Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritica
El tiempo nos pasa. No nos bañamos en las mismas aguas del río. No somos los mismos de décadas atrás. ¿En qué hemos cambiado? En las creencias somos más flexibles, por ejemplo, en nuestros días el amor no es para siempre, y lo que Dios ha unido, el hombre lo separa. Las parejas se divorcian, se vuelven a casar ante juramento, no de cura sino de autoridad civil. O simplemente ambos, los dos, la pareja, a su voluntad, deciden su propia unión. En el sexo, antes la castidad era certificado de buena conducta, hoy simple tontería. En los credos religiosos, el buen Dios cristiano es más bien un social bacán, un comodín que se acomoda a todos mis caprichos, es un Dios de caucho, hecho de plástico, se estira y se encoge según nuestros necesidades, se acomoda a cualquier situación según la conveniencia, por ejemplo, el matón bendice el arma, el puñal que quiere derramar sangre.
Otrora, antes del siglo xix, otro de los cambios radicales fue el paso de la esclavitud a la libertad, ningún hombre será esclavo, todos serán iguales en derecho, al menos nadie podrá alegar propiedad absoluta sobre otro semejante, sobre otro cuerpo bípedo, humano, ni mucho menos podrá encadenarlo. Recuérdese que los hombres eran asimilados a cualquier objeto, a cualquier cosa por la presunción de que no tenían alma. El amo podía llevarlos tal como se lleva un perro a la calle bajo sujeción, relación de pura obediencia y a cambio se obtiene lo necesario para vivir. ¡Ya son tiempos pasados, los de los grillos en pies, manos o cuello! Otros dirán que se pasó a otro tipo de esclavitud, más disimulada, enmascarada bajo el overol del obrero que gasta toda su vida encerrado en una jaula de hierro.
La objeción asume que se pasó a una esclavitud moderna, la actual, la del trabajo, la del mundo laboral de ocho horas diarias, que también es una sujeción, pasar el mayor tiempo de la vida en el taller de la fábrica, en la cuadrícula de la oficina para luego terminar como lisiado después de la jubilación, desgarrado, lisiado por su hacer monótono, alienado que ante su desgracia de los gestos repetitivos no poder deshabituarse. Mucho adiestramiento y paciencia ha de tenerse para pasar toda una vida haciendo lo mismo, la misma hora de acostarse, levantarse, comer, y de vez en cuando un escape de la hora loca, beber unas cuántas copas de más para poder reír a carcajadas, olvidarse de sí mismo y dejar todo al azar de la sin razón.
La repetición tonta del obrero moldeado es de difícil cura. El jubilado que va de nuevo al que era su lugar de trabajo o lo merodea, tomará un café cerca con sus amigos y recordarán sus viejos tiempos, vivir es recordar. De allí en adelante solo queda una vida achacosa, somatizada en las más mínimas levedades, cualquier insignificancia será magnificada, el dolor que nunca desaparece, se vuelve más intenso y no sólo aquí, sino que saltó más allá. Son los lamentos somatizados para llamar la atención del médico y de la familia que lo devalúa, cada vez lo ve como el vetusto mueble estorboso.
Otros cambios no tan notados han venido para dignificar la vida. Fue con Nietzsche que los espíritus se estremecen para tomar un nuevo oxígeno de rebeldía. Vivir es desgarrarse, salirse de los moldes de buena conducta, cuestionar las ataduras que nos amarran, plantear nuevos valores que edifiquen la vida, "Sí queremos paz, pero no la que quieren los curas, las vacas y los tenderos." En nuestros días vale cuestionar la fe de hierro del obrero o la del carbonero. La servidumbre voluntaria es más peligrosa porque todos la asumen como normal, si hay algún problema en la vida, no busques la solución por fuera, sino dentro de tí, el problema eres tú.
Las cadenas de la servidumbre voluntaria están dentro de nosotros mismos, el formateo fue de perfectos borregos. Somos seres que nos sentimos agradecidos con el sistema de mercado que nos sigue haciendo el puesto en la fábrica. Se ganará lo apenas necesario para pagar las cuentas del básico vivir. Esto ha sido blanco de ataque de ciertos filósofos que reclaman rebeldía contra todo aquello que anula la libertad del ser, que no se da espacio a la libertad individual. Incluso se propone arrancar al sujeto de sí mismo hasta su disolución, hasta el desformateo. Se reclama una renta básica o la garantía de que todo viviente tenga asegurado lo necesario para no morir de hambre.
Y más allá vemos en esta rebeldía la empresa de des-sujetivación propuesta por Nietzsche, Blanchot, Bataille. Esta rebeldía hace desbordar la cuadrícula en la que se quiere encerrarse al individuo, aquella que fija metas por alcanzar una felicidad fabricada muy en clave de mercado. Pero... qué difícil es satisfacer el espíritu inquieto, cuando se cree que todo ha terminado es donde apenas todo comienza. Lo desconocido es lo más apetecido, nuestro ser interior no se conforma, no importa cuántos sermones o cuántas amonestaciones impongan al espíritu rebelde. Si la vida biológica son las fuerzas que contrarrestan a la muerte, a su vez todo esto parece reflejarse en la voluntad de potencia que tiene cada cuerpo. ¿Qué le pasó a ese obrero tan aconductado que un día decidió renunciar a todo, y entregarse a la embriaguez y a la indigencia? Hay un asomo de un inicio de todo aquello que es desconocido, inaccesible pero que golpea en las paredes de nuestra piel para hacerse escuchar. Todo está inacabado, el ser nunca estará terminado, el deseo es ilimitado. El vacío define bien nuestra existencia interior.
