Leroi-Gourhan: Lo Inorgánico Organizado
Por Bernard Stiegler
La gran pregunta de Leroi-Gourhan es la memoria. El la reencuentra en la técnica. Y como liga la técnica a la historia de la vida, su pensamiento sobre la memoria es también un pensamiento del programa, sea él cósmico, genético, socio-étnico o cibernético: la obra de Leroi-Gourhan proporciona conceptos para una historia general de la vida incluyendo la vida post-biológica (si se entiende por ella, la vida vivida y vivible más allá de las estrictas condiciones biológicas: la vida social)
Es esta formidable investigación que ha comenzado en Asia y ha terminado sobre los campos de excavaciones prehistóricas en Francia, pasando por el África del sur y por un conocimiento muy preciso de los medios de masas y de las técnicas industriales más contemporáneas, anticipando desde 1965 el hipertexto y la puesta en red, la que ha inspirado el trabajo decisivo de Jacques Derrida: De la Gramatología.
En los años 1930, Leroi-Gourhan puso en evidencia que los objetos técnicos siguen un phylum de transformación que, al igual que los esqueletos de la paleontología, hacen aparecer leyes de evolución universalizables. “Universalizables” quiere decir aquí que estas “leyes” son transversales a las culturas más diversas y que no son dependientes de factores culturales que ellas trascienden. Leroi-Gourhan lo hace evidente, estudiando objetos técnicos comunes a diversos pueblos de las costas asiáticas del pacífico, desde los Esquimales, hasta los habitantes de las islas de la Sonde, pasando por la China.
Leroi-Gourhan está impresionado por el hecho de que estas culturas, que no se comunican las unas con las otras, adoptan técnicas completamente idénticas sobre el plano morfogenético. Lo demuestra, analizando el caso del arpón propulsado, utilizado tanto por los esquimales cazadores de focas como por los pescadores de nutrias alejados muchos miles de kilómetros y de los cuales se ha comprobado que nunca realizaron intercambios directos o indirectos con los esquimales. De hecho, Leroi-Gourhan establece en “El hombre y la materia” que los objetos técnicos evolucionan en función de tendencias técnicas que controlan el devenir de los objetos y de los sistemas técnicos. La técnica forma en efecto un sistema que está atrapado en una evolución sometida a las leyes de aquello que Leroi-Gourhan denomina la tecnología, no en el sentido en el cual la empleamos hoy para designar la técnica que moviliza saberes científicos, sino en el sentido de una teoría general de la evolución de técnica.
La técnica, habiendo devenido una mnemotecnología y habiendo puesto en obra un proceso generalizado y mundial de industrialización de la memoria, hace explotar hoy todos los marcos sociales, económicos, políticos, religiosos, estéticos e incluso vitales, todos los marcos de pensamiento con los cuales consideramos nuestra identidad de hombres, es decir de seres sociales y nuestro marco de vida en su globalidad. Esta situación extrema, que suscita los discursos más reaccionarios (tanto de derecha –liberal o nacionalista- como de izquierda –republicana o demócrata-), exige de ahora en adelante un pensamiento de la técnica, del que Leroi-Gourhan proporciona los conceptos fundamentales, y a partir de los cuales es posible hacer aparecer un tercer REINO, al lado de los dos reinos conocidos desde hace tiempo. el de los seres inertes y el de los seres orgánicos. Este nuevo “reino”, que ha sido ignorado tanto por la filosofía como por las ciencias, es el reino de lo que llamo los seres inorgánicos (no vivientes) organizados (instrumentales).
