Por Mauricio Castaño H
Aporte 
Consejería Convivencia y Reconciliación Medellín

En la mañana, al medio día y en la tarde los mass media exhiben la muerte, no paran, no se cansan, remachan aquí y allá. Se calcula que un adolescente ha visto dieciocho mil asesinatos, tres por día. Nos forzan a comer muertos y a beber sangre vertida, nos hemos vuelto antropófagos. Nuestros espectáculos de gran circulación exaltan y multiplican revólveres y asesinos. Matar sí, amar poco. Es cierto, somos seres de la comunicación a la cual dedicamos nuestro mayor tiempo, moldea nuestros gustos y comportamientos. Nos definimos por los mensajes, somos una sociedad de la mensajería. Quien sabe comunicar, tiene poder. Tener algo que decir no vale nada si uno no sabe mostrarlo. Sin el saber-hacer de las formas, el saber no produce nada. 

¿Qué motor impulsa la insaciable mortandad? Bien alto en el armario, el padre de familia sube los potes de mermelada, para que el niño de baja estatura no alcance, lo protege de los objetos del deseo goloso y el riesgo cólico. Los adultos van a saltos, en carreras largas a perseguir el apetecido Poder, quieren alcanzar Gloria y Fama, y enloquece, enceguecen cuando lo conquistan. No existe nada ni nadie que los salve del peligro. Todos los crímenes vienen del deseo de poder y de gloria.

La vanidad y los canales de comunicación se complementan, todos ellos al servicio de la caza del trono del Poder. No existe en la cultura un freno o catalizador que guarde, esconda ese botín peligroso que impida que nos matemos unos a otros, que eviten desatar guerras. El reino por un caballo, el universo por un verso. La historia no ha conocido a poderoso alguno que sea bondadoso, demasiado embriagados para conocer la humildad. Lejos de nuestros designios, van abriéndose camino como grandes depredadores. Humanidad viene de humus. Humanidad significa compasión, humildad. ¡Qué lejos nos encontramos!

El mundo de los pocos poderosos es inversamente proporcional a la inmensidad de los miserables hambrientos. Estos seres de la exclusión, reflejan en sus ojos, más que nadie, su desgracia. Los excluidos rondan por las ciudades, por el mundo, en los aeropuertos son retenidos, los gobiernos locales les entregan tiquetes para expulsarlos. Son echados de su hogar, de su oficio, de todo techo, de toda mesa, y ahora, incluso de las ciudades y de los países, engrosan las filas de los inmigrantes, del cuarto mundo. En sus ojos luminosos y mudos, se lee una resignación sobrenatural. Se comprende que estos hombres van a morir y que saben que el mundo ignora algo: La Paz. En el dolor todos gemimos. Todos nos igualamos ¡El amor conoce por encima de toda ciencia! El miserable enseña que la desgracia absoluta confiere un saber aún por encima del amor, pero que nunca ha encontrado su lengua, salvo quizás con su muerte, que luego se disuelve de golpe, en olor fétido. Hambrientos frente a un banquete... viajeros sedientos que descubren una fuente en el desierto... enamorados duramente rechazados, acogidos al final de una impaciente espera... se los ha visto a veces desvanecerse de felicidad... ¿desfalleceremos así cuando veamos el paraíso? Serres en La Leyenda de los Ángeles. El desapego enseña la humildad, a no humillar. Exhibiciones desiguales: rico barrigón que salta para perder barriga, para rebajar llanta, perdiendo peso moldea su figura en el gimnasio, mientras que los harapos adornan las nalgas de millones de indigentes flacuchentos. Los miserables se agotan por comer y los ricos saltan para bajar peso. No alcanza la bondad quien es falso. 

Pasamos por alto las lamentaciones modernas, ciudades y pueblos de África bajo las torturas del hambruna y las amenazas de epidemias. Ciudades de América bajo la invasión de favelas inmensas, con su creciente delincuencia y prostitución de niños. Ciudades de Asia sin servicios público, invadidas de ratas bajo el peligro de la peste, Bangladesh bajo diluvios bíblicos, sin diques,  y extensivo sida. Todas las enfermedades vienen de odiar el amor. Una vez más, humanidad viene de humus, emparentada con humildad, que posibilita una simetría entre todos, respeto a los demás, esos otros que son mi propia extensión, que evita erradicar especies.

