Y ¿cómo festejan Uds.?

Jefe de rédaction

Déc. 2018 / Jan. 2019

Recorrido de este dossier

☛ ¡Todas las culturas humanas, todo los grupos sociales hacen sus fiestas!  A través del mundo y de las épocas, esos momentos de exaltación adoptan mil y un rostros.  Sin embargo es posible descubrir cinco ingredientes presenten en todo agazajo exitoso. Comenzamos pues este dossier intentando sacar a luz las «estructuras elementales de la festividad».
☛ ¿Prefiere Ud. la improvisación o las veladas organizadas, a la buena de Dios o las mundanidades?  Acá traemos un test para conocer mejor al festivo que duerme en Ud.
☛ Artista burlesco, raver impenitente, música cadenciosa, aventurera de los partys o creadora de los nuevos salones de conversación; porque han hecho de la fiesta un modo de vida, nuestros cinco testigos entregan una bella materia para que la piense nuestro filósofo noctámbulo Michaël Fœssel.
☛ En otraparte, es decir por fuera del espacio occidental, las fiestas tienen otros envites sociales y metafísicos; por ejemplo el antropólogo Steven Feld nos permite descubrir el gisalo de los Bosavi, su colega Mary Picone, la fiesta de los hombres desnudos <Hadaka Masuri> de Okayama, Japón, y Clara Biermann, la salida de los tambores en Uruguay.
ARTÍCULO
Las estructuras elementales de la festividad

Pumm, champagne, ¡qué comience la fiesta!  ¿Imagina Ud. que es una ocupación frívola? No, para nada, es el momento en que Ud. puede liberarse de sus limitantes y explorar nuevos horizontes filosóficos.  ¡Sin olvidar reírse!!

«La exuberancia es belleza», escribe el poeta británico William Blake en el Matrimonio del cielo y del infierno (1790).  Una fórmula digna de iluminar nuestras fiestas.  En efecto, piénsese en las Saturnales de los romanos, o en el carnaval de Río, o en los picnics bajo los cerezos en flor en el Japón, o en la Pessah del judaísmo, en la Saint-Patrick de los irlandeses o en las fiestas de los pueblitos españoles, en el corrobori de los aborigènes de Australia, o en el baño de las reliquias reales de los sakalava de Madagascar, o en las recepciones mundanas del fauburg de Saint-Germain tan queridas por Marcel Proust, o en las veladas intercambistas descritas por Michel Houellebecq, o en los bailes de candil o en las techno partys… la fiesta se nos presenta como un universal: la encontramos en todas las épocas, en todos los lugares, atraviesa culturas y medios, calienta a los dominantes como a los dominados.  Es un hecho antropológico inevitable. Cada grupo humano tiene sus celebraciones, sus momentos de exuberancia y de loco despilfarro. Con esta extravagancia: una fiesta bien lograda debe ser una especie de boda del paraíso y del infierno, prodigar visiones luminosas de felicidad y atisbos de tinieblas, ofrecer cimas pero también vértigos.
Ante tanta universalidad, uno está tentado a tratar de abstraer las estructuras elementales de la festividad.  Para que haya fiesta, ¿habrá figuras inevitables que se requieran?  ¿Habrá ingredientes comunes a todos esos regocijos colectivos, más allá de sus aparentes diferencias?  Si la miramos de más cerca, la fiesta parece caracterizarse por la articulación de cinco elementos estructurales.

