Historiador
Colombiakrítica
No sobra recabar sobre las costumbres y los deseos, el trabajo y la erótica. Dos pulsiones, dos caras de una misma moneda, dos realidades que definen al Ser. La costumbre es Ley, se lo dice con frecuencia para recalcar la necesidad de la normatividad que afirma la vida, que la hace posible en su continuidad de estos seres discontinuos que somos. Morimos pero nos perpetuamos con la reproducción, garantizando así la continuidad de la especie.
Pero esto no se hace en la gratuidad, para ello se precisa de mantener la energía que nos mueve y nos garantiza los recursos necesarios, esto no es más que la imperiosa necesidad de trabajar para producir, para sobrevivir. Ganarás el pan con el sudor de la frente, reza el precepto religioso. Acá se insinúa lo funcional de lo mítico religioso y reforzado por el Derecho para movilizar, para regular todo aquello que reafirma la vida, todo movimiento está direccionado a resguardar la vida social.
En otros términos, esta es una lógica administrativa por excelencia de la sociedad y de la ciudad en dónde los modos de vida son mejores que los aislamientos de los miserables campos que están en medio de la nada. Es esto, un tema de escala en la producción de bienes y servicios que favorece el bienestar de la vida en comunidad, el estar muy juntos. Pero este vivir en sociedad tiene sus costos individuales, que más temprano que tarde busca su válvula de escape en los deseos o en la erótica, que se sustrae de esa lógica productiva.
La Erótica y La Seducción
Y respecto a los deseos, y mucho mejor la erótica, son las fuerzas del interior, del «yo» que se baten en ese vacío, en esa angustia existencial que producen en el humano la consciencia de saberse que su vida tiene término, que algún día le llegará su final. Y éstas mismas fuerzas conducen el desvío de energía que antes estaba canalizada a producir, en pro de sostener ese edificio social que somos. Ahora, esta energía se desvía para dar rienda suelta a gastos eróticos, caóticos, exuberantes y desenfrenados que dicen de la rebeldía ante la vida que no excluye la muerte... de la destrucción que le es anexa a todo vivir. Es la erótica que se entrega a lo improductivo, al mero placer de los cuerpos alocados sin el concurso de la razón.
No es éste un canto llorón que bordea un pesimismo existencial, es recordar de lo que estamos hechos, vivimos de realidades y de sueños, de corporales como de incorporales, unos y otros solidarios entre sí. Para ilustrar: los creyentes elevan sus oraciones espirituales (lo incorporal), necesitan del templo (lo corporal). Así mismo procede con el espíritu alegre que quiere brincar, saltar, reír. Buscará esos templos pero no ya sagrados, sino profanos de rumba en las discotecas. La fiesta libera energías de caos, suspende el orden imperante del mundo del trabajo.
Para un mejor contraste de estas dos realidades humanas de las creencias y deseos, queremos ejemplificar estos últimos. Se tiene a la seducción como parte del deseo, pero el deseo no como carencia sino entendido en sus diversos devenires. Del deseo hace parte la seducción que a su vez hace parte del juego erótico que da riendas sueltas al caos, sustrayéndose de la energía productiva del mundo laboral. El erotismo transgrede los amores lícitos de la mera alcoba matrimonial, es una experiencia íntima sustraída del mundo laborioso, del mundo del trabajo que consume mucha energía de vida.
Por lo demás, el terreno del erotismo es la violencia en tanto transgrede el orden del edificio social. Se transgrede las prohibiciones. El fin del erotismo es alcanzar al Ser en lo más íntimo, al punto de desfallecer. Es ese deseo erótico una posibilidad de acceso al Ser, es la experiencia íntima reclamada en todo su cuerpo. Es la posibilidad de un pare en el camino del mundo rígido para descansar de las reglas y las restricciones a las que ha estado sometido un cuerpo.
El erotismo como todas las prácticas eróticas, tales como los bacanales, las orgías, tienen por propósito una especie de mística comunitaria, un espíritu colectivo en donde los individuos están indiferenciados, renuncian a su individualidad para fundirse en un nosotros, en una comunidad. Abrigan la esperanza de una perpetuidad, de una trascendencia espiritual mística. Reiteramos, todo erotismo está ligado a la transgresión porque se sustrae de las prohibiciones del mundo del trabajo y se entrega a los juegos amorosos sin límites, es una suspensión de los límites porque su sentido último es esa fusión con otro. Acá es oportuno recordar el origen cristiano de los bacanales sexuales. (Consultar a Georges Bataille en el libro El Erotismo y a Roger Caillios en El Hombre y lo Sagrado).
Creo que la seducción se parece mucho al caos porque convoca a virar, a desviar la mirada de manera inesperada. La seducción está emparentada con la erótica. Allí el hombre toma la iniciativa y la mujer se presenta para provocar el deseo. Son roles culturales pese a que ambos son atractivos. El deseo encarnado en la mujer muy bien vestida, ella está envuelta en prendas sensuales a medio esconder del objeto deseado, la vestimenta es lo que lo hace atractivo ante la mirada del otro hacia ese bello objeto del deseo en huída. Pero ese encanto tan pronto aparece se va con la desnudez.
Las creencias y los deseos o las pasiones definen al Ser en constante hacerse. No es posible pensar que como la razón no es suficiente, tampoco es necesaria. En un mundo enteramente profano sólo quedaría la mecánica animal. Tenemos necesidad de sueños y realidades así como de deseos y creencias, de trabajo y erotismo.
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