Por mauricio castano h
Historiador
colombiakrítica
Una alma insegura, una vida que se cree desvanecerse, una vida que se derrumba, una vida en proceso de demolición. ¿Qué pasa cuándo los nervios se apoderan de todo el cuerpo a un punto tal que su paralización es inevitable, a un punto en el que se siente una quietud obligada? Moverse es un imposible porque a dónde mires te acechan constantes amenazas que quieren aplastarte, que quieren aniquilarte. ¿Qué cosa es esa, qué nombre recibe aquello que anula cualquier posibilidad de decisión, por más mínima que ella sea se vuelve un lío que acentúa el sufrimiento, un dolor hondo, tan hondo que cualquier intento de su eliminación es tarea fracasada? ¿Somos hojas al viento viejeras a su capricho determinista sin espacio decisorio para nuestro yo? Y todo esto es algo muy próximo o muy parecido a la definición que dio el escritor Fizgerald en la cual sentenció con dureza que la vida es un proceso en demolición, esta frase como pocas retumba en nuestras cabezas. Esta frase vincula nuestro mundo interior con el exterior, o en palabras de Senett es la corrosión del carácter, es esa inestabilidad que sufre la personalidad de un alguien pero que no está encerrada en su propio cuerpo o si se quiere un yo que tienen en cuenta sus propias determinaciones o mucho mejor que está configurado por su mundo exterior. Suele decirse para explicar o justificar la vida de algún personaje que fue hijo de su tiempo, queriendo decir con ello que su pensamiento pertenece a la sociedad de la cual hizo parte.


Por eso la tríada freudiana habla de tres configuraciones del bípedo humano: el Yo equivalente a mi Consciencia; el Super Yo que es mi sentido moral o ético, mis valores más altos y nobles hacia todo aquello que me rodea; y por último el Ello o mis deseos inconfesables, aquello que quiero ser pero no me lo puedo permitir, aquello en lo que puedo ser pero de manera desdoblada bajo ciertos efectos de psicodelia si se quiere pero que luego al volver el mundo real sobreviene el arrepentimiento, insumo o material para ir al confesor que preste o alquile su oreja, bien sea cura o psicoanalista.



Por eso en esta reflexión en voz alta, la fórmula del suicidio que estimamos tan soberana como tan respetable por aquello de que en  su intimidad la vida es de cada quién, pero esta vez queremos echar mano, y en consecuencia con el desarrollo propuesto, echamos mano decimos, de la interpretación de que uno nunca se suicida, uno nunca se mata así mismo, uno más bien mata al otro que hay en uno, que se ha adentrado en nuestras vidas, se han alojado en nuestro cuerpo, lo han tomado al punto de asfixiarnos y producir la intolerancia de ese poco Yo que intenta resistirse, por eso se dice que uno mata es al otro que hay en uno, ese otro intruso que hay en Mí.


Un Yo que se bate contra lo estatuido, contra lo reglado, contra las convenciones, o al menos eso intenta. Por eso la siguiente anotación: cualquier deseo es anárquico, recordemos lo festivo, el espíritu festivo es el que rompe cualquier regla y hace que devenga el caos, lo irreglado, por eso la fiesta no es fiesta cuando no se alcanza a romper los códigos, la norma que nos mantiene rígidos. Una fiesta, por ejemplo, con el jefe involucrado y no desmitificado es un fracaso. Miren que en las fiestas se quiebran las figuras que simbolizan la norma, las leyes, el orden establecido… en algunas fiestas el rey hecho muñeco es quemado con el festejo de todos.

Pensamientos en voz alta por no decir imprudentes o prematuros, tan sólo eso fue en lo que se quiso discurrir arando de nuevo sobre la fragilidad del ser, no es otra, no fue otra la pretensión.

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