Los despiadados tienen en común que son ladrones, interruptores de información, interceptan los mensajes y los retienen para sobresalir más que el mensaje mismo, los presentadores de televisión o de cualquier medio de comunicación se convierten en falsos dioses, dicen la última palabra; y a la par, están los golosos que interceptan flujos de recursos, de fortunas, las amasan a su propio beneficio, dejando a millones por fuera de sus provechos, los vagabundos abundan. Aquellos ladrones son ángeles caídos. Satán, nombre hebreo, se traduce en francés por: acusador público o abogado general. Ocurre que la mensajería derive hacia actos de acusación. Los periodistas se convierten, a demás de mensajeros de la muerte, en jueces, en cuidadores de falsas morales. Los ángeles pecan por su papel de mensajeros. Que indelicadeza. Traidor es traductor. Roban el valor que transmiten. Traducen el mensaje a su favor. Parasitan los canales. Aparecen sin cesar en lugar de desaparecer. El parasito que bloquea toma una importancia enorme. Eh ahí el peligro: el holgazán. El poder pertenece a aquellos que se la roban. Se parecen mucho a la máquina de fabricar dioses.

Los ángeles caen por la potencia y la gloria. Es decir por la matanza. Todo ello se nutre del darwinismo social que proclama la lucha del más fuerte, sobresalen los que tienen más fuerza, los poderosos. Olvidamos que el hombre nació de la debilidad, de la fragilidad. Olvidamos el grado de humanidad, de solidaridad, en esa posibilidad que todos podemos ser fraternos. Se recordará que la adopción borra el darwinismo del biologismo social, de las guerras vengadoras de las cuales la historia lleva el recuerdo. Un niño adoptado es simplemente, hijo, hermano, tío, en fin, entra en ese amor que la hermandad, sin acudir a los falsos linajes sobresalientes. En la adopción cualquiera puede ser mi hermano o mi padre mi padre. Una vez más, Humildad significa tierra, de humus. Somos polvo, y en polvo nos convertiremos. Somos polvo cósmico. Sin competencias, todos estaremos en hermanamiento, sin humillaciones.

Para la paz, abandonar anclajes de las olimpiadas, que nos inculcan ser el mejor, el primero, ganar trofeos aplastando a mis contendores, a mis congéneres. Los buenos mensajeros son los que llevan la buena nueva, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Son ángeles demonios, ladrones de la información quienes se la guardan para su provecho, para hacerse diosecillos adinerados. Los buenos intérpretes se borran, desaparecen, sólo son canal que hacen aparecer gestos naturales entre los que traduce, como si se comunicaran de verdad, como si hablaran la misma lengua sin intermediación. Los mejores ángeles desaparecen, los peores se ven, se hacen ver. Los presentadores han relevado a los ángeles. Presentan los deshechos. Prestamos atención a la gloria de la muerte, a las órdenes del asesino. Potencia de trono y dominación de los hombres. 

Alto, muy alto, inalcanzable, allá deberá estar esos trofeos incitadores de asesinatos: Poder y Gloria. El Altísimo se dice del buen Dios. Y solo a Él la potencia y la gloria. Inaccesible. Como nadie entre nosotros puede alcanzarlos, tendremos la paz de regreso. No habrá razón para matarnos. Nadie accederá al apogeo. Gloria a Dios en las alturas de los cielos y paz sobre la tierra a los hombres de buena voluntad, lo que quiere decir, si nuestra voluntad se vuelve bastante buena para ponernos de acuerdo juntos en no dar a nadie la gloria más que a un ausenten trascendente, entonces viviremos en paz.

Liberados de los olimpos, de las competencias que nos llevan por los despeñaderos de la muerte, será posible pensar nuestro hábitat con hombres sensatos y no de la especulación. Ciudades amables lejos de las basuras sonoras de los motores y una musiquita industrial permanente que tomaron posesión del espacio total, para beneficio de los sólo especuladores. Nadie llama a nadie desde lejos. Nuestras voces se encuentran excluidas del mundo. Esos muros de sonido interceptan nuestros mensajes y nos ponen barricadas, incluso afuera... la vista se asfixia, el oído se estrangula. Las calles enloquecen. Atrás quedaron, salidos entre las montañas, los gritos del amado a su prometida. Las ciudades estrangulan nuestras vistas, devenidas claustrofóbicas. Muros y calles no dejan ver el paisaje. La inmensidad del espacio apacigua la inquietud de la mirada quebrada por esas prisiones. Así los mass media se tornan en únicos protagonistas.

Conviene aprender de las tecnologías sociales de las míticas de antaño, para suspender o romper los círculos de las violencias, anudar naturaleza y cultura, razón y religión, que las Luces nos enseñaron a separarlas. Después de la Sociedad agraria, el hombre económico, luego industrial, y se avanza hacia la sociedad del conocimiento. Develar las trampas del logos de muerte en las que nos sumergieron, hace pertinente una pedagogía para la paz. 

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