Ugo Palheta: “Las tentatives de putsch en los Estados Unidos y en Brasil son el estado infantil de un neofascismo internacional”

Ugo Palheta, entrevista realizada por Samuel Lacroix, publicada el 10 de enero de 2023


Es sorprendente la correspondencia entre el ataque de los centros de poder brasileños y los acontecimientos del Capitolio, hace dos años.

Para el sociólogo Ugo Palheta, que recientemente publicó La Nouvelle Internationale fasciste (Textuel, 2022) y que coordina cada vez el podcast consagrado a la cuestión fasciste Minuit dans le siècle, tenemos acá signos patentes de una extrema derecha que se organiza mundialmente, en sus teorías y en sus prácticas.

Dadas las sorprendentes correspondencias ¿qué lectura hacer del ataque de los lugares de poder brasileños por parte de los bolsonaristas, sobrevenido casi dos años exactos después del del Capitolio por parte de los partidarios de Donald Trump?

Ugo Palheta: Este ataque era absolutamente previsible, y el conjunto de la izquierda brasileña había previsto desde hace meses que Jair Bolsonaro y sus partidarios no se quedarían manicruzados en caso de la victoria de Lula. No solamente esta movilización facciosa de extrema derecha estuvo precedida por numerosas acciones de militantes bolsonaristas que buscaban contestar el resultado de las elecciones (bloqueos de vías por ejes estratégicos, acampadas ante cuarteles para llamar a los militares a la acción…). Pero también porque desde hacía al menos año y medio Bolsonaro no había dejado de buscar movilizar a sus partidarios contra las instituciones (en particular contra el Tribunal supremo federal) y, como Donald Trump en el contexto estado-unidense, había afirmado públicamente en numerosas ocasiones que la elección sería manipulada, que su victoria le sería robada, etc. Pretendía incluso que la elección de 2018 posiblemente también había sido fraudulenta puesto que sin duda él había ganado desde la primera vuelta… De esta manera el terreno había sido preparado con mucha anticipación, en las más altas esferas del Estado, para una acción de este tipo, incluso si el propio Bolsonaro se cuidó mucho de hacer llamados explícitos.

En efecto se ve a un Bolsonaro más timorato, que corrió a desmarcarse de los militantes como no lo hizo Trump, que por su lado había animado a sus partidarios, por no decir instigado el acontecimiento…

Y sin embargo Bolsonaro contaba con muchos más apoyos en el seno del ejército que Trump. Después de todo, su gobierno contaba con muchos oficiales superiores, y había introducido en los ministerios a numerosos militares. Pero el estado mayor del ejército, como el propio Bolsonaro sabían que los Estados-Unidos –así como la China y todas las grandes potencias– eran ferozmente hostiles a un golpe de Estado. Lanzarse a una tal iniciativa hubiera sido una aventura sin futuro, y Bolsonaro se habría expuesto al riesgo de ser condenado por sedición. El mínimo de sentido estratégico supone para él esperar su hora, teniendo presentes cuatro elementos: su partido ha obtenido excelentes resultados en las elecciones parlamentarias que se dieron igualmente en octubre; su resultado en la segunda vuelta (49,1%) se situó a un nivel mucho más elevado de lo que indicaban los sondeos desde hacía meses; supo en los últimos cuatro años construir por lo alto una base militante, capaz de actuar en la calle, de amenazar a sus opositores de izquierda y suficientemente confiados como para tomar por asalto las principales instituciones políticas del país; y cuarto, Lula corre el riesgo de ser bloqueado en sus iniciativas políticas porque su coalición es muy heterogénea políticamente. Todo esto significa que de ninguna manera se ha terminado con Jair Bolsonaro y, mucho menos, con lo que es el bolsonarismo, es decir la principal variedad brasileña del neofascismo.

¿Ve Ud. precisamente en estos dos golpes los fermentos de lo que Ud. llama una “nueva Internacional fascista”?

Por supuesto que hay correspondencias entre estas tentativas de putsch. De paso debo precisar que el que hayan fracasado lamentablemente, pero también el que hayan comportado aspectos estilísticos casi cómicos (uno recuerda al chamán conspiracionista que erraba con su piel de mapache y sus cuernos de bisonte por los corredores del Capitolio… < Juzgado, habiendo aceptado el delito, fue condenado el 17 de noviembre de 2021 a 41 meses de prisión >), no debe conducir a aminorar su alcance. Son los síntomas de un movimiento neofascista que está coagulando a escala internacional, que toma formas singulares en función de los contextos nacionales por supuesto, pero que actualmente está en su estadio infantil de desarrollo. Por esto su tan débil sentido estratégico, por no decir cercano a 0, pues no se efectúa un golpe de Estado con algunos miles de personas, sin proyecto y sin apoyo en los principales aparatos de Estado. La otra correspondencia que se ve en estos movimientos –a los que habría que añadir la tentativa de invasión del Bundestag en Alemania en 2020 y el saqueo de los locales del principal sindicato italiano, la CGIL, en 2021, en el que finalmente terminaron los manifestantes que deseaban apoderarse del palacio que es sede del gobierno– un cruce de corrientes reaccionarias radicales, organizaciones neofascistas y gentes ordinarias, que no son militantes y que pertenecen en general a las clases medías.

