Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


Nadie está a título individual en su propio cuerpo, somos meros inquilinos. El ser es social, el individuo cohabita, orbita en el nosotros. Nada es tan inocente como la independencia del Yo. Todos nos debemos a las convenciones y etiquetas sociales, por ejemplo, nadie puede salir a la calle desnudo ignorando el pudor. Y las marchas de desnudez, reivindican las libertades sexuales permitidas, nada distinto al orden establecido. 


No existen islas de individuos. Las sociedades procuran la circulación o comercio de personas, los matrimonios, los casamientos, la pareja en torno al amor y a la reproducción de su propia especie. Existen ciertos grados de libertad otorgados al individuo tales como el flirteo, la seducción que amenazan con apoderarse del cuerpo del otro, todo ello en el marco de la empatía que puede generar aceptación, rechazo o frialdad del otro… objeto del deseo.


Es un equilibrio precario entre el Yo y el Nosotros. El cuerpo es memoria y es instrumento. El cuerpo se nutre de sensaciones, la realidad es una construcción de los sentidos, de las percepciones, todo esto, desde luego, en el marco de la cultura cimentada en la educación, costumbres y habitus. Mientras más queramos adueñarnos de nuestro cuerpo, más se nos escapa, no hay soberanía del yo. Más bien se siente fatiga por aspirar a ser uno mismo. El cuerpo se escapa a la identidad para devenir multiplicidad. 


En el ciberespacio el cuerpo estorba o en el mejor de los casos tan solo se reduce a ser supernumerario, la carne pesa y la levedad es valor a seguir, en la red somos una construcción imaginaria, la mejor pose, el caminar elegante según ciertos parámetros, la siempre sonrisa fingida, nunca antes el mundo imaginario se había vuelto tan real. Nuestro cuerpo es otro bien distinto que se exhibe con retoques de diseño, la magia de los pinceles de la web y del cirujano que agranda nalgas y senos para las tribus urbanas. Aunque en el espejo nos aseguramos que los retoques estén conformes a una identidad huidiza pero que se aproxima a nuestros deseos, a los de nuestra sociedad, a los formateados.


La vestimenta, los adornos, los tatuajes son toda una gramática de la sociedad que movilizan mensajes o patrones de comportamiento, ni qué decir de las grandes marcas tatuadas en grandes deportistas. Sobre el cuerpo se aloja la memoria, es esponja del aprendizaje, es el barro sobre el cual se moldea, se esculpe el proyecto de sociedad en sus diversas clases y estatus o posición social. El gobernante, el cura y el banquero son modelos a seguir. El cuerpo es una memoria activa. El cuerpo es vehículo de habitus, es una correa de transmisión, saber comer dice de los modales en la mesa, el deporte moldea según la exigencia social, los adornos es exigencia estética para verse bien. Este cuerpo ajeno es todo menos individual, tan trazado y como sin alma, solos signos de una gramática social.

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