Por Norberto Vélez Escobar
Miembro correspondiente
Academia Antioqueña de Historia
Recientes estudios genéticos han revelado un secreto largamente oculto sobre Cristóbal Colón: el célebre navegante, cuya identidad ha sido objeto de debate durante siglos, era de origen judío. Este descubrimiento, resultado de análisis de ADN de sus restos, cambia radicalmente la forma en que comprendemos su figura y exige una nueva lectura de la historia del descubrimiento de América. Colón, quien navegó bajo la bandera de los Reyes Católicos, con símbolos templarios en las velas de sus naves, emerge como un personaje cargado de simbolismos y enigmas aún por desentrañar.
Este hallazgo abre un capítulo novedoso en la historia, y permite plantear interrogantes acerca de los motivos que tradicionalmente se explican de su expedición. ¿Podría su travesía haber sido un plan de huida para salvar al perseguido pueblo judío? ¿Acaso su insistencia en este viaje durante décadas escondía un deseo más profundo: hallar los antiguos secretos y misterios del pueblo de Israel? Tal vez Colón dejó pistas deliberadas para que las generaciones futuras comprendieran su verdadera misión en esta gran historia.
Convencer al Imperio español de financiar su plan no fue sencillo. Según el investigador antioqueño Raúl Aguilar Rodas, en una época de crisis y dudas Colón logró mover las fibras más sensibles de la Reina Isabel la Católica,
prometiendo el oro de tierras desconocidas, y claro está, la expansión de la fe católica. Pero fue aún más lejos, sugiriendo que con las riquezas provenientes de la nueva ruta comercial, España podría recuperar el Templo de Salomón, para entonces en manos musulmanas, y establecer allí el credo católico. Este argumento, que apelaba al fervor religioso de Isabel, fue clave para obtener el respaldo de la monarquía.
Entre los conocimientos que poseía Colón antes de embarcarse en su aventura, destacan extraños hallazgos en las playas de Porto Santo, en Portugal, donde aparecieron troncos tallados y cadáveres de gentes de pueblos desconocidos, evidencias de civilizaciones más allá de las columnas de Hércules. Además, según testimonios, el prenauta Alonso del Huelva le había hablado a Colón antes de morir, de una tierra virgen y rica en oro, situándola al oeste, lo que reavivó su propósito de encontrarla.
Esta conexión entre Colón y las antiguas historias judías nos remonta a la construcción del primer Templo de Israel por el rey Salomón. Con la alianza del rey Hiram de Tiro, Salomón encargó a los fenicios la tarea de traer las más exóticas riquezas del mundo antiguo, incluyendo el oro de una tierra mítica conocida como Ofir. Las crónicas señalan que estos viajes, desde el puerto de Tiro, duraban tres años y resultaban en cargamentos de oro y piedras preciosas. ¿Sería posible que este mito atrajera a Colón, guiando su travesía?
El almirante partió del puerto de Palos de Moguer el 3 de agosto de 1492, rumbo a lo desconocido. Impulsado por los vientos alisios y las corrientes marinas que alcanzan las costas portuguesas, españoles y africanas, para orientarse desde Gomera, una de las islas Canarias, hacia el mar abierto, con la brújula señalando el oeste. Ayudado de información recabada de navegantes como Alonso del Huelva, llegó el 12 de octubre a la isla de Guanahaní, una pequeña isla del archipiélago de Bahamas, situada al norte del extremo oriental de Cuba y que hoy lleva el nombre de San Salvador. Desde su desembarco, su obsesión por encontrar oro fue evidente, interrogando constantemente a los aborígenes sobre los “criaderos” del metal, el cual los nativos empleaban para cubrir partes de sus cuerpos.
Siguiendo las indicaciones de los pobladores, la expedición se desplazó hacia el este a lo largo del arco de las Antillas. Una de las islas exploradas en el primer viaje fue Baneque, a la que bautizó con el nombre de “La Española”, isla que hoy lleva los nombres de República Dominicana/Haití. Uno de los caciques de Baneque informó a Almirante que los criaderos del oro se encontraban en una isla muy grande y muy poblada que estaba a cien leguas al sur; que en esa tierra recogían el oro con redes y canastos y que allí lo sabían trabajar.
En su tercer viaje, el Almirante llegó a las tierras suramericanas; la expedición
desembarcó en las costas de la boca del río Orinoco, para enseguida bordear la península de Paria. Estando aún en Zuania, nombre con el cual los aborígenes denominaban la tierra americana, volvió a preguntar por los
orígenes del oro que el Almirante observaba, recibiendo por respuesta que este provenía de una tierra alta y fría, situada al occidente.
En su cuarto y último viaje, el Almirante optó por modificar el rumbo de las expediciones anteriores, y se dirigió a explorar las tierras del occidente, de acuerdo con las informaciones obtenidas de los pobladores de Paria. De hecho, el Almirante se propuso circundar, o abrazar las tierras de donde se obtenía el oro que circulaba por todas las Antillas. Con este fin la expedición dio rumbo a Cuba y luego cruzó a Jamaica, isla que ya había explorado en su primer viaje.
Desde Jamaica se dirigió al sur, y tras sortear tormentas, enfermedades de los marinos y daños en las naves, Colón alcanzó la península que llamó “Nombre de Dios”, actual frontera entre Honduras y Nicaragua. Desde “Nombre de Dios”, continuó hacia el oriente siempre siguiendo las indicaciones de los aborígenes e indagando por los criaderos del oro, alcanzando a fondear en las bocas del río Veragua, actual Panamá, con el propósito de hacerse a un lugar seguro para reparar las maltrechas embarcaciones, conseguir alimentos y descansar la tripulación. Una vez más, siguiendo las indicaciones, continuó hacia el oriente, alcanzando tierras colombianas en Cabo Tiburón, Chocó. Sin embargo, debido al mal estado de las embarcaciones que hacían agua y debían ser achicadas, y a las enfermedades, la desesperación y la rebeldía de la tripulación, se vio obligado a regresar a España haciendo previamente escala en Baneque con el fin de reparar las naves y conseguir el alivio de los marinos que le acompañarían. Nunca llegó a la "montaña de oro" que tanto había anhelado encontrar.
Según el investigador Adam Szaszdi, los criaderos del oro que buscaba Colón, aquellos que los taínos viejos de Baneque o la Española, hoy Santo Domingo/Haití, ubicaban a "cien leguas al sur", se encontraban en las tierras antioqueñas de Buriticá y Dobaibe. Décadas más tarde, Vasco Núñez de Balboa y Juan Badillo, lograron alcanzar estas tierras, conocidas por su riqueza aurífera desde tiempos pretéritos. Tal vez no sea descabellado pensar que el territorio
pleno de oro de Antioquia era la misteriosa Ofir, el destino de los navegantes fenicios en sus viajes de tres años desde y hasta Israel, y propósito secreto de Cristóbal Colón, judío sefardí, seguro conocedor de la leyenda de Ofir que se menciona en varios de los libros del Antiguo Testamento.
Así, la historia de Antioquia y la leyenda de Ofir parecen entrelazarse en un relato de oro, mitos y exploraciones que hoy nos invita a desentrañar sus
misterios.
Rionegro, 20 de noviembre de 2024.
Notas
1 Para este trabajo se contó con la valiosa colaboración de la investigadora y escritora Gloria Montoya Mejía.
2 Este es un artículo de carácter divulgativo. No se le debe tomar como artículo académico.