Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/
Tranquilidad ante todo. No desesperar, no pelearse por ningún dogma y mucho menos si es religioso o político. Palabras que recuerdo con mucho cariño de mi abuela y que servían de consuelo a los chicos que presenciábamos a los adultos discutir casi hasta despellejarse por defender al político de sus entrañas.
En estas épocas de contienda electoral, viene a la memoria aquella serie televisiva titulada Los Borgia bajo la dirección de Neil Jordan. Si algunas palabras resumen bien el papado Borgia en los años de 1492, es un cóctel de intriga, ambición y traición, no hay nada que pueda detener sus ambiciones, allí no hay límites para el deseo y mucho menos en la vanidad del poder.
Una vez se esté atrapado en las redes de poder, no hay manera de cómo detenerse o salirse de allí, no solo por lo adictivo que es, sino porque hay un temor a perderlo, pues ello significa condena de muerte una vez se esté en su orfandad, desprotegidos. En el primer capítulo de la tercera temporada se refleja bien. El papa fue víctima de un atentado por envenenamiento a manos de su guardia personal, un novicio infiltrado desde la comunidad de los franciscanos. Su asesinato sería justificado ante el juicio divino por estar salvando a la humanidad de un papa fornicador, arbitrario y ambicioso de poder.
En su recuperación agónica y cuando vuelve en sí, cuando recupera la consciencia, pide al consejo cardenalicio que lo rodea en pleno, se retire, lo dejen solo con su esposa y sus dos hijos. A ellos relata los murmullos por él escuchados de los soldados de Dios y cuyas palabras recuerdo más o menos: mientras agonizaba, los sentí rodearme, escuchaba las intrigas y sobornos para sucederme. Me rodeaban como cuervos esperando el futuro cadáver, estaban listas a entrar en acción estas fieras carroñeras. El poder es una red de telaraña, cada hilo se va tejiendo y anudándose. Cada nudo es un huevo de araña y el huevo equivale a cada uno de esos gorros rojos que representan a cada uno de los cardenales y estos a su vez representan las poderosas familias de cada territorio. O el poder también son esas largas culebras cuyas cabezas reposan allá en la casa de San Pedro, en el vaticano, es el poder ponzoñoso, que con la muerte crea pánico ante sus adversarios.
El poder está tejido de intrigas y de engaños, todo vale con tal de estar en la victoria. El crimen perfecto es donde el asesino esté libre de sospecha, y no dejar testigos, es la regla de oro. Un crimen sin victimario, es aprovechado por el poderoso para culpar a sus enemigos, meterles miedo, ponerlos a pelear entre ellos culpándose unos a otros, los divide para que intenten salvar su propio pellejo, evitando al máximo ser llevados a la casa de las mentiras como llaman a las casas de tortura, donde hacían confesar a sus enemigos en contra de su voluntad hasta llevarlos al máximo castigo que era la hoguera. Por lo demás, nada de testigos, quien algo sabe debe morir, no importe quien sea. Por eso se recomienda transferir toda culpa al enemigo que más incomodidad represente, así se castigará a la vez que de saciar la sed de venganza reclamada por la muchedumbre, el chivo expiatorio viene a bien, pero también el mayor dolor, el mayor terror infringido es escarmiento para quienes se atreven a desafiar el poder. Con la culpa esparcida, cualquiera puede ser culpable, en especial los enemigos, una forma de mantenerlos en suspenso en sus ambiciones. La metodología de la tortura tiene la función de volverse viral, actuando como caparazón ante el poder, así el miedo se expande a la velocidad de un rayo.
Uno podría decir que contrario a este tipo de poder es el anonimato, el estar libre de ataduras, preso de la ambición y de la amenaza constante de miles y miles que desean tu muerte esperando sucederte. Puede decirse que lo contrario del poder es el anonimato, desaparecer, en no ser nadie distinto a uno más de la multitud que va por las calles, tal vez en una pequeña granja reunido con su familia, sin cortejos ni deudas. Es una de las conclusiones a la que llega el papa Borgia ya muy disminuido en fuerzas.
Nos viene a bien cerrar esta referencia con la fábula de La Fontaine:
El León que se volvió viejo.
El león, terror de las selvas,
Cargado de años y llorando su antigua proeza,
Fue finalmente atacado por sus propias presas
Que se habían vuelto fuertes porque él estaba débil.
El caballo se acercó dándole una patada;
El lobo una dentellada;el buey una cornada.
El desgraciado león languideciente, triste y melancólico,
Apenas si rugir puede por la edad estropeado.
