No Mirar Atrás
Historiador
Colombiakrítica
Las lejanías silenciosas atraen. La periferia citadina, el monte arriba, la montaña empinada desestimulan la concentración del barullo… bueno, el que se produce allí mismo en la planicie pero que sube, que se expande a lo largo y ancho, que sube, que se propaga leve hacia arriba, es la física, es la lógica de las ondas del ruido. El ruido se volvió cosa del común existir. Basta cualquier pretexto de celebración para motivar ruidos de bafles pequeños o grandes, no importa el tamaño, todos tienen la potencia suficiente para llevar sus ondas sonoras a un radio de unos cuantos metros, incluso kilómetros. No hablaremos, sólo mencionar el gran formato de conciertos en estadios, placas deportivas, parques, la ciudad como concha acústica, la cultura del bullicio que se propaga como próspera plaga, la industria del ruido que no para de sonar.
Pero acá no para lo ruidoso, algarabías, risotadas, gritos, carcajadas. Y a falta de todo eso, no ha de faltar la mascota que ladra aquí uno, allá el otro contesta, otros no paran de saludar con la caricia consentida de los amos en la plazoleta de la zona residencial o de sus alrededores, socializar llaman a esto de caninos y de soslayo del humano existir, el hombre es un perro para el hombre. No sobra recordar que Occidente ha ganado el epíteto de cultura del ruido en contraposición de Oriente que cultiva el silencio en alta estima para bordear una paz de cuerpo y espíritu, el cultivo del yo espiritual en un ethos del silencio.
Hay ruidos de ruidos, unos impacientan, quitan paz como los descritos. Y existen otros de motores industriales monótonos que taladran constante como mosca que no deja de zumbar en los oídos. En contraste está un barullo conjugado que viene de lo lejos de la ciudad, es posible confundirse con los sonidos del mar que van y vienen según la leva y según la intensidad de vientos, con ellos sobreviene el arrullo que termina en el dormir. Ni uno ni otro será mejor, cualquier decisión puede conducir a saltar del sartén al fuego, acá viene a bien echar mano del caos, dejarse llevar por su balanceo, el territorio es dinámico en lo mejor y en lo peor.
La ciudad o civilización equivale a moverse, las vidas que suceden aquí y allá, todo es gasto de energía, por eso mismo la cultura tiene sus formas de expresarse. De acuerdo, la vida consiste en gastar energía y cada quién decidirá en que la gastará, sólo, entonces, resta apelar al bien común, a los bienes comunes, a todo aquello que de la vida social destina y reserva para mantenernos de pié, esto es, el ser es social, pues en la soledad morimos, razón de más para elever la protesta.
Seguir la marcha, el caminar recto, otras veces en diagonal, en zigzag. Pero lo inédito es más bien la constante, cada día trae sus propios afanes, nada está predeterminado, en cualquier parte salta la liebre. Desesperamos cuándo la vida nos sorprende, cuando no tenemos control sobre lo que está en marcha. Adán y Eva nos libraron de la aburrición perpetua de un paraíso prometido. La desobediencia es virtud. Viene a bien desenmascarar al malhechor que muestra bien donde hay maldad disfrazada, es la micro física del poder. Estar en alerta para cuando se precisa levar anclas sin necesidad de mirar atrás.
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