Elemento n° 1 / la temporalidad-agujero
Algunas fiestas son improvisadas, y a menudo son las más alegres; otras tienen su fecha precisa –como nochebuena, año viejo, la fiesta nacional o su cumpleaños.  Pero en los dos casos las fiestas cavan un hueco en el calendario. El tiempo convencional que miden nuestros relojes es a la vez lineal, continuo y homogéneo.  Hacer la fiesta es descubrir en una casilla de la agenda que uno creía banal, el acceso a un subterráneo, y descender a él. Una experiencia que condensa el magnífico título de una novela del británico Allan Sillitoe, Sábado por la noche, domingo por la mañana (1958) < http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/sabadonoche_domingomanana_boomeran2.pdf  >. En esa ¡se realiza una expedición!
De esta manera, el tiempo de la fiestá está roto, discontinuo, es heterogéneo con respecto al resto de la existencia.  Para hacer la fiesta, hay que dejar de preocuparse por el porvenir, sobre todo no pensar en el mañana. Pero también hacer tabla rasa del pasado; imposible llevar a ella consigo sus pesares y sus deseos de venganza.  El resentimiento tácito, el pasivo acumulado, hacen pesada a veces la noche vieja de familia, y se la tiran. Pues la fiesta nos exige entregarnos por entero a ella, ofrecernos a su presente que no fluye, que es estable.  Si por descuido, Ud. saca la cabeza por fuera del tiempo-hueco de la fiesta, si recupera la conciencia del tiempo social, se jodió, se lanzó por fuera de la nave de los locos. Cuando Ud. le echa una mirada al péndulo del bar, y Ud. dice: «recórcholis… ya las tres y cuarto de la mañana», la fiesta terminó para Ud.
El historiador de las religiones rumano Mircea Eliade subrayó claramente en Lo Sagrado y lo Profano (1956), esas propiedades específicas del tiempo de la fiesta: «podría decirse de él que no «transcurre», que no constituye una «duración» irreversible. Es un Tiempo ontológico por excelencia, «parmenídeo»: siempre igual a sí mismo, no cambia ni se agota.  En cada fiesta periódica se reencuentra el mismo Tiempo sagrado, el mismo que se había manifestado en la fiesta del año precedente o en la fiesta de hace un siglo: es el Tiempo creado y santificado por los dioses a raíz de sus gesta, que se reactualizan precisamente por la fiesta»  < https://antroporecursos.files.wordpress.com/2009/03/eliade-m-1957-lo-sagrado-y-lo-profano.pdf  >.
A los ojos de Eliade, el tiempo social –regular, previsible– es profano.  Pero el tiempo de la fiesta –irregular, imprevisible– pertenece a la dimensión de lo sagrado.  Se trata del tiempo original del que hablan los mitos, el que la fiesta reactiva. Incluso antes de la llegada de los dioses, según la Teogonía de Hesíodo, existía el caos.  Es este caos primitivo el que nos permite revisitar la fiesta.  Por esto ella está fuera de la Historia, ella nos transporta por así decirlo antes del tiempo humano.  Por eso también las verdaderas fiestas están a la vez espaciadas en el calendario (conservan así su carácter excepcional) y siempre son posibles, ellas se extraen de una fuente que podría secarse.

Elemento n° 2 / La ebriedad como medio
Existe cantidad de maneras de embriagarse: por medio de sustancias de venta libre –vino, cerveza, alcoholes fuertes, tabaco– o ilegales –cocaína, shit, ecstasys y drogas llamadas recreativas..  El transe a veces lo desata la danza y el canto.  O también, la ebriedad puede ser solamente sexual.  No importa; para hacer la fiesta se necesita encontrarse en un estado alterado de conciencia.  La especie de claridad fría y pragmática con la que consideramos ordinariamente las cosas, en ayunas, cede progresivamente su lugar a las alteraciones más o menos espectaculares del principio de realidad.  Los pensamientos pasan del gallo al asno, y son difractados por el libre juego de las sensaciones, de las emociones, de las pasiones. Sin embargo, la ebriedad no es la finalidad de la fiesta, ella es más bien el médium, el medio o también el catalizador.
En su obra culta Las Puertas de la perception (1954), el intelectual británico Aldous Huxley, gran explorador de los paraísos artificiales, destaca una función importante de los psicotropos: nos hacen salir de nuestro universo casa-fabricada.  Un concepto agradable que define así: «Mental y físicamente, el hombre es el habitante, durante la mayor parte de su vida, de un univeros puramente humano y, de alguna manera, “fabricado-sobre-medida”, cavado por él mismo en el inmenso y no-humano cosmos que lo rodea, y sin el cual ni ese universo, ni él mismo podrían existir.  Dentro de esta catacumba privada, edificamos para nosotros nuestro pequeño mundo». De hecho, esta tibia pecerita –la de la civilización técnica, de nuestras habitaciones cuidadosamente amobladas, de nuestros hábitos comportamentales y de nuestras rutinas de pensamiento– obedece poco o mucho a la misma lógica que el tiempo social.  Es convencional. Probablemente sea indispensable para nuestro bienestar. Pero se trata también de una simplificación, de una reducción más o menos deliberada del campo de experiencia. Estar sobrio es permanecer en ese universo doméstico debidamente balizado.  Embriagarse es abrir la puerta y mirar por fuera de casa.

