Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica
No existen islas de individuos solos, el yo, el individuo necesita de un nosotros, de una sociedad para constituirse, para vivificarse, el ser social nos define. Pero no todo se hace de golpe y porrazo, todo es gradual, no sin dificultades. Este proceso en el que se consolida el individuo se va dando en la afirmación y negación, mis deseos cada vez más se apartan de los que no lo son, por ejemplo, bien sabido es que en ésta búsqueda, en esta construcción del yo, en esta reafirmación del individuo, en este salir del cascarón, se niegan las posesiones invasivas de quienes nos quieren hacer a imagen y semejanza: los hijos y el rechazo hacia sus padres en esa búsqueda de querer caminar solitos, ganar independencia y no ser una simple copia parental. He allí, por ejemplo, el surgimiento del conflicto en pro de conquistar la anhelada individualidad, el yo que quiere desmarcarse de quiénes están muy próximos y amenazan con asfixiar.
El individuo se reafirma, se autoafirma en el rechazo de los otros que lo absorben tanto que ponen a peligrar su propia independencia, la dilución del yo, la madre si abraza mucho ahoga a su hijo, tanta proximidad sofoca, todos necesitamos una zona despejada para combatir a nuestros propios demonios, todos necesitamos de nuestra isla de intimidad. Guardamos la mayor distancia para nuestro desarrollo personal, incluso nos fastidia el benefactor que nos quiere aplastar con su generosidad. Nuestra distancia se marca con el odio sentido hacia este ser que nos quiere poseer con su abundancia. O el hijo que quiere desprenderse de sus padres más temprano que tarde, ser él mismo y no simple copia progenitora.
En este proceso se despiertan las peores pulsiones de violencia que envenenan la vida interindividual hasta incluso desestabilizar la sociedad. Luchamos con uñas y dientes por defender nuestra individualidad con sus deseos, no importa si el mal orienta con tal de no sufrir el desarraigo del propio Ser anhelado. La energía pulsional y sus agresiones humanas concurren en ese propósito. Pero más que preservar el ser, es aumentarlo, es la tendencia profunda del hombre, el deseo desenfrenado es lo más común.
Pulsión Agresiva
A diferencia de los animales que se caracterizan por lo instintual, los hombres son más de energía pulsional y agresividad, y más aún cuando se sabe finito, es el único que tiene consciencia de la muerte, esto explica el querer tenerlo todo, acaparar riqueza, atesorar, la posesión es lo suyo. Es una carrera por aplazar su muerte, alcanzar la gloria, afán por dejar obra, por perpetuarse, es el motor de la vanidad de hacerse inmortal. Amamos a quiénes están con nosotros, a quienes nos acompañan en nuestros propósitos, y odiamos a quienes nos disminuyen, incluso a quienes nos aplastan con su generosidad.
Nuestro ego comanda las pasiones. Todo lo queremos para nosotros, exigimos toda la exclusividad, quien nos dejó de amar, será nuestro enemigo, le declaramos la guerra, sabemos con quién nos casamos, pero desconocemos de quién nos divorciamos. La violencia estalla en sus disfraces, con sus máscaras que ocultan, disimulan la violencia desbordante. Se odia lo más querido, pero también lo más odiado y vuelto hacia nosotros se vuelve lo más querido, lo más amado. Lo ambivalente en contradicción será resuelto en esta voracidad pasional. El deseo no se somete a ningún orden, así la vida se desorganiza, se llena de tropiezos y querellas que el individuo enmascara para sacar ventaja, perdemos exponiéndonos, la interiorización de los problemas se intensifican, somatizar para luego evacuar con otras facetas, mientras más nos ocultamos, más nos mostramos.
Mito Fundacional
Esta lucha del individuo por reafirmarse en contra de un nosotros, de diferenciarse ante los próximos que lo rodean, es el llamado mito fundacional del Yo que luchará con todas sus fuerzas contra toda aquello que amenace con disminuirlo. Son los conflictos, las fricciones que van surgiendo en esta búsqueda de identidad. Este es un paneo si se quiere de alcoba, de lo que sucede en familia. Pero ésta lucha por la construcción del Yo, no para allí, está la otra esfera de la sociedad y en especial lo que deriva de la iniquidad social, de la escasez de recursos requeridos para materializar deseos, sueños, necesarios a la existencia.
La Inequidad aumenta los Conflictos
Las desigualdades sociales acentúan los conflictos en especial de los que poseen poco o nada, la escasez es fuente de inconformidad. Para mantenerse con vida se debe solventar lo esencial como lo es comida, techo y abrigo. En la escasez se entra en el desespero, en inestabilidad emocional. Lo material y lo humano son indisociables. Es un tema de recursos, de distribución necesaria, equitativa, de un mínimo vital. Nos referimos a las satisfacciones básicas de la existencia, no al imperialismo del deseo sin freno, los que todo lo tienen, y aún así son insaciables. Los objetos preciosos y únicos atizan la curiosidad, encienden la rabia posesiva y acumuladora.
El mal de la inequidad no ha sido resuelto ni por la justicia, ni por la escuela, ni por las instituciones morales de las religiones, más bien lo acentúan. No sólo basta con apaciguar los conflictos, se apacigua el incendio pero no lo extingue, fracaso del Derecho. La escuela reproduce lo peor de la sociedad más que influir en modelos emancipadores, todos venimos equipados con las cualidades necesarias para aprender, es errado promover la educación elitista que atiza la exclusión entre los que todo lo tienen y los que viven con lo casi nada, pedagogía insuficiente. Y la religión es un comodín que se ajusta según sean las necesidades, en esencia vagas sin polo a tierra, desvinculada de las necesidades materiales y espirituales. No se está cayendo en el pesimismo, éste nada resuelve, más bien agrava, pues añade mal a un mal.
En conclusión, el conflicto es real y necesario para reafirmar al ser, al individuo. Pero mal tramitado es caos y amenaza la vida interindividual, en comunidad. La discordia es nociva, envenena las relaciones, ganamos con su renuncia, ganamos con la simpatía hacia nuestros semejantes. No existen islas de individuos, crecemos en comunidad, los vínculos afectivos y los medios en que se vehiculan, se propagan, crecen cada día, vías, carreteras, puentes, mass media, todo ello facilitan nuestra proximidad, nuestra vida comunitaria. El Derecho, la ley protege nuestra vida comunitaria, pone límites al testarudo egoísta que se quiere imponer con odio hacia el otro a quién le ha declarado la guerra. El derecho apacigua las tensiones, disputas y agresiones, es condición de posibilidad para una sociedad cohesionada, pues la agresividad no conoce tregua.
Nota. Estas líneas quieren ser una invitación a leer ¿Cómo salvarse de la Servidumbre? Francos Dagognet. En la web de la editorial Piedra Rossetta se puede conseguir mayor información.