Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

Somos los otros que hay en mí, como cuando se dice que uno nunca se suicida; que uno mata al otro que hay en mí. Una línea es una sucesión de puntos. Una Red es la sumatoria de los cruces de líneas, las uniones enriquecen por el intercambio de los flujos, los enlaces no son desgracia, ganamos en las uniones, uniéndonos, desposeyéndonos. “Es el aislamiento y la reclusión lo que matan” (Daniel Parrochia, 1993). El aislamiento nos mata. ¡Maldecimos a los anacoretas! Soy los otros que hay en mí, los que percibo y vivo según llegan a través de flujos de sentires, de mis sensaciones. La sociedad nos confecciona de acuerdo a los deseos y creencias. 

La voz del escritor, del artista, es el reflejo ampliado del mundo, de su mundo que le ha tocado vivir. Un escritor es una bomba a punto de estallar, una especie de guerrillero, de subversivo, alguien que con el grito quiere subvertir el orden, saturado de las mezclas de sensaciones, encuentra un propio lenguaje de imágenes y metáforas para develar ángeles y demonios, paraísos e infiernos. Uno pensaría que revierte la realidad, más bien la expresan. En un pasaje Dostoievski describía la mirada de un niño en la que se agitaba el mundo, el mundo de la desesperanza, de la guerra, de la miseria. 

O cuando Fernando Vallejo devela la mampara de los dirigentes asesinos, de los matones de esquina de barrio, de la sociedad hipócrita que peca, reza y empata, la que miente, roba, asesina, y luego va a ganar bendiciones del peor invento griego, del pastor, del cura, del que administra los pecados, de quien los lava a cambio de almas, de indulgencias.  Se dice del hombre institucional que es un pobre hombre carente de objetividad, la ha perdido porque fue, comprado, embriagado por el pedazo de poder que sus amos le concedieron. El hombre institucional es contrario al hombre libre, independiente, no comprometido por unos cuantos denarios, es el filósofo, es la pura máquina que anuncia los peligros en los que puede caer un individuo, una sociedad por sus miserables rutinas o por seguir a sus déspotas que amenazan con acabar todas las libertades. 

La sociedad moderna está hipertrofiada por la política, por aquello que algunos han llamado el hecho social total, por todo aquello que ha reducido nuestras vivencias, nuestras experiencias a simples lógicas duales, desconociendo la riqueza infinita de las redes que nos preceden, que nos definen. El político, a quién sólo interesa su enriquecimiento, el que con sus oficios legislativos favorece sus empresas privadas, o incluso peor, con su máscara ideológica empotra fascismos, maneras de pensar que él cree son las mejores, quien cree que en el autoritarismo está la mejor solución para imponer su razón que estima la más conveniente para su clan, país, el mundo. Hitler soñaba con la paz mundial, con su paz, con su lógica, con imponer lo que él pensaba era el mejor de los mundos posibles.

En suma, renegamos de todo autoritarismo, promulgamos las diferencias, las autonomías, nos sentimos guerrilleros, esto es, el hombre no institucionalizado, el hombre no comprado por unas miserables monedas, nos sentimos desobedientes del orden establecido que amenaza uniformidad, con imponer sus razones, sus totalitarismos, sus fascismos, los que invitan a otros a morir por causas irrespetuosas, innobles. La diversidad conviene, es saludable, nos expresa en nuestra esencia diferencial. Por eso alentamos a todo lo que lo reivindica, a los buenos escritores, pintores, músicos, luchadores sociales, a todos aquellos que prefieren la cercanía de los otros, a los que disfrutan los enlazamientos, el calor de aquellos que me reafirman en la diferencia, los que cuestionan las trampas de la fe, de los atajos facilistas que conducen a los precipicios de muerte.

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