¿Podría Ud. precisar un poco los contornos de una tal “Internacional”? ¿Se despliega en prácticas comunes? ¿Tienen una ideología común?

Se puede comenzar por decir lo que no es esta Internacionale:no es una organización estructurada, dotada de una dirección central, homogénea ideológicamente, y capaz de ponerse en acción bajo un mandato. Pero la idea de «Internacional» permite insistir a la vez sobre el carácter mundial de la ola neo-reaccionaria en la que se insiste actualmente, sobre las circulaciones, importaciones y traducciones de palabras, de pseudo-teorías o de afectos neofascistas (tales como el «gran remplazo» por ejemplo), y el activismo transnacional de algunos actores, ya se trate de ideólogos, de think tanks, de fundaciones o de cenáculos intelectuales (el más célebre es ciertamente Steve Bannon, pero no se puede olvidar a la Nouvelle Droite francesa que desde hace mucho tiempo anudó lazos con ideólogos reaccionarios de muchos países), o también de algunos mecenas. No dispone de un programa común, y mucho menos de una doctrina compartida (pero el fascismo clásico tampoco, como lo ha insistido el gran historiador del fascismo Robert Paxton). Por tanto, existe claramente una ideología en gran parte común, incluso si cada variedad –hasta en el seno de un mismo país– propone una síntesis singular de grandes elementos que giran en lo esencial en torno al odio de la igualdad, por tanto del conjunto de los movimientos que exigen la igualdad: las izquierdas, los sindicatos, los movimientos feminista, antirracista, LGBT, etc. En términos de practicas, se ve por todas partes la interacción –que no supone necesariamente una coordinación– entre una rama con vocación institucional, partidos que constituyen otras tantas vitrinas electorales o leaders que buscan conquistar el poder por la vía legal (Donald Trump & Jair Bolsonaro), y una rama violenta, de calle, que aspira a castigar violentamente a los «traidores de la nación», a los «elementos anti-nacionales».

¿Es “fascista” el término apropiado? ¿Por qué no simplemente “populista” o “de extrema derecha”, para emplear un vocabulario de uso más corriente?

«Populista» no dice nada de la política que proponen estos movimientos, y emplear este término conduce casi siempre a amalgamar movidas que se oponen en todos los puntos o casi. Los movimientos fascistas o neofascistas son evidentemente «populistas», pero no tienen el monopolio del «populismo»; puede ser que históricamente haya podido existir un populismo neoliberal (Margaret Thatcher o Ronald Reagan por ejemplo, pero también de cierta manera Emmanuel Macron); el discurso comunista ha tenido a menudo claros rasgos populistas, así como también numerosos movimientos latino-americanos… «Extrema derecha» es una mejor categoría en mi sentir, pero tiene el defecto de ser puramente «localizacionista» (a la derecha de la derecha tradicional) y por tanto de no decir nada del contenido político. En rigor, los términos «nacionalistas» o «reaccionarios» son más cercanos de la realidad, pero al primero me parece que le falta la violencia de la mayor parte de los movimientos de extrema derecha en la actualidad, y el segundo no atrapa el carácter más complejo de estos movimientos, generalmente a la vez modernizadores y reaccionarios (como lo fue el fascismo histórico). Asistimos al nacimiento de un nuevo fascismo, inacabado por el momento en este estadio (especialmente en su capacidad de movilizar las masas), pero ajustado a las nuevas condiciones económicas y políticas así como sociales y culturales –o afectivas, si se quiere: un fascismo post-fordista, que aprovecha los nuevos modos de politización (en particular via las redes sociales) y que sueña no tanto con un porvenir radiante como con un regreso a una edad de oro evidentemente mistificada, que aspira no tanto a conquistar el mundo en detrimento de potencias que compiten, sino que busca imponer un mundo cerrado a expensas de grupos percibidos como «enemigos internos» (extranjeros, inmigrados, minorías).

Ud. retoma en su obra la distinción, establecida por Antonio Gramsci, entre una “guerra de posición”, que consiste especialmente en infundir las ideas y teorías de extrema derecha, y una “guerra de movimiento”, que se concreta en la acción más o menos violenta. Los dos asaltos de los que hablamos, que hemos podido reportar a una violencia simbólica, ¿marcan el paso a una nueva guerra de movimiento?

