Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


La vida es energía gastada en la pulsión erótica y creativa en el mundo laboral, el hombre que ama y que trabaja. El hombre es un animal erótico. Los flujos, los devenires, las multiplicidades definen al ser. El amor en su erótica no escapa a estas lógicas. No importa que lo sucio y nauseabundo, hayan sido el caballito de batalla para despreciar el sexo y el goce erótico: «nacemos en medio de heces y orina»... Pero allí también gozamos. 


En el amor somos bestias. Pese a todos los esfuerzos prohibicionistas se imponen las diversas formas eróticas: sádicos, masoquistas, amores de alcoba o matrimonial y demás desfogues de la erótica de amantes desnudos que se besan, se apasionan, se anarcan, se obscenan, se pervierten, se perturban, se disuelven, se alteran, se derraman, se siniestran, se sacrifican. 


En sí, en estas contorsiones de pasión destruyen las individualidades para devenir un nosotros, un solo cuerpo de locura, entregado a la sin razón y al azar, haciendo caso omiso de lo sucio de las heces y orines enfatizados por San Agustín Ínter jaeces et urinam nascimur: nacemos en medio de heces y orina.


Pero ¿qué motiva esta fuerza oscura y desafiante, que va a contracorriente del orden establecido? Georges Bataille en su libro El Erotismo ha dado unas explicaciones insuperadas de las cuales nos valemos. Nos atrae una de sus tesis centrales: ese amor enamorado, alocado, sin límites, transgresor, responde a la necesidad de llenar el vacío existencial y vertiginoso de sabernos seres mortales, de esquivar ese constante rondar de la muerte. Cosa ésta que puede parecer extraña, que la erótica, el amor transgresor de órdenes y rutinas, sea motivado por la consciencia que tenemos de la muerte, por ese fondo de vacío y de angustia que nos produce.


Esa fusión mutua de los cuerpos, es azar, es brusquedad de la vida que quiere romper el orden para hacerse uno nuevo. En lenguaje de la vida, de la misma naturaleza es la violencia, es la destrucción para dar lugar a otras nuevas vidas. Antes que perder al ser amado, prefiero su muerte, incluso la de uno mismo, responde la erótica. A la pasión se anexa la muerte, el absurdo. El ser amado es la transparencia del mundo, perderlo es caer en el abismo de la oscuridad. 


De no sorprender que el Erotismo sea una experiencia interior del Ser pero buscada en el afuera, en un otro que se siente cercano. En el otro y desde mi yo interior, nos movilizamos, buscamos ese intangible de una semi eternidad que nos prolongue la vida. En el erotismo subyace la continuidad en un tercero resultante de la unión. Esto apela a una reproducción lejana, y más allá, es la continuidad de un yo que se sabe discontinuo, que sabe que va a morir. El amor, y la erótica en particular, es una fuerza defensiva a ese profundo vacío que produce el sabernos seres mortales, esa muerte que nos ronda y que en algún momento llegará sin aviso y sin miramientos. 


Pero en esa erótica transgresora, descabellada, también allí mismo, se puso de relieve a la muerte en ese afán por evadirla. En vida y ante el muerto, percibimos el cadáver que seremos, la crueldad destructiva de la vida que corroe y descompone, pronto y sobre nosotros, se cierne la amenaza latente de que todo tiene que ser nada, que pronto seremos carne podrida. Cada ser arrebatado por la destrucción de la vida nos recuerda lo próximos que estamos en esa lista de espera. Ante todo existe la consciencia de la muerte. El cadáver de otro hombre es angustiante por la ausencia dejada, por el vacío acentuado. El cadáver es la imagen de nuestro destino, da testimonio de una violencia que nos destruye, no a unos pocos, sino a todos. 


Los ritos funerarios responden a preservar el cadáver de otras violencias a la muerte misma, evitar su contagio, como evitar ser devorado por otros animales. Enterrarlo es tapar la amenaza de la muerte que todos los vivos llevan sobre sí. El contagio también está asociado con la descomposición, con la podredumbre gradual que se avecina, lo podrido es sevicia de la propia muerte, todo será del gusano que estruja la carne. Pero más allá de la humillación de lo podrido, de lo nauseabundo y maloliente, la muerte experimentada por el vivo, lo que se evidencia es el sentimiento de rechazo hacia ese destino destructor. Y en ese sentido las prohibiciones responden a expulsar violencias que aligeran la muerte. El horror a la muerte se debe al aniquilamiento del ser, del vacío, y lo experimentamos desfalleciendo.  (Bataille).


Estas ligeras líneas no pretenden más que ser un abrebocas para leer a Bataille. Finalmente reiteramos, el erotismo es una forma de llenar el vacío, dilatando la amenaza de muerte. La erótica transgrede  suspendiendo el mundo del orden laboral que nos quiere desviar de la angustia por la muerte. El erotismo es irracional, su lenguaje es la violencia en tanto fuerzas inéditas que se imponen para hallar placer en esa fusión íntima. Es lo complejo y lo irracional de ese goce erótico, de esa pulsión erótica que a todos nos seduce. Dos temas quedaron en el tintero sobre este vacío existencial, sobre la angustia que produce sabernos mortales. Y son las respuestas dadas por el amor místico y por el amor pasional. Aquel desprecia y se aleja de lo sensual de la vida, éste lo enfrenta y hace del mal inevitable un gasto vital.


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