Por José María Mena
Ex fiscal jefe Tribunal Superior de Justicia Cataluña
Los mendigos que nos llegan con los nuevos nómadas son nuestros
mendigos. Merecen respeto, atención y protección
A lo largo de la historia los europeos huyeron del hambre y de las guerras, practicando una especie de nomadismo forzado, buscando estabilidad. Así poblaron continentes. Ahora, desde otros continentes, otras gentes llegan a Europa. A veces son como un goteo constante de jóvenes que buscan trabajo.
A veces son como una avalancha incontenible de familias y grupos humanos de toda edad y condición, huyendo indefensos de brutales violencias armadas. Forman la corriente de los nuevos nómadas, que fluye hacia Europa llevando consigo a sus individuos más valiosos y lúcidos, y a sus grupos sociales más deprimidos. Casi todos demandarán trabajo, estabilidad, y consecuentemente dignidad. Algunos, desdichadamente, solo sabrán pedir limosna.
El acogimiento de los nuevos nómadas, refugiados, migrantes económicos, trabajadores o mendigos, suscita amplios movimientos de solidaridad y generosidad. El recibimiento, sin embargo, no siempre es tan solidario, generoso y generalizado como sería deseable. A medida que crece su número, en los países a los que llegan comienzan a aflorar síntomas de una recepción hostil, que expresa sentimientos individuales y colectivos de xenofobia.
Para el Consejo de Europa, xenofobia es todo rechazo de cualquier identidad cultural ajena a la propia, y de los extranjeros que han llegado con cultura, tradiciones y valores diferentes. La xenofobia, casi siempre, va unida al racismo, como convicción de la superioridad de un grupo racial que le otorga derecho a dominar o eliminar a los demás, presuntos inferiores. Esta es la descripción de racismo de la UNESCO, recogida en un excelente estudio sobre los crímenes de odio, coordinado por el fiscal Miguel Ángel Aguilar, editado por el Centre d´Estudis Juridics de la Generalitat.
Al amparo de las democracias europeas van brotando nuevas formaciones xenófobas y racistas. Los viejos instintos de supremacía y patrioterismo reaparecen ahora con los mismos instrumentos de movilización de tiempos pasados que desearíamos olvidar. Tanto da que sean los viejos discursos,
himnos y banderas, o que sean otros equivalentes. En todo caso los nuevos xenófobos son los viejos racistas.
Algunos grupos de estas características han aparecido al calor de las masas de aficionados al fútbol que viajan por Europa siguiendo a sus equipos. Debe quedar claro que la afición a viajar y al deporte es positiva sociológica y económicamente. Miles de personas hacen breves viajes colectivos de ocio deportivo, festivos, alborozados e inofensivos. Sin embargo, en su entorno
pueden fermentar impulsos primarios de agresividad colectiva y sensaciones de impunidad grupal profundamente negativos. En este contexto hemos sufrido el bochornoso espectáculo de uno de esos grupos humillando a unas mujeres que mendigaban en Madrid. En Barcelona otro grupo similar se divertía burlándose de un mendigo inválido. En Roma unos desalmados orinaban sobre una mujer que mendigaba. No se trata de pobres descerebrados alcoholizados. Borrachos o no, son, simplemente, malvados. Se consideran superiores a los más deprimidos de los nuevos nómadas. Rezuman la más cobarde de las formas de xenofobia y racismo, que es la aporofobia, el odio al pobre, sobre todo si es extranjero. Lo hacen amparados por la pasividad casi
generalizada de los viandantes, espectadores de la humillación, atemorizados o indiferentes. Lo hacen arropados por el anonimato del grupo xenófobo o racista, sintiéndose impunes pues se irán del país en pocas horas.
Esas agresiones son intolerables ética, cívica y jurídicamente. El Código penal castiga con prisión de seis meses a dos años los actos de trato degradante que menoscaben gravemente la integridad moral de otro. Con igual pena castiga los actos que entrañen humillación, menosprecio o descrédito, lesionando la dignidad de las personas por razón de su pertenencia a grupos de determinada raza, nación, sexo, orientación sexual, enfermedad o discapacidad. Son delitos de odio que nunca deben minimizarse, ni siquiera cuando no lleguen a la violencia física. Los agresores pueden creer que la pasividad de los viandantes significa que les ríen la gracia. Ante aquellas agresiones, como ante todos los comportamientos xenófobos o racistas, lo primero debe ser el rechazo, el reproche social, la rigurosa intolerancia cívica y democrática. La imagen de un valeroso ciudadano encarándose contra los bárbaros xenófobos en Madrid no debiera ser una excepción.