A partir del siglo V antes de nuestra era y hasta el siglo XIX, desde el punto de vista del pensamiento tanto filosófico como científico, los objetos técnicos son una especie de no-seres. Ellos emergen literalmente de la nada y no constituyen por tanto objeto de un pensamiento exclusivo alguno. Tanto la Física de Aristóteles como la Filosofía Zoológica de Lamarck consideran que para todo saber auténtico, es decir científico, no existen más que dos grandes clases de seres (`ser´ traduce aquí el ta onta, la expresión griega que designa en la Física y en la Metafísica `las cosas que son´): los seres inertes, de interés para la física, es decir los seres que no están organizados (los minerales); y los seres orgánicos, de interés para la biología. Es decir los seres organizados (los vegetales, los animales y los hombres).
Entre estas dos grandes categorías de seres, aquellos que son de interés para la física y aquellos que son de interés para las ciencias de lo viviente, no hay absolutamente nada.
Ahora bien: a partir del siglo XIX, muchos pensadores – historiadores, arqueólogos, etnólogos o filósofos, primero Alemanes, tales como Beckmann, Kapp, Marx, y después, a partir del siglo XX, Franceses, especialmente Mauss, Leroi-Gourhan, Gille, Simondon - comprenden que los objetos técnicos tienen una historia y que estudiando series de objetos técnicos en el tiempo, por ejemplo, series de hachas, o series de instrumentos de trabajo en el campo, se puede poner en evidencia que estos objetos técnicos están sujetos a procesos evolutivos que responden a leyes morfogenéticas. Ahora bien: estas leyes no tienen que ver simplemente con la física, aunque estén sometidas a la física; para que un objeto técnico funcione, debe respetar las leyes de la física, pero la física no es suficiente para explicar la evolución de los objetos técnicos. Y estas leyes no son tampoco de interés estrictamente de la antropología.
Es estudiando las étnicas del Pacífico como Leroi-Gourhan construye el concepto fundamental de tendencia y el método de estudio de la morfogénesis de los objetos técnicos. Pero es pasando a la paleontología humana, y a la prehistoria como su pensamiento toma toda su dimensión. Porque cambiando de escala de tiempo, Leroi-Gourhan termina por señalar que la aparición de la técnica es esencialmente la aparición no sólo de un “tercer reino”, sino de una tercera memoria; al lado de las memorias somática y germinal que caracterizan los seres sexuados, aparece una memoria transmisible de generaciones en generaciones y que conservan en buena medida “espontáneamente” los órganos técnicos.
Se produce hace cuatro millones de años aquello que Leroi Gourhan llama el proceso de exteriorización. Este término “exteriorización” no es sin embargo plenamente satisfactorio porque supone que lo que es “exteriorizado” estaba antes “en el interior”, lo que no es justamente el caso. El hombre no es hombre más que en la medida en que se pone fuera de sí, en sus prótesis. Antes de esta exteriorización, el hombre no existe. En este sentido, si se dice frecuentemente que el hombre ha inventado la técnica, sería quizás más exacto o en todo caso más legítimo decir que es la técnica, nuevo estadio de la historia de la vida, la que ha inventado al hombre. La “exteriorización”, es la prosecución de la vida por otros medios diferentes a la vida.
Hombre y técnica forman un complejo, son inseparables. El hombre se inventa en la técnica y la técnica es inventada en el hombre. Esta pareja es un procesos donde la vida negocia con lo no-viviente organizándolo, pero de tal manera que esta organización forma sistema y tiene sus propias leyes. Hombre y técnica constituyen los términos de lo que Simondon llamó una relación transductiva: una relación que constituye sus términos, lo que significa que un término de la relación no existe por fuera de la relación, siendo constituido por el otro término de la relación. A partir del momento en el cual se inicia el proceso de exteriorización, aparece un nuevo ser que se libera progresivamente de la presión de selección colocando los criterios de su poder por fuera de su propio cuerpo y por tanto por fuera de su envoltura genética, que desarrolla para sobrevivir, objetos técnicos a través de los cuales la vida se prosigue en nuevas condiciones y por otros medios diferentes a la vida. Si se define la vida, después de Lamarck y Darwin, como una evolución donde las formas de organización no cesan de diferenciarse, de enriquecerse y de diversificarse, a partir de la exteriorización, el proceso de diferenciación vital se prosigue no sólo por la diferenciación de los vivientes, sino por la diferenciación funcional de los objetos técnicos y de las organizaciones sociales que permiten constituir.
