Historiador
Colombiakrítica
El caminar es más lento, ya no hay tanta prisa, el tiempo se acaba, las energías para lo esencial. Las motivaciones se menguan, son esquivas y difíciles de pescar y más aún cuando la vejez vale tan poco, es un estorbo para la cultura occidental. Pero si hay vida, hay lucha. Y si hay lucha, hay resistencia. Cada día abonamos nuestro suelo para recoger frutos al día siguiente. Todos tenemos un jardín qué cuidar, incluso el jardín filosófico. La vida se juega en el presente, en el devenir intenso, reír un poco de vez en cuándo así sea de nosotros mismos. Aprendemos a hacer leña del árbol caído. El daño algo salva. Lo que no nos mata, nos hace más fuertes. «Allí donde hay peligro también crece lo que salva.» Poco a poco vamos dejando atrás los miedos imaginarios para habitar la calma en medio de la tormenta.
Un sueño, una meta común son las razones para levantarse de la cama cada amanecer. No importa si hemos perdido mucho o poco la fe en nuestras vidas o en la humanidad, no vemos gestos amables hacia esta casa común, hacia nuestra pacha mama que es este planeta tierra en el cual estamos como invitados. Por el contrario, los gestos destructivos son la cosa más común que ponen en cuestión la sostenibilidad de la vida entera. En verdad se pierde la fe por los días venideros. Sólo es el impulso vital que nos empuja y nos arrastra a seguir hasta el día desconocido.
El amor es un buen aliado. En él se distingue el erótico del trascendente. El amor pasional, sádico, masoquista es el placer egoísta, el regocijo del yo, puro narcisismo, el cuerpo del otro es un medio, una mediación para alcanzar mi placer. Leo en Alain Badiou en Elogio del Amor la siguiente precisión lacaniana que distingue este amor pasional de lo que podría llamarse amor sublime, trascendente: «El deseo es una potencia inmediata, pero el amor además pide cuidados, reanudaciones. El amor conoce el régimen de las repeticiones. 'Dime otra vez que me amas,' y también muy a menudo: 'dímelo mejor.' Y el deseo siempre recomienza. Bajo la caricia se puede escuchar, si está encantada por el amor, ¡Más! ¡Una vez más!... En el goce el cuerpo del otro es una mediación para la experiencia del placer individual, es un acto egoísta y no puede ser de otra forma, si bien el juego erótico empieza entre dos, luego lleva lejos a cada quién, uno muy lejos del otro, es el amor como potencia.»
Mientras que en la experiencia del amor se aborda el ser del otro, de la persona amada, va más allá del simple narcisismo. El otro es el medio para vivir la experiencia del amor que se vive en cada momento, es inmanente, en la práctica todos los días se renueva el contrato de amor, se recomienza una y otra vez, el amor es el deseo de durar, de enfrentar lo inédito, lo diferente que se repite. “Vas a cumplir ochenta años. Has empequeñecido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos y siempre eres bella, graciosa y deseable. Hace cincuenta y nueve años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo llevo en el hueco de mi pecho un vacío devorador que sólo calma el calor de tu cuerpo contra el mío.” André Gorz en carta de amor a su esposa Dorin. En el amor se renuncia a todo pudor en el cuerpo que se ofrece al otro en esa prueba corporal.. Todos los días la duración se pone a prueba.
De acuerdo, el amor como la música nos vivifica porque es lo más próximo a la reafirmación de la existencia.
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