Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


Todos nos despertamos en cada amanecer, nos levantamos, recargamos energías y nos vamos a la lucha del día a día. Salimos de casa a la calle en esa lucha para ganar el pan. Salimos también con nuestros viajes inmóviles en el teletrabajo, en la navegación en la red. Seres y planeta, un adentro y un afuera, una intimidad y una extimidad, en suma, somos dos coexistencias. Se vive a expensas del territorio, el viviente requiere de un medio favorable para que la vida sea posible, para desplegar su existencia. Uno y otro, naturaleza y seres, descansan en un
orden universal. Entre reglas y prohibiciones se distribuye ese orden. Los mitos, los ritos y las creencias son mecanismos de prohibiciones que procuran dicho orden. 


En la vida, en su acontecer diario, nada es gratuito. El hombre transforma la naturaleza hasta donde le sea posible para su propio bienestar. Los tiempos modernos, y con el concurso de la ciencia, el ser humano se proclamó rey terrenal (cuando no amo y señor del universo) explota el planeta tierra, a la pacha mama sin más consideración que su propio beneficio, sin ninguna precaución de sostenibilidad de este oikos, de esta casa común denominada ecología.


Somos hijos de nuestro tiempo, del tiempo que nos vive.  Esos tiempos y territorios se van transformando según sean las herramientas y las manos que las accionan. Son los valores y los ritmos. Hombres, herramientas y tiempo son una tríada solidaria, que coexisten y proporcionan esta aventura llamada vida. El tiempo va al ritmo de las transformaciones materiales, de los inventos que soportan y jalonan a los hombres hacia una deriva técnica. 


Hoy los valores morales son más del resorte de la ética que de la mítica o la religión. Ayer, en tiempos de la no electricidad, se vivía según el ritmo de la luz del sol, el día para el trabajo, la noche para el descanso. Hoy los tiempos laborales y de descanso son indistintos, las fábricas producen las veinte y cuatro horas, se trabaja noche y día, sólo el domingo, por lo general, como mandaba la cristiandad, está dedicado al descanso. 


Hoy el ritmo de la vida va muy a la par con los motores industriales, las grandes ciudades, que no paran en sus veinticuatro horas, la noche y el día son indistintos. Y es de comprender, nuestra cultura, nuestros ciudadanos no aguantarían una suspensión de sus bienes y servicios por más de un día, piénsese en los servicios de acueducto y saneamiento, de electricidad, internet, salud, entre otros.


Es evidente esta relación interdependiente de seres y territorio, y por supuesto, ese orden cósmico que precisa de leyes obligadas y que éstas han ido pasando de los mitos, ritos y creencias a un sistema de leyes, a un sistema jurídico solidario de una ética. Es esta una relación que tiene que ver con la forma Ciudad Estado cada vez más separada de las religiones, puede decirse a boca llena que todo descansa, que todo es regulado por las institucionalidades desprendidas de allí. ¿Con qué eficiencia? No sabemos decirlo con exactitud, pero sí es un indicador, los índices de impunidad en los diferentes países, la ineficiencia de la justicia salta a la vista, por ejemplo, en Colombia la impunidad pasa del noventa por ciento. Las calles están atestadas de injusticias empezando por la visible pobreza y miseria de sus gentes.


En este orden cósmico, el paso de lo sagrado a lo profano fue brusco, sin tiempo para digerirlo. No añoramos al místico embriagado con su intimidad, alejado del mundo viviendo con lo mínimo, unos pocos higos y algunos tragos de agua. En la mística se pretende sustraerse del mundo, alcanzar cierta quietud espiritual por fuera de la esfera terrenal. Para los santos y creyentes el pretendido cielo es la eternidad de los dioses donde la muerte no entra. Pero la inmensa eternidad de la mar desparece con el atardecer del sol. (Caillois)


Por el contrario la vida es desgate y ennplena interaccion con el mundo. Imposible inmovilizarse en el Ser, por más que el místico quiera alejarse de este mundo en su quietud provisional, para eso sería preciso no vivir (Caillois). Y si el místico lograra su alejamiento en esa especie de sueño eterno, y  en caso de despertarse, ya no reconicería el universo en el que está inmerso. En el otro extremo está el profano agotado en su angustia existencial, para el pecador, para el creyente, toda liberación es incompleta, por eso se retorna una y otra vez a lo sagrado. Dos extremos y en medio está, de forma incompleta, inacabada, esta mayoría de edad que es la sociedad moderna, el Estado Ciudad en el que vivimos.


Extimidad e intimidad. El adentro y el afuera, una lucha por salir de ese alejamiento del mundo tan enseñado y querido, en esencia, por la dogmática cristiana. Somos lo que somos gracias al mundo que nos rodea, el ser se balancea en el afuera del cosmos (ex-timidad a decir de Lacan) y en el adentro de su in-timidad, es una coexistencia, es el ser en el mundo.

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