Espera su destino, sin quejarse en lo más mínimo;
Cuando vio al asno mismo a su antro presentarse:
«!ah! es demasiado, le dice; quería morirme;
pero sufrir tus golpes es morir dos veces»
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/
Tranquilidad ante todo. No desesperar, no pelearse por ningún dogma y mucho menos si es religioso o político. Palabras que recuerdo con mucho cariño de mi abuela y que servían de consuelo a los chicos que presenciábamos a los adultos discutir casi hasta despellejarse por defender al político de sus entrañas.
En estas épocas de contienda electoral, viene a la memoria aquella serie televisiva titulada Los Borgia bajo la dirección de Neil Jordan. Si algunas palabras resumen bien el papado Borgia en los años de 1492, es un cóctel de intriga, ambición y traición, no hay nada que pueda detener sus ambiciones, allí no hay límites para el deseo y mucho menos en la vanidad del poder.
Una vez se esté atrapado en las redes de poder, no hay manera de cómo detenerse o salirse de allí, no solo por lo adictivo que es, sino porque hay un temor a perderlo, pues ello significa condena de muerte una vez se esté en su orfandad, desprotegidos. En el primer capítulo de la tercera temporada se refleja bien. El papa fue víctima de un atentado por envenenamiento a manos de su guardia personal, un novicio infiltrado desde la comunidad de los franciscanos. Su asesinato sería justificado ante el juicio divino por estar salvando a la humanidad de un papa fornicador, arbitrario y ambicioso de poder.
En su recuperación agónica y cuando vuelve en sí, cuando recupera la consciencia, pide al consejo cardenalicio que lo rodea en pleno, se retire, lo dejen solo con su esposa y sus dos hijos. A ellos relata los murmullos por él escuchados de los soldados de Dios y cuyas palabras recuerdo más o menos: mientras agonizaba, los sentí rodearme, escuchaba las intrigas y sobornos para sucederme. Me rodeaban como cuervos esperando el futuro cadáver, estaban listas a entrar en acción estas fieras carroñeras. El poder es una red de telaraña, cada hilo se va tejiendo y anudándose. Cada nudo es un huevo de araña y el huevo equivale a cada uno de esos gorros rojos que representan a cada uno de los cardenales y estos a su vez representan las poderosas familias de cada territorio. O el poder también son esas largas culebras cuyas cabezas reposan allá en la casa de San Pedro, en el vaticano, es el poder ponzoñoso, que con la muerte crea pánico ante sus adversarios.
El poder está tejido de intrigas y de engaños, todo vale con tal de estar en la victoria. El crimen perfecto es donde el asesino esté libre de sospecha, y no dejar testigos, es la regla de oro. Un crimen sin victimario, es aprovechado por el poderoso para culpar a sus enemigos, meterles miedo, ponerlos a pelear entre ellos culpándose unos a otros, los divide para que intenten salvar su propio pellejo, evitando al máximo ser llevados a la casa de las mentiras como llaman a las casas de tortura, donde hacían confesar a sus enemigos en contra de su voluntad hasta llevarlos al máximo castigo que era la hoguera. Por lo demás, nada de testigos, quien algo sabe debe morir, no importe quien sea. Por eso se recomienda transferir toda culpa al enemigo que más incomodidad represente, así se castigará a la vez que de saciar la sed de venganza reclamada por la muchedumbre, el chivo expiatorio viene a bien, pero también el mayor dolor, el mayor terror infringido es escarmiento para quienes se atreven a desafiar el poder. Con la culpa esparcida, cualquiera puede ser culpable, en especial los enemigos, una forma de mantenerlos en suspenso en sus ambiciones. La metodología de la tortura tiene la función de volverse viral, actuando como caparazón ante el poder, así el miedo se expande a la velocidad de un rayo.
Uno podría decir que contrario a este tipo de poder es el anonimato, el estar libre de ataduras, preso de la ambición y de la amenaza constante de miles y miles que desean tu muerte esperando sucederte. Puede decirse que lo contrario del poder es el anonimato, desaparecer, en no ser nadie distinto a uno más de la multitud que va por las calles, tal vez en una pequeña granja reunido con su familia, sin cortejos ni deudas. Es una de las conclusiones a la que llega el papa Borgia ya muy disminuido en fuerzas.
Nos viene a bien cerrar esta referencia con la fábula de La Fontaine:
El León que se volvió viejo.
El león, terror de las selvas,
Cargado de años y llorando su antigua proeza,
Fue finalmente atacado por sus propias presas
Que se habían vuelto fuertes porque él estaba débil.
El caballo se acercó dándole una patada;
El lobo una dentellada;el buey una cornada.
El desgraciado león languideciente, triste y melancólico,
Apenas si rugir puede por la edad estropeado.
Espera su destino, sin quejarse en lo más mínimo;
Cuando vio al asno mismo a su antro presentarse:
«!ah! es demasiado, le dice; quería morirme;
pero sufrir tus golpes es morir dos veces»
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