Un histórico desde cuándo empieza a importar la niñez.


Por Jacques Legoff

Fragmento Tomado de: Historia del Cuerpo.

Ahora bien, parece evidente que la Edad Media no concedió al niño una dimensión semejante. La importancia que se le da va a crecer no obstante a partir del siglo XIII . En primer lugar, y como siempre en la Edad Media, un sentimiento potente buscará su fundamento y su legitimación en la religión. Así pues, con la promoción del niño Jesús se promueve la infancia, en particular a través de la redacción de numerosos Evangelios apócrifos que relatan la infancia de Jesús. Los juguetes que se arrastran o que se miman y acunan también se multiplican, y son visibles en las miniaturas, o se encuentran en las excavaciones arqueológicas.

 Este incremento de atracción y de interés por el niño se manifiesta igualmente en el auge de la Natividad en la liturgia y en la iconografía medievales. Las representaciones de la Natividad adoptan asimismo un carácter mucho más realista al final de este período, coincidiendo con la evolución del arte medieval en general. La representación del nacimiento de Cristo se convierte en una verdadera escena de parto, con una virgen parturienta y sirvientes que lavan al niño en una jofaina, mientras que en representaciones anteriores, el espectador sólo podía ver la presencia de un san José dubitativo, incluso gruñón y a menudo risible que, en un rincón del cuadro, parecía estar preguntándose cómo había podido producirse este nacimiento. Luego, a finales de la Edad Media, el padre desaparece de las representaciones de la Natividad.

Coincidiendo con la realidad medieval, «el alumbramiento es, ante todo, un acontecimiento familiar al que los hombres no tienen derecho a asistir» [72] . En cambio, se presenta mejor al niño, con una referencia implícita al niño Jesús cuyo culto se desarrolla a partir del siglo XIII . La iconografía se centra en plasmar la hermosura, la belleza del cuerpo y del rostro del niño. Los angelotes (putti) se multiplican en el arte religioso. Finalmente aparece el niño. Más que nunca en el Occidente medieval, el sacramento esencial es el bautismo. La costumbre consiste en bautizar al niño lo más pronto posible después de nacer, ya que hay un fuerte temor que se refuerza a fines de la Edad Media, y en particular en el siglo XV : el de que los bebés mueran sin haber sido bautizados. La suerte en el más allá de estos niños muertos sin bautismo preocupa mucho a los teólogos y a 

los confesores, con santo Tomás de Aquino a la cabeza. Los grandes escolásticos del siglo XIII concluyen que los niños muertos sin bautismo se verán privados del paraíso para la eternidad. Éstos vivirán eternamente en los limbos, en un limbo especial, incluso, llamado limbus puerorum (limbo de los niños), en el que los pequeños no sufren ningún mal trato, pero en el que se les priva de la visión de Dios. Por todo ello, en el siglo XV se multiplican los que se ha dado en llamar «santuarios de la tregua», a los que se lleva a los niños que nacen muertos y donde la tradición pretende que se reencuentran temporalmente con la vida para ser bautizados. Los niños no bautizados se benefician, pues, de una tregua en la muerte a fin de escapar a los limbos. Una vez más, e incluso si no consiste ya en la inmersión en una pila, el bautismo de los niños, sacramento fundamental de los cristianos, es más que nunca un gesto corporal.

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