La dureza del minero está de regreso a casa, la mujer reclama comida para su prole y él responde con golpizas. La relación se resquebraja. Ella se pone en marcha, lejos de él hará su propia vida, un tiempo más, incluso días, horas, y ambos encontrarán otra pareja. La minería deviene itinerancia también sobre los cónyuges. Por lo demás, ya los matrimonios no son hasta que la muerte los separe, son hasta que dure la llama del amor terrenal. Las parejas allá en la mina, en el campo, lo más frecuente, duran un año, las mujeres tienen autonomía para tomar sus propias decisiones, bueno, toda esta dinámica tecnoeconómica ha hecho posible estás transacciones del amor libre y no sometido que soporte la dureza de las golpizas, es una amor flexibilizado al de otrora rígido de la cristiandad que hacía del sufrimiento virtud para la salvación eterna.
Otro tanto sucede en la economía cocalera, el raspachin depende de los grandes circuitos de la economía ilegal, de los ejércitos que obligan obediencia. Y la muerte es la moneda corriente para quienes no acatan y olvidan la autorregulación. El miedo y el asesinato es el mecanismo más efectivo del poder ilegal para propagarse. El propio territorio, la tierra es un activo indispensable para estás economías ilegales e informales. Cuando se requiera de tomar un pedazo de tierra basta tan sólo la fuerza o la propia muerte para desplazar a los habitantes. La itinerancia también es forzada. Por eso si el oro se acaba acá, nos vamos para allá, al otro lado, a otro territorio. Igual pasa con los cultivos de coca, se necesita otra tierra, simplemente se toma. ¿Y si el territorio está ocupado? Lo hacen desocupar, los ejércitos amenazan. No es gratuito que la mayoría de los pobladores sean desplazados.
El minero, el cocalero, toda la dinámica poblacional y territorial es comandada por las economías ilegales e informales, sus ejércitos paramilitares de izquierda o derecha bien sirven a sus causas. Nada es de nadie dicen los moradores, estos señores feudales son los que ordenan todo: haga esto, aquello, esto sí, esto no. Son la ley, son la autoridad. Para todo hay que pedirles permiso. Es un gran formato mafioso. Por eso es tan difícil intentar cualquier empresa de formalización de las tierras, de la propiedad, ya le hemos dicho, ellos son los que ordenan todo, desde la economía estructural hasta los asuntos privados. Cuando más permiten una carta compraventa por allá en un terreno abandonado en medio de la nada. De allí que sea tan difícil implementar políticas estatales de formalización de la propiedad sin que se tenga en cuenta aquel gran formato feudal ilegal, el mismo que formatea todo lo que encuentre a su paso empezando por el territorio mismo y sus pobladores.
El campesino es cosa del pasado. Despojado, expulsado de sus tierras ya no tiene donde echar arraigo material y espiritual. Las pocas tierras que existen aptas para el cultivo, muy pocos o nadie quiere trabajarlas por su poca rentabilidad frente a la Minería. A manera de ilustración, mientras un campesino recibe una paga de aproximadamente $35 mil pesos por día por labrar el campo, en la industria minería esa misma mano de obra se paga de $45 mil a $100 mil pesos por esa misma jornada, adicionalmente gratis recibe alimentación de las tres comidas diarias. Esta desproporción desestimula el trabajo campesino o la labranza de la tierra. Por lo demás, enmarca bien todo este contexto una expresión popular recordada por un gestor campesino que dice que no hay pueblo minero que sea rico, la extracción no sólo aplica al radio de acción inmediato de vereda o corregimiento, sino a todo el pueblo, es decir, el oro o las riquezas se extraen del propio municipio y son llevadas a las grandes ciudades capitales en donde viven los grandes empresarios mineros. Pero una cosa sí sucede: la inflación en el propio territorio. Contrario a la realidad descrita por la pobreza de los pueblos en donde se explota la minería, se hace creer que hay riqueza aurífera, entonces se da la inflación, todo dobla o triplica los precios a los regulares o normales. Por ejemplo, un refresco o gaseosa puede llegar a costar $5 mil pesos. Otro aspecto crítico es lo que puede denominarse como la itinerancia, desarraigo o desapego del minero, hoy puede estar aquí, mañana muy lejos, incluso desprendido de sus familias y mucho más de cualquier unidad territorial llamada vereda o barrio. El desarraigo lo define bien, así como no verse estimulado para construir Tejido Social como sí sucede en las organizaciones indígenas, afros y en lo que queda del mundo campesino.
La ilegalidad comanda la configuración material del territorio y espiritual de sus habitantes. El niño en la escuela quiere ser pillo, habla duro al profesor, intimida a sus compañeros. Es pupilo del paraco, quiere ser como él, con armas, plata y mujeres. El estudio sirve para poco, apenas entre a las filas de los ejércitos de muerte, entonces ya no rendirá cuantas a papá y mamá que lo joden tanto, ya no volverá a perder tiempo en la escuela. Todo allí es aburrido con la maestra cantaletosa que parece la tía solterona. Existe el minero y el cocalero, y por el contario el campo y el campesino es cosa del pasado. El territorio es múltiple y complejo.
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