Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica

Los hechos referidos  me fueron relatados por un profesor de la educación pública y tratan de una tensión dada entre los docentes y su directiva o rector, respecto a las diferencias de volver a clase en el contexto de la pandemia del Covid. Pero el pulso, la tirantez a mostrar, no es más que la evidencia o reflejo de lo que se quiere ocultar. Mientras más se muestra, más se oculta, es la tesis que se quiere desarrollar en estas breves líneas. A medida que ha avanzado el tiempo de los estrictos protocolos del distanciamiento social, que restringen el regreso a clase, estos están cediendo para que todo vuelva a la normalidad, y así garantizar el derecho constitucional a la educación que tiene todo niño colombiano. La institucionalidad en cabeza de la directiva o rector están en procura de restablecer el servicio educativo y consiste éste en hacer que los estudiantes regresen a las aulas de clase suspendidas cerca de un año a causa de la emergencia pandémica.

Pero vamos por partes. Demos algo de contexto de la educación pública. En el escrito anterior sobre la baja calidad educativa pública, en el cual se esbozaron sus causas, las cuales están relacionadas con la baja formación de los docentes, comprendidos también sus directivas, y que todo esto confluye para que la escuela sea un fracaso, un barco a la deriva, cuyo saldo rojo está siendo pagado por los estudiantes que no logran adquirir las competencias estándares o básicas del saber leer, escribir, sumar, restar, dividir y los conocimientos en ciencias. La cifra representativa es el 56% de los estudiantes que no logran graduarse en el país, que saborean la frustración de no poder soñar con un mundo mejor.  Y a cambio  son empujados al mundo de la informalidad, de la ilegalidad o del crimen organizado. Y los otros muy pocos que sobresalen son absorbidos por la empresa formal en sus fábricas robotizadas.

Pero situémonos en la tensión anunciada.  De un lado está la autoridad rectoral, el agente administrativo que actúa bajo la presión gubernamental de producir resultados volviendo poco a poco a la normalidad académica. Del otro lado están los docentes cobijados por lo sindical que tensan fuerzas para presionar al gobierno estatal, su norte y su plataforma de lucha no es más y no es menos que lo mero reivindicativo, lo salarial.  Y la calidad educativa es marginal, inexistente, poco o nada importa. La masa, la fuerza ganada está allí. Y por eso mismo asistir a clase, llevar a los chicos al aula, es una medida que rompe con la comodidad feliz en la que se encuentran los perezosos docentes sin dar clases pero recibiendo sin falta su cheque mensual, con su paga garantizada con el mínimo esfuerzo, por lo demás, mucho se ha dicho, que el docente de la baja calidad es el de mínimos, el de mínimos esfuerzos. El docente que no posee ni las capacidades, ni las competencias requeridas para ofrecer la mejor calidad a sus estudiantes y que por el contrario, el ejercicio de la docencia es tortuosa, una carga difícil de llevar, es decir, un docente frustrado, que no le alcanzaron sus méritos intelectuales para ingresar a otra profesión mejor paga, pero ahora está ahí, y como bien lo dijo una pedagoga, este docente mal hallado, es un agente tóxico que todo lo envenena, que infesta todo el ambiente educativo envenenando lo poco aliviado que se encuentre. Allí el campo de batalla es ruinoso, no es el descrito en el Poema Pedagógico de Makárenko, en el que todas sus luchas a brazo partido están dadas por dar lo mejor de sí y sacar adelante a su muchachada, a sus díscolos estudiantes que amenazan con hundirse en los bajos mundos de la droga.

Pero bueno, si quienes halan de ese lado están tan deslegitimados... ¿Por qué no se impone la razón que hay del otro extremo? Lamentamos ser simplistas, pero diremos que quien quiere restablecer el orden tampoco tiene autoridad moral y para ser coloquiales, esa autoridad administrativa está cortada con la misma tijera. Veamos. La educación hace rato perdió el calificativo de calidad y en su lugar fue reemplazado por el de cobertura, y sabido es que cobertera sin calidad es oportunidad perdida, es fracaso. Esta figura administrativa carece de lo pedagógico, incluso su autoridad moral está socavada por secreticos vergonzosos de toda índole que están ahí para que sus contrarios chantajeen en el momento de equilibrar fuerzas y que todo el mundo sabe pero hacen los que no. Esta figura rectoral, decimos, se dedica a tratar de que las cosas funcionen a media marcha para producir resultados demagógicos para la administración pública, hacen parecer que las cosas están funcionando, pero la verdad no es así, todo es un barco a la deriva. Vale una salvedad, existen muy pocos maestros idóneos (los de primaria y rurales) que procuran lo mejor, pero una sola golondrina no hace verano, y queda atrapada en lo peor de los mundos.

Para dar más pistas de este objeto real de la baja calidad educativa en el que nos hemos sumergido, fustiguemos eso que se está haciendo para parecer que se está trabajando. Son los llamados talleres o equis cantidad de hojas que el profesor de cada área o materia toma del internet, copia y pega en diez o quince hojas, las imprime, se las lleva al rector, este las manda a fotocopiar para luego entregar un paquete total de 50 o 100 hojas  a los estudiantes, que como ya se dijo antes, no saben leer. Entonces viene nuestro reparo de para qué este acto a sabiendas que no existe control de calidad de lo mal copiado por los docentes y de saber a ciencia cierta que estos estudiantes no sabrán leer ni comprender lo que se les están entregando. Todo esto es para parecer que se está trabajando.

Esta pandemia puede traer su lado favorable en esta crisis educativa, es en que la agudice, que la evidencie para que se gane lo mejor y lo competente que se está mostrando en ciertas plataformas educativas dedicadas con seriedad en pensar el tema educativo. Amanecerá y veremos. Por el momento, esas discusiones en la educación pública, apenas es la punta del iceberg de la baja calidad educativa que no va por buen rumbo.


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