Historiador
Colombiakrítica
No sé en qué momento se dio la distinción entre el morir y la muerte, todos nos sabemos seres mortales, tarde o temprano la muerte llega, ha de venir, eso es cosa común pero lo raro es no sentir miedo por la forma en qué llegará el día final, estremece la incertidumbre del cómo y del cuándo. También sabemos el terror que infunda lo desconocido cuando se cree en otras vidas después de la muerte y sobre todo con el cristianismo que amenaza fuego eterno para las almas impuras.
Una cosa es morir de una vez por todas bajo las llamas y otra cosa es sufrir la condena, estar padeciendo las llamas del fuego en una vida eterna en el cristianismo. O una de dos: o se vive en eternidad en el paraíso o en el infierno después de muerto. Y no es para menos el terror infundado, si hemos de recordar lo real que fue la Santa Inquisición con la quema de cuerpos vivos para el escarmiento de las vidas consideradas impuras, pecaminosas.
Es la historia de la hoguera muy conocida pero nuestra curiosidad, quizá vana, está más allá de lo que explica o funda esa concepción tajante de separar la vida de la muerte, eso que hace creer en que son dos eventos distintos. Nuestro interés está más bien en la consideración menos popular de considerar la vida y la muerte como un sólo evento, una y otra son una sola realidad, al mismo tiempo que se vive también se muere, una día de vida es un día de muerte, vivir es empezar a morir. La vida como conjunto de células que se van muriendo y renovando hasta que al final una falla sistémica desencadena otras formas como lo es el proceso de metamorfosis al que todo viviente está destinado.
Esta disyuntiva separatista del alma y del cuerpo no la tuvieron los estoicos para quienes el alma es un complemento del cuerpo, manifiesta en su multiplicidad de partículas, hoy llamarían células. Es decir todo tiene que ver con todo, somos una realidad indivisible. Para ellos tampoco tenía sentido la preocupación de la muerte, para qué preocuparse si cuando estamos ella no está, y cuando está, ya no estamos. Son simples cambios de estado de la materia.
Alma y cuerpo son indisociables. Alma quiere decir suspiro, el individuo viene con el primer suspiro y con el último se va, deja de ser para volverse polvo cósmico, humus. No existe ninguna vida que sea para siempre, todas tienen su final. Pero si se considera la vida como metamorfosis, es posible pensar en el humos y en las partículas que de esparcen por el aire, por el cosmos.
Cada momento, cada día se sufren desgastes, vivimos y a la vez sufrimos achaques, la vejez, por ejemplo, no viene sola, suele decirse para hacer notar la pérdida de funciones. Pero algún día llegará el momento en que llamen a nuestra puerta, interrumpirán el festín, puede ser un sonido, una música que nos invita a partir, en fin, lo bello será comprender y aceptar feliz el momento del viaje. Seremos un sonido final, un olor fétido, unas partículas esparcidas por el aire, unos recuerdos fundidos de puro amor en nuestros seres queridos. Y así sucesivamente con uno y con otros, unos partirán primero, otros después. "Debemos entrar en la muerte como quien entra en una fiesta.” Borges
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