Las Penas en el Proceso de Paz

“No tiene ningún sentido condicionar la justicia transicional a la cárcel”
por Cristina Castro, editora de SEMANA

El jurista italiano Luigi Ferrajoli habló con Semana.com del significado y la utilidad de las penas en el proceso de paz con las FARC.
 

Penalista Luigi Ferrajoli analiza los acuerdos de paz con las Farc en la Habana

“No tiene ningún sentido condicionar la justicia transicional a la cárcel” Foto: León Darío Peláez /

Luigi Ferrajoli puede ser el penalista más reputado de la actualidad. Sus libros Derecho y razón y Principia iuris lo han convertido en una voz autorizada del derecho y un tratadista excepcional para hablar de paz. El jurista italiano, profesor de la Universidad de Roma Tre, visitó Colombia hace unos días para compartir con diversos sectores de la justicia algunas reflexiones jurídicas sobre los diálogos de la Habana. Semana.com habló con él sobre la justicia transicional, las penas que se deben aplicar y los mínimos que necesitaría un acuerdo como el que se va a firmar entre el Gobierno y las FARC.

Semana: Esta semana se anunció el acuerdo de justicia con las FARC. ¿Cómo se resuelve ese dilema de lograr cesar la guerra pero no tener impunidad? ¿Cuánta justicia cree usted que soporta una paz como la que queremos firmar?

Luigi Ferrajoli: Yo no creo que exista ese dilema. La paz es un valor supremo. Sin paz no hay justicia, no hay democracia, no se puede garantizar ningún derecho fundamental. Desde Tomás Hobbes, la paz ha sido teorizada como la finalidad misma del contrato social. La salida del Estado de guerra al Estado civil se hace con la instrumentalización del derecho al servicio de la paz. En este sentido no hay ninguna contradicción entre paz y justicia. La paz es un presupuesto de la justicia.

Semana: Muchos colombianos creen que es precisamente lo contrario… 

L. F.: En la Constitución colombiana la paz ha sido consagrada como un derecho fundamental y un deber del Estado. Ese carácter implica que la paz no puede ser entendida desde las mayorías. Así como no se puede someter a una consulta popular el principio de la dignidad de la persona, de la igualdad, de la vida. Así como ninguna mayoría puede decidir que una persona pueda ser privada de la libertad, de su vida, de su salud, tampoco una mayoría puede decidir si hay o no paz.

Semana:  Sin embargo, en este proceso el Gobierno se ha comprometido a que no puede haber implementación de los acuerdos sin la refrendación del pueblo…

L. F.: No sé si en Colombia se realice una consulta. Lo que sí creo es que no es necesaria. Es impropia desde el punto de vista jurídico y teórico. Entiendo que se pueda hacer un proceso semejante por motivos de legitimidad política. Sin embargo, hay que tener claro que aun si la paz pierde en las urnas, esto no puede ser un argumento para deslegitimar su realización. 

Semana: ¿Cómo se podría cumplir entonces la promesa de refrendar los acuerdos?

L. F.: Esa consulta podría ser útil, pero no es necesaria. La batalla es más cultural. Hay que mostrar que la paz es el valor supremo y que vivir en guerra es absurdo. Se necesita una campaña cultural sobre el valor de la paz.

Semana: ¿Usted cree que debería existir algún límite a los acuerdos que se firmen con las FARC?

L. F.: Se dice normalmente que el límite jurídico es la Corte Penal Internacional. Sin embargo, este es un argumento jurídico no decidido porque en el derecho internacional, el artículo seis del protocolo adicional a la Convención de Ginebra de 1977, prevé expresamente la posibilidad de cierta impunidad en caso de solución de un conflicto armado interno. Ahora, no es posible, no sólo por razones jurídicas, sino también morales, tener una total impunidad.

Semana: ¿Entonces cuáles podrían ser esos mínimos?

L. F.: El proceso de paz requiere que las víctimas sean reparadas cuando menos con la verificación de la verdad. La estigmatización pública por los horrores cometidos en la guerra es la verdadera pena. El hecho de que estos horrores y estos crímenes sean verificados públicamente es muy importante, la pena es totalmente secundaria. Montesquieu decía que la civilidad de un país se mide por la dureza de sus penas.