Élemento n° 3 / la comunicación con otro mundo
Y precisamente, afuera ¿qué es lo que vemos?  ¡Otros mundos!  Esto es particularmente evidente en el caso de las fiestas religiosas, que se caracterizan en general por reactualizar un momento importante de la vida de un dios: las Saturnales celebraban un tiempo anterior a la fundación de Roma, en el que Saturno estaba afincado en el Lacio y gobernaba una comunidad que conoció una edad de oro; mientras que la Ascensión o la Asunción recuerdan los días en que, primero Jesús subió al cielo, y luego María fue asunta por los ángeles.  Es precisamente lo que subrayaba Mircea Eliade: en el tiempo de la fiesta se vuelven a revivir los gestos divinos, los que son reinyectados en la vida colectiva, sin nunca agotarse. Así es como Jesús renace todos los 25 de diciembre.
En otro orden de ideas, algunas fiestas menos religiosas que panteistas nos hacen abandonar el universo de “la tibia pecerita” para reanudar el contacto con las fuerzas cósmicas o las energías vitales presentes en la naturaleza.  En este sentido Friedrich Nietzsche, en su obra de juventud ardiente El Nacimiento de la tragedia (1872), interpreta las grandes celebraciones dionisíacas de la antigüedad, acompañadas de libaciones: «Bajo la magia de lo dionisíaco —escribe él: es decir del vino— no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos; también la naturaleza que luego de serle ajena, hostil, o haberle estado subyugada, celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre» <Librodot.com. p. 7>.  También en nuestros días, las fiestas de vendimia o igualmente las batallas de flores <del carnaval de Barranquilla> son vestigios de esos encuentros paganos con la tierra nutricia.
Pero otras fiestas buscan ponernos en contacto con el mundo de los muertos…  La fiesta de Navidad no es en cualquier momento. Ella está cerca del solsticio de invierno, la noche más larga del año <en el hemisferio norte>.  Con la invasión de las tinieblas, una amenaza se cierne sobre los vivientes; no solamente la luz podría muy bien desaparecer para siempre, sino que los muertos bien podrían atormentarnos.  En un artículo aparecido en Les Temps modernes en 1952, «el Suplicio de Papá Noel » <México: Fondo de cultura económica, 2014>, el antropólogo Claude Lévi-Strauss propuso una lectura decapante de la moda occidental, tan popular, que consiste en ofrecer regalos a los niños en la mañana de Navidad.  De hecho se trataría de ofrendas. Y los niños estarían ocupando en este rito el lugar de los muertos. ¿Acaso nuestros descendientes no son los recipiendarios de las almas de nuestros ancestros? Esta función de Noel es aún más clara, subraya Lévi-Strauss, en los países anglo-sajones, pues el ciclo allí se completa; en el momento del equinoccio de otoño, con la fiesta de Halloween, los niños disfrazados de muertos-vivientes vienen a reclamar a los adultos lo que se les debe, y este período inquietante del año marcado por el alargamiento de las noches, llega a su fin en Navidad; y en ese momento, los muertos son atiborrados de presentes, con el objetivo de convencerlos de desaparecer hasta el año siguiente, y dejar a la primavera, y por tanto a la vida, que regrese al mundo.

