apropiado por cada individuo, el mundo no es más que nuestra representación. La imagen entrará en una circulación casi que inagotable. En los sueños las imágenes son imperceptibles, intocables más sin embargo hacen referencia a realidades de un mundo vivido.
La imagen es síntesis que contiene lo mucho en lo poco. Cada ser es reflejo hacia sí mismo y hacia la ciudad que alberga lo mejor de la vida en todo aquello que almacena, concentra y distribuye, es todo un circuito de intercambios que vivifican la vida. La vida es movimiento, la quietud mata. En la soledad, en la campiña, el solaz dura poco para luego caer en el aburrimiento de nunca acabar, por eso la vida se define como movimiento perpetuo todo el tiempo. Cada individuo es un flujo de vida que persiste una y otra vez con cada reproducción que nos prolonga. El ser se compone de un adentro y un afuera, somos el todo y la parte, el ser que se proyecta en la imagen reflejada.
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