El poder de la lengua
Somos seres del lenguaje, se ha desarrollado una complejidad en el lenguaje en donde todo habla, hablamos con la punta de los dedos mientras callamos. El lenguaje, la lengua nos expresa, nosotros no dominamos el lenguaje, nosotros nos debemos a la sociedad que nos formatea. La forma y lo que hablamos nos devela en lo que somos, a los que nos debemos, a la sociedad a la que pertenecemos. En las sociedades sin historia, sin escritura, son los mitos los que se piensan en los hombres, no a la inversa, los hombres que piensan los mitos. Por esa razón no se habla de verdades absolutas, de la esencia del hombre o de procesos dialécticos sino más bien de sentidos, de sistemas, de estructuras que explican a una sociedad. Incluso se habla de genealogía, del sentido. En el hombre están todas las respuestas, todo en él habla, es un lienzo en el que la sociedad, los sistemas de poder trazan sus líneas para dibujar el rostro deseado.
El poder del sentido
El lenguaje nos expresa en los procesos de subjetivación de la sociedad. Por eso Bataille, Blanchot hablan de la experiencia interior, de procesos de des-sujetivación. No hay verdades absolutas, existen sentidos, todo depende del cristal con que se mire. El hombre es una invención recién, y así como apareció puede desaparecer, desdibujarse. Se le escucha a diario, a manera de queja, que el hombre está siendo desplazado, pasó a ser cosa secundaria, primero los obreros protestaron contra las máquinas porque los dejaron sin empleo. Ahora son los robots los que están haciendo inútil el trabajo humano. Más allá de la queja, de llorar por lo que se pierde, puede dirigirse el mirar, hacia el horizonte para vislumbrar lo que se gana. Toda liberación trae pérdidas y ganancias, se gana por un lado y se pierde por el otro. El rostro humano dibujado ayer, puede desdibujarse para devenir algo distinto, algo diferente. Si uno escribe para no enloquecer, entonces la escritura es una locura.
Es la estructura, es el sistema el que expresa a los hombres, por eso en Foucault es un trabajo de arqueólogo, va capa tras capa barrenando, develando los diferentes sedimentos que la componen, todo ese conjunto es un archivo y la forma de interrogar develará lo mejor. Foucault llama archivo a «la masa de todas las cosas que se han dicho en una cultura, las que se han conservado, valorado, reutilizado, repetido y transformado. Toda esa masa verbal que ha sido fabricada por los hombres, que se ha empleado en sus técnicas y en sus instituciones y que está tejida con su existencia y con su historia». La historia es discontinua, tiene rupturas y mutaciones. El pensamiento es inacabado, se rehace sin parar.
En la denominada locura Foucault nos enseñó que ella existe en la sociedad. Ella fabrica los locos en manos de una psiquiatría filantrópica despreciable. Ella trata de contener al rebelde del sistema. El literato Artaud con sus experiencias límites, el transgredir un tipo de racionalidad, desbordar esa sociedad del orden, fue encerrado en el psiquiátrico, y fueron los psiquiatras quienes permitieron su encierro. "La propuesta de Foucault acabará por denominarse «microfísica del poder»: «física», porque lo que cuenta en ella es la descripción del funcionamiento de las fuerzas políticas, y «micro» porque privilegia en el análisis (y en las luchas) la multiplicidad de focos institucionales del poder, en detrimento de cualquier unificación bajo la figura del Estado."
El Poder y sus guerras han mostrado su capacidad de apropiarse de las pocas libertades, disponen de los hombres para lo que les plazca: someterlos, esclavizarlos, matarlos, siempre está la amenaza de que se los puede tomar en cualquier momento, se puede disponer de ellos. La libertad humana puede decirse ha estado secuestrada por los poderes, el poder es posible si hay obediencia, si hay sometimiento. Tanto así que democracia ha significado Resistencia a esas fuerzas totalitarias, a todo poder que por su naturaleza busca serviles. Si hay vida, hay lucha. Y si hay lucha hay resistencia.
La vida se expresa en los humanos, ellos viven a través de sus prácticas cotidianas, culturales, y mucho mejor en las relaciones de poder, de Biopoder. La vida es una sola que se aprende en las vivencias mismas, otros dirán conceptos y prácticas, el hombre que vive, trabaja y piensa. La vida no está divorciada de la existencia. La masificación de la lectura y de la internet abrió el mundo a los ojos de todos, el conocimiento está a la distancia de un click en el smarphone que tecleo en mis manos. El poder del conocimiento ya no está en el venerado sabio, está en la voluntad de potencia de cada quién. Bienvenidos los cambios, en especial los que reafirman al ser en su libertad.