Elemento n° 4 / la redistribución política
Las fiestas tienen tradicionalmente por función en los planos social y político, hacer llevadera la relación entre los dominantes y los dominados, ya sea aboliéndola simbólicamente (como en esos carnavales en los que se quema la efigie de un rey de paja <o como en aquella san Joan en la que vimos cómo los jóvenes anarquistas de Poble sec en Barcelona, quemaban los reyes tamaño natural de la baraja española>; ya sea ridiculizándola (como en las cencerradas de la Edad Media en las que se infundía la zozobra en torno a un matrimonio juzgado escandaloso, y que amenazaba la institución familiar), para no mencionar el caso de su inversión (como en las Saturnales romanas, en las que amos y esclavos intercambiaban sus roles toda una semana <tal es el sentido del fantasearse brasileño en el carnaval…>).
Si es tan difícil hacer una fiesta de empresa bien lograda, si las fiestas de año viejo son tan lúgubres entre tías y compañeros de trabajo —incluso a la tercera copa de champaña ya nadie se atreve a hacer una broma— es porque no se logra hacer abstracción de las relaciones jerárquicas y del organigrama de la sociedad.  Uno no se zafa. Nos espiamos recíprocamente. Nada más melancólico en el fondo que una falsa fiesta, en la que posamos de estarnos divirtiendo mientras que tenemos que continuar manteniendo la compostura; es pura y simplemente un mercado de tontos, pues el tiempo de la fiesta promete la igualdad.
En un ensayo de 1991 (trad. de Guadalupe Sordo, revisada por Alguien) que se vuelve rápidamente la biblia del movimiento squats de artistas, pero también de los rave partys, TAZ. Zona temporalmente autónoma, el pensador anarquista norteamericano Hakim Bey analiza el fracaso de todos los movimientos revolucionarios, que sólo echan por tierra un poder para establecer otro, a veces más feroz.  A pesar de esta constatación desilusionada, Bey regresa a la primera fiebre del proceso revolucionario que él considera como esencialmente festiva: «la revuelta es "temporal". En ese sentido una revuelta es como una "experiencia límite", lo contrario del estándar de la conciencia y experiencia "ordinaria". Como las fiestas, las revueltas no pueden ocurrir todos los días —de otra forma no serían "extraordinarias"—  Pero tales momentos le dan forma y sentido a la totalidad de una vida.»  < https://lahaine.org/pensamiento/bey_taz.pdf  p. 2 >
Y anota Bey que, cuando el mapa del mundo se cerró en 1899 (año a partir del cual no existe ya una sola tierra sobre el planisferio que no pertenezca a algún Estado-nación) y cuando el enmallado de los poderes no puede sino reforzarse por efecto de la tecnología, se ha vuelto muy poco probable lograr crear una otraparte, una utopía pirata, una ciudad ideal donde igualdad y libertad sean efectivas.  ¿Pero habrá que renunciar entonces a estos ideales revolucionarios? No, porque sigue siendo posible formar zonas temporales de autonomía, de concretar experiencias de anarquía efímera. Y las fiestas hacen parte. «La esencia de la fiesta es el cara a cara, el grupo de humanos que pone en común sus esfuerzos para realizar sus deseos, se trate de comida y bebida, baile, conversación o el arte de vivir; puede que incluso para el placer erótico, o para crear obras de arte colectivas, o para atraer la pura circulación de la alegría. En síntesis, la «unión de los egoístas» -en el sentido de Stirner- o acaso -en términos ahora de Kropotkin- una base biológica que conduce al “apoyo mutuo”.»  [Max Stirner (1806-1856) & Pierre Kropotkine (1842-1921) son dos teóricos del anarquismo].

Elemento n° 5 / el(los) rey(es) de la fiesta
Sin embargo, un último elemento viene quizás a contrariar esta utopía de la fiesta como laboratorio igualitario; incluso en el tiempo desajustado de los regocijos, algunos toman el ascendiente.  Son los reyes de la fiesta, el sacerdote que conduce la misa, el chamán en el rito iniciático, el DJ en la discoteca, a menudo secundados por ofiantes, niños del coro o bailarines entrenados, que ocupan un sitio importante en la ceremonia y son los garantes de su éxito.
Ud. está invitado a una velada en casa de unos amigos; aquello remolonea un poco en torno al buffet, las conversaciones se arrastran… cuando, de repente, dos personas se ponen a bailar y modifican la atmósfera, ayudando a los otros a desarrugar el alma.  Son indispensables, pues sin ellos tal vez no se presente el jaleo. Habrán reconocido a un rey y a una reina de la fiesta.  Sin embargo, su soberanía es inclusiva y no por encima de nadie, transgresiva y no normativa.  Ayudan a los otros a entrar en transe, a echar por la borda los códigos sociales habituales.  Estas soberanías son frecuentemente espontáneas, y tanto más misteriosas, como si algunos manifestasen un don oculto.  <Un don de gentes>. Un poco como lo que ocurre en la playa un 1º de julio; uno se sorprende de encontrar allí bañistas ya bronceados, con cuerpos perfectamente esculpidos por el nado, el beach-volley y el kitesurf, como si el resto del año no hubiera existido para ellos y que no hubieran abandonado el borde del mar desde el verano anterior, continuando en la diversión, holgazaneando y practicando los deportes náuticos.  A propósito de los reyes de la fiesta, se tiene la misma impresión… de que sólo viven de fiesta en parranda, y uno se pregunta qué bricolan el resto de la semana.  Su existencia testimonia simplemente que, cualesquiera sean las reglas del juego que se propongan, por desajustadas que parezcan… siempre aparecen como por arte de magia jugadores más hábiles que el común de los mortales.  Pues tal es la plasticidad creativa de nuestra humanidad, tan admirable que uno no podría dejar de brindar por ello.
Tomado de: Philosophie Magazine nº 125.  Diciembre de 2018

Tr. por Luis Alfonso Paláu, Envigado, día de la Inmaculada Concepción, 2018.

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