Semana: El modelo de justicia transicional que presentó el Gobierno le da mucho peso a la verdad…

L. F.: No tiene ningún sentido condicionar ese tipo de justicia a la cárcel. Es una justicia altamente excepcional y alternativa, pues el objetivo máximo es la verdad. El reconocimiento de la responsabilidad implica una reconciliación con las víctimas. En el derecho penal existe la garantía de no autoincriminación, pero la justicia transicional va a favorecer es precisamente la confesión. Por eso, la pena o la sanción podría ser simbólica. Una total impunidad produciría una falta de reconciliación, un sentido de lesión de la dignidad personal de las víctimas. Por eso una condición política es la verdad, es no olvidar. Sudáfrica es un precedente contra la ilusión de que el derecho penal es la respuesta a todos los problemas.

Semana: Ya que habla de la pena, ¿qué alternativas podrían existir? En el acuerdo con las FARC se habla de una restricción de la libertad…

L. F.: Medidas alternativas como la detención domiciliaria, el confinamiento en un lugar específico, la destitución de los cargos públicos. No es difícil encontrar penas, pero como dije, la verdadera pena es la estigmatización política, el proceso mismo es una pena.

Semana: Como tratadista, usted ha sido muy escéptico de la cárcel, no sólo respecto a la justicia transicional. ¿Por qué?

L. F.: La cárcel ha sido teorizada en la etapa ilustrada como alternativa a la pena de muerte, a los suplicios, a la atrocidad, a la tortura. Sin embargo, no ha cumplido su promesa. No es solamente una pena que priva de la libertad personal, sino que priva de tantísimos más derechos. La cárcel puede ser un lugar de mal educación, de corrupción, de lesión de la dignidad personal, contradice todos los principios para lo que fue creada. Por esto, debería ser reducida cuantitativamente y estar prevista sólo para los delitos más graves. También en una medida en que el máximo deberían ser 15 o 20 años, como es en Europa. Esa idea del derecho penal como una varita mágica que resuelve problemas es simplemente demagogia y populismo penal.

Semana: Si no es con cárcel, entonces ¿cómo se combate el crimen?

L. F.: Contra la criminalidad se necesitan más políticas sociales que penales. Las políticas sociales tienen como efecto la construcción de un espíritu cívico y de uno de pertenencia. Si las personas se sienten excluidas de la sociedad, buscarán sentirse incluidas de otra manera, como en el narcotráfico o en la criminalidad. Una de las garantías de la consolidación de la paz es el desarrollo de la democracia en todas sus dimensiones: la máxima libertad de prensa y de asociación, la salud, la igualdad… el problema de la seguridad no se resuelve con las penas.

Semana: Sin embargo, esta percepción no la comparten muchos colombianos que sí quieren castigo para los autores de crímenes, como las FARC.

L. F.: En una sociedad violenta, como en Italia, se piensa siempre en la idea de la pena como una venganza. Creo que en una sociedad que tiene tantos años de sufrimiento, con millones de víctimas a cuestas, es obvia también la idea de que deban sufrir los autores. Sin embargo, esa idea del derecho penal como la varita mágica que elimina el delito es equivocada. Eso es una ilusión. El derecho penal busca minimizar la violencia, pero no se le puede dar la tarea de solucionar todos los problemas.


Fuente: Editora de Justicia, revista SEMANA

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País

Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

Mi país, tú país, mi nación, la mía y la de todos. El planeta es parcelado es países. La patria y sus sentimientos y sus enigmas, reviste lo afectivo, apego a la madre patria, todos nos sentimos calurosos y próximos, muy evidente cuando en las lejanías nos reconocemos. Pero nada tan abstracto como todas estas cosas. La nación viene de natus que quiere decir el lugar en donde hemos nacido, y en especial nos recuerda que hacemos parte de una comunidad ampliada. ¿Qué es ser colombiano? Un acto de fe, como ser noruego… sentencia Borges. Sus fronteras y su lengua nos dan una unidad común que encierran una cultura que se diversifica en sus territorios llamados departamentos, ciudades o municipios. Y Estado hace referencia o asegura una organización y funcionamiento administrativo.

Pero en los tiempos modernos esto que era compacto ha estallado, el inglés se nos impone para poder acceder a productos varios como los de la tecnologías, sus manuales detallados precisan de esta lengua así como las investigaciones de punta. Es el país del norte quien puede invertir grandes recursos financieros para investigar, es el internet un invento de los norte americanos. Estos desarrollos tan localizados han obligado a los países a federarse: la Comunidad Europea, Andina, Latinoamérica, especie de meta-nación. ¿Confunde esta agregación? ¿Conviene conciliar la conservación y la transformación? (Sugerencias de Dagognet) Complica aún más el tema que la cantidad de ciudadanos de una nación no se puede ratear o porcentuar entre países chicos y gigantes, qué criterio escoger para determinar a quién toca más y a quién menos. Senderos difíciles los de la equidad cuando se cabalga con el capitalismo sin alma.

