Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

El capital comanda la política, los dirigentes van en busca de grandes tesoros; o  mejor aún, los empresarios adinerados van a la política para proteger y aumentar sus capitales. Todo gira en torno al dios dinero. Ya no asombra saber que el peor cáncer de los países pobres y ricos es la corrupción, todos, ambiciosos ellos, quieren participar en la repartida de la torta y sacar el mejor bocado. El gobernante es financiado por los hombres de negocio, los que luego indican cómo gastar el presupuesto público, cómo apropiárselo. Es una relación en donde ganan pocos, pierden la mayoría pobre.

Es, entonces, la política hecha vulgar negocio, son los socios especuladores de la construcción, de la Tierra, de la Salud, de las Pensiones, del Transporte, de las Armas. Se construyen puentes donde no hay río, se despoja a los habitantes de sus mejores terruños para edificaciones costosísimas, se dejan morir a los enfermos por no costearles los medicamentos a los cuales tienen derecho. Todo un sistema estructurado en la rentabilidad, lejano de esas organizaciones llamadas Nación, inventadas para promover el bienestar igualitario entre todos los ciudadanos sin distingo alguno. Ganó el interés particular y desaforado.

Ha ganado ese motor desmedido del consumo que estrangula, sofoca con su producción del comercio desenfrenado, que nos meten a toda costa, gracias a los buenos oficios del marketing psicológico. Y esto, ¿cuándo pasó? En qué momento nos ganó lo absurdo, la pleonexia, los deseos ilimitados, advertidos por los griegos. En tal sentido el presidente del Uruguay hizo manifiesta su inconformidad en su discurso ante la ONU, una sociedad inequitativa, un mundo en el que unos pocos toman las decisiones económicas, en donde los países pobres ni siquiera se les permiten ir a servir los tintos.

Nuestros poderosos sólo les interesa su enriquecimiento personal, son hombres vulgares, no son ni cultos ignorantes, ni científicos incultos. Los sabios y los científicos están desentendidos del gobierno. Es regla que los filósofos nacen canosos, anexa a la vejez está la virtuosa sabiduría, propia para conducir gobiernos con justicia y equidad. Hoy, por el contrario, son jóvenes anestesiados, drogados, enceguecidos,  quienes ejercen el poder, giran cheques a cambio de votos.

Se reclama al canoso sabio para que conduzca a buen puerto. Que se haga consciencia del bienestar general, de la solidaridad humana, de la explotación racional de los recursos del planeta, pues se aboga por una tierra sostenible, libre de la peligrosa droga del poder, y del vulgar negocio hecho costumbre de repartir la Torta Política.

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