Hoy, el inventario de piezas sueltas del ejército americano comporta centenas de millones de tipos de objetos técnicos diferentes. Después de la revolución industrial, la proliferación de objetos técnicos ha llegado a ser comparable, en diversidad, a la de las especies animales. Con el hombre, el ser viviente cesa de diferenciarse sobre el plano vital; relativamente al ritmo de la evolución de los objetos técnicos, el hombre se ha estabilizado biológicamente hace 200.000 o 30.0000 años. Es por ello por lo que se dice que el hombre post-neandertaliense es ya el hombre moderno (en el sentido de los prehistoriadores, por supuesto). Nuestra estructura genética parece que se estabilizó en ese momento (por contrapartida, ella evoluciona muy sensiblemente entre el primer tallador de útiles y el hombre de Neardental, particularmente en lo que concierne a la organización del cortex cerebral; es lo que se llama la abertura del abanico cortical). Ahora bien: la diferenciación genética parece atenuarse desde el momento mismo en el que la diferenciación tecnológica explota. Neandertal, cuyas áreas cerebrales se asemejan mucho a las del hombre actual, sabe ya fabricar centenas de tipos de útiles diferentes y es igualmente a partir de ese momento que los sistemas técnicos a la vez duran sensiblemente menos tiempo y cubren áreas cada vez más vastas.
Es en este sentido que digo que el proceso de exteriorización consiste en proseguir la vida por otros medios diferentes a la vida misma. Ahora bien: si es verdad que el viviente sexuado está definido por dos memorias, la genética, de la especie (el genoma) y la epigenética, del individuo (la memoria nerviosa), a partir del hombre aparece una tercera memoria, a causa de esta “exteriorización”.
Todos los animales superiores tienen una experiencia individual, engramada en su memoria nerviosa, que les permite adaptarse individualmente a tal o cual entorno local. Por tanto, si yo adiestro un animal y él muere, nada de lo que le he enseñado es transmisible a su especie porque la experiencia individual de los seres viviente no es heredada por la especie y desaparece con cada muerte individual.
Si no hay acumulatividad de la experiencia individual en los animales, las especies no heredan nada de la experiencia de los individuos que la componen; es por el contrario la posibilidad de transmitir la experiencia individual la que hace posible el proceso de exteriorización. Y esto es lo que se llama cultura. A partir del ser llamado “humano”, es decir del ser que se desarrolla por la producción de útiles, se produce algo muy importante: lo esencial de la experiencia individual se concentra precisamente en la relación al útil y en el útil mismo. El útil es el órgano de predación y de defensa, es decir de supervivencia de la especie, y es en el útil en donde toda la experiencia de la supervivencia y de la muerte se reúne, sea como útil guerrero, sea como útil de trabajo. Ahora bien, por el hecho de que este útil es una exteriorización de la vida en un órgano que no es él mismo viviente, cuando el tallador del útil muere, la experiencia individual conservada en su memoria nerviosa fallece con él indudablemente, pero su útil queda, la huella de su experiencia o una parte de su experiencia queda en el útil. Recuperando su útil, su descendencia hereda parte de su experiencia.
Todo esto quiere decir que la técnica es ante todo una memoria, una tercera memoria, ni genética, ni simplemente epigenética. La he llamado epifilogenética, porque siendo el producto de una experiencia, ella es de origen epigenético, y porque esta experiencia individual que es acumulada, esta memoria técnica que hace posible una transmisión y una herencia, un filum que crea la posibilidad de una cultura, es igualmente filogenética.