Sí que lo pienso, pero se trataba claramente de un error estratégico. El paso a la violencia no podía llevar a la victoria, no al menos en los dos casos que evocamos. No obstante hay que evaluar estas acciones que hubieran parecido inimaginables hace apenas veinte años, y de las que se puede temer que constituyan más bien un ensayo general que un canto de cisne; movidas neofascitas se han cristalizado que les han dado suficiente confianza en su fuerza como para lanzar una asalto armado contra las instituciones políticas. Es verdad que en este estadio la extrema derecha está llevada a practicar más bien la guerra de posición, y la mayor parte de los grandes dirigentes de extrema derecha, por no decir la totalidad, continúan desmarcándose de esas iniciativas. Pero ¿por cuánto tiempo? Las democracias liberales son percibidas cada vez más como ilegítimas, y ello por una buena razón: las condiciones de existencia de la mayoría de las poblaciones se degradan; las represiones de Estado –policiales y judiciales– se vuelven por todas partes más feroces frente a las movilizaciones sociales; las conquistas pasadas –servicios públicos, protección social, derecho del trabajo– continúan siendo desmanteladas via políticas de mercantilización. Alimentada por esas políticas neoliberales, se está asistiendo a una escalada de la competencia, la precariedad y los temores de degradación, lo que constituye uno de los motores más potentes del racismo y del neofascismo. Sin alternativa política al neoliberalismo, es muy improbable que retroceda la Internacional fascista.

Traducido por Luis-Alfonso Paláu, Envigado, co, Enero 11 de 2023

Tomado de Philophie Magazine Enero 2023



Ecofascismos": ¿cómo la extrema derecha se apoderó de la ecología

Jean-Marie Durand, publicado el 17 de mayo de 2022


El concepto de «ecofascismo», nacido en los años 1970, se impone cada vez más en el paisaje del pensamiento ecológico. A menudo confuso, merecía aclaraciones metódicas a las que se entrega el sociólogo Antoine Dubiau en Écofascismes (Grevis, 2022), un estudio arqueológico y contemporáneo de la noción. Fundado en un doble proceso, que procede a la vez de una fascistización de la ecología y de una ecologización del fascismo, este concepto es objeto desde los años 2000 de una apropiación reforzada de la extrema derecha que, a partir de una defensa del principio de naturaleza y de la ecología integral, verdea su narrativa reaccionaria.

La izquierda no tiene el monopolio de la ecología

La arqueología del pensamiento ecológico atribuye generalmente a la izquiera la paternidad de una visión del mundo que integra la crítica de la influencia de la técnica en la sociedad, la crítica del productivismo o la pérdida del sentimiento de naturaleza. Una visión muy simplista, si se tiene en cuenta por ejemplo la potencia del productivismo en el programa de la izquierda durante decenios. Pero sobre todo, el pensamiento ecológico hereda de muchos otros registros políticos, algunos muy marcados hacia la derecha, cuando no a la extrema derecha. En su precisa y minuciosa investigación, Écofascismes, Antoine Dubiau observa que si la extrema derecha sigue estando marcada por un «fascismo fósil» (que niega el calentamiento global y que defiende las industrias y energías fósiles), «existen formas marginales de apropiación sincera de la cuestión ecológica en su seno». Se trata pues de «tomar en serio el peligro ecofascista», lo que implica abandonar un encuadramiento demasiado estrecho de las apropiaciones políticas de la cuestión ecológica. «Echar una mirada atenta al ecofascismo pasa en prime lugar por el rechazo de la posición arrogante que coloca naturalmente la ecología en la izquierda del tablero político; está última enmascara completamente las otras formas de ecología política.» La ambición de Antoine Dubiau consiste en aclarar este concepto de ecofascismo, que con frecuencia se usa de manera confusa y contradictoria, desde que fue forjado por pioneros de la ecología política en los años 1970 como Bernard Charbonneau & André Gorz, que ya apuntaban a una preocupación en torno a un control tecnocrático de la sociedad dadas sus urgencias ecológicas. La posibilidad del ecofascismo reside de hecho hoy en la contingencia de dos procesos distintos: la «fascistizacion de la ecología» y «la ecologización del fascismo». «La primera se define como un conjunto de pendientes deslizantes hacia una concepción fascista de la ecología, en los enfoques ecologistas corrientes.. La segunda se reporta a la historia de la apropiación del desafío ecológico por parte de los ideólogos fascistoides, cuando no abiertamente fascistas».

La fascistizacion de la ecología

La fascistización de la ecología se manifiesta a través de los discursos ecologistas autoritarios ligados a la intensificación de los trastornos ecológicos. Para algunos ecologistas, los sistemas democráticos modernos están entrampados en un funcionamiento a corto término, que les impide enfrentar los desafíos sistémicos de la crisis climática. En la medida en que las organizaciones ecológicas querrían imponer un modo de alimentación, limitar la libertad de desplazamiento de los individuos o prohibir el espíritu empresarial..., se las acusa de promover una nueva forma de totalismo que se inmiscuiría hasta en la vida cotidiana de la población. Dubiau constata la emergencia, ciertamente marginal, de esta tentación autoritaria que se concreta por ejemplo en la propuesta de un estado de urgencia ecológico. Y de manera más profunda aún, la fascistización de la ecología se ancla en una tradición medioambiental fundada en una relación crítica con la modernidad (crítica de la sociedad industrial, rechazo de la sociedad consumista, defensa del decrecimiento…).

La ecologización del fascismo

Paralelamente a una cierta fascistización de la ecología, el autor analiza sobre todo la ecologización del fascismo, que parece ser el fenómeno más significativo en la comprehensión del ecofascismo. La refundación doctrinal de la extrema derecha reposa en efecto sobre una ecologización de su relato. Esta reconfiguración emerge en los años 1970 con la Nouvelle Droite, reunida en el Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne (Grece), dirigida por el filósofo Alain de Benoist. El nuevo referencial medioambiental de esta extrema derecha insiste en una concepción abiertamente reaccionaria de la ecología. «De manera análoga a su emergencia a la izquiera, el anticonsumismo de la Nueva Derecha funda su adhesión en la consigna del decrecimiento» La ecología permite sobre todo darle coherencia a diversos mitos y misticismos reaccionarios. Una renovación espiritual ata el rechazo de la modernidad y la protección de la naturaleza. «El conjunto desemboca en una teoría con una fuerte coherencia interna: una ecología neo-pagana, fundada en la idea reaccionaria del enraizamiento de las culturas europeas en su entorno» Frente a la mundialización y al liberalismo, el enraizamiento se vuelve el elemento central de un proyecto político.

Una nueva fachada del fascismo

Este doble proceso de fascistización de la ecología y de ecologización del fascismo converge pues hacia lo que se llama de acá en adelante el ecofascismo. La ecología integral reúne claramente el ecofascismo salido de la Nouvelle Droite, que considera «la naturaleza como zócalo» para la organización de la sociedad. El ecofascisme reposa sobre una cierta idea de la naturaleza, concebida como un orden, cuyo rebasamiento de sus límites entrañaría una forma de decadencia. Esta nueva fachada del fascismo está pues fundamentada en una ecologización del racismo etno-diferencialista adoptado por la extrema derecha en los años 60. Dubiau estima que «se vuelve desde entonces posible hablar de diferencialismo ecológico o “eco-diferencialismo”». En respuesta a las «ZAD» (zonas a defender) de los ecologistas radicales anclados en la izquierda, les ecofascistas piensan «reconquistar los campos», con el fin de hacer de ellos «ZID» (zonas identitarias por defender)… Todas las tendencias del ecofascismo parecen investir esta forma comunitaria, de la ecología integral a la ecología neopagana. El llamado de Éric Zemmour a que se preserven los paisajes franceses, que él desea defender sobre todo por su dimensión nacional y tradicional mas que ecológica, es un rostro de este ecofascisme.

Terreno ideológica del ecofascismo contemporáneo, la movida de la Nouvelle Droite se ha lanzado pues a una verdadera guerra cultural. Si en la práctica, los proyectos ecofascistas y ecologistas libertarios pueden parecer «convergentes», en tanto que defienden «el despliegue de comunidades ecológicas locales, más respetuosas de la naturaleza, y que rechazan los imperativos productivistas», ellos se distinguen en realidad fuertemente en sus concepciones fundamentales de la ecología y de la organización social. Lo que así sugiere Dubiau con razón es el explicar hoy mejor la dimensión emancipadora del proyecto de sociedad ecológica, que integra el imperativo de un respeto de la naturaleza y de la biodiversidad sin descuidar la libertad, la igualdad y la solidaridad social, como lo analiza Serge Audier en sus numerosos ensayos sobre el tema. Ahora bien, concluye el autor, «la insidiosa amenaza ecofascista contemporánea hace más que urgente una tal actualización del este proyecto político». Solo una sociedad realmente ecológica puede conjurar la amenaza de un ecofascismo.

 

Écofascismes, de Antoine Dubiau, acaba de ser publicado en ediciones Grevis. 130pp.,

Roma (Italia), el 26 de septiembre de 2022. Giorgia Meloni en la sede del partido Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia). © Ettore Ferrari/EPA/Maxppp



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