Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica



Es cierto que es un juego, pero un juego de batalla iniciado siglos atrás en el Oriente y que aún hoy persiste sobre el diminuto tablero de las acostumbradas casillas negras y blancas. Es un juego de Estado, es un juego muy reglado, cada pieza tiene un valor que es relativo, según la posición de las fichas en la que se encuentren cada uno de los dos ejércitos enfrentados. El propósito final es el mate o el declive antes de la humillante muerte del rey.


Es una dinámica de guerra librada por los dos ejércitos conformados por peones, caballos, alfiles, torres, dama y rey. Toda la lucha consiste en quién se queda con todo el territorio. Es curioso que sea la delicada Dama quien tenga más movimiento, más  poder, sólo le está vedado saltar sobre las demás figuras del ejército, cosa que sí puede hacer el caballo saltarín. El rey es más bien un zángano, su movimiento es restringido, solo una casilla a la vez, y está mejor resguardado, bien custodiado en su guarida de enroque.


Pese a la simulación de una batalla, de una guerra entre dos ejércitos, el ajedrez sigue siendo un juego lúdico que según los estudiosos desarrolla capacidad de concentración de las personas, afinan la mejor decisión posible cuando se toma en la fría calma, exigen concebir un plan dinámico con ingeniosas estrategias y el mejor pragmatismo táctico. Desde luego que antes están unas reglas elementales sin las cuáles el jugador se verá en situaciones molestas, incómodas por no decir penosas: el centro, las cuatro casillas centrales del tablero es donde se desarrollan futuros ataques que según quién las domine y quién obtenga la mejor posición, la victoria será suya. 


Otras reglas son: desarrollar rápido las piezas y proteger al rey con su enroque, no apresurar o precipitar ataques sin las fichas necesarias y así evitar un seguro fracaso; dominar diagonales con alfiles; las filas y columnas son claves para las torres; inactivar fichas del rival… pero sobre todo tener espíritu guerrero, estar molestando todo el tiempo al contrincante, no dejarlo respirar, creándole problemas seguidos y constantes hasta que ya no tenga forma de controlarlos, de contrarrestarlos, de darles solución (consultar al buen pedagogo Luis Fernández Ciles). Sin lugar a dudas, el victorioso siente emoción de la batalla ganada sin derramar una gota de sangre, fue una mera simulación de guerra pero fue real su sevicia. 


Pero fue Jorge Luis Borges quien dio una variante de interpretación del ajedrez donde evoca sus movimientos infinitos (que los son) y una voluntad, la del jugador, que da vida y movimiento a los personajes de su ejército, una especie de semidiós que tiene en sus manos la decisión de guiarlos en la batalla, mantenerles activos, sacrificarlos o darles de baja. Pero para Borges más allá de estos jugadores, ellos están precedidos por otro Dios superior que mueve a su vez la mano de los jugadores, haciendo de ellos tan sólo meros instrumentos de su caprichoso designio. Ese Dios superior es quien da sentido al azar y al caos desarrollado sobre el tablero, es él, el Dios de los dioses quién finalmente está jugando con la voluntad de los hombres, y los bandos enfrentados son tan sólo piezas de sus caprichosos designios. 


Vayamos directo a Borges en su poema Ajedrez: No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada. También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y de blancos días. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías?».


También es curioso que una evocación de guerra como lo es el ajedrez, haya ganado tanta simpatía y tantos adeptos en el mundo entero. Quienes lo juegan no sienten que hacen daño a otros, como tampoco existe el peligro de que los jugadores migren a ejércitos reales para traficar con la muerte de hombres. Por el contrario, se tiene por bondadoso esta simulación de guerra sobre el diminuto tablero. Los pacifistas recomiendan hacer el amor y no la guerra. El ajedrez va más allá, librar las mejores batallas en el juego para amar con más sinceridad, unas manos tendidas, antes y al final del juego como gesto de cordialidad y respeto, es muestra que no existen odios reales como en las guerras reales.


Es cierto que este rito de batallas, de guerras es un mero juego que puede aplacar los espíritus en donde puede emerger lo peor de la condición humana en donde se juega con la vida y la muerte. Quizá es una simulación del flujo de azares en el caos de la vida. Por supuesto que la vida también es una batalla constante.


Anexo

Origen de la palabra Ajedrez

Por Ricardo Soca


El nombre del antiquísimo juego del ajedrez es un buen ejemplo, entre tantos otros, de una palabra que ha evolucionado junto con la humanidad a lo largo de milenios, durante los cuales recorrió las más variadas tierras, eras y culturas, modificándose por influjo de incontables lenguas hasta llegar a los idiomas modernos.


La invención del juego-ciencia ha sido atribuida en diversas épocas a griegos, romanos, persas, escitas, egipcios y árabes, y es cierto que todos esos pueblos lo conocieron. Sin embargo, en la actualidad hay razonable consenso en afirmar que el ajedrez surgió en el Indostán, en época no determinada con certeza, pero muy remota. Inicialmente, se lo llamó chaturanga, en referencia a las cuatro alas (angas) del ejército indio: elefantes, carros, caballos e infantería.

Desde la India, el juego se difundió hacia China, Corea y Japón, y en el Occidente, hacia Rusia, de donde saltó a Escandinavia, Alemania y Escocia; pero esta vertiente del ajedrez se perdió en la bruma de los siglos, y la forma actual deriva de otro itinerario. Si aceptamos la versión del poeta y cronista persa Firdusi, el chaturanga penetró en Persia en el siglo VI de nuestra era, donde sufrió diversas modificaciones. En efecto, al llegar a este reino milenario, el chaturanga dejó de jugarse con dados, como en la India, y su nombre se convirtió en chatrang, que luego los árabes cambiaron a shatranj. Buena parte de la jerga ajedrecística que llegó hasta nosotros surgió en Persia, donde tuvo su gran apogeo. Así, 'jaque mate' proviene de sha mat, que significa "rey derrotado".


Llevado por los árabes a España, el nombre del juego evolucionó a axatraz y, más tarde, a axedrez, que fue como lo llamó el ajedrecista español Ruy López de Segura en su Libro de la invención liberal y arte del juego de axedrez, publicado en 1561 y considerado hasta hoy una referencia para los estudiosos.


El nombre antiguo de la torre, roque, registrado por el diccionario académico como voz antigua, deriva del persa rukh ‘roca’, ‘atolón’, que luego los árabes utilizaron en la Edad Media para designar a sus carros de guerra. De ahí proviene el nombre ‘enroque’, una jugada de rey y torre al mismo tiempo. En ciertos festivales tradicionales de Valencia, todavía circula una carroza que se denomina ‘roque’, como los carros de guerra de los persas.


El nombre alfil proviene del árabe fil ‘elefante’, pues esta pieza representaba el ala de los guerreros que combatían montados en paquidermos. Curiosamente, en inglés la pieza tiene el nombre de bishop ‘obispo’ en inglés y bispo en portugués, traducido, probablemente, por los monjes ajedrecistas del medioevo.


Tomado de:

ETIMOLOGÍA - ORIGEN DE LAS PALABRAS




https://www.elcastellano.org/envios/2023-10-18-000000?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=LaPalabraDelDia



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