Es bien evidente que un sílex tallado no está hecho para guardar la memoria. Por eso sólo es partir del neolítico cuando aparece verdaderamente lo que llamamos mnemotécnicas, es decir, técnicas conocidas para guardar la memoria. Sin embargo, si podemos hoy reconstruir la historia y sobre todo la protohistoria y la prehistoria del hombre, es porque reencontramos huellas técnicas que nos permiten acceder a la memoria de las civilizaciones más antiguas, mucho antes de la aparición de las mnemotécnicas propiamente dichas. Es a través de estas huellas técnicas como los arqueólogos y los prehistoriadores reconstruyen el saber de los hombres más arcaicos, gracias a los sílex, después gracias a los objetos de barro, gracias a los restos de arquitectura y a toda suerte de objetos usuales en cuyas características organizacionales son guías para reconstruir el uso, y al fin y al cabo, la experiencia de los hombres que los poseían. Estos objetos usuales son los transmisores de la memoria incluso si no fueron fabricados para este fin, y por el solo hecho de que resultan de procesos de exteriorización del viviente en lo orgánico organizado, en órganos técnicos, en instrumentos.
Se podría objetar a todo este razonamiento que hoy parece comprobado que ciertos chimpancés tienen ya prácticas culturales, sobre ciertas costas de Africa. De hecho, esta observación no me extraña. Ello significa para mí simplemente que el proceso de hominización está ya en camino con el chimpancés, y nos está ya prometido con él. Es por ello sin duda que este animal nos es tan estimable. Estaría casi dispuesto a admitir que él pertenece a la historia humana, dispuesto a hacer comenzar el hombre con él, puesto que el Zinjantropo era sin duda a la vez ampliamente diferente y cercano de nosotros, incluso si fabricaba útiles, lo que no hace el chimpancé.
No hay en realidad criterio verdaderamente científico para decir dónde y cuándo comienza el hombre, sino en la constatación de que la vida se exterioriza. Cada vez que decimos: “He ahí donde el hombre comienza”, es porque tenemos a la vista una idea de dónde debería terminar, dicho de otra manera, porque proyectamos la idea que nos hacemos del porvenir del hombre. Que el porvenir del hombre esté en la inocencia entre maligna y astuta del simio, es una idea que me place enormemente. Sería magnífico que supiéramos además heredar esta inocencia. Incluso: preguntémonos por qué dudamos menos de caminar sobre una hormiga o una mosca que sobre un ratón, y por qué nos sentimos menos próximos de un ratón que de un gato, de un gato que de un simio, de un simio que de un niño. Siempre me he dicho que ello viene de que comparto siempre más memoria con estos seres. ¿No es también porque al fin y al cabo estoy más atado a alguno de mi familia que a un extranjero?
La cultura no es otra cosa que la capacidad de heredar colectivamente la experiencia de nuestros ancestros y esto ha sido comprendido desde hace largo tiempo. Lo que ha sido menos comprendido es que la técnica en tanto tercera memoria vital, es la condición de una tal transmisión.
Si el útil en general es un soporte de memoria sin estar hecho específicamente para conservar la memoria, a partir del neolítico aparecen nuevas técnicas que tienen propiamente por finalidad, memorizar la experiencia. La emergencia de estas mnemotécnicas que se extiende por muchos milenios, constituye un acontecimiento crucial, puesto que ellas permiten transmitir no sólo experiencias ligadas a comportamiento motores y de supervivencia, sino propiamente, contenidos simbólicos e incluso argumentos, verdaderas visiones de mundo, religiosas o profanas, colectivas o individuales. Esta emergencia comienza con los primeros sistemas de contabilidad y las primeras escrituras ideogramáticas. Justo hasta que aparecen las escrituras alfabéticas que nosotros utilizamos todavía, escrituras que nos dan el Antiguo testamento y que nos permiten acceder a la memoria de los Griegos antiguos, padres del saber racional y de la filosofía y de acceder como si estuviésemos allí.
