Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


Evasión del Yo

Evasión de sí mismo es el ruido


De nuevo el silencio para plantear que su ausencia es la evasión del yo, de nuestra interioridad, por tanto, los desequilibrios en salubridad y en la existencia hacen parte del problema. De acuerdo, quiénes más anhelan el silencio son aquellos que tienen la capacidad de escucharse así mismos, abrirse a su voz interior para que emerja no sólo esa cosa alada y hermosa que es la poesía, sino también todas esas bellas y sublimes expresiones del arte, de la ciencia, pero también esas disciplinas místicas, religiosas, de contemplación, todo aquello que da fuerzas para mantenerse en pié de lucha y así contrarrestar las adversidades que se van dando, que se van presentando aquí y allá. En pocas palabras: desplegar una existencia edificante.


El ser necesita procesar, digerir, esculpir en su interior para luego sacarlo, exteriorizarlo tal y como sucede con el escultor y su escultura, es un monumento silencioso pero que al contemplarla se establece una relación íntima, de comunicación, cada espectador vivirá su propia experiencia, escuchará sus voces silenciosas. Sucede también con aquellas catedrales que al pisar la entrada imponen un silencio, son, ellas mismas, monumentos del silencio, entrar en ellas es aprestarse a escuchar una polifonía de voces que nos hablan sin que ni siquiera lo notemos. Hay allí vida concentrada, condensada que se presenta a quien sabe apreciarla, desentrañarla.


Un énfasis particular es al mundo racional y funcional, este último productivo, ese mismo que requiere de levantarse todas las mañanas, ponerse de pie para ganar el pan, y esto supone el descanso nocturno, el dormir para reponer fuerzas y luego despertarse y continuar batallando la existencia. Con esto recordamos que el humano es un ser diurno que necesita de la noche para dormir, para el sueño, para el relax, para procesar las durezas de la vida real y para reponer fuerzas necesarias para seguir adelante. 


Caparazón  Acústica 


Todo esto es muy desde la manipulación mediática, pues el hombre de hoy está envuelto en un ruido de fondo que no deja escuchar sus propias voces, lo cubre una caparazón acústica, una industria mediática del ruido que manipula, y así mismo la persona es despojada de su individualidad para no ser nadie, solo una pieza más del consumo, de la mercadotecnia, de la masa. Un ser que no logra materializar su individualidad, es un ser atormentado, desarticulado de sí mismo y de la sociedad a la cual pertenece, ¿para dónde va Vicente? para donde va la gente


Lenguaje Reflexivo y Corporal


El ser humano es la única especie animal que posee un lenguaje reflexivo, a través de él elabora sus pensamientos para revelar algo nuevo. Para que emerja la palabra esculpida se requiere de mucho trabajo silencioso. Como el gran escritor que pasa largos momentos en silencio enfrentando la hoja en blanco y luego exhausto permanece en el silencio encontrando las voces que lo nutren. Gracias a la bipedia, al estar ya no en cuatro si no en dos patas, la boca se liberó de las tareas prensiles y se llenó de palabras, las patas delanteras se liberaron de la locomoción y se aprestaron para el agarre, para golpear, para auxiliar con gestos y señas a la boca que habla. En sí, todo el cuerpo habla mientras callamos, esto es, el lenguaje corporal. Un gesto dice más que mil palabras. E insistimos en el silencio para escuchar esas voces del lenguaje corporal que se cuecen desde su interioridad.


La Noche y la Escucha


En el silencio del desierto, cada grano de arena tiene su propia voz, allí se devela la rematerialización del mundo, el ser de la nada, una estética de la desaparición. Y en la noche se apagan los colores que mantienen avivados los ojos, manos, piel, gusto.  Y entonces, decimos, en la noche se acentúa la audición no sólo para cubrir aquellos otros sentidos en descanso sino para escuchar nuestra propia voz, nuestro yo interior, para esculpir una identidad que da sentido a la vida. Es el vacío que se desvanece en el silencio. Es esa voz del silencio quien nos confronta consigo mismos, el diamante más hermoso resulta de la frotación caótica, por no decir violenta. 


En todo caso, el silencio es vida y es equilibrio que nos permite una cierta calma, una paz de espíritu, un algo que da tranquilidad a toda existencia, a toda alma. Sin lugar a dudas, el silencio más hondo es la ausencia del otro que amo quizás desde la lejanía, quizás ya ido, el que se fue, el que trascendió este mundo, o de ese otro que es mi compañía vital, como la ausencia fuerte del sonido de la línea telefónica que surca los aires y que implica la pérdida del avión y de su piloto, ese asombro de la ausencia, de la pérdida del otro que horroriza ante el espejo que pudo ser uno mismo el de la catástrofe. Todo eso alado y hermoso sale del silencio, sin escucha, nuestras vidas convulsionan, no tienen paz, el que todo tiempo habla, se cubre de barullo para no develarse, imposible hacerse a una idea de ellos, son almas sin rostro, el barullo ahoga, espanta el pensamiento, la paz de sí mismo, una cierta paz espiritual. 


Como quiera que sea, el silencio es un recurso de la vida, de la biología, no es caprichoso, es razón de vida, y su ausencia es más bien un signo de que algo anda mal, un algo que se esquiva, un algo de quien se quiere huir. Es posible arriesgar que el silencio es cualquier cosa, menos silencio, porque todo el cuerpo se expresa, incluso el lenguaje hablado es un caparazón para ocultar aquello que no queremos dejar ver pero que los gestos nos traicionan. La parquedad, las escasas palabras del campesino, su poco hablar, brindan una transparencia efectiva en la comunicación mucho más que aquel hablantinoso que no para de hablar.


En el lenguaje corporal, hablamos mientras callamos, las manos inquietas nos develan en lo que queremos callar. Los enamorados pasan largo tiempo en silencio, lo necesitan para entenderse, para comprenderse mejor, el lenguaje, la elocuencia del amor es el silencio. El silencio es palabra que remite a la interioridad, el ejemplo de la mujer adúltera en donde Jesús con la sola mirada intimida a los sedientos de venganza para abrirlos al perdón.


Matan el silencio una y otra vez, todo el tiempo estos seres que huyen de sí mismos, seres sin paz. Unos cuantos árboles al frente, atrás, muy cerca, el arrullo de una quebrada, no necesita nada más que para estar consigo mismo, la panorámica de hileras de edificios que amontonan gente y que de noche solo brillan las bombillas y no ninguna alma, nada de eso interesa y menos aún cuándo el barullo proviene de almas vacías y atormentadas, cualquier cosa hay allí menos algo hermoso. De todo eso no sobresale un alma que valga la pena, todo es del montón. Es el silencio inherente a la vida, a la realización del ser y de tejer una sociedad sólida.

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