La Escasez de Respeto

 Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


El respeto es un bien bastante escaso, circula poco en la sociedad pese a que allí mismo se confecciona, se forja igual que el carácter y otros valores necesarios para vivir en comunidad, por lo demás es cosa bien sabido que somos  seres sociales. Quien goza de respeto será venerado o por lo menos se puede mover tranquilo por dónde vaya, sin sentir vergüenza en todo el cuerpo, caminará recto y sin ningún recato; quién carece de él, su autoestima será baja, mellada y la vergüenza le será más común. Pero ¿de qué está hecho este bien tan preciado? 


Richard Sennet en su libro El Respeto considera tres maneras que modelan el carácter de una persona y según sea se gana o se inspira respeto. La primera y mejor que lo virtuoso o lo innato, es el talento. La sociedad valora más al talentoso que al virtuoso porque implica esfuerzo y dedicación, pues se ha invertido mucho tiempo, mucho sudor y lágrimas para lograr el cometido. Es el que se esfuerza por salir adelante, ese que sale adelante, ese que ha triunfado con esfuerzo, es el mejor visto por la sociedad. Esta valoración del esfuerzo personal, por encima del aventajado virtuoso, tienen su razón de ser en el combate que la sociedad hace del parasitismo, de los zánganos. La cultura castiga el derroche y se premia el uso eficiente de los recursos. 


La segunda característica es el cuidado de uno mismo, no ser una carga para nadie, según el historiador Huizinga, esto se impuso a partir del siglo xix por el temor a perder el tiempo, cada segundo debe aprovecharse, el tiempo es oro, es también ese odio que se tiene al parasitismo. Cada quien debe hacerse cargo de sí mismo, la solidaridad no cuenta para nada. Autonomía es la capacidad de separarse de los otros. Es una poderosa vía de acceso a la igualdad.


El tercer aspecto es retribuir a los otros. Si se tiene lo suficiente y se es generoso, se gana el respeto. Dar es una manera de ganar respeto. Mientras quién recibe y no da, no devuelve, no tiene manera de devolver o retribuir se siente con una gratitud inmensa de no acabarse. En sí es una generosidad aplastante, que socava la dignidad del otro hasta sentirse humillado.


Este combate al parasitismo, aprovechar cada segundo de la vida porque el tiempo es oro, es toda una cultura del capitalismo. Por eso toda ayuda a los otros va encaminada a encarrilarlos por ese tren de la productividad. Cuidar de los demás al margen de la compasión… ayudar al otro sin que se ponga en riesgo su identidad, no diluirla con una descarga evangelizadora de tener que cambiar  o transformar al otro. No hay regalo gratuito.


La prodigalidad o el don, esa generosidad, el dar termina por aplastar, humillar al otro. La prodigalidad implica cualquier respuesta en su poder de manipulación. Deja una carga pesada de gratitud en quién recibe, sin nada qué devolver, nada más que sumisión. Lo mismo sucede con la compasión, humilla, incluso reemplaza a la justicia, ya más allá, despoja de identidad a los otros, el respeto por sí mismo, como en los internados o las corporaciones de asistencia social tienen un poder muy fuerte para entrar dentro de las personas y despojarlas de su identidad, no se puede estructurar el respeto mutuo, todo esto analizados por Michel Foucault en Vigilar y Castigar. 


Estos valores confeccionados en la sociedad y en especial con un sesgo muy de mercado, muy del mundo del capitalismo, tiene el agravante de poner en riesgo la identidad de las personas, pues el valor operante es el de un utilitarismo de mercado, las personas son vistas como un agregado más del mecanismo de la máquina que operan, son un pedazo de carne pegada a una palanca.


La flexibilidad y la Jaula de hierro


Lo que la dictadura de izquierda no logró, lo hizo el capitalismo: flexibilizar la burocracia, la verticalidad migró a la organización en red, se hizo creer que era una democratización con su organización horizontal o en red, pero lo que realmente se hizo fue perfeccionar el método de control de los trabajadores, en cada nodo creado se ha perfeccionado las técnicas de control casi que uno a uno, mi compañero más próximo, es la unidad de medida para comparar mi producción, pero también puede ser mi peor azote. Sennet lo compara esta flexibilidad de la burocracia capitalista con el rayo láser que hace una barrida por todo el disco cd, tiene una lectura de completitud. Igual sucede con la llamada democratización de la burocracia empresarial, existe un poder central invisible que da un barrido panorámico de todos y cada uno de los implicados en la producción, existe una eficiencia al cien por ciento. 


En el trabajo industrializado o robótico, el trabajo es episódico, se pasa de una tarea a otra, no se tiene noción de un proceso. Esto tiende a producir débiles cadenas de fraternidad entre los trabajadores. Los lazos de amistad así como personas con quienes conversar sobre algún problema disminuyen o son inexistentes y mucho menos se puede crear comunidades solidarias y duraderas. Sin hombres que no dan unidad a sus vidas, son seres más bien resquebrajados, vidas desestructuradas.


Sólo se migró de la burocracia vertical a un control más suave, más sofisticado pero angustiante para el trabajador. Sin a quien dirigirse, los trabajadores mantienen la cabeza baja y guardan obediencia ciega para así conservar su empleo, es una indiferencia emocional como estrategia de supervivencia. Por lo demás, rara vez el estrés laboral crea auténticos vínculos sociales ni de afabilidad. Es una deficiencia social que la vida comunitaria tendrá que sortear o enmendar. El Estado y empresa se descargan, se desentiende de lo social y se la endosan a la vida comunitaria o al mismo individuo, una manera de hipertrofiar, de sobrecargar en funciones hasta el aplastamiento.


El capitalismo en su desorganización, en su crisis, produjo un código de respeto por uno mismo. Las rutinas embrutecedoras de las fábricas así como sus pirámides burocráticas despojan al individuo de su inteligencia y de sus iniciativas. Lo carismático más que lo racional es la proclama evangélica del capitalismo y sus lugartenientes. Los obreros son un agregado más, una pieza más de la máquina, no comprende los procesos, es un pedazo de carne pegado a una palanca.


La esperanza en lo local comunitario


El Estado Benefactor mermó su esencia que era mantener un cuerpo social compacto de sus ciudadanos en sus servicios esenciales de salud, trabajo, educación, vivienda, pensión. Todo esto se trasladó al credo libertario de encárgate de ti mismo, tu eres el único responsable de tu vida si triunfas o fracasas. Esto mismo se aplica en la llamada descentralización, cada territorio se la verá para gestionar su pobreza.


La autonomía supone conexión y a la vez alteridad, intimidad y anonimato. Ello refuerza la identidad de la persona en vez de desestructurarla como en los valores capitalistas. La caridad en la estrategia del cara a cara no es amistad, es vulgar método de someter al otro. La reciprocidad es fundamento del respeto mutuo. Es romper el ethos capitalista que reza de a cada quien según su capacidad. El respecto es sentido y expresivo, se requiere inmersión, convicción.


Lo local comunitario es condición de posibilidad para crear genuinos lazos de afectos, de cuidar de sí mismos y a los otros, generar lazos de solidaridad, de materializar sueños colectivos, es poder conjugar el pronombre de nosotros que llenará de contenido y sentido comunitario el valor de Respeto. Y es la reciprocidad el fundamento del respeto, allí las equivalencias no proceden, se da en la medida de las posibilidades.


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