La palabra fracaso viene a bien a las naciones, estilamos decir de Colombia Estado fallido o nación insuficiente, mucho territorio y poco Estado, desarrollos desiguales entre la ciudad y el campo, la primera con progreso, la segunda sin él. En las ciudades con los servicios que propenden la buena vida, al menos para quienes tengan los recursos, en el campo ausencia de ellos: sin electricidad, ni vías, ni maquinarias para óptima explotación del campo.

Se agrega a esta breve reflexión un moderado pesimismo del necesario Estado que congrega, al menos en la ilusión, una unidad nacional, porque se descree de su inmortalidad, ecos hay de Estados nómadas, tan diferentes a los de la supersticiosa democracia que pretende ¿gobernarnos?. Un Estado es tan abstracto como las dos finitas fechas y el real olvido que seremos cuando ya no estemos. La micro sociología nos devela mejor en nuestros deseos y creencias que difieren en cada micro territorio, nuestro caminar, acento, pensar nos distingue de un lugar a otro.

Y cosa rara es el deseo de autodestrucción, a todos deseamos la muerte trágica, los asesinatos con moto sierra o con las mejores técnicas aprendidas en el mundo que aseguran la muerte dolorosa. Y saberse que se puede ser el próximo en la lista nos mantiene a raya: El Miedo es empresa del Poderoso. Cosa rara porque éstas técnicas que usa el poder para preservarse, sospecho se han transferido en el ciudadano común que piensa como el más genuino asesino, que quiere acelerar la muerte de esos otros que sospecha diferentes, indignos de vivir. Somos caos. Infierno y cielo. Es mí País.

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La Estrategia del No

Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com


Una mentira repetida constantemente genera valores de verdad, efectos sicológicos en las gentes y mayor aún si se les ha generado sentimientos de preocupación, en concreto, una persona así es de fácil manipulación, es un tesoro para la pragmática electoral y para el político que las tiene como un recurso para mantener su poder en el mundo de la política, para ser fuerte frente a sus contendores, para mantenerse vigente. Tergiversar los mensajes reporta altos dividendos en la política. Aquí, un tesoro, de la confección de una campaña, nada de grandes bondades para la población, importa son los intereses del gran político. Lo demás son purezas de la imaginación popular.

Confiesa Juan Carlos Vélez,
excandidato a la alcaldía de Medellín y gerente de la Campaña por el No en el plebiscito, en treinta días viajó en avión 35 veces para cumplir sus funciones de asesor y para recaudar finanzas de empresarios. “En total logró recaudar $1.300 millones de 30 personas naturales y 30 empresas, entre las que se destaca la

Organización Ardila Lülle, Grupo  Bolívar, Grupo Uribe,  Colombiana de Comercio (dueños de Alkosto) y Codiscos.” La victoria dio sus frutos,  buscar que “gente saliera a votar verraca”,  funcionó. Nunca imaginaron ganar. Las Encuestas ayudaron inculcando triunfalismos, optimismos que contribuyeron a bajar la guardia a los del Sí, pero el ejercicio de la política y sus caciques sigue intacta. “De hecho, esas mismas encuestas le hicieron mucho daño al Gobierno que se llenó de optimismo y de triunfalismos .  Empezamos a notar un No avergonzante. Por ejemplo, los miembros de la junta de la Andi decían que iban a votar por el Sí pero realmente muchos iban por el No.” 

La campaña del Sí buscó que la gente saliera a votar verraca. “Descubrimos el poder viral de las redes sociales. Por ejemplo, en una visita a Apartadó, Antioquia, un concejal me pasó una imagen de Santos y ‘Timochenko’ con un mensaje de por qué se le iba a dar dinero a los guerrilleros si el país estaba en la olla. Yo la publiqué en mi Facebook y al sábado pasado tenía 130.000 compartidos con  un alcance de seis millones de personas.”


“Hicimos una etapa inicial de reactivar toda la estructura del Centro Democrático en las regiones repartiendo volantes en las ciudades. Unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia  era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. En emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos nos enfocamos en subsidios. En cuanto al segmento en cada región utilizamos sus respectivos acentos.  En la Costa individualizamos  el mensaje de que nos íbamos a convertir en Venezuela.  Y aquí el No ganó sin pagar un peso. En ocho municipios del Cauca pasamos propaganda  por radio la noche del sábado centrada en víctimas.”