Cuando leemos un diálogo de Platón, tenemos la impresión de estar en una fuerte familiaridad con los griegos. Nos parece extraordinario constatar la modernidad y la actualidad de las preocupaciones de estos griegos, interrogantes que nos hablan y que nos interesan aún y nos concierten tanto como a los jóvenes atenienses a los que se dirige Sócrates. ¿Qué es lo que hace posible una tal modernidad a través de tantos siglos? Si vamos al santuario de Delfos y conocemos el griego antiguo, porque lo hemos podido aprender en los libros, podemos todavía leer las estelas que los atenienses han erigido a la gloria de tal o cual gran personaje o de tal dios, de la misma manera que un griego podría leerlo hace 2500 años. Porque compartimos todavía con Grecia el mismo sistema mnemotécnico, a saber, la escritura alfabética. Ahora bien, esta escritura presenta la característica de ser capaz de sustituir a la palabra casi sin pérdida; si no permite conservar la voz, la entonación y la prosodia del locutor, las significaciones, la sintaxis y la semántica son transmitidas intactas.
Esto quiere decir que desde la Grecia arcaica y su alfabeto, compartimos y proseguimos la experiencia de mundos antiguos, lo que ha permitido el nacimiento de la ciencia, que no es otra cosa que la continuación de un diálogo incansable, de un debate sin fin con los primeros griegos que se pusieron a pensar y a discutir entre ellos y cada uno consigo mismo, por la mediación de la escritura. Desde que dominamos la escritura alfabética, somos capaces de continuar dialogando con Tales y Euclides. Cuando Riemann vuelve a poner en cuestión los fundamentos de la geometría euclidiana, no puede hacerlo más que porque accede a los Elementos de Euclides, porque lee los teoremas y los axiomas y los critica como si discutiese con Euclides, por vía de un debate que dura más de dos milenios y que se prosigue en las condiciones iniciales abiertas por el rigor de la axiomática euclidiana. Nada de esto sería posible sin la escritura alfabética, que permite de una parte una transmisión rigurosamente exacta del razonamiento euclidiano y de las definiciones a las que él llega, y de otra parte, y por lo demás en primer lugar, que le permite a Euclides mismo retomar su razonamiento exactamente allí donde lo había interrumpido la víspera, sin perder nada de la memoria del camino recorrido; y de aislar en la lengua términos que forman un sistema discreto que le permite construir un vocabulario específico de la geometría y manipularlo en relación con las figuras.
No sólo la escritura alfabética nos permite hoy acceder aún al razonamiento de Euclides, y de alguna manera atravesar el muro del tiempo, sino que ella le permite a Euclides mismo, de una parte remontar los límites de su propia memoria y de otra, construir su razonamiento fijando rigurosamente los términos de su axiomática. Dicho de otra manera; el soporte técnico de memoria no es aquí un simple medio de transmisión del saber: constituye la posibilidad misma de su elaboración.
La técnica tiene por tanto dos grandes fundamentos: de una parte, ella abstrae la evolución de los seres vivientes que somos por fuera de las condiciones estrictamente biológicas, de suerte que el porvenir de este viviente no está totalmente dependiendo de las condiciones estrictamente genéticas; de otra parte, y ya he mostrado por qué estos dos aspectos son inseparables, la técnica es un fenómeno de memorización, sea como memoria epifilogenética en general, sea como mnemotécnica propiamente dicha.
Ha sido Jacques Derrida quien ha llevado por primera vez al nivel filosófico la pregunta de la huella y de lo que llamó el “suplemento”, explorando las condiciones de aquello que él denominó en 1967 una gramatología. Pero más allá de una reflexión sobre la escritura, se trata de la pregunta mucho más general sobre la técnica. Esto es lo que yo he intentado mostrar en mi propio trabajo, en concordancia en este punto con Regis Debray: el papel del soporte como técnica que estudia la mediología.
Tomado de: Documents.mx
Les cahiers de médiologie. Nº6: Pourquoi des médiologues?
Traducción: Jairo Montoya Gómez