Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/



Los tiempos inclementes y la vida salvaje ya eran temidos por todos los seres sobre la tierra. En las selvas acechaban hambrientas y temibles fieras. Eran tiempos difíciles los comienzos de la humanidad, incluso hasta en la naciente industria que facilitó la vida humana con los conglomerados humanos de las ciudades y sus servicios que allí se concentran y dispensan. Nadie discute en nuestros días de estos progresos. Nadie gustaría de estar condenado o devuelta a los tiempos ya idos de los tapa rabos, de las inclemencias del clima, o la azarosa caza para tener un poco de alimento de regreso a la choza. Nadie gusta de vivir en la hediondez, en lo nauseabundo en medio de vacunos y aves, conocimos las quejas de quienes le padecieron. A todo esto llamamos naturaleza adversa. Agrestes robisonadas, perdidos en el bosque combatiendo por la subsistencia, la tan sola economía de la recolección. 

Entonces, ¿En qué momento se olvidó todo ello y se adoptó un discurso pro naturalista, de añoranza por esos mundos ya idos, de ecolatría? “Nos explicamos esta atracción: uno se apega sin duda a lo que acaba de perder, la naturaleza vale entonces como memoria y también como medio de limitar de nuevo cambios demasiado acelerados. Se trata sin embargo de una paradoja: cuando el citadino se apresura a renunciar ´a los lugares agrestes,´ se dedica a consagrarles culto … La idea de naturaleza no ha dejado de mantener la ambigüedad. Por ejemplo, significa tanto la espontaneidad, una potencia de renovación (la physis) como indica la realización, la esencia misma del ser hacia el cual el movimiento conduce: expresa a la vez el proceso y su resultado. Correlativamente, si vale como potencia oculta, fuerza y dinamismo interno, no por ello deja de remitir al conjunto de los vivientes, a todo lo que no se puede modificar, aquello sobre lo cual conviene alienarse (la naturaleza de las cosas).  Inspira tanto el aristotelismo, el estoicismo (el alma del mundo) como el atomismo epicúreo, orquestado por Lucrecio; empuja tanto a una moral de la contemplación y de la sumisión como a la de la ataraxia (ausencia de pasiones). Pero aceptamos saltar los siglos, querríamos entonces mostrar por qué regresa siempre con fuerza – especialmente en el siglo XVII primero – una idea que se creía caduca. Además, filósofos y científicos nos proponen una visión bastante nueva de ella; a decir verdad, lo que añade al “malestar,” a menos que sea “la riqueza” de esta idea, es que cada siglo la retoma, la transforma y la carga con sus propios colores.” Dagognet en el libro Naturaleza el cual seguimos. El naturalismo sirve ante todo para negar todo cambio.


Si bien la palabra naturaleza  es una engañifa en significación actual empobrecida, es una trampa en tanto que desconoce las complejidades y riquezas de la vida y se convierte más bien en un dogma de fe que opera como un freno naturalista a los grandes desarrollos de la industria, pero que favorece las políticas que benefician a unos pocos privilegiados y hunden en la miseria a una gran mayoría pobre y miserable. La etimología de la palabra naturaleza viene de nasscor que quiere decir nacimiento pero también indica la culture, el cultivo, cultura. Naturaleza, natura, sería natus, que viene de nascor, derivado del nacimiento, de la vida, las propiedades y las potencialidades de un ser que viene al mundo.  Seguido de la terminación —ura (como en escritura, agricultura) que apunta a la actividad efectivamente realizada.  La palabra expresa lo innato, los caracteres, la potencia, en oposición a lo que se puede adquirir, que se supone menos anclado en el ser, más circunstancial.  Retoma el griego "physis" que a su vez traduce la realidad de base, la riqueza y la capacidad genésica. Implica un proceso complejo y no el simplista al que nos han llevado, el del freno naturalista que se opone a los desarrollos de la industria, condenándola. “Lo discutible es imaginar, como la moda lo difunde, que la corrección del desorden consiste en reencontrar un orden anterior desgraciadamente abolido, que se cree `más natural` o ´más humano,´ de la relación del hombre con la naturaleza. Toda solución de simple regreso o de apacible regresión tiene que ver no con la utopía, en este tema indispensable, sino con el mito, en este tema falaz.” Canguilhem citado por Francois Dagognet.


El concepto Naturaleza es un buen ejemplo de la historia de las ideas, en cómo ha sido aprovechado para escurrir ideologías. Ejemplo de ello es el Romanticismo roussoniano que desarrolló todo un discurso de añoranza por el campo y rechazo por la ciudades, el progreso y en general por la industria. Más luego la misma arma de guerra naturista va lance en ristre contra la industrialización galopante del siglo XIX en Inglaterra.


La vida misma es renovación constante, devenir, azar. Conviene entonces, no temer a las innovaciones “Que se nos tolere la siguiente ficción: mañana, los aires serán tratados por poderosas maquinas mecánicas situadas a intervalos regulares (que aspiran el gas carbónico y lo convertirían en sustancias complejas, al mismo tiempo que reoxigenarían la atmósfera)” … La hominización inscribe al hombre en el devenir, en su devenir. No deviene tanto lo que es, sino que es lo que deviene. Modificando de arriba abajo sus conductas, sus necesidades, sus actuaciones… naturaleza, en griego ante todo, la physis vendría de una raíz indo-europea Bheu o Blu, que significa el ser en devenir, inseparable de su nacimiento y de su desarrollo… el mundo asombra por ilimitado, por su hetogeneidad y por sus incesantes cambios… en efecto, el sujeto sólo es lo que el deviene.” Dagognet.


Finalmente, la naturaleza es un concepto más bien de la categoría engañifa, digno para una historia de las grandes ideas falsas. La humanidad pertenece más a lo diverso, a lo múltiple, a los devenires, admirables por su riqueza que no deja de sorprender.
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