Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritca
Entiendo vivir aferrados a las herramientas, nos dan sentido existencial, si ellas son nuestra exteriorización, en el vacío de nuestras vidas refuerza el vínculo que nos devuelve lleno nuestro ser. Del sílex al martillo, del campesino al robot, del hombre que gritaba a lo lejos del otro lado de la montaña al que se comunica con telefonía celular al otro lado del océano, del operador todero que va a todo lado al ingeniero de sistemas que todo lo maneja desde un tablero de cómputo, sentado todo el tiempo, sin moverse. Antes, trabajos muy dependientes de nuestras manos, ahora son complejos sistemas tecnológicos que sintetizan y ahorran grandes esfuerzos humanos, pero todo sigue siendo la herramienta que nos devela como el martillo que es potencia y energía del brazo y del puño del hombre: “la más grande conquista moral que haya logrado alguna vez el hombre es el martillo obrero.  Por él, la violencia que destruye es transformada en potencia creadora." (Bachelard)

El trabajo hace al hombre, lo define, lo moldea, su mano y su herramienta le imponen no sólo posturas sino que éstas derivan en prácticas, formas de vivir. Quién niega que la postura del peluquero todo el tiempo de pie le derivan problemas de circulación o várices. O del cotero problemas de columna vertebral. Manos duras para el herrero, sensibles y delicadas para el violinista. Marcel Mauss llamó técnicas del cuerpo, cada cultura tiene formas diferentes de hacer las cosas, da soluciones diferentes a un mismo problema. Tecnologías del cuerpo. Las herramientas son técnicas solidarias del cuerpo que le fabrican. Las técnicas toman a los hombres independiente de su voluntad, la manera de caminar de las personas pasan de generación en generación sin que siquiera se note. El caminar pingüino de los alemanes y los alargados pasos de los ingleses.


Cada hombre no está en su propio cuerpo a título individual, somos seres sociales, nos debemos a la cultura que nos posibilitó la vida, nos ha visto nacer y crecer, tanto así como para decir que el cuerpo es el primer instrumento del hombre: La Tierra es modificada para la propia vida. Los cuerpos son objetos técnicos, el cuerpo se sumerge en un sistema de técnicas que lo hacen operante y eficaz. La técnica actúa sobre los hombres, los moldea, no sobre las cosas, moldea sus aptitudes. Nuestro pasado está construido de gestos técnicos y biológicos. Dime qué, con qué y cómo lo haces y te diré quién eres, a qué cultura te debes. Todo acontecimiento, todo gesto técnico se debe a unos valores, a una simbólica social y cultural.


Ser es hacer. El trabajo es ontológico, nos desplegamos en las obras realizadas. El cuerpo deja su impronta, deja su espíritu, el adentro y el afuera, dos caras de la misma moneda. Dime qué haces y te diré quién eres. Todo el tiempo vivimos exteriorizándonos. La herramienta es la extensión de nuestro ser, de nuestra vida al punto de decir que una y otra son una sola, son solidarias. Es cosa sabida desde tiempos remotos hasta hoy, que dónde hay vida humana hay herramientas, ellas prolongan el puño, el brazo o la misma cabeza. 


El martillo en su cabezote es el puño, el mazo es el brazo, son potencia y energía aumentada en el golpe asestado, es acto realizado. Hoyar la pared, el suelo, es posible hacerlo con las herramientas. Las herramientas son tan eficaces que pensamos más y mejor: la calculadora nos gana en velocidad y precisión en cálculos matemáticos; hay más agilidad procesando volúmenes de datos con la ayuda de la computadora que con nuestro propio cerebro.


Las herramientas nos definen también al punto que cada cultura tiene sus formas, maneras o estilos de apropiárselas. La rueda sirvió a los mexicanos prehispánicos como juguetes para sus infantes, mientras que en otras culturas fue aprovechada para arados y carruajes. En la destreza y el talento está la diferencia. Mire un obrero coger una barra de acero, una pica, su técnica materializan la potencia y energía convertidas en eficacia con el gesto técnico. Mire bien, el obrero coge la barra, la empuña fuerte, la balancea hacia atrás para impulsarla, y ya está: la lanza sobre su objetivo. 


Ahora mire sus manos: sin ampollas, sin llagas, sin sangre. El secreto: sueltan la barra antes del contacto con la tierra. Si no creen ensayen, si fracasan, revisen sus manos lastimadas. El ejemplo elemental ilustra el dominio de una técnica. ¿Cuántas veces se han hecho líos domésticos  para el inexperto lidiando cambiar un tornillo, un empaque del grifo que gotea? La salvación está en el albañil que en cuestión de segundos resolvió el lío. Pasa en todos los campos, la experticia no se improvisa. La experiencia hace al maestro.