Europa es una sociedad globalizada, inevitablemente permeable. Los mendigos que nos llegan con los nuevos nómadas son nuestros mendigos. Merecen respeto, atención y protección. Tolerar su humillación equivaldría a agredir a nuestra mismísima dignidad europea. José María Mena fue fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Tomado de: El País, Madrid. Marzo 28 2016
Ex fiscal jefe Tribunal Superior de Justicia Cataluña
Los mendigos que nos llegan con los nuevos nómadas son nuestros
mendigos. Merecen respeto, atención y protección
A lo largo de la historia los europeos huyeron del hambre y de las guerras, practicando una especie de nomadismo forzado, buscando estabilidad. Así poblaron continentes. Ahora, desde otros continentes, otras gentes llegan a Europa. A veces son como un goteo constante de jóvenes que buscan trabajo.
A veces son como una avalancha incontenible de familias y grupos humanos de toda edad y condición, huyendo indefensos de brutales violencias armadas. Forman la corriente de los nuevos nómadas, que fluye hacia Europa llevando consigo a sus individuos más valiosos y lúcidos, y a sus grupos sociales más deprimidos. Casi todos demandarán trabajo, estabilidad, y consecuentemente dignidad. Algunos, desdichadamente, solo sabrán pedir limosna.
El acogimiento de los nuevos nómadas, refugiados, migrantes económicos, trabajadores o mendigos, suscita amplios movimientos de solidaridad y generosidad. El recibimiento, sin embargo, no siempre es tan solidario, generoso y generalizado como sería deseable. A medida que crece su número, en los países a los que llegan comienzan a aflorar síntomas de una recepción hostil, que expresa sentimientos individuales y colectivos de xenofobia.
Para el Consejo de Europa, xenofobia es todo rechazo de cualquier identidad cultural ajena a la propia, y de los extranjeros que han llegado con cultura, tradiciones y valores diferentes. La xenofobia, casi siempre, va unida al racismo, como convicción de la superioridad de un grupo racial que le otorga derecho a dominar o eliminar a los demás, presuntos inferiores. Esta es la descripción de racismo de la UNESCO, recogida en un excelente estudio sobre los crímenes de odio, coordinado por el fiscal Miguel Ángel Aguilar, editado por el Centre d´Estudis Juridics de la Generalitat.
Al amparo de las democracias europeas van brotando nuevas formaciones xenófobas y racistas. Los viejos instintos de supremacía y patrioterismo reaparecen ahora con los mismos instrumentos de movilización de tiempos pasados que desearíamos olvidar. Tanto da que sean los viejos discursos,
himnos y banderas, o que sean otros equivalentes. En todo caso los nuevos xenófobos son los viejos racistas.
Algunos grupos de estas características han aparecido al calor de las masas de aficionados al fútbol que viajan por Europa siguiendo a sus equipos. Debe quedar claro que la afición a viajar y al deporte es positiva sociológica y económicamente. Miles de personas hacen breves viajes colectivos de ocio deportivo, festivos, alborozados e inofensivos. Sin embargo, en su entorno
pueden fermentar impulsos primarios de agresividad colectiva y sensaciones de impunidad grupal profundamente negativos. En este contexto hemos sufrido el bochornoso espectáculo de uno de esos grupos humillando a unas mujeres que mendigaban en Madrid. En Barcelona otro grupo similar se divertía burlándose de un mendigo inválido. En Roma unos desalmados orinaban sobre una mujer que mendigaba. No se trata de pobres descerebrados alcoholizados. Borrachos o no, son, simplemente, malvados. Se consideran superiores a los más deprimidos de los nuevos nómadas. Rezuman la más cobarde de las formas de xenofobia y racismo, que es la aporofobia, el odio al pobre, sobre todo si es extranjero. Lo hacen amparados por la pasividad casi
generalizada de los viandantes, espectadores de la humillación, atemorizados o indiferentes. Lo hacen arropados por el anonimato del grupo xenófobo o racista, sintiéndose impunes pues se irán del país en pocas horas.
Esas agresiones son intolerables ética, cívica y jurídicamente. El Código penal castiga con prisión de seis meses a dos años los actos de trato degradante que menoscaben gravemente la integridad moral de otro. Con igual pena castiga los actos que entrañen humillación, menosprecio o descrédito, lesionando la dignidad de las personas por razón de su pertenencia a grupos de determinada raza, nación, sexo, orientación sexual, enfermedad o discapacidad. Son delitos de odio que nunca deben minimizarse, ni siquiera cuando no lleguen a la violencia física. Los agresores pueden creer que la pasividad de los viandantes significa que les ríen la gracia. Ante aquellas agresiones, como ante todos los comportamientos xenófobos o racistas, lo primero debe ser el rechazo, el reproche social, la rigurosa intolerancia cívica y democrática. La imagen de un valeroso ciudadano encarándose contra los bárbaros xenófobos en Madrid no debiera ser una excepción.
Europa es una sociedad globalizada, inevitablemente permeable. Los mendigos que nos llegan con los nuevos nómadas son nuestros mendigos. Merecen respeto, atención y protección. Tolerar su humillación equivaldría a agredir a nuestra mismísima dignidad europea. José María Mena fue fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Tomado de: El País, Madrid. Marzo 28 2016
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