Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

El Estado y sus gentes, el gobierno y el ciudadano, lo macro y lo micro, en suma la democracia con todas sus imperfecciones. Lo común son los descontentos, los desafectos en los que se sumergen, en los que se debate el ciudadano de a pié con ese ultra poder lejano que no le resuelve sus problemas, que más bien es un obstáculo, un travesaño en su existencia: el mendigo que padece las patadas del policía o del pillo que lo quiere quitar de la esquina del comercio porque es hora de que abandone el lugar para no afearlo y no espantar a los clientes, a posibles consumidores del comercio. O del desempleado que padece hambre y en contraste ve a políticos y compinches corruptos en festines y derroches, malgastando lo que se roban de los recursos de la salud, educación, vivienda, en fin de todas esas cosas que deberían ir a los pobladores para que dignifiquen sus vidas en esas mínimas esencias de vida. Y más aún, cuando se reclama los derechos, se reprime, se aplasta cualquier asomo de protesta.

Este desajuste entre un ejercicio incompleto por gobernar y una masa de la población inconforme porque no ve reflejados los recursos que el gobernante despilfarra con su puñado de amigos. Digamos que esta es la fricción, la tensión permanente entre ciudadanos y esa cosa llamada Estado con su mejor invento hasta el momento llamado democracia, no de otra manera se explica el abstencionismo, ese rechazo, esa inconformidad, esa protesta silenciosa de la mayoría de electores de un país, en Colombia, por ejemplo, suman más del sesenta por ciento, equivalente a más de dieciséis millones de personas, con razón se argumenta que hay allí ilegitimidad, pues la gran mayoría no es la electora. 

El problema no es nuevo. En la sociedad en donde se originó el invento de la democracia, también se dieron estos desbarajustes entre gobernantes y gobernados, pero también fue allí donde se vislumbraron soluciones. Michel Foucault nos lo recuerda en sus últimas reflexiones sobre esas formas, esas técnicas alternativas que pretendieron solucionar esa incapacidad de un ultra poder centralizado que administrara la vida, la felicidad de sus gentes. Fue allí donde se dieron los cuidados de sí, formas de gobierno ya no en abstracto sino ya en lo particular, de voluntad de poder sobre uno mismo, ejercer los controles adecuados y necesarios sobre la vida que garantizarían una cierta felicidad. “La decadencia de las ciudades – estado como entidades autónomas a partir del siglo III a.c. es una hecho conocido. Se ha visto en ello a menudo el motivo de un retroceso general de la vida política allí donde las actividades cívicas habían constituido para los ciudadanos un verdadero oficio; se reconoce aquí la razón de una decadencia de las clases tradicionalmente dominantes, y se buscaban sus consecuencias en un movimiento de repliegue por el cual los representantes de esos grupos privilegiados habrían transformado esa pérdida efectiva de autoridad en una retirada voluntaria, dando así cada vez más valor a la existencia personal y a la vida privada. ´El desmoronamiento de la ciudad-estado era inevitable. De manera general, la gente se sentía bajo el peso de poderes mundiales que ya no podían controlar ni si quiera modificar… el azar reinaba... Las filosofías de la edad helenística eran esencialmente filosofías de la evasión y el medio principal de esa evasión era cultivar la autonomía.´ en: Historia de la sexualidad. Tomo 3, página 78-79, editorial Siglo XXI.

En esta Colombia no se ha podido llevar una descentralización del poder, todo intento ha sido fallido, ha predominado estos choques de intereses, en unas clases de ricachones regordetes o estilizados otros, que quieran amasar fortunas en contraste con una inmensa mayoría hambrienta y miserable, comprensible el desafecto, el abstencionismo. Por lo demás, la renta criminal es una fuente de ingresos que envenena esta sociedad,  matones de esquina pronto hace grandes riquezas, hombres emergentes y terratenientes se aferran a negocios ilícitos, son felices llenando sus bolsillos por las vías de los atajos a la ley. No quieren oír nada de socializar riquezas ni mucho menos una sociedad democrática que vibre con sus gentes ejerciendo la democracia, construyendo y reclamando derechos, deseando un país rico en las diferencias. La paz exige tolerancia, la guerra nos mantiene en la terquedad egocéntrica con sus licencias para matar y vivir en lo criminal, no quiero regueros sino ríos de sangre, decía un comandante del ejército colombiano a sus soldados. 

Somos diversos, habitamos la diferencia, es estúpido pretender uniformidades y mucho menos estructuras de poder que quieren homogeneizar la vida. Hoy la vida se define más por los movimientos minoritarios, por las pequeñas causas, luchas de negritudes, de gays, de estudiantes, de trabajadores, de mujeres, etc.  etc. Lo monolítico apesta. Está bien que se trabaje en unos mínimos de respeto por la existencia, esos esfuerzos que pretenden modificar las conductas de los hombres, se le llama cultura ciudadana, pero no sólo basta con intervenir lo propio de las costumbres de los grupos humanos, es necesario preguntarse por el afuera que constituye los ejercicios de poder, de preferencia los micro, más que los desusados y abstractos macropoderes, así sean simples formas que emulan las más remotas mitologías. La descentralización del poder confluye con el gobierno de sí.

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