“¿Con cuánto dinero se hizo la campaña? Fue una campaña hecha con las uñas. En el partido del Centro Democrático y en  la corporación que creamos ‘La paz es de todos’ logramos  recaudar $1.300 millones, principalmente de 30 empresas y 30 personas naturales. Fue muy difícil conseguir respaldo y los bancos no estaban preparados. Sin embargo, el No fue la campaña más barata y efectiva en mucho tiempo. Su costo-beneficio es muy alto… ¿Cuál es el Top 5 de empresas que más aportaron? Organización Ardila Lülle,  Grupo Bolívar, Grupo Uribe, Codiscos, y Corbeta.”

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La Horrible Noche

Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com

Todos los astros políticos parecían estar alineados para dar el triunfo de la paz, así lo dejaba entrever cierta solvencia del Gobierno y su Equipo Negociador. Los encuestadores anticipaban triunfo (Sólo a los dioses les está permitido hacer promesas). Desde el Distrito Capital se irradiaba la estrategia de pedagogía de la paz, una puerta abierta a la esperanza. Pero el fracaso hizo estremecer a los futuristas del marketing político. Los astros jugaron mal. El Gobierno falló en su triunfalismo y con él las pobres víctimas y un puñado de ciudadanos solidarios vieron venir de nuevo la desgracia de la guerra.

Si es de sentido común preferir la paz a la guerra ¿qué pasó entonces por las mentes de esos treinta y cuatro millones de votantes habilitados para ir a las urnas ese domingo dos de octubre? Fecha ésta en la cual se decidiría si se estaba de acuerdo con la construcción de una paz estable y duradera.

De todo el universo de votantes tan sólo fueron a votar el treinta y siete por ciento, no menos de doce millones. La negación por el acuerdo ganó por una diferencia estrecha aproximada de sesenta mil votos. Estas desproporciones, el abstencionismo del sesenta y tres por ciento y un margen pírrico de la victoria, hace pensar muchas cosas sobre el gobierno y la población. Con el gobierno porque tuvo todos los recursos humanos y económicos para desplegar la campaña a su favor y aventajar a sus opositores afanados en apuñalar la paz.

Todo el diseño del plebiscito fue pensado a su favor: la cantidad de votos permitidos para ganar, el umbral fue tan sólo un poco más de cuatro millones y medio; la pregunta fue escogida por el propio presidente así como las tan sólo dos opciones de respuesta, un Sí o un No, sin opción para el voto en blanco. En suma, el traje fue hecho a la medida, favorable para contestar con un Sí, para refrendar el proceso de paz. Pero entonces ¿qué pasó? ¿Por qué no resultó tal cual y ganó el No que sume al país en una incertidumbre sin proporciones? ¿Acaso Colombia está animado por un espíritu festivo de la guerra?

Una horrible noche de aquel domingo cerró la puerta de la paz. La horrible noche no cesó. Tanto el Gobierno como los escasos ciudadanos que se movilizaron en torno a la paz, a poner fin a un conflicto de más de medio siglo, no salían del asombro de la apretada derrota. El principio de realidad que distingue el mundo real del virtual se difuminó. El gobernante en el centro pierde de vista su periferia.

Este viejo problema data desde el nacimiento de la República con esa eterna división entre Centro capitalino y las aisladas regiones. Centralismo versus Regionalismo. Aquí el Centro, la gran ciudad, la gran capital monumental y ostentosa, Bogotá, y allá la región marginal y pobre y distante, apartada de los recursos y de lo más moderno del mundo actual. Estas diferencias se pueden dimensionar desde la proporción con la que se distribuye el Presupuesto Nacional de las regalías, por cada cien pesos, Bogotá se queda con ochentaidos, el resto se distribuye para el restante y basto territorio nacional. Este tema de inequidad presupuestal y por ende de desarrollos desequilibrados, ha llevado a grandes disputas, grandes broncas entre la élite bogotana, los llamados patricios, y las élites regionales. Es un tema de quién se queda con la mayor tajada del presupuesto Nacional, quien se queda con los mejores terruños, con los mejores circuitos económicos. Esto se repite en cada contienda electoral, se pone en juego por encima de los intereses nacionales o de propósitos nobles como es la búsqueda de la paz.

Este tema de concentración del presupuesto es lo que alimenta el llamado clientelismo, el gobierno central distribuye a las élites regionales según las conveniencias. Y ésta lógica no operó para el plebiscito de la paz. Los políticos regionales o gamonales no sacaron a su electorado. No hubo dádivas, no había presupuesto para repartir mercados, bultos de cemento o alguna promesa futura de empleo para el incauto seguidor. Esa tal maquinaria política no fue aceitada como suele suceder cuando se requiere proteger los intereses de cada quién.

 Cada político maneja sus propios intereses para engorde de su propio ego. Se cuida de no endosar triunfos a causas ajenas, y la paz era otra mercancía más sin dividendos clientelares. Y este es uno de los grandes peligros en la actual incertidumbre del país. Uno de los líderes más representativos que impulsaron el voto por el NO, fue el expresidente Uribe, que con habilidad mantuvo una campaña en la cual acudía a las emociones sencillas de la gente del común para infundirles miedo y resentimiento hacia los guerrilleros: que este país se iba a quedar sin papel higiénico como sucede con Venezuela, que les iban a quitar sus tierras o la tal desproporción de que a un guerrillero asesino le iban a dar catorce millones mientras que a usted señor obrero, señora ama de casa tan sólo le pagan setecientos mil pesos. O que al jubilado le iban a quitar o rebajar la pensión. Y otras escaseces más se avecinarían

En una entrevista el Gerente de Campaña del No del partido de derecha Centro Democratica devela: “Hicimos una etapa inicial de reactivar toda la estructura del Centro Democrático en las regiones repartiendo volantes en las ciudades. Unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia  era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. En emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos nos enfocamos en subsidios. En cuanto al segmento en cada región utilizamos sus respectivos acentos.  En la Costa individualizamos  el mensaje de que nos íbamos a convertir en Venezuela.  Y aquí el No ganó sin pagar un peso. En ocho municipios del Cauca pasamos propaganda  por radio la noche del sábado centrada en víctimas.” Así, esta estrategia de lo emocional y del terror más muchas otras mentiras, bastó para que el inculto votante se informara. Bastaba tan solo acudir al Twitter o a las redes sociales para reafirmarse en sus miedos y rumores que su mecías le anunciaba.

 Pero además de este zócalo emotivo está aquella gente emergente que posa de pertenecer a una clase adinerada en supuesto peligro de perder sus privilegios. En estas desigualdades en las que se mueve este país, la propaganda mercantil ha inculcado el sueño de la familia burguesa, basta con tener una casa, un carro, mujer e hijos para sentirse identificado con la clase más adinerada del país y hasta del mundo entero. La propia identidad no existe, más bien se reniega de su pasado, sus orígenes son motivo de verguenza. Y quien reniega de su identidad y de sus raíces es un ser diluido. La sabiduría popular dice que quien se avergüenza de su pasado familiar se avergüenza de sí mismo. Y es aquí donde vemos esa insolidaridad de las gentes citadinas de origen humilde, que dan la espalda a los sufridos campesinos, a sus identidades. A aquellos que no han descansado de la guerra. Recordemos las más de doscientas mil muertes y los ocho millones de víctimas. Recordemos el mapa electoral: los pueblos más golpeados por la violencia actual, es decir, las regiones campesinas fueron los que votaron por el Sí, ellos no quieren seguir poniendo más muertos, ellos quieren parar el dolor de una guerra ajena. Y en contraposición, la ciudad, los ciudadanos de sueños burgueses, sin identidad, alejados del sonar de la metralla, votaron en rechazo de la paz.

Dijimos renglones arriba de la incertidumbre actual del país y de la inequidad en la distribución del presupuesto Nacional y claro, de su riqueza en general. Y queremos agregar de lo inescrupuloso que ha sido esta misma clase dirigente: recordemos que el conflicto actual con la subversión comenzó con la negativa de los gobernantes a un grupo de campesinos que reclamaban cosas buenas, inofensivas para Dios, pedían servicios básicos tales como escuelas, puestos de salud, energía eléctrica, hacer vías para transportar sus productos... Cuenta la historia que la respuesta del gobernante fue echarles plomo. Y uno de los reclamos del entonces legendario guerrillero, Tirofijo o Manuel Marulanda Vélez fue que le repusieran sus gallinas y sus marranos. Sin solución y amenazado, se resguardó monte adentro. Hicieron conejo a la paz, a sus peticiones.

Ese horrible domingo tiene a Colombia en la incertidumbre, a portas de saltar al vacío, en  crisis institucional que afecta la economía, los bolsillos de todos. Sobreviene negociar con los opositores clientelares, se asoma el chantaje en clave de próximas contiendas. ¿Harán otra vez conejo a la paz?


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