Historiador
Colombiakrítica
Aprender se logra aprendiendo. Lo que hago lo aprendo, lo que veo lo recuerdo y lo que oigo lo olvido, reza el adagio chino. También se dice que un hábito se alcanza en un mínimo de veinte días y un máximo de tres meses. El hábito hace al monje. O el maestro en artes marciales ingenioso de la audaz patada difícil de bloquear, la entrena mil veces al día todos los días. La repetición de una acción se va incorporando en el cuerpo hasta convertirse en algo normal, acostumbrado, se vuelve un gesto técnico que se hace por reflejo, casi que automático. El maestro es el que domina una técnica, todos los días, todas las semanas, meses, años y entonces se tiene al experto. Por las noches mi marido en sus sueños repite con manos y cuerpo lo que hace allá en la fábrica con sus máquinas. Chaplin en Tiempos Modernos también mostró con humor estos automatismos técnicos incorporados en el cuerpo que terminan haciéndose de manera inconsciente.
El aprendizaje es de todo viviente. En el homo sapiens la diferencia estriba en el acto de confrontar a través del pensamiento mismo, pensar es pesar, poner en la balanza para sopesar la mejor decisión posible, la más equilibrada. Es la duda, revelarse, la libertad de decidir, de decir sí o no que inaugura lo diferente y nos libera del tedio, de la monotonía. También se dice que el cerebro tan sólo es un dispositivo de supervivencia. Lo extraordinario y diferente que tenemos con las demás especies es la ventaja del complejo lenguaje y de las herramientas: el homo faber, el hombre que fabrica herramientas. Damos las soluciones frente a las más duras adversidades presentadas en el entorno, hoyamos mejor que el topo y nos elevamos más alto que la mejor ave: exploramos otros planetas.
Esta facultad de pensar, de confrontar, de decidir va muy de la mano con la voluntad de potencia que tiene cada cuerpo. No todos desean lo mismo, por eso las búsquedas son diferentes, por fortuna escapamos al tedio de lo monótono. En el humano está la voluntad de potencia que va más allá de la sobrevivencia, somos la única especie que le da cuerda al reloj, afanamos nuestros pasos porque la muerte se avecina. Si bien el aprendizaje puede ser utilitarista para los entramados de la producción, el capataz jefe todo el tiempo está en el forcejeo con el empleado para explotar lo mejor.
La diferencia, las capacidades, los intereses diversos y en especial los espíritus más avezados y rebeldes hacen prevalecer sus gustos frente al poder obligado de la fábrica. Inventores, artistas aventuran la errancia, van en contravía llevados por la propulsión de su propio cuerpo. Y es allí, en la motivación personal, donde se instala la capacidad de aprender de cada persona, y el maestro, el profesor es mero invitado, mero acompañante de viaje. Está allí para estimular, para potenciar cada búsqueda. Pero se desdice de esta labor pedagógica cuando impera la trampa de la lógica jerárquica de sabios e ignorantes, maestros y alumnos, dominantes y dominados, adiestradores y adiestrados. En esta dualidad de guerra y sometimiento, el profesor se convierte en obstáculo de las aventuras diversas.
El interés de cada quién, la emancipación es la capa principal que subsidia lo demás de las competencias blandas y duras, pues el individuo está inserto en una sociedad a la que se debe, somos seres sociales, en el aislamiento y en la inmovilidad morimos. Todo en la justa medida. No somos ingenuos para tragar entero el evangelio de la felicidad y los mass media con sus redes sociales que determinan la voluntad individual coartando su creatividad.
En conclusión, educar es acompañar la voluntad de potencia que tiene todo individuo, no imponer verdades y mejor abrirse a las sorpresas en un hondo bosque que se sabe e incierto, se sabe el punto de partida pero no de el de llegada. Se precisa no caer en la lógica perversa de la dualidad: el sabio que todo lo sabe de una vez y por todas, y el ignorante que nada sabe, todo el tiempo está sometido al maestro y sus currículos rígidos que matan la creatividad y el pensamiento crítico. Respetar la autonomía para potenciar la bondad de la creatividad que emerge de las entrañas del ser. No hay nadie absolutamente sabio, ni nadie absolutamente ignorante. El conocimiento es inacabado. Borges, el de exagerada cultura universal, se declaraba agnóstico, el que no sabe, así permanecía en búsqueda permanente por aprender, por saber. Así un libro es una herramienta de trabajo, siempre dará sentidos nuevos de interpretación. Advertimos de la dictadura, del fascismo del maestro, de la lógica envenenada de la enseñanza para confiar en toda la fuerza creadora de todo lo que puede un cuerpo.
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