Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombia Krítica

El cuerpo ha sido y es el escenario en el que mejor se grava o esculpe la cultura, ruta por la cual transitan nuestras vidas. Hoy nadie pone en duda la universalidad de las expresiones emocionales como la cólera, la risa, la sorpresa o el disgusto, son iguales en Alaska que en la Patagonia. Su etimología nos orienta más de lo que parece, Cuerpo viene del latín corpus, corporis, y de allí la familia: corpulencia, incorporar. Pero este corpus designaba a su vez el cuerpo muerto, el cadáver, la carroña incluso, por oposición al alma (anima). Del griego se usaba dos términos: el soma para el cuerpo muerto, y hoy en la ciencia se usa somatopsiquismo, la somatognosia, la somatización. Una vez más, nos inspiramos en François Dagognet con su libro El Cuerpo Uno y Múltiple.

En la lengua greco latina tomó fuerza la separación entre cuerpo y mente, para rebajar lo corpóreo, que se pudre, y elevar lo espiritual. Así el cuerpo es una corporación que reúne muchos elementos, el cuerpo es forma, evidenciando la contradicción que favorece a lo espiritual. El cuerpo se compone de carne, de lo carnal, en griego sarx, que deriva carnicero, sarcófago y sarcoma. También la piel, el cuero, la carne que envuelve la corteza cerebral.

En sí, la palabra cuerpo se aplica a los seres auténticamente materiales, a lo que es sólido, a lo que se deja moldear. El cuerpo ha sido fuente de pecado, ha entrado al mundo de la sospecha. Será el platonismo quien desarrolle una desvalorización del cuerpo en contraposición de un ascetismo espiritual. El platonismo liga el cuerpo a lo perecedero, a lo inestable, a lo insignificante. De allí que se proponga emanciparse de él. El cuerpo es la cárcel del alma. Sabemos de quienes quieren el abandono de la carne con el fin de acceder a lo verdadero. El cuerpo humano ha sido negado por entero.

Pero entre el cuerpo y el alma existe una complementariedad que los intensifica. Nuestros gestos corporales son subsidiarios del habla. El comerse la uñas, balancear las piernas, mostrar una parte del cuerpo más que otra, alberga una significación, estas particularidades en la cultura nos develan, nos delatan en lo que somos. Dice Freud "aquel que se calla, charla con las puntas de sus dedos; se traiciona por todos los poros. Por esto la tarea de hacer conscientes las partes más disimuladas del alma, es perfectamente realizable."

El significado de Persona, indica el orificio bucal de una máscara que debían llevar los actores del teatro, con miras a la declamación. Ello ha terminado por denominar al sujeto mismo, la persona. Somos ante todo una Voz. Sólo ella es suficiente a veces para nuestra identificación. 

Se trata más que de oír, de escuchar y de descubrir lo que hay bajo la lengua, que obra como una pantalla que oculta pero que también proyecta esas resonancias pulsionales, esa fuerza de los movimientos interiores. Por ello se distinguen las voces sonoras, armoniosas, en las que se distingue perfectamente el discurso. Otras, como las nuestras, están hechas para el murmullo de los divanes. ¿Recuerdan al humorista de lo hablantinoso, a Cantinflas, que habla y habla, como el predicador religioso, para en últimas no decir nada?

Los ojos son las ventanas del alma. Lo que se quiere ocultar, no hace más que manifestarse, pues al tratar de ocultar, se revela por dos veces. Por una parte los signos y por otra parte la energía, la vehemencia con que se rechaza. Recordemos esa típica escena de la película Doce hombres en disputa, aquel vehemente dogmático que sin clemencia reclamaba castigo para el supuesto joven infractor, poco a poco fue observando que no era más que su propia pantalla en la que se proyectaba el mal padre que era el mismo, que ejercía violencia hacia su propio hijo, hacia su propia familia. 

Algo similar podemos leer en esos puros machos, esos ultra godos que se van lanza en ristre contra el homosexualismo, una fuerza interior de comprimidos sexuales los devela. Ilustra la frase que detrás de todo reprimido se esconde un potencial a favor contra el cual luchan. Todo cuerpo tiende a exponerse, la urbanidad, sus reglas, lo obligan a replegarse. Tapar la boca al bostezar, no hablar demasiado cuando se come para moderar la abertura. Sonarse con discreción. Y sobre todo evitar mucho el contacto, lo más próximo termina por seducirnos. La contigüidad favorece en demasía la aparición de lo instintivo. Está excluida la promiscuidad. Además, si nos expandimos demasiado, les impedimos la vida a los otros. La personalidad se agazapa allí en esos movimientos mínimos e involuntarios. El cuerpo lo arreglamos, lo vestimos para disponerlo a la mirada de los otros que son próximos y nos rodean, que nos permite la seducción, amenaza o sumisión. Pero lo que perturba al individuo compromete también a la suerte de la ciudad.
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