Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica

La organización familiar es soporte social y sobre todo estatal. Ella es puente, es nervio, es vaso comunicante para moldear al ciudadano que todo sistema gubernamental proyecta. Sobre papá, mamá e hijos, muchas instituciones les interceptan, les intervienen. Toda familia tendrá un techo, una casa, un domicilio. Allí llegarán, para empezar, unas cuentas por cobrar, las facturas de servicios de acueducto, energía, predial, Internet, televisión. Y claro, no ha de faltar el recaudo de impuestos como el predial, entre otros gravámenes, que son fuentes para el sostenimiento de una Nación. 


Acá encontramos un primer escollo para la independencia individual o la vida en pareja. Para el sostenimiento de una familia se requieren de tres salarios mínimos, datos del mismo gobierno colombiano. Por lo menos, en las clases bajas esto se traduce en hacinamiento en donde en cuatro paredes conviven esposos, hijos, abuelos, tíos, primos, etcétera. La necesidad económica determina, configura un cierto tipo de familia ampliada, obligada, claro está, y por tanto, la conflictividad ante tantos y variados flujos existenciales. Tan sólo datos curiosos que ayudan a darse una idea: en Colombia son doce millones de familias y de trabajadores, tan sólo dos millones de personas ganan alrededor de trece millones de pesos al mes, ocho millones son trabajadores formalizados. Y más de doce mil niños en espera de adopción.


A la familia también le ha sido delegada la educación de sus hijos. Los padres sueñan, se proyectan sobre sus hijos en una versión mejorada de lo que ellos mismos no alcanzaron realizar, es una exigencia de doble punta que termina reventándose por la parte más débil, pues es cosa bien sabida que los hijos reafirman su existencia a contracorriente de sus progenitores, es la lógica de la búsqueda de una identidad propia. Esto, por supuesto, trae conflictos a los funcionarios de la salud, de la educación, inspectores de familia y de policía en general, ellos están allí para prestar su concurso con una única finalidad: enderezar al niño, al joven para que se desplace por los senderos derechos, correctos según los valores imperantes. Y palabras más, palabras menos, que sea un ciudadano productivo y autosuficiente, que no sea una carga ni para la sociedad ni mucho menos para el Estado.


La escuela moviliza competencias blandas como los valores, costumbres y creencias que caracterizan una determinada cultura local. Y competencias duras que entrenan en oficios o técnicas para el trabajo, para la producción. ¡Pero qué desgracia! Ni lo uno ni lo otro aporta, la escuela es un fracaso total. A las aulas llega lo peor de la calle, gustos traquetos, del mundo delincuencial o del hampa. La figura del profesor tan sólo es un maniquí, por lo demás felices porque se ajustan a la mediocridad, sin mayores exigencias. Son las redes sociales y los mass media en general las que llevan la delantera, el aula está embadurnada de todos esos ruidos de fondo que repiten una y otra vez los modelos a seguir: ser famoso, adinerado y estar de cabeza a pies de lo que manda la moda del momento.


Mientras tanto, los que son difíciles de adaptación van a internados donde los esperan sicólogos, psiquiatras, curas que tratan de quebrar la dureza del inadaptado. Si el joven es de clase pudiente, lo convencen de tirarse en el diván, el psicoanalista alquilará su oreja para encontrar el yo perdido, ese esquivo ser de la normatividad socioeconómica.


No es difícil imaginarse que ante tanta carencia, tanta pobreza de la mayoría de la población, la oferta criminal para remediar el empleo es una opción, en Colombia se tienen las categorías de las economías informales, ilegales y criminales, una triada que fluye y se blanquea, el dinero no huele para distinguir su procedencia y a la banca eso no le preocupa.


La familia, la sociedad y el Estado es una triada, una racionalidad administrativa necesaria para la vida, solo falta apelar a una justicia equitativa que elimine tanta desigualdad insostenible que prevenga estallidos sociales, porque es ley que ante la carencia, ante el hambre, la fiera busca la presa, la corretea hasta alcanzarla.

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