Se dice que de tanto ver ya no se ve, se pasa desapercibido. Sucede con las herramientas, crecen con nosotros, las aprehendemos, las tenemos al lado todo el tiempo que ya nos las vemos, hacen parte del paisaje, el bosque no deja ver los árboles. Lo cierto es que al lado del nacimiento de la humanidad está la herramienta que la edifica, la exterioriza en su espíritu, huellas dejadas por cada cultura época tras época. Para esto se requiere de la enseñanza de las técnicas, de garantizar lenguajes y símbolos que permitan que a cada generación le sea transmitido el saber acumulado. "La herramienta requiere un contexto simbólico.  La habilidad tiene necesidad de palabras para trasmitirse y difundirse. Ya se requiere nombrar a la herramienta y describir el gesto que debe animarla." (Lévi-Strauss). "lo simbolico en tanto su dependencia de las grafías, se recuerda que son el encuentro del polo boca con el polo mano y por aquí el flujo de los formateos enseñados por Serres, energías de baja potencia efectivamente disruptivas muy de lejos de las de alta potencia que del silex percutiendo, fue el zócalo del martillo compañero de las artes del fuego. Es Hermes dejando atrás a Prometeo" (Iván Castrillón).

Traemos una anotación, en dos párrafos, de Agustin Berque que expresa bien el ser y la herramienta, el gesto técnico y la existencia: "Leroi-Gourhan mostró que esta exteriorización de la corporeidad humana sólo se ha podido hacer en la interrelación del símbolo y de la técnica.  Aunque estoy plenamente de acuerdo con esta idea, me separo de Leroi-Gourhan en cuanto a que la simbolización sería, como la tecnización del medio, una exteriorización. En efecto, a mi manera de ver es todo lo contrario: los símbolos son precisamente lo que permite repatriar a nuestro cuerpo, y por tanto en la sensibilidad de nuestra carne, el mundo que la técnica ha hecho salir.  Es con mi cuerpo —mis pulmones, mi garganta, mi lengua, mi rostro y mis gestos— que yo hablo aquí del robot que, allá en Marte, prolonga el trabajo de las manos humanas; y si puedo hacerlo es porque los sistemas simbólicos (en el primer rango de los cuales está el lenguaje) son lo que permite al humano emanciparse de los constreñimientos de la materia (el peso, la distancia, etc.) y de representar así las cosas allá donde ellas no están presentes; es decir dentro de cada uno de nosotros.

Esta pulsación existencial que, por un lado, prolonga nuestro cuerpo hasta el fin del mundo y, por el otro, atrae el mundo al fondo de nuestro cuerpo, es lo que explica por qué nuestra tierra está impregnada de humanidad, mientras que de rebote ella carga nuestros sentidos —fundamentando así en nuestra carne toda estética y toda moral del entorno—.  Esto es lo que el humano añade a la condición ecológica que comparte con los otros vivientes. Esta pulsación irreductible a la ecología, sin embargo no tiene nada que ver con una simple proyección de la subjetividad sobre la naturaleza, visión moderna que se reduce a un solipsismo completamente vertical salido de la dicotomía “cosa pensante / cosa extensa” de Descartes, y que nunca explicará por qué las cosas afectan nuestra sensibilidad.  Si ellas lo hacen, si consideramos la tierra bella, buena para vivir y digna de respeto es porque nuestro ser está hasta la mitad por fuera de nosotros mismos; existimos por nuestro medio tanto como por nuestro cuerpo, y con una razón más grande que por nuestra conciencia. Esta es nuestra mediancia esencial que, por haber exteriorizado nuestro cuerpo más allá del horizonte, no hace otra cosa más intensa que llamar al mundo en nosotros mismos, hasta el hogar que es nuestro corazón."


Finalmente, aunque la tendencia de la desproletarización de la vida es un hecho, decir herramienta es decir hombre, pero también es decir hábitat.  El medio en que se vive plantea problemas al viviente (Antropoceno, Neguantropoceno). El hombre y el planeta, claro está, necesitamos un espacio donde habitar, nuestra casa común. El hombre procura entonces aprovechar todos sus esfuerzos para adaptar el medio favorable a sus condiciones de vida. ¿Que tan sostenibles son sus medios de explotar la naturaleza para garantizar su propia vida y la del planeta? El hombre es lo mejor y lo peor. Del griego Phármaka quiere decir a la es vez el remedio y el veneno. Pero vale acudir a la esperanza que da sentido a nuestras vidas, la esperanza de un mundo mejor al que nos está tocando vivir.

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