Por Mauricio Castaño H
Historiador

¿Qué es ser colombiano? Si miramos en la pantalla chica las series de matones, putas y narcotraficantes, nos dan la idea de las variantes de violencia. Los noticieros no dicen nada distinto a los asesinatos por robos de un simple móvil o teléfono celular o los atracos de diversa índole. Y si se pasa a la sesión de la clase dirigente, el panorama en nada cambia: los políticos son asesinos que profesan ideologías de exterminio llevadas a cabo por sus grupos de ultraderecha o paramilitares que despojan de tierras a los campesinos en su provecho en el negocio del narcotráfico. Por algo se habla del tercer mundo, cada vez sus gentes se hunden más en la miseria sin extrañeza alguna, más bien hacen parte del paisaje. 

En cada período electoral se libran luchas violentas por ganar la contienda que asegura el zarpazo del presupuesto para favorecer negocios particulares bien sea en obras de infraestructura, en salud, educación, sector financiero, de comunicaciones, según sea el ganador llevará la mejor tajada, a los demás, para mantenerlos conformes, se les participará con algún premio de consolación. Puede decirse que todo se resume en el vulgar negocio que asiste a las voraces clases dirigentes agenciando sus negocios con los dineros públicos, esa es la lucha política en cada período, en cada contienda.

Nuestro espíritu histórico está cimentado con los aires excluyentes de la Colonia y potenciados en la vida Republicana, es una tradición acentuada en un incompleto Estado Social de Derecho, un poder violento y criminal, apenas, por exigencia de tratados internacionales, incorpora discursos de papel en Derechos Humanos, y nada que ver de los derechos naturales, pues la racionalidad capitalista es alérgica a ellos, los toman como frenos naturalistas para sus empresas. Los pobres se mantienen como recurso de mano de obra barata. Es una sociedad que está lejos de los ecos de la Fraternidad, Igualdad y Libertad. 

En términos althuserianos, los Aparatos de Estado obedecen a las lógicas de explotación capitalistas que engordan a sólo unos pocos ricachones. Esos aparatos movilizan ideologías para la aceptación de ese sistema cruel que irriga pobreza, violencia y muerte, y que son atenuados en la televisión, especialmente por presentadoras de la belleza femenina que todo lo convierten en banalidades, se pasa del más horrendo crimen con una sonrisa sensual a la vida doméstica de algún famoso de aquellas series pendejas de la tv.

Todo confluye en una especie de menjurje que mantiene sedada a la población, a la cual se le suma unos sentimientos de impotencia, de derrota que carcome esos espíritus de los perdedores, se aprecia que cuando las cosas van mal, tenemos tendencia a refugiarnos en una forma cualquiera de exceso, que se transforma en casi dependencia. Discursos como el de la ética protestante y espíritu capitalista desembocan en un ascetismo en provecho de acumulación de bienes, protección del hogar y del patriotismo, se gana una fuerza obrera que cifra su vida en tener un trabajo. Se riega sobre los cuerpos máquinas pedagógicas que los disciplinan, sirven en el adiestramiento de mano de obra barata y obediente. La cultura dibuja o esculpe el cuerpo ideal, lo moldean. Adecuan el sexo y el género, la medicina bien presta sus servicios, decreta las enfermedades y sus fármacos que deben comprarse. 

El ser colombiano no se aleja del de otras patrias del hemisferio, en unas prevalece mayores injusticias, en otras menos como en Europa. Ese piso biológico violento y depredador sigue sin doma, la solidaridad es cosa rara o discurso fofo. Si bien las fronteras delimitan los territorios, la humanidad pertenece al registro universal que bien vale reflexionarse en la bondad que nos edifica.

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