Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombia Kritica
Historiador
Colombia Kritica
Una fábula de La Fontaine nos ilustra el valor del trabajo por sí mismo. Trabajad, tomaos el trabajo: Heredad no es falta. Un rico labrador que sentía venir la muerte, Hizo venir a sus hijos, les habló sin testigo. «Guardaos, les dijo, de vender la heredad que nos han dejado nuestros padres: un tesoro está escondido dentro. No conozco el lugar; pero un poco de coraje Os lo hará encontrar: lo lograreís. Removed vuestro campo cuando sea agosto: Cavad, excavad, rastrillad; no dejeis ningún lugar Sin que vuestra mano pase y vuelva a pasar». Muerto el padre, los hijos removieron el campo, Aquí, allá, por todas partes, también que al final del año obtuvieron más beneficios. Nada de oculto dinero. Pero el padre fue sabio al mostrar, antes de su muerte, que el trabajo es un tesoro.
No sabemos el momento en el que este valor fue invertido, el trabajo es secundario y es castigo, y el dinero es el premio mayor que se debe alcanzar. Se evita el primero pero sin que se abandone el segundo. Dinero sí, pero sin el esfuerzo del laboreo. El Ser de la existencia ya no tiene el esfuerzo como realización personal, sus fuerzas están dedicadas a tener una riqueza anhelada cada vez más ilimitada, el anhelo del más y más, no existe la noción de la justa medida. El motor del consumo alimenta este deseo, lo último en la moda, los hombres experimentan la sensación de la ostentación, en una carrera loca de querer ser más que los otros. Tener y tener, es la consigna.
Se devalúa el valor del trabajo y se sobrevalora el tener como fin en sí mismo. La consecuencia directa, es que la mayor motivación y el fin último está en el tener más y más, sin justas medidas, el tener a como dé lugar, no importa los medios utilizados, lo importante es llegar al fin. Es una transvaloración o inversión de los valores que antes procuró por una altísima existencia. Sus consecuencias son mortales.
Se me ocurre un ejemplo. Dentro de las cosas vanas, de chismes y mejurges bursátiles, de la vida cotidiana, transmitidos en los diversos medios, se encuentra, no puede faltar, un crimen. Registró la prensa nacional colombiana, en medio de todo este cóctel de sangre que se sirve a diario, que la muerte de un desplazado y reclamante de su tierra, el septuagenario David de Jesús Góez, fue muerto a tiros por un sicario, bajo las órdenes del (ex) paramilitar y afamado narcotraficante Daniel Rendón Herrera, alias 'don Mario.'
Este victimario acusó a aquel de haberlo vendido a las autoridades, de haber delatado su escondite o madriguera. Pero el rollo, no para ahí, dice la Fiscalía, según periódico Eltiempo.com, que quien llevó al matadero a este hombre entrado en años, fue una compañera de causa común de reclamación de tierras, y que jugó traición para sacar mayor provecho negociando con los asesinos su pronta entrega de su tierra reclamada, sin los dispendiosos trámites jurídicos en el país de las leyes.
La voracidad del tener trenza un mar de intereses en los que se juega la vida por fuera de la norma. Desde la Roma Antigua, a toda fundación la precede un crimen fundador. La lección es bien aprendida y defendida a muerte, defender la tierrita a costa de poner en juego nuestras propias vidas, y si son ajenas mucho mejor, nada nos importa. Los godos terratenientes del país, consideran que devolver las tierras quitadas es someter al país a una guerra civil. Es la lógica inversa de Robin Hood, quitarles a los pobres para darles a los ricos. Por lo demás un paréntesis, 207 billones de pesos ha costado la guerra al Estado colombiano, tres veces el presupuesto de la ciudad más grande de Colombia como lo es Bogotá.
Viene a bien recordar la moral, los fabulistas tuvieron la labor misional de enseñar preceptos morales que cuidaban del bienestar humano, del respeto por los semejantes. Enseñaron virtudes que edificaron la existencia. ¿En qué momento nos deslizamos hacia nuestra propia destrucción? Estos altos en el camino para reflexionarnos, intentar explicarnos como hemos llegado a lo que somos.
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