Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com
Todos pescan en río revuelto. Contrario a lo que suele decirse, aquí el pez no muere por la boca. Mueren encima de una mesa por desmembramiento de los cuerpos vivos, a punta de Motosierra. Aquí el pez muere por mutilación de las orejas, luego fritas y engullidas por alias Alacrán. Mueren después de un largo sufrimiento, bien sea porque han introducido hierros candentes, bien sea porque han aplicado sal a las heridas abiertas, o bien sea por el martilleo en los dedos y luego el levantamiento de las uñas con tenazas. Tal parece ser como murió Tiberio Fernández, sacerdote jesuita. Mueren mujeres violadas por sus víctimarios y luego le son cercenados sus senos, como ocurrió con Ana Isabel, por ser la sobrina de aquel sacerdote. Decapitan en presencia de la multitud, en plena plaza principal. Después, juegan fútbol con la cabeza como si fuera un balón o la exhiben en una estaca como Trofeo de Guerra. Cortan las cuerdas vocales para evitar los gritos, para descuartizar en el silencio. Matan y comen del mismo muerto.
Mueren fritos de cuerpo entero en una inmensa paila de cobre como sucedió a uno de los lugartenientes de apellido Galeano en la entonces Cárcel de la Catedral, y a manos del extinto capo, Pablo Escobar Gaviria. Esto fue “vox populi” que después de frito y descuartizado, fue servido y dado a los guardianes para que cenaran. Ayer morían también, por trozamiento de partes del cuerpo y que en la época de la violencia se le llamaba el corte de franela, corte de chaleco; morían niños lanzados hacia arriba y aparados con puñales. Morían señoras embarazadas por apuñalamiento en sus abultados vientres. Ayer las manos autoras pertenecían a los Pájaros, a la violencia entre Liberales y Conservadores, hoy las manos son un híbrido entre mafiosos, políticos, paramilitares, militares e industriales como lo reconoció el reinsertado H.H, y que por lo demás, se desprende del Informe Nunca Más que versa sobre las masacres en el municipio de Trujillo y en el cual se reconoce que en los últimos veinticinco años, los maestros del crimen han ejecutado 2.505 masacres con saldo de 14.660 víctimas. Como sucede siempre estas cifras yerran, por los subregistros, pues los muertos no contados y no denunciados abultarían con creces estas cifras, acrecentando las más de 709.000 víctimas de los últimas cinco décadas.
Vemos en estos asesinos un motor que los anima: la supervivencia. Ellos se sienten amenazados de morir pero, no quieren que ello suceda y tratan de evitarlo. Cuando matan suspenden la amenaza, de que ellos mismos podían haber sido los muertos. El derribamiento de quien ha construido como su enemigo, le hace menguar la amenaza de su propia muerte y en su interior se siente triunfante como superviviente sobre el cadáver de aquel.
La sevicia sobre sus victimas, no conoce de ninguna compasión, todo lo contrario, matan trozo por trozo, como para que no haya lugar a dudas de que el enemigo está acabado, que no respira, que no se mueve. Tiran lo que queda en el ancho y profundo mar. O los entierran en fosas comunes. La muerte se extiende a los cercanos y familiares de la víctima elegida. Mientras tanto, el verdugo vive. Aún existe. Incluso los hombres que le obedecen son otro triunfo cuando caen, pues murieron por él. En tanto que los otros, sus contrarios, son cadáveres de la victoria, dignos de la exhibición. Para él, la vida es un triunfo sobre la muerte, ejecutada con mucha sed de venganza y con promesa de un futuro mejor, sino para él, entonces para sus seres más cercanos, osan decir, mis hijos, mi patria. Su garantía de vivir deviene de matar a su oponente. Ellos, se sienten seguros mientras tengan el poder o el derecho de hacer morir o dejar vivir, en otros casos hacer sufrir para extraer información sobre quienes consideran ser sus enemigos. Cuenta el reinsertado, Daniel Arcila Cardona, que cuando llevaban a las víctimas, era el mismo jefe Alacrán y el Cabo del Ejército, quienes obraban con deleite los descuartizamientos de los sufridos cuerpos. Escarmiento para estos, alerta para aquellos, los otros aún no caídos. Otro campeón de la muerte, Carlos Castaño, y que no nos cansamos de recordar su sentencia: «Me dediqué a anularles el cerebro a los que en verdad actuaban como subversivos de ciudad. De esto no me arrepiento ni me arrepentiré jamás. Para mí, esa determinación fue sabia. He tenido que ejecutar menos gente al apuntar donde es. La guerra la hubiera prolongado más. Ahora estoy convencido de que soy quien lleva la guerra a su final. Si para algo me ha iluminado Dios es para esto».
Ser temido es el propósito y anhelo del violento asesino. Quienes saben de sus atrocidades le temen y le obedecen y se intimidan y se humillan ante él. Y mientras más hombres le teman, más acumula poder. Sus asesinatos macabros tienen la función de crear temor y escarmientos, y mientras más se acumule, mucho mejor, más poder se acumula. Sus actos de horror se propagan de voz en voz, de televisión en televisión, en toda la población, y los pobladores cada vez con más pánico y más aterrorizados, huyen desterrados. Anexo a su poder está también, su opulencia económica acumulando bienes y fortunas que los aprestigian. Sus extravagancias son común denominador: carros ostentosos, reinas de belleza y muchos lujos. Sus regalos comprometedores son igualmente notables, como por ejemplo, cuatrimotos caras, apartamentos y fincas exclusivas.
Las caretas de estos supervivientes son diversas pero, en esencia identificamos dos: el Mandatario y el Héroe. Como mandatario se le obedece, como héroe se le glorifica. Se multiplican fácilmente, dan órdenes en cada momento. Pero, en el fondo siempre es el mismo. Lo vemos con traje de oveja, tiene esposa e hijos por los que lucha para dejarles un supuesto mejor futuro y por los que está dispuesto a morir. Es sensible, recita versos de amor, de patria. Se sienta tranquilo. Mira para el suelo, mira hacia arriba, se queda pensativo. Luego se queda mirando fijamente a las cámaras de televisión, y en un arrebato de honestidad, deja ver sus lágrimas. La periodista casi llora con él. Repentinamente se altera y da manotazos. Pero, si se observa en detalle, en sus ojos pareciese que se agita el mundo. Se siente vulnerado. Aparecen discursos justificadores de la barbarie, el embrujo es colectivo. Un colectivo de gente quiere a su héroe invulnerable.
Estamos frente a una epidemia compleja de la muerte. Estamos frente a una industria muy rentable como lo es el miedo. Estamos frente a una figura henchida de poder. Una pregunta se nos impone: ¿Cómo hacer para desinstalar la máquina de la muerte? ¿Cómo hacer para quitarle su aguijón de muerte? Porque hasta ellos, también tienen su final. Fueron varias las ocasiones que el enemigo estaba a su lado, se mataron entre hermanos y deudos, Vicente mató a Carlos, el deudo mató a aquel. Por lo pronto, se nos ocurre que aprender a conocerlos, es empezar a desenmascararlos por mucho que pueda mutar. Necesitamos sacarlos de sus escondites, develar sus caretas. Para empezar a perderles miedo. Fue el propósito de estas líneas quizá repugnantes, no menos que su lectura. Es tiempo de empezar a desaprenderlo. ¡Prevengamos en picar su carnada!