Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


El propio deseo tiene fuerza transformadora. Uno sueña con un mundo mejor. La esperanza da sentido a nuestras vidas. La esperanza de un mundo mejor al que nos ha tocado vivir. Es comprensible que otros sueños, otros deseos se sobrepongan a los nuestros. Y no es que estemos perdidos. Sólo otros cuajaron para imponerse. Quizá otros lucharon mejor que nosotros. En el mundo se hacen apuestas, unas veces acertamos, otras nos toca vivir sus derivas. 


La vida es energía que se gasta en deseos. Y más allá o más acá, está siempre la producción del deseo, no como carencia en donde estamos condenados a un vacío por llenar. Eso no. El deseo es más bien un campo de fuerzas que devienen multiplicidades, así lo enseñó Gilles Deleuze. Producimos y transmitimos flujos de sensibilidades. A la inversa, en nuestra época es bien notoria la modelacion o disciplina refinada de nuestros sentidos, de nuestros gustos, de nuestras subjetividades para lo más bello pero también para lo peor, por ejemplo los neo fascismos, son formas miserables de mantener la esclavitud.


La esperanza existe a la par de lo peor. La vida, en su creatividad, persiste en la belleza, en las estéticas de espíritus disruptivos. ¿Qué es lo bello? ¿Como ser éticos? ¿Cómo se hace el bien? Estamos para el disfrute y construir relaciones edificantes con los otros, cada día se quiere la libertad, ser libres para un mejor disfrute durante el tiempo que estemos en el mundo, mientras estemos vivos, queremos evitar caminos que degradan. No es suficiente apelar a una ética edificante de la vida si todo el tiempo nos están socavando, derrumbando. Prendes la tv, la radio, vas al café… ¿Y qué encuentras? Basura. Los mass media son el formateo para la nueva esclavitud. Todo el tiempo martillando deseos de consumo pueril: tal marca de ropa, el carro último modelo que aprestigia, tal apartamento, tal carrera universitaria. Y al final se tiene una vida de esclavitud de nunca acabar, una vida miserable de deudas, de consumo. Y la paradoja, tenemos que los libres son los vagabundos, son dueños de su propio tiempo, a nadie rinden cuentas, son ellos, improductivos, son ellos la negación del capitalismo.


El mundo del capitalismo, de la riqueza y su producción, nos alejan de esos caminos consumiendo todo nuestro tiempo y nuestras energías. En esta época de la inteligencia artificial se aumentó nuestra esclavitud, el patrón llamó liberación a estar fuera de la fábrica pero todo el tiempo disponibles a sus requerimientos, estamos condenados como ratones, siempre huyendo a las carreras esquivando a las multitudes que van y vienen a prisa pegados del smarfhone. No existe la libertad. «En el corazón de la metrópolis global el esclavismo tiene características originales: pálidos e hiperactivos trabajadores cognitivos zigzaguean en el tráfico ciudadano, inhalando veneno y balbuceando por el celular. Son forzados, además, a ritmos sobre los que ya no tienen control alguno. Es la carrera del ratón: es preciso ir cada vez más rápido para pagar los costos de una vida que ya nadie vive.» Berardi.


Cito tres párrafos de la introducción de Franco Berardi en su libro  Generación Post Alfa, Quien nos inspira: Se calcula que una persona nacida en 1935 habrá trabajado alrededor de 95.000 horas en el curso de su existencia. En 1972 se presentaba, en cambio, una vida laborable de 40.000 horas, pero para los  contratados en el año 2000 se deben calcular alrededor de 100.000 horas de trabajo, invirtiendo una tendencia secular que había reducido constantemente el tiempo de trabajo.


A partir de los años 80 estamos obligados a trabajar cada vez  más para compensar la merma continua del poder adquisitivo de los  salarios, para enfrentar la privatización de un número creciente de  servicios sociales y para poder comprar todos aquellos objetos que el  conformismo publicitario impone a una sociedad en la que las seguridades psicológicas colectivas han disminuido.


Los psicofármacos euforizantes se volvieron parte de la vida cotidiana. A mitad de los años 90, el Prozac aparecía como una suerte de medicina milagrosa que transformaba a los hombres y a las mujeres en máquinas felices de ser siempre eficientes, siempre optimistas, siempre productivos. Un consumo espantoso de euforizantes, antidepresivos, neuroestimulantes acompaña el desarrollo de la nueva economía. Era el soporte indispensable para aguantar la movilización psíquica constante del frenesí competitivo. Era totalmente previsible el colapso.


Referencio a Jubilados lisiados sin posibilidad de reinventarse, se les ve usmear de nuevo en las que sirvieron de jaulas laborales, mendigando una pequeña conversa con sus ex compañeros, están desesperados, no saben qué hacer con su tiempo libre. Frente a la sin salida, deciden suicidarse tirándose desde las azoteas o balcones de edificaciones elevadas. Recuerdo a ex magistrados en Medellín, también frecuente entre funcionarios públicos.


Nos han robado los tiempos flujos de desear, amar, reír, disfrute gastronómico, viajar, hablar con los amigos. Esa es la riqueza más allá de la mera acumulación de fortuna y el sometimiento a la mera producción que nos esclaviza y corroe nuestras vidas. Retomar la vida como derroche, se vive en el gasto de la vida (la muerte es vida gastada) y se muere en vida con la obsesión de ser fiel esclavo hipotecado, sin tiempo propio. La verdadera riqueza es la que se comparte en una apuesta ética para el disfrute, una felicidad del existir, una estética de la existencia, las gentes en sus propias producciones materiales que dan soporte a ese ideal espiritual. Acá rememoramos a Peter Sloterdijk  en su texto el Parque Humano, Félix Guattarí en Ecosofia. Éstas líneas distópicas, no son más que provocación a repensar